Columna Bitácora del director/Pascal Beltrán del Río
La mala marca de México
Excélsior, 28 de marzo de 2010;
Me cuento entre los mexicanos que siempre prefieren señalar lo bueno que sucede en este país que lo malo.
Y también creo que quien habla a nombre de México o lo representa tiene la obligación de poner en alto su nombre. Por eso me molestaron las declaraciones recientes de Javier Aguirre, el entrenador de la selección nacional de futbol. No es que no haya tenido razón en lo que dijo, sino que él es uno de los menos indicados para afirmarlo.
Dicho eso, sería ingenuo inferir que los problemas de México desaparecen con sólo evitar mencionarlos. Los tenemos y muchos: de inseguridad, de injusticia social, de disfuncionalidad institucional, de carencia de un proyecto de país compatible con la globalización…
Coincido con el diagnóstico que hizo el viernes pasado el presidente Felipe Calderón: México tiene un problema de mala imagen que supera la magnitud real de sus conflictos. Sin embargo, difiero de su explicación de que esa visión negativa tenga que ver con que los mexicanos seamos malos promotores de nuestro propio país o nos satanicemos a nosotros mismos.
El exhorto vale para el cuerpo diplomático, que tiene entre sus funciones —faltaba más—la promoción de México como un buen destino para hacer turismo e invertir. Pero no se puede esperar que todos los mexicanos nos volvamos “promotores y embajadores de nuestro país en el exterior”, como pidió el Presidente de la República.
Para mí, la desconfianza en México la genera mayormente la falta de claridad de nuestra marca. ¿Qué es México, qué quiere, qué vende, cómo se organiza, qué perspectiva tiene, en qué invierte, qué tiene que ofrecer?
Yo me hago esas preguntas y no tengo respuestas. Somos un país que proyecta al mundo una debilidad institucional y una flexibilidad increíble para no aplicar la ley; una terquedad de seguir aferrados a la historia patria —no tan gloriosa, por cierto— cuando los países exitosos del mundo ven al futuro; un aumento inaceptable de la brecha entre ricos y pobres; una obstinación en no desenraizar los viejos vicios y las fórmulas fracasadas y, más triste todavía, una creencia ciega de que los problemas que tenemos actualmente tienen que ver con que, hace 13 años, rompimos con la tradición política y que la solución a nuestros males es volver al pasado…
Eso proyectamos al mundo. ¿Cómo podemos deshacer con palabras nuestra incapacidad de vernos a nosotros mismos como una nación temerosa de avanzar, anclada en un patrimonio histórico que, por cierto, se está cayendo a pedazos porque no tenemos los recursos para remozarla?
El Presidente se preguntaba, con razón, por qué Brasil tiene una mejor imagen en el mundo si su tasa de homicidios es mucho mayor a la nuestra. Y agregaba, con razón también, que los brasileños hablan mejor sobre su patria que los mexicanos sobre la nuestra.
Yo tengo la misma impresión que Calderón: los brasileños tienen una mayor fe en su potencial, en su futuro como país, que los mexicanos. Pero, agrego yo, ese no es el problema principal que tiene la imagen de México.
Veamos el tema de la seguridad pública. ¿Qué está haciendo Brasil y qué está haciendo México?
Efectivamente, la violencia criminal en Brasil es peor que la de México. Las favelas de Río de Janeiro han sido territorios inexpugnables, donde los narcotraficantes han impuesto la ley —por ejemplo, en muchas de ellas está prohibido vestir de determinado color de ropa, porque ese color lo usa la banda rival en la favela vecina—, y donde la policía empleaba hasta hace poco tácticas casi guerrilleras, de pega y huye, en sus eventuales incursiones para combatir a los delincuentes.
Sobra decir que esa estrategia daba pocos resultados y sólo lograba fortalecer los nexos entre los criminales -—como el temible Comando Vermelho de la favela Morro Santa Marta— y sus bases de apoyo.
Pues de noviembre de 2008 a la fecha, las autoridades brasileñas decidieron cambiar de estrategia. Crearon las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), integrada por agentes recién egresados de la academia, cuya meta no es tanto acabar con el narcotráfico como restablecer los nexos entre las comunidades y el gobierno, al tiempo que imponen, mediante una presencia permanente, condiciones mínimas de respeto a la ley en las favelas, como el hecho de que la gente no ande armada por la calle.
Junto con eso, se ha invertido en transporte público, actividades culturales y mejora de la infraestructura urbana, como se puede leer en un reportaje que el diario francés Le Figaro dedicó al tema hace unos días (“La police brésilienne reprend pied dans las favelas”).
“El Estado siempre había entrado aquí con armas, pero esta vez ha prometido apoyo social”, dijo el presidente de la asociación de habitantes de Santa Marta, José Mario dos Santos, a la reportera Lamia Oualalou.
En esas nuevas operaciones se han usado “policías que no han sido contaminados por el vicio y la corrupción y han sido entrenados para respetar los derechos humanos”, comentó al mismo diario Silvia Ramos, especialista en seguridad de la universidad Candido Mendes.
“Necesitamos forzosamente encontrar empleo y oportunidades para los jóvenes de las favelas, si no ésta será una batalla perdida”, declaró José Mariano Beltrame, secretario de Seguridad del estado de Río de Janeiro.
Es obvio que Brasil está apremiado en resolver sus problemas de inseguridad por la cercanía del Mundial de Futbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Y todo mundo reconoce que la tarea no será fácil. Pero esa es la historia que más se difundió sobre Brasil la semana pasada (el periódico español El País publicó, en portada, un reportaje similar).
En cambio, nos guste o no, México ha estado últimamente en el radar de los medios internacionales por una serie de matanzas que, aseguran las autoridades, son una señal de su avance en el combate al crimen.
Puede ser, no soy experto en el tema ni dispongo de información de inteligencia como para afirmar lo contrario, pero la versión oficial mexicana no es la que se está comprando en el extranjero. Por eso, el discurso presidencial, el viernes, en Los Pinos, durante las Sesiones de Trabajo del Sector Turismo.
Por mi parte, seguiré hablando bien de mi país, sin necesidad de engañarme respecto de lo que nos aqueja como nación. Sin embargo, sé que eso no bastará para cambiar la imagen de México, porque para ello se necesita una historia de éxito ante la adversidad que el resto del mundo quiera comprar.
Estimado lector, lo invito a que sigamos la discusión en twitter.com/beltrandelriomx
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
28 mar 2010
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