El cesto podrido/Iñaki Unzueta, profesor de Socilogía de la UPV-EHU
Publicado en EL CORREO DIGITAL, 13/09/09;
En un informe de Naciones Unidas sobre la matanza de tutsis por sus vecinos los hutus, se calcula que del total del millón de muertos del exterminio más atroz de la Historia, 200.000 fueron mujeres previamente violadas. Cuando los tutsis de Butare comenzaron a ser atacados a machetazos por los hutus, Pauline Nyiramasuhuko -ministra de la Mujer y de la Familia e hija predilecta de la ciudad- les tendió una trampa mortal a sus conciudadanos al conminarles a que se refugiaran en el estadio de la ciudad, con la promesa de que allí obtendrían comida y protección de la Cruz Roja. Una vez concentrados, Pauline ordenó a los milicianos hutus que violaran a las mujeres y ofreció combustible de su propio vehículo para que un grupo de 70 mujeres y niñas fueran quemadas vivas. Un joven hutu que participó en el asalto al estadio confesaba que no podía violar más porque «habíamos estado matando todo el día y estábamos muy cansados. Nos limitamos a meter la gasolina en botellas y la esparcimos por las mujeres; después, les prendimos fuego».
El pasado siglo XX fue el más sanguinario de la Historia. En 1915 los turcos dieron comienzo a la matanza de un millón y medio de armenios. Posteriormente, los nazis exterminaron a seis millones de judíos, tres millones de soviéticos y varios millones de polacos y gitanos. Los japoneses mataron a 350.000 chinos; y los soviéticos -Stalin- y los chinos -Mao Zedong-, respectivamente, a veinte y treinta millones de sus propios conciudadanos. Lo que tienen en común estos actos de barbarie es que en todos fue negada la plena humanidad de las víctimas. Entre los testimonios que el periodista Jean Hatzfeld recogió de los hutus, uno señalaba que, «cuando encontrábamos a un tutsi en los pantanos ya no veíamos a un ser humano, a una persona como nosotros, con sentimientos y pensamientos similares. La cacería era salvaje, los cazadores eran salvajes, las presas eran salvajes: el salvajismo se apoderaba de todo».
Ahora bien, ¿cómo se explican estos actos de barbarie? Una posibilidad es la llamada vía esencialista que establece la radical separación entre el mal y el bien. Según esta explicación, existen personas buenas y malas. Las malas presentan patologías y en ellas está inficionada la pulsión asesina que les lleva a cometer acciones criminales. Son las ‘manzanas podridas’ que existen en todas partes. Sin embargo, esta vía explicativa presenta más de una debilidad, ya que, por ejemplo, la gran mayoría de alemanes que arropó a Hitler eran personas normales sin ningún tipo de tara que les indujera al crimen. Y en Ruanda, hasta que desde el Gobierno no les dijeron a los hutus que los tutsis eran sus enemigos y que había que matarlos, ambas etnias convivían pacíficamente. Así lo recuerda una mujer hutu: «Lo peor de aquella matanza fue matar a mi vecino; solíamos beber juntos y su ganado pastaba en mis tierras: Era como un pariente».
En consecuencia, si en la mayoría de los casos la maldad no es una cualidad intrínseca, significa que depende de causas exógenas que en un momento determinado prenden y desencadenan la barbarie. En ‘Eichmann en Jerusalén’, un estudio sobre la banalidad del mal, Hannah Arendt hizo un brillante análisis de los crímenes de Adolf Eichmann para llegar a la conclusión de que se trataba de una persona totalmente ordinaria. Y además, señalaba que, «lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrorífica y terriblemente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuente (…) comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad».
Rousseau ya había observado que el bien y el mal proceden de la misma fuente, que lo humano y lo inhumano se encuentran inextricablemente enlazados. En la actualidad sabemos que la barbarie no es inhumana y, como dice Romain Gary, «mientras no reconozcamos que la inhumanidad es humana, seguiremos contándonos mentiras piadosas». La terrible enseñanza de todo esto es saber la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano para deslizarse por la pendiente del mal. Por ello, debemos tener conciencia de la importancia que en la conducta tienen los factores situacionales y sistémicos.
En 1971 Philip Zimbardo llevó a cabo un experimento que ahondaba en la vía de análisis iniciada por Hannah Arendt y que tenía por objetivo mostrar las borrosas fronteras entre el bien y el mal. De un total de 75 personas que pasaron diversas pruebas y test psicológicos, fueron elegidos 24 voluntarios divididos en guardianes y prisioneros. En el experimento que iba a durar 15 días, evidentemente los presos pasaban en las celdas todo el día y los guardianes se dividían en turnos de ocho horas. Al cabo de un día los prisioneros se rebelaron y los guardias frenaron la rebelión tomando medidas contra los más peligrosos. En los días siguientes, los abusos, las agresiones y el placer sádico por humillar a los presos se convirtieron en norma. Jóvenes normales sin ninguna patología desempeñaban con crueldad su papel de guardianes contra prisioneros humillados y emocionalmente colapsados.
Zimbardo mostró el poder de las situaciones y los sistemas para convertir a las personas en bondadosas o crueles, creativas o destructivas, compasivas o egoístas, tiranos o héroes. El enfoque situacionista de Zimbardo dejaba al descubierto la vulnerabilidad humana y las flaquezas ante las fuerzas sociales. Zimbardo desafió las nociones básicas de quiénes creemos que somos y lo bien que conocemos a los demás y a nosotros mismos. Una tutsi superviviente ofrecía este escalofriante testimonio: «Antes sabía que un hombre podía matar a otro porque es algo que siempre ha sucedido. Ahora sé que hasta la persona con la que has compartido comida, o con la que has dormido, te puede matar sin problemas. El vecino más cercano te puede matar con los dientes».
Pero Zimbardo también dejaba abierta una puerta a la esperanza, pues siempre hay personas que resisten a las influencias situacionales. En toda situación de barbarie surgen héroes, personas con coraje cívico, sentido de la justicia y trascendencia, que por la libertad y la dignidad luchan contra la opresión. Hannah Arendt hablaba de la ‘banalidad del mal’, de lo terrible y terroríficamente normales que eran los nazis. Zimbardo habla de la ‘banalidad del heroísmo’, de lo absolutamente sencillos y normales que son los héroes. Todas las personas que han sido elevadas a la categoría de héroe insisten en que no hicieron nada extraordinario y que cualquiera hubiera actuado de la misma manera en esa situación. Juan Pablo Urtizberea -el héroe de Irún- dice que no hizo nada especial y que volvería a repetirlo.
Si aplicamos el enfoque conceptual de Zimbardo a la situación del País Vasco, no podríamos despachar la cuestión diciendo que se trata de unas cuantas manzanas podridas. Los terroristas y sus adláteres no son sádicos ni psicópatas asesinos, lo terrorífico es saber que se trata de personas absolutamente normales, pero dispuestas a cometer acciones criminales. El enfoque de Zimbardo lo que nos enseña es que aquí a las manzanas las pudre el cesto, es el cesto lo que está podrido. En consecuencia, la tarea es regenerar el cesto, restaurar los mimbres culturales, políticos y sociales gangrenados. Los procesos de reproducción cultural, integración social y socialización no pueden desarrollarse con normalidad en un contexto podrido.
Desde la perspectiva de Zimbardo comparto el diagnóstico y las medidas implementadas por el Gobierno vasco, pero además, en este nivel sistémico es extraordinariamente importante el papel del llamado nacionalismo democrático por la importancia de la ideología y los valores para crear situaciones y dictar roles y conductas. Por ello, el PNV no puede seguir más con un comportamiento errático, desde las declaraciones de Garaikoetxea cuando era lehendakari en contra de las extradiciones hasta la actual defensa de mecanismos de desconexión moral cuando los dirigentes jeltzales tipifican el terrorismo como expresión de un conflicto político. En el estadio moral y de lucha en que nos encontramos, el PNV ya no puede esconderse más y se le acaba el tiempo. Debe combatir el silencio y la inacción en sus bases y proclamar que con el abertzalismo filoetarra no comparte ni los medios ni los fines ni nada. Pero esta etapa descivilizatoria que vivimos también forja sus héroes. Propongo el siguiente cambio conceptual y simbólico: no hablar ya más de víctimas, sino de héroes del terrorismo.
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