EEUU y Rusia: enemigos íntimos/Mira Milosevich es investigadora principal de Real Instituto Elcano y escritora.
El Mundo, 12/Mar/2025
Independientemente del resultado de las negociaciones de un alto el fuego en la guerra en Ucrania, Rusia ha conseguido ya tres grandes ventajas. La primera, terminar con el aislamiento que le impuso el Occidente plus (países miembros de la OTAN y la UE, Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda) gracias a la ruptura entre las posiciones de Estados Unidos y la Unión Europa respecto a la guerra en Ucrania. Mientras la Casa Blanca busca un alto el fuego que fuerce a los europeos y a los ucranianos a negociar con Rusia unos acuerdos de paz, la UE se ha movilizado para mostrar su respaldo a Ucrania, ofrecerle garantías de seguridad y ayudarla a seguir luchando, aún consciente de que, sin las armas y la información de la inteligencia estadounidenses, la posición de Kiev en el campo de batalla se irá degradando. Las fisuras en el bloque occidental responden a una vieja ambición de Moscú, que podría facilitar el cumplimento de sus objetivos políticos para con Ucrania: convertirla en un Estado fallido bajo un Gobierno títere afín al Kremlin.
La segunda ventaja para Moscú reside en la urgencia de Trump para resolver el conflicto, lo que coloca a Rusia en una posición favorable para la negociación de la paz, aumentando las posibilidades de obtener sus demandas, teniendo en cuenta la retirada del apoyo financiero y militar a Kiev y la negativa a desplegar fuerzas estadounidenses para una estabilización posterior al acuerdo final.
La tercera ventaja, probablemente la más beneficiosa, es la voluntad de la Administración Trump de revitalizar la relación bilateral entre los dos países. Desde 2014, pero sobre todo desde 2022, Occidente ha aislado a Rusia castigándola por su actitud agresiva contra Ucrania. La restauración de la relación bilateral supone considerar la guerra todavía en curso como un problema más entre Moscú y Washington, a resolver junto a a la renegociación del tratado estratégico del armamento nuclear START III (en febrero de 2021, Vladimir Putin y su homólogo estadounidense, Joe Biden, prorrogaron cinco años el START III firmado en 2010), así como junto a otros otros problemas como el armamento nuclear de Irán, las relaciones con China y la cooperación en el Ártico, entre algunos más.
Las propuestas de la Casa Blanca sobre el alto el fuego revelan una postura muy favorable hacia Rusia, aunque no sabemos todavía si se trata solo de una táctica para atraer al Kremlin a la mesa de negociaciones o de una rendición en toda regla. Tampoco está claro si la consecuencia a largo plazo de la política exterior de la Administración Trump desembocará en un orden internacional al estilo del siglo XIX, en el cual las grandes potencias se repartirían el mundo en zonas de influencia y los países pequeños perderían su soberanía. Lo que sí hemos presenciado es el trato brutal y humillante que Trump y Vance han dado al presidente Zelenski. También hemos comprobado que el futuro ya no es lo que era: la relación transatlántica está en vías de una profunda alteración política, económica y militar. La supervivencia de la OTAN dependerá de la capacidad de la UE de europeizarla, porque Washington ya no la ve como un instrumento útil para las prioridades de su seguridad nacional y de su política exterior.
El relativo silencio del Kremlin sobre las relaciones actuales entre Kiev y Washington refleja la percepción de la crisis de estas y el atisbo de una estrategia doble. Los europeos creen que Trump ha hecho suyo el discurso ruso sobre Ucrania, y que, entre la guerra y la deshonra, está eligiendo la deshonra, por lo que tendrá la guerra (para la que europeos deberán preparase sin el respaldo estadounidense), o intentan racionalizarlo como una «maniobra inversa a lo Nixon» para separar Rusia de China. En cambio, Moscú percibe las decisiones de Trump como una señal de debilidad.
El vicepresidente Vance afirmó públicamente que hay que ser «consciente de la realidad sobre el terreno, de la ventaja numérica de los rusos, del stock agotado de los europeos y de su base industrial aún más agotada». La estrategia doble consiste, por un lado, en enviar señales positivas proponiendo cooperación (económica) con EEUU, mientras que, por otro, participa en duras negociaciones, reiterando sus demandas y continuando sus operaciones ofensivas en Ucrania. El mensaje positivo hacia Trump proviene principalmente de Vladimir Putin, que le elogia constantemente y habla favorablemente sobre las conversaciones en curso y sus perspectivas; y de Kiril Dmitriev, jefe del Fondo de Inversión Directa de Rusia, que expresa el deseo ruso de centrarse en la cooperación económica con EEUU, ya que supondría el fin de las sanciones económicas y financieras. Las señales positivas del Kremlin se explican por la confianza en que el enfoque transaccional de Trump, combinado con su falta de un interés en Kiev, así como su deseo de cumplir su promesa de acabar la guerra en 100 días, favorecerán sus objetivos políticos y estratégicos sobre la república invadida.
La segunda vía se revela en el hecho de que Rusia continua sus ataques militares contra Ucrania, y en las declaraciones de los responsables del Ministerio de Exteriores ruso, Sergei Lavrov y Sergei Ryabkov: Rusia está dispuesta a negociar duro (probablemente lo hará al estilo del Stalin «todo lo mío es mío y todo lo tuyo nuestro»), y tiene la intención de tantear hasta qué punto Washington transigiría con sus demandas maximalistas, como la de abordar las «causas fundamentales del conflicto», esto es, revisar la estructura de Seguridad y Defensa europeas garantizadas por la OTAN; la oposición a un posible despliegue de fuerzas occidentales («bajo cualquier forma») en Ucrania como garantes de un alto el fuego, y el reconocimiento internacional de los territorios anexionados como parte de Rusia.
Aunque las esperanzas prevalecen, en Moscú también hay temores de que Washington cumpla su amenaza de imponer sanciones más duras al sector financiero y energético de Rusia si esta no se sienta a la mesa de negociaciones. Pero Putin intentará dejar claro que un alto el fuego solo será posible como parte de un acuerdo político, no de un proceso preliminar.
La "maniobra inversa a lo Nixon" para separar Rusia y China es una explicación errónea para comprender el giro de la política exterior estadounidense. Nixon fue a China para explotar la división sino-soviética. Pero no fue él quien había provocado dicha división. La URSS y la República Popular China estaban ya metidas en hostilidades fronterizas incluso antes de que Nixon llegara a la Casa Blanca. Actualmente, la probabilidad de una división chino-rusa es muy lejana o inexistente, porque hay una excelente relación entre sus líderes y un significativo aumento de las relaciones económicas, políticas y militares. A pesar de la supuesta oferta de mediar entre Washington y Teherán, Rusia no está lista para reducir su cooperación con Irán (un aliado importante en su enfrentamiento con Occidente, un proveedor de armas y un posible corredor de transporte). A lo sumo, Moscú ofrecería abstenerse de profundizar esta cooperación. Por ejemplo, no transfiriendo tecnología nuclear o de misiles a los iraníes.
Rusia interpreta las recientes declaraciones del secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, de que EEUU quiere dar a Rusia «más espacio para equilibrar sus relaciones con China y alejarla de China», como un intento de debilitar a China fortaleciendo la posición de Moscú dentro de esta relación para obtener mayores beneficios económicos de Beijing, aumentando el apoyo financiero y mejorando los términos de cooperación a su favor, incluso en el sector energético. Y Rusia, sin duda, sabrá aprovecharlo. Tales declaraciones de Rubio favorecen, sobre todo, a Moscú, aún si el objetivo principal de la Casa Blanca haya sido inquietar a Beijing.
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