3 oct 2009

Marcarnos objetivos

Cómo marcarnos objetivos/JENNY MOIX
Publicad oen El País Semanal, 04/10/2009;
No deben ser infinitos ni inalcanzables. Hay que fijar prioridades, concretar cómo y cuándo iniciar cada uno de ellos y estar abiertos a las sorpresas que depara el camino.
Cuidado con lo que deseamos porque quizá lo conseguiremos. En las librerías abundan los libros que prometen ayudarnos a alcanzar nuestros objetivos, pero a veces el problema no se encuentra en el logro de nuestras metas, sino en ellas mismas. Una mirada hacia la vida que cada uno de nosotros llevamos es indispensable para revisar nuestros objetivos o para plantearnos otros nuevos. Kelly G. Willson y M. Carmen Luciano nos proponen una bonita metáfora a través de la cual contemplar y reflexionar sobre nuestras vidas.
Imaginemos que tenemos un jardín y que somos los únicos responsables de cuidarlo. Somos el jardinero de nuestro jardín. Las plantas simbolizan lo que tenemos en la vida. Si observamos podremos ver las plantas que tenemos: la planta del trabajo, de la familia, de los amigos, de las aficiones, de nuestro cuerpo… Ante la visión de nuestro jardín podemos empezar a plantearnos muchas preguntas:
– ¿Todas las plantas están igual de cuidadas? ¿Cuáles están más mustias y necesitan más nuestras atenciones?
– ¿El número de plantas de nuestro jardín es el adecuado? Si tenemos demasiadas plantas quizá será imposible dedicarles el tiempo que necesitan, y si disponemos de pocas, y por inclemencias del tiempo se marchitan algunas, nos quedaremos con un jardín muy pobre.
– Además de plantas, en nuestro jardín también se encuentran algunas semillas que nosotros mismos hemos plantado. Son nuestros objetivos. ¿Por qué hemos elegido estas semillas y no otras? Probablemente se deba a que queremos tener un jardín como el del vecino, quizá porque nos lo han sugerido con demasiado énfasis las personas que nos rodean, o tal vez porque realmente nosotros deseamos las plantas que brotarán de ellas. ¿Cuál es nuestro caso?
– El crecimiento de las plantas requiere su tiempo. Muchos jardineros se impacientan, empiezan a plantar más semillas para comprobar si, al contrario de las ya sembradas, de ellas brotan plantas con más rapidez. Sin embargo, las semillas recién plantadas, como todas, requieren su tiempo para convertirse en plantas frondosas. Con su estrategia, fruto de la impaciencia, acaban con un jardín donde han sembrado muchas semillas, pero de las que no han obtenido ninguna planta porque no las han cuidado con paciencia. ¿Somos jardineros pacientes?
– Muchos jardineros, cuando plantan una semilla se imaginan todos los detalles de la planta que crecerá. Y cuando observan que la forma o el color de las flores o el número de hojas no son exactamente como habían previsto, empiezan a creer que han escogido la planta equivocada o que quizá no hayan realizado de forma correcta su labor. Otros, en cambio, observan sus plantas y aprecian y disfrutan de esas pequeñas sorpresas de la naturaleza. ¿Nos desespera lo que no se ajusta a nuestras expectativas?
– En nuestro jardín también habitan malas hierbas. Éstas simbolizan nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras dudas, nuestros complejos… Hay jardineros que se dedican todo el tiempo a intentar arrancar malas hierbas y descuidan el resto de sus plantas. Cuanto más se dedican a arrancarlas, peor está el resto de sus plantas. Todos los jardines tienen malas hierbas. Si no fuera así, sería tan artificial que lo veríamos irreal. ¿Dedicamos más tiempo obsesionados con las malas hierbas o a regar nuestras plantas?
Disfrutando de una cena con una queridísima amiga le conté la metáfora del jardín. Por esa época, su tiempo se encontraba absorbido por el cuidado de sus gemelos y los constantes viajes que tenía que realizar por trabajo. Después de escuchar la metáfora me señaló que en ese jardín faltaba algo: un banco donde sentarse de vez en cuando a contemplar el jardín y reflexionar sobre qué plantas necesitan más cuidados, qué nuevas semillas queremos plantar, si tenemos que cambiar las estrategias… Así que sentémonos durante un rato en el banco de mi amiga.
Concretando objetivos
“La primera condición para hacer algo es no querer hacerlo todo al mismo tiempo” (Tristán de Athayde)
En general, reflexionamos mucho y actuamos poco. Quizá la metáfora del jardín o algo que hemos vivido nos han llevado a profundizar sobre lo que queremos en la vida, pero si esas reflexiones no se traducen en conductas, ¿para qué sirven?
En las terapias cognitivo-conductuales se pone mucho énfasis justamente en traducir nuestras ideas en conductas, y se suelen proponer algunas directrices que nos pueden ayudar.
1. Los objetivos deben ser realistas. Debemos tener en cuenta nuestra situación presente, nuestras posibilidades. Si nos proponemos grandes metas es muy probable que no las consigamos y nos desmotivemos. Las metas, en un principio, tienen que ser siempre menos ambiciosas de lo que nos gustaría. Sentarse ante un papel y escribir objetivos es muy fácil, y normalmente lo hacemos en un momento en el que todo nos parece mucho más sencillo de lo que en realidad es. Así que intentemos rebajar los primeros objetivos que nos vengan a la mente.
2. Los objetivos deben ser concretos. Por ejemplo, la meta: “Voy a mejorar la relación con mi pareja” resultaría inadecuada por ser demasiado amplia y vaga. Un objetivo más preciso podría ser: “Voy a aumentar la comunicación con mi pareja”; incluso se podría concretar, en mayor medida, si la formuláramos de la siguiente forma: “Voy a crear un espacio de dos horas cada semana para conversar con mi pareja”. Dicho de otra forma, los objetivos los tenemos que plantear como conductas concretas a realizar.
3. Los objetivos deben hacer referencia a cambios personales, no a cambios de conductas de otras personas. Una meta inadecuada sería: “Lograr que mi hijo adolescente me entienda”. Esta meta podría reformularse en otra como: “Antes de dar mi opinión a mi hijo, debo haber entendido su punto de vista”. Si queremos que cambie el comportamiento de los demás hacia nosotros, debemos cambiar primero nuestras conductas.
4. Los objetivos deben referirse a las distintas áreas. Es una buena estrategia pensar en las diferentes plantas de nuestro jardín: trabajo, aficiones, familia… para proponernos objetivos en cada una de ellas. Es probable que apuntemos muchos, entonces se tratará de ordenarlos. No nos llevaría a nada intentar conseguirlos de golpe. Si los ordenamos por orden de dificultad, los más sencillos primero, tendremos más probabilidades de conseguirlos y motivarnos.
5. Planificar el primer paso del objetivo. Podemos estar convencidos de que vamos a actuar para conseguir nuestras metas, estar realmente animados mientras estamos pensando en ello, pero al día siguiente, cuando la rutina nos engulle, ¡olvidarnos completamente de nuestras firmes decisiones! Para evitar el olvido podemos anotar el primer paso de nuestro objetivo en nuestra agenda. Si hemos decidido, por ejemplo, hacer deporte, el primer paso podría consistir en apuntarnos a un gimnasio. Así debemos planificar qué día y anotarlo en nuestra agenda ya.
No obsesionarnos
“Lo que importa verdaderamente no son los objetivos que nos marcamos, sino los caminos para lograrlos” (Peter Bamm)
Una serendipia es un descubrimiento científico afortunado e inesperado que se ha realizado accidentalmente. Cuando se habla de serendipia, uno de los ejemplos más citados es el de sir Alexander Fleming. Su interés era el tratamiento de las infecciones producidas por las heridas, por ello cultivaba bacterias para estudiarlas. Un día, al volver de unas vacaciones, Fleming observó sorprendido que en una pila de placas olvidadas antes de su marcha, donde había estado cultivando una bacteria, había crecido también un hongo en el lugar donde se había inhibido el crecimiento de la bacteria. Podría haber pensado que sus placas se habían estropeado y tirarlas, dado que no era lo que esperaba, pero, sin embargo, lo vio como algo curioso y lo estudió. Resultó que el hongo fabricaba una sustancia que producía la muerte de la bacteria; como el hongo pertenecía a la especie Penicillium, Fleming estableció que la sustancia sería denominada penicilina.
Aunque no seamos científicos, sí tenemos unos objetivos, y quizá cuando vamos hacia ellos podemos realizar descubrimientos casuales que sean mucho más interesantes que nuestros propios objetivos. Éstos no nos deben cegar ante todos los atractivos hallazgos que podemos encontrarnos por el camino
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