Texto del Diputado Adolfo Orive en la sesión de la ALDF
Con su venia, Presidente.
Compañeras Diputadas, compañeros Diputados
2 de octubre de 1968: un helicóptero sobrevolaba la plaza de las Tres Culturas, y al caer una luz de bengala, el Ejército rodeo la plancha de Tlatelolco, mientras el batallón Olimpia ocupaba el edificio Chihuahua. Una mano enguantada dio el primer disparo. Empezó la balacera cruzada entre los hombres de guante blanco y el Ejército…los compañeros corríamos tratando de guarecernos. Cuerpos inermes tirados, heridos por todas partes; zapatos, ropa y sangre regada en la plancha. Cada quien tratando de proteger al compañero de al lado.
Y, la bandera por la que luchábamos, era sencillamente la democracia.
Esta lucha nos había marcado a muchos, diez años antes: los maestros encabezados por Othón Salazar y los ferrocarrileros por Demetrio Vallejo, el movimiento de los médicos y el de Rubén Jaramillo en el campo; obreros y educadores, profesionistas y campesinos buscando la democracia.
Un trayecto por el que luchábamos, fue recibido, en el verano del 68, a diferencia de Paris, con la expresión climática del autoritarismo que comenzó a exhibirse con el bazucaso a la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso. La población pensó que ese acto excesivo sería el final de una disputa entre preparatorianos.
Lejos estaba de saber que a ese golpe seguiría la toma del Casco de Santo Tomás. Dentro, estudiantes en la defensa de sus ideales, en el sustento de su lucha: la construcción de una verdadera democracia.
Unidos, los estudiantes fueron mejores y más fuertes. La policía, con más armas pero menos convicción, no logró entrar; los granaderos, con escudos y toletes, tuvieron que replegarse…Lo que los muchachos, y los vecinos que los apoyaban, supusieron un triunfo que daría paso a un diálogo, se quebró con la entrada a todo fuego del Ejército. En cada salón, una defensa, pero en cada aula los cadáveres se iban sumando: el Ejército penetró.
Las ambulancias se escucharon: una esperanza se abría…pero sólo era la quimera de quienes, sin malicia, no sabían que las ambulancias con una cruz roja pintada habían sido llevadas, para transportar a los estudiantes al Campo Militar número Uno…para entregarlos a la tortura… a la desaparición.
Me pregunto: ¿cuántos de ustedes, compañeros Diputados y Diputadas, que no vivieron aquel año, pueden imaginarse una fila de tanques que desde la avenida Insurgentes entraba a la Ciudad Universitaria?
¿Cuántos de ustedes pueden imaginar camiones llenos de soldados, que bajaban, bayoneta en mano, para apresar a estudiantes, maestros, trabajadores, ellas y ellos, sin más culpa que ser universitarios?
Y en la explanada de CU, el intento de escape: protegerse y escapar era la consigna. Algunos pudimos ayudar a dirigentes estudiantiles y de maestros; pude meter a Heberto Castillo en la cajuela de mi coche y librarlo, en ese momento, de la cárcel; aunque luego de seis meses escondido, fue apresado. Ya había dado ese inolvidable grito de la Independencia aquel 15 de septiembre en la noche, en plena Ciudad Universitaria. Ya habíamos realizado, durante semanas, el ejercicio que resultaría históricamente trascendental, siendo la contribución de fondo del Movimiento Estudiantil del 68: emprender la construcción de la democracia mediante la participación y deliberación del ciudadano; es decir, el proceso de construcción, en la práctica, de una ciudadanía plena.
Todos los días en la mañana se establecían asambleas abiertas donde los estudiantes de diferentes expresiones ideológicas y políticas deliberaban, tanto sobre los objetivos estratégicos del movimiento, como sobre las acciones tácticas a realizar por la tarde. Y los representantes de cada escuela partían luego al Consejo Nacional de Huelga, a llevar el mandato de sus compañeros para tomar las decisiones de conjunto que el movimiento requería.
Las sesiones del Consejo General de Huelga terminaban bien entrada la madrugada. Y los representantes se encargaban de llevar los acuerdos de regreso a sus respectivas asambleas, la mañana siguiente. Muchas veces las decisiones se tomaron por mayoría. Pero muchas otras, se construyeron consensos, haciendo política, argumentando.
Terminadas las asambleas de cada escuela, estudiantes, maestros y trabajadores -organizados en brigadas- nos distribuíamos por toda la ciudad para informarle a la gente, en los camiones, en las calles, en los mercados, en los centros de trabajo.
Los medios masivos de comunicación nunca comunicaron la realidad; nunca expresaron lo que el Movimiento y el pueblo estábamos viviendo.
Centenares de miles de mexicanos, en las tres marchas del movimiento, llenamos el Zócalo, de manera autónoma, por primera vez en nuestra historia.
La última de estas marchas, la Marcha del Silencio: quinientos mil mexicanos caminando en silencio, trenzados los brazos, la cara erguida, los ojos inundados y la conciencia anegada de esa extraña mezcla de decisión y rabia, de fuerza y de impotencia, de esperanza y dolor.
Cientos de miles de mexicanos que marchando diez pasos, nos deteníamos para hacer unos segundos de memoria; en cada alto, la gente que llenaba las aceras desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo; la gente, el pueblo, nos aplaudía con el alma entregada y dolida. Duelo de una nación por sus hijos. Duelo de una nación por lograr la democracia.
Y cientos de miles de mexicanos, con su silencio gritaban: ¡basta! Basta de autoritarismo. Basta de represión. Basta de muerte por la búsqueda de libertades políticas; por las luchas en el ejercicio de una ciudadanía plena. Basta del dominio de aquel supuesto “delito” de disolución social. ¡Basta!
41 años después, seguimos sin comprender cómo la incapacidad de la autoridad para dialogar públicamente con ciudadanos, ciudadanos que sólo pretendíamos emprender el camino de la democracia, fue capaz de causar una masacre como la de Tlatelolco.
Los que no fuimos asesinados ni aprehendidos esa noche, fuimos saliendo uno a uno, entre las 5 y 6 de la mañana del 3 de octubre, de aquel convento de las Tres Culturas vuelto calabozo.
Media hora después, en su casa, el General Lázaro Cárdenas nos preguntaba minuciosamente, a tres de nosotros, qué había ocurrido esa terrible noche. El había intentado, por varias vías, saber qué estaba sucediendo; de acercarse a los heridos, de ayudar a todos los que habían sido tomados presos. Había, incluso, intentado entrar al Campo Militar número Uno, para ayudar a los padres en la búsqueda de sus hijos desaparecidos…Todo en vano. El aparato policíaco frenó tajantemente toda posibilidad. El General Lázaro Cárdenas fue impedido acercarse siquiera a la Cruz Roja.
En la medida en que yo le iba describiendo las atrocidades de aquella noche, con rabia se levantó de su sillón y empezó a caminar…pensaba…silencio eterno que precedió a una frase terminante:
“Adolfo, me dijo, yo querría levantarme…pero sé que el pueblo no quiere las armas: quiere vivir mejor.”
El movimiento estudiantil de 1968 fue el punto de inflexión que marcó el inicio de la larga construcción de la democracia liberal representativa -basada en un sistema competitivo de partidos- que ahora tenemos.
Y también fue el evento que nos condujo a muchos de nosotros a integrarnos con obreros, campesinos y colonos populares en varias partes de la República, para emprender con ellos diversas formas de organización social, para incentivar procesos de construcción ciudadana donde la gente decidía los movimientos sociales, donde la gente abría espacios públicos para mejorar sus condiciones de vida, como nos lo había adelantado, aquella madrugada, la sabiduría del General Cárdenas
A muchos otros, el autoritarismo del 68 los empujó a empuñar las armas y a padecer la “Guerra Sucia”.
Y a pesar de vivir ya esta democracia representativa, seguimos en deuda con aquellos mexicanos que, ese año trascendental, nos mostraron otro camino, uno complementario al trazado por el sistema electoral; el camino de la democracia deliberativa y participativa que los órganos de Gobierno del Distrito Federal deben emprender ya, construyendo las instituciones y otorgando los recursos que los capitalinos necesitamos para aprender a ejercerla.
Esta V Legislatura puede tomar la decisión de pagar esa deuda: podemos reformar la ley de participación ciudadana y la ley de planeación, para abrirle espacios públicos a los ciudadanos de esta Ciudad y permitirles dialogar y decidir sobre la parte del presupuesto que directamente incide en la satisfacción de sus demandas más sentidas.
Porque si seguimos padeciendo las condiciones que el neoliberalismo nos impone, si seguimos padeciendo crisis y estancamiento económicos, desempleo, quiebra de pequeñas y medianas empresas y pobreza; y además le agregamos el proceso, que avanza día a día, de una militarización de la sociedad que, en algunas partes, ya se expresa como la práctica de un autoritarismo, corremos el riesgo de que la gente, para vivir mejor, ya no rechace el uso de las armas…Y la historia nos tendrá por responsables.
Este órgano de gobierno puede hacer la diferencia; puede, si logra construir un rumbo cierto para encontrar el desarrollo económico y una forma participativa de democracia en la Ciudad.
La palabra, en homenaje a los mártires y a todo el Movimiento Estudiantil de 68, la tenemos los Diputados de esta Legislatura.
Muchas Gracias
Compañeras Diputadas, compañeros Diputados
2 de octubre de 1968: un helicóptero sobrevolaba la plaza de las Tres Culturas, y al caer una luz de bengala, el Ejército rodeo la plancha de Tlatelolco, mientras el batallón Olimpia ocupaba el edificio Chihuahua. Una mano enguantada dio el primer disparo. Empezó la balacera cruzada entre los hombres de guante blanco y el Ejército…los compañeros corríamos tratando de guarecernos. Cuerpos inermes tirados, heridos por todas partes; zapatos, ropa y sangre regada en la plancha. Cada quien tratando de proteger al compañero de al lado.
Y, la bandera por la que luchábamos, era sencillamente la democracia.
Esta lucha nos había marcado a muchos, diez años antes: los maestros encabezados por Othón Salazar y los ferrocarrileros por Demetrio Vallejo, el movimiento de los médicos y el de Rubén Jaramillo en el campo; obreros y educadores, profesionistas y campesinos buscando la democracia.
Un trayecto por el que luchábamos, fue recibido, en el verano del 68, a diferencia de Paris, con la expresión climática del autoritarismo que comenzó a exhibirse con el bazucaso a la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso. La población pensó que ese acto excesivo sería el final de una disputa entre preparatorianos.
Lejos estaba de saber que a ese golpe seguiría la toma del Casco de Santo Tomás. Dentro, estudiantes en la defensa de sus ideales, en el sustento de su lucha: la construcción de una verdadera democracia.
Unidos, los estudiantes fueron mejores y más fuertes. La policía, con más armas pero menos convicción, no logró entrar; los granaderos, con escudos y toletes, tuvieron que replegarse…Lo que los muchachos, y los vecinos que los apoyaban, supusieron un triunfo que daría paso a un diálogo, se quebró con la entrada a todo fuego del Ejército. En cada salón, una defensa, pero en cada aula los cadáveres se iban sumando: el Ejército penetró.
Las ambulancias se escucharon: una esperanza se abría…pero sólo era la quimera de quienes, sin malicia, no sabían que las ambulancias con una cruz roja pintada habían sido llevadas, para transportar a los estudiantes al Campo Militar número Uno…para entregarlos a la tortura… a la desaparición.
Me pregunto: ¿cuántos de ustedes, compañeros Diputados y Diputadas, que no vivieron aquel año, pueden imaginarse una fila de tanques que desde la avenida Insurgentes entraba a la Ciudad Universitaria?
¿Cuántos de ustedes pueden imaginar camiones llenos de soldados, que bajaban, bayoneta en mano, para apresar a estudiantes, maestros, trabajadores, ellas y ellos, sin más culpa que ser universitarios?
Y en la explanada de CU, el intento de escape: protegerse y escapar era la consigna. Algunos pudimos ayudar a dirigentes estudiantiles y de maestros; pude meter a Heberto Castillo en la cajuela de mi coche y librarlo, en ese momento, de la cárcel; aunque luego de seis meses escondido, fue apresado. Ya había dado ese inolvidable grito de la Independencia aquel 15 de septiembre en la noche, en plena Ciudad Universitaria. Ya habíamos realizado, durante semanas, el ejercicio que resultaría históricamente trascendental, siendo la contribución de fondo del Movimiento Estudiantil del 68: emprender la construcción de la democracia mediante la participación y deliberación del ciudadano; es decir, el proceso de construcción, en la práctica, de una ciudadanía plena.
Todos los días en la mañana se establecían asambleas abiertas donde los estudiantes de diferentes expresiones ideológicas y políticas deliberaban, tanto sobre los objetivos estratégicos del movimiento, como sobre las acciones tácticas a realizar por la tarde. Y los representantes de cada escuela partían luego al Consejo Nacional de Huelga, a llevar el mandato de sus compañeros para tomar las decisiones de conjunto que el movimiento requería.
Las sesiones del Consejo General de Huelga terminaban bien entrada la madrugada. Y los representantes se encargaban de llevar los acuerdos de regreso a sus respectivas asambleas, la mañana siguiente. Muchas veces las decisiones se tomaron por mayoría. Pero muchas otras, se construyeron consensos, haciendo política, argumentando.
Terminadas las asambleas de cada escuela, estudiantes, maestros y trabajadores -organizados en brigadas- nos distribuíamos por toda la ciudad para informarle a la gente, en los camiones, en las calles, en los mercados, en los centros de trabajo.
Los medios masivos de comunicación nunca comunicaron la realidad; nunca expresaron lo que el Movimiento y el pueblo estábamos viviendo.
Centenares de miles de mexicanos, en las tres marchas del movimiento, llenamos el Zócalo, de manera autónoma, por primera vez en nuestra historia.
La última de estas marchas, la Marcha del Silencio: quinientos mil mexicanos caminando en silencio, trenzados los brazos, la cara erguida, los ojos inundados y la conciencia anegada de esa extraña mezcla de decisión y rabia, de fuerza y de impotencia, de esperanza y dolor.
Cientos de miles de mexicanos que marchando diez pasos, nos deteníamos para hacer unos segundos de memoria; en cada alto, la gente que llenaba las aceras desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo; la gente, el pueblo, nos aplaudía con el alma entregada y dolida. Duelo de una nación por sus hijos. Duelo de una nación por lograr la democracia.
Y cientos de miles de mexicanos, con su silencio gritaban: ¡basta! Basta de autoritarismo. Basta de represión. Basta de muerte por la búsqueda de libertades políticas; por las luchas en el ejercicio de una ciudadanía plena. Basta del dominio de aquel supuesto “delito” de disolución social. ¡Basta!
41 años después, seguimos sin comprender cómo la incapacidad de la autoridad para dialogar públicamente con ciudadanos, ciudadanos que sólo pretendíamos emprender el camino de la democracia, fue capaz de causar una masacre como la de Tlatelolco.
Los que no fuimos asesinados ni aprehendidos esa noche, fuimos saliendo uno a uno, entre las 5 y 6 de la mañana del 3 de octubre, de aquel convento de las Tres Culturas vuelto calabozo.
Media hora después, en su casa, el General Lázaro Cárdenas nos preguntaba minuciosamente, a tres de nosotros, qué había ocurrido esa terrible noche. El había intentado, por varias vías, saber qué estaba sucediendo; de acercarse a los heridos, de ayudar a todos los que habían sido tomados presos. Había, incluso, intentado entrar al Campo Militar número Uno, para ayudar a los padres en la búsqueda de sus hijos desaparecidos…Todo en vano. El aparato policíaco frenó tajantemente toda posibilidad. El General Lázaro Cárdenas fue impedido acercarse siquiera a la Cruz Roja.
En la medida en que yo le iba describiendo las atrocidades de aquella noche, con rabia se levantó de su sillón y empezó a caminar…pensaba…silencio eterno que precedió a una frase terminante:
“Adolfo, me dijo, yo querría levantarme…pero sé que el pueblo no quiere las armas: quiere vivir mejor.”
El movimiento estudiantil de 1968 fue el punto de inflexión que marcó el inicio de la larga construcción de la democracia liberal representativa -basada en un sistema competitivo de partidos- que ahora tenemos.
Y también fue el evento que nos condujo a muchos de nosotros a integrarnos con obreros, campesinos y colonos populares en varias partes de la República, para emprender con ellos diversas formas de organización social, para incentivar procesos de construcción ciudadana donde la gente decidía los movimientos sociales, donde la gente abría espacios públicos para mejorar sus condiciones de vida, como nos lo había adelantado, aquella madrugada, la sabiduría del General Cárdenas
A muchos otros, el autoritarismo del 68 los empujó a empuñar las armas y a padecer la “Guerra Sucia”.
Y a pesar de vivir ya esta democracia representativa, seguimos en deuda con aquellos mexicanos que, ese año trascendental, nos mostraron otro camino, uno complementario al trazado por el sistema electoral; el camino de la democracia deliberativa y participativa que los órganos de Gobierno del Distrito Federal deben emprender ya, construyendo las instituciones y otorgando los recursos que los capitalinos necesitamos para aprender a ejercerla.
Esta V Legislatura puede tomar la decisión de pagar esa deuda: podemos reformar la ley de participación ciudadana y la ley de planeación, para abrirle espacios públicos a los ciudadanos de esta Ciudad y permitirles dialogar y decidir sobre la parte del presupuesto que directamente incide en la satisfacción de sus demandas más sentidas.
Porque si seguimos padeciendo las condiciones que el neoliberalismo nos impone, si seguimos padeciendo crisis y estancamiento económicos, desempleo, quiebra de pequeñas y medianas empresas y pobreza; y además le agregamos el proceso, que avanza día a día, de una militarización de la sociedad que, en algunas partes, ya se expresa como la práctica de un autoritarismo, corremos el riesgo de que la gente, para vivir mejor, ya no rechace el uso de las armas…Y la historia nos tendrá por responsables.
Este órgano de gobierno puede hacer la diferencia; puede, si logra construir un rumbo cierto para encontrar el desarrollo económico y una forma participativa de democracia en la Ciudad.
La palabra, en homenaje a los mártires y a todo el Movimiento Estudiantil de 68, la tenemos los Diputados de esta Legislatura.
Muchas Gracias
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