EE.UU. CONTRA EL TERRORISMO
La Administración Obama sugiere que incumplirá el plazo para cerrar Guantánamo
El cierre de la prisión, inicialmente prevista para enero de 2010, debe marcar la ruptura con las prácticas más dudosas de Bush
MARC BASSETS Washington. Corresponsal
La Administración Obama sugiere que incumplirá el plazo para cerrar Guantánamo
El cierre de la prisión, inicialmente prevista para enero de 2010, debe marcar la ruptura con las prácticas más dudosas de Bush
MARC BASSETS Washington. Corresponsal
La Vanguardia, 04/10/2009
Osama bin Laden mira a los usuarios del metro de Washington con una expresión enigmática. Lleva una camiseta blanca en la que se lee: "Amo Guantánamo". La imagen figura en el cartel de una campaña a favor del cierre de la prisión situada en la base naval estadounidense en Cuba. El mensaje es que la existencia del penal es el mejor reclamo para los terroristas antiamericanos, su mejor arma propagandística.
A tres manzanas de la estación de Farragut North, donde estos días puede verse uno de estos carteles, se encuentra la Casa Blanca. Allí, en la Casa Blanca, el presidente, George W. Bush decidió abrir la prisión de Guantánamo en el 2002 para presuntos terroristas y combatientes detenidos en el campo de batalla de Afganistán tras los atentados del 11-S. Y en la Casa Blanca, el sucesor de Bush, Barack Obama, intenta estos días encontrar la fórmula para cerrar la prisión cuanto antes. No está resultando fácil cumplir la orden ejecutiva –equivalente a un decreto– que Obama firmó el 22 de enero pasado, nada más llegar a la presidencia, el mismo día que repudió las torturas autorizadas por la administración anterior. La orden estipulaba que Guantánamo debía estar cerrado en un año, es decir, dentro de cuatro meses. Pero en Washington cada vez parece más claro que el cierre de la prisión –seguramente el símbolo más nítido de ruptura con las dudosas prácticas antiterroristas de Bush– deberá aplazarse. Algunos, en la misma Administración Obama, sostienen que fue un error fijarse un plazo sin saber cómo ejecutarlo. Esta semana, Robert Gibbs, el portavoz de Obama, ha señalado que lo importante no es tanto cumplir el plazo fijado como centrarse en garantizar el cierre de Guantánamo. "Ha resultado más complicado de lo previsto", ha admitido el secretario de Defensa, Robert Gates. El problema es qué hacer con los más de 200 detenidos que siguen en Guantánamo. Nueve meses después del relevo en Washington, Obama no ha ofrecido una respuesta convincente. La burocracia de la Casa Blanca y las resistencias del Congreso tampoco han ayudado. Y figuras como el ex vicepresidente Dick Cheney, que ha vinculado el cierre de Guantánamo a futuros atentados terroristas, han intimidado a los partidarios del cierre. "Sospecho que se retrasará un poco", dice, en una conversación telefónica, Sarah Mendelson, responsable de derechos humanos y seguridad del CSIS (Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales) y autora de un informe, publicado el año pasado, con recomendaciones para cerrar Guantánamo. "Lo que sí habrán hecho (el 22 de enero del 2010) será revisar todos los expedientes como mínimo dos veces, y habrán dividido a la gente en diferentes categorías. Pero ¿estará todo acabado? Lo dudo", añade. Mendelson, convencida de que la Casa Blanca ya se ha activado después de los retrasos iniciales y optimista respecto al cierre, identifica dos categorías entre los prisioneros: los que se liberarían o trasladarían a otros países y los que serían juzgados en tribunales civiles de Estados Unidos. Obama, en un discurso pronunciado en mayo, en plena refriega parlamentaria sobre el futuro de Guantánamo, amplió la paleta. A las dos categorías citadas, añadió la opción de juzgar a "los detenidos que violan las leyes de la guerra" en comisiones o tribunales militares. Ante estas comisiones las pruebas obtenidas con torturas no serían válidas. Pero mantenerlas podría ser interpretado como un signo de continuidad respecto a la administración Bush, que las instauró. Más continuista aún sería la otra opción que Obama estudia: detener de forma indefinida, sin juzgarlos, a prisioneros "que no pueden ser procesados pero que son un peligro claro para el pueblo americano". Esta categoría incluiría a personas que, aunque no hayan cometido ningún crimen probado, se han declarado en guerra contra Estados Unidos y a presos cuyas pruebas hayan quedado invalidadas al haberse obtenido con torturas. Pese a que en Estados Unidos se ha juzgado con éxito a terroristas y pese a que algunas prisiones albergan a terroristas peligrosos, pocos estados quieren acoger a los presos de Guantánamo en una prisión local que podría convertirse en una especie de Guantánamo II. De ahí que el Congreso bloquee los fondos para cerrar el Guantánamo original. "Los americanos y la mayoría bipartita del Congreso seguirán rechazando cualquier esfuerzo para cerrar Guantánamo hasta que haya un plan que garantice la misma o una mayor seguridad que manteniendo a los detenidos en un centro de detención seguro", ha dicho el jefe republicano del Senado, Mitch McConnell. Las dudas de Obama sobre cómo cerrar Guantánamo reflejan los equilibrios a la hora de afrontar el pasado más inmediato: de un lado, la ruptura con las prácticas más dudosas es visible; del otro, el presidente es reacio a ajustar cuentas con la etapa anterior y dice querer pasar página. Sarah Mendelson, del CSIS, cree que Obama "todavía no se ha decidido". Mendelson advierte que la institucionalización de la detención permanente "se percibirá de forma extremadamente negativa en el resto del mundo". Al mismo tiempo, prosigue, esta decisión "permitiría a regímenes autoritarios seguir practicando detenciones ilegales". Si Estados Unidos lo hace... El problema, para Obama, es que en Estados Unidos cerrar Guantánamo no es una medida popular. No le reportará votos ni a él en las presidenciales del 2012 ni a los demócratas en las legislativas del 2010. En plena batalla en el Congreso por la reforma sanitaria, con las tropas embarrancadas en Afganistán y la amenaza terrorista todavía presente, el cierre de Guantánamo difícilmente reforzará su popularidad. Podría suceder lo contrario.
A tres manzanas de la estación de Farragut North, donde estos días puede verse uno de estos carteles, se encuentra la Casa Blanca. Allí, en la Casa Blanca, el presidente, George W. Bush decidió abrir la prisión de Guantánamo en el 2002 para presuntos terroristas y combatientes detenidos en el campo de batalla de Afganistán tras los atentados del 11-S. Y en la Casa Blanca, el sucesor de Bush, Barack Obama, intenta estos días encontrar la fórmula para cerrar la prisión cuanto antes. No está resultando fácil cumplir la orden ejecutiva –equivalente a un decreto– que Obama firmó el 22 de enero pasado, nada más llegar a la presidencia, el mismo día que repudió las torturas autorizadas por la administración anterior. La orden estipulaba que Guantánamo debía estar cerrado en un año, es decir, dentro de cuatro meses. Pero en Washington cada vez parece más claro que el cierre de la prisión –seguramente el símbolo más nítido de ruptura con las dudosas prácticas antiterroristas de Bush– deberá aplazarse. Algunos, en la misma Administración Obama, sostienen que fue un error fijarse un plazo sin saber cómo ejecutarlo. Esta semana, Robert Gibbs, el portavoz de Obama, ha señalado que lo importante no es tanto cumplir el plazo fijado como centrarse en garantizar el cierre de Guantánamo. "Ha resultado más complicado de lo previsto", ha admitido el secretario de Defensa, Robert Gates. El problema es qué hacer con los más de 200 detenidos que siguen en Guantánamo. Nueve meses después del relevo en Washington, Obama no ha ofrecido una respuesta convincente. La burocracia de la Casa Blanca y las resistencias del Congreso tampoco han ayudado. Y figuras como el ex vicepresidente Dick Cheney, que ha vinculado el cierre de Guantánamo a futuros atentados terroristas, han intimidado a los partidarios del cierre. "Sospecho que se retrasará un poco", dice, en una conversación telefónica, Sarah Mendelson, responsable de derechos humanos y seguridad del CSIS (Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales) y autora de un informe, publicado el año pasado, con recomendaciones para cerrar Guantánamo. "Lo que sí habrán hecho (el 22 de enero del 2010) será revisar todos los expedientes como mínimo dos veces, y habrán dividido a la gente en diferentes categorías. Pero ¿estará todo acabado? Lo dudo", añade. Mendelson, convencida de que la Casa Blanca ya se ha activado después de los retrasos iniciales y optimista respecto al cierre, identifica dos categorías entre los prisioneros: los que se liberarían o trasladarían a otros países y los que serían juzgados en tribunales civiles de Estados Unidos. Obama, en un discurso pronunciado en mayo, en plena refriega parlamentaria sobre el futuro de Guantánamo, amplió la paleta. A las dos categorías citadas, añadió la opción de juzgar a "los detenidos que violan las leyes de la guerra" en comisiones o tribunales militares. Ante estas comisiones las pruebas obtenidas con torturas no serían válidas. Pero mantenerlas podría ser interpretado como un signo de continuidad respecto a la administración Bush, que las instauró. Más continuista aún sería la otra opción que Obama estudia: detener de forma indefinida, sin juzgarlos, a prisioneros "que no pueden ser procesados pero que son un peligro claro para el pueblo americano". Esta categoría incluiría a personas que, aunque no hayan cometido ningún crimen probado, se han declarado en guerra contra Estados Unidos y a presos cuyas pruebas hayan quedado invalidadas al haberse obtenido con torturas. Pese a que en Estados Unidos se ha juzgado con éxito a terroristas y pese a que algunas prisiones albergan a terroristas peligrosos, pocos estados quieren acoger a los presos de Guantánamo en una prisión local que podría convertirse en una especie de Guantánamo II. De ahí que el Congreso bloquee los fondos para cerrar el Guantánamo original. "Los americanos y la mayoría bipartita del Congreso seguirán rechazando cualquier esfuerzo para cerrar Guantánamo hasta que haya un plan que garantice la misma o una mayor seguridad que manteniendo a los detenidos en un centro de detención seguro", ha dicho el jefe republicano del Senado, Mitch McConnell. Las dudas de Obama sobre cómo cerrar Guantánamo reflejan los equilibrios a la hora de afrontar el pasado más inmediato: de un lado, la ruptura con las prácticas más dudosas es visible; del otro, el presidente es reacio a ajustar cuentas con la etapa anterior y dice querer pasar página. Sarah Mendelson, del CSIS, cree que Obama "todavía no se ha decidido". Mendelson advierte que la institucionalización de la detención permanente "se percibirá de forma extremadamente negativa en el resto del mundo". Al mismo tiempo, prosigue, esta decisión "permitiría a regímenes autoritarios seguir practicando detenciones ilegales". Si Estados Unidos lo hace... El problema, para Obama, es que en Estados Unidos cerrar Guantánamo no es una medida popular. No le reportará votos ni a él en las presidenciales del 2012 ni a los demócratas en las legislativas del 2010. En plena batalla en el Congreso por la reforma sanitaria, con las tropas embarrancadas en Afganistán y la amenaza terrorista todavía presente, el cierre de Guantánamo difícilmente reforzará su popularidad. Podría suceder lo contrario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario