Al maestro indiscutible
La Redacción Revista Proceso # 1825, 23 de octubre de 2011;
En su momento y para siempre, Proceso hizo pública su relación entrañable con Miguel Ángel Granados Chapa. El 7 de septiembre de 2008, la revista propuso la medalla “Belisario Domínguez” para el ilustre periodista.
La iniciativa, asumida por todo Proceso, fue recibida por la opinión pública con abrumador beneplácito. El Senado hizo suya la propuesta y los trámites corrieron rápido y sin obstáculo alguno.
La iniciativa, asumida por todo Proceso, fue recibida por la opinión pública con abrumador beneplácito. El Senado hizo suya la propuesta y los trámites corrieron rápido y sin obstáculo alguno.
Decapitado Excélsior, fue sobresaliente la participación de Granados Chapa en la organización y lanzamiento de Proceso el 6 de noviembre de 1976. Fue su director gerente hasta la edición número 30. Renunció al semanario el 28 de mayo de 1977 y volvió a esta casa el 10 de junio de 2001 como colaborador con su columna Interés Público.
Proceso le rinde homenaje con la convicción que deriva de los hechos. Sobrado de cualidades, merece el reconocimiento como periodista de la República. La modestia de las dos líneas en las que él mismo dio cuenta del final habla de su noble condición humana.
El siguiente es el texto íntegro de aquella iniciativa de Proceso:
Proceso le rinde homenaje con la convicción que deriva de los hechos. Sobrado de cualidades, merece el reconocimiento como periodista de la República. La modestia de las dos líneas en las que él mismo dio cuenta del final habla de su noble condición humana.
El siguiente es el texto íntegro de aquella iniciativa de Proceso:
H. Comisión de la MedallaBelisario Domínguez
Senado de la República
Senado de la República
Desde hace más de cuatro décadas, la palabra escrita de Miguel Ángel Granados Chapa contribuye a poner a México frente a su realidad, por dura y dramática que ésta sea. Estricto e informado como pocos, atento sobre todo a la trascendencia de la vida cotidiana, paradoja no exenta de lirismo, ejerce puntualmente su trabajo en el cerco cada vez más estrecho de los enemigos de la libertad de expresión.
Crítico, independiente, comprometido con un país que desearía describir en lucha abierta contra la injusticia y la iniquidad, el periodista eminente concita el respeto y aun la admiración de aquellos a quienes enfrenta con su lenguaje de una pieza, fiel reflejo de su personalidad.
A la distinción a que se hizo merecedor como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, insólita en sí misma, habría que agregar homenajes sin cuento dentro y fuera de su profesión.
A su congruencia ideológica y a su capacidad para unir tareas tan disímbolas como las del periodismo y el derecho, amén de sus dotes de orador, libre la palabra que vuela, debe Granados Chapa que hoy podamos considerarlo como maestro indiscutible de generaciones, fundador y cofundador de instituciones.
Proceso se honra en proponer a Granados Chapa como candidato a la Medalla Belisario Domínguez correspondiente a 2008.
Crítico, independiente, comprometido con un país que desearía describir en lucha abierta contra la injusticia y la iniquidad, el periodista eminente concita el respeto y aun la admiración de aquellos a quienes enfrenta con su lenguaje de una pieza, fiel reflejo de su personalidad.
A la distinción a que se hizo merecedor como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, insólita en sí misma, habría que agregar homenajes sin cuento dentro y fuera de su profesión.
A su congruencia ideológica y a su capacidad para unir tareas tan disímbolas como las del periodismo y el derecho, amén de sus dotes de orador, libre la palabra que vuela, debe Granados Chapa que hoy podamos considerarlo como maestro indiscutible de generaciones, fundador y cofundador de instituciones.
Proceso se honra en proponer a Granados Chapa como candidato a la Medalla Belisario Domínguez correspondiente a 2008.
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Miguel Ángel, a fondo
Rodrigo Vera
Revista Proceso # 1825, 23 de octubre de 2011;
Revista Proceso # 1825, 23 de octubre de 2011;
En respaldo al trabajo periodístico y analítico de Miguel Ángel Granados Chapa, había una formación ideológica, intelectual y ética que explica, sin duda alguna, la solidez del trabajo público que disfrutaron o sufrieron, según el caso, generaciones enteras de lectores. De la génesis y evolución profesional e ideológica del autor de Plaza Pública, de la inspiración que extrajo del pensamiento de la izquierda cristiana –la que llevó no sólo a su labor periodística, sino a las aulas del magisterio– da cuenta quien fue su amigo entrañable y colega de esperanzas y frustraciones desde los ilusionados años de su juventud compartida hasta los tristes momentos del final, Francisco José Paoli.
El analista político Francisco José Paoli Bolio, quien durante 50 años fue amigo cercano de Miguel Ángel Granados Chapa, fallecido el domingo 16 de octubre, asegura:
“Desde sus inicios como reportero, la labor periodística de Miguel Ángel siempre se inspiró en un cristianismo de izquierda que lo llevó a luchar por una serie de principios, como la justicia, la fraternidad, el apoyo mutuo o la solidaridad con los más desprotegidos.”
En la biblioteca de su casa y entristecido por la muerte de su entrañable compañero, Paoli Bolio agrega que la honestidad profesional y la austeridad de vida que caracterizaron a Granados Chapa fueron precisamente fruto de esa formación cristiana:
“Todo eso le vino de su madre, quien era una cristiana muy profunda, muy intensa. Lo formó en esos valores. Por eso Miguel Ángel militó en la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) y esto después lo empujó hacia una perspectiva política que lo llevó a participar en la Democracia Cristiana. Fueron esas las raíces de Miguel Ángel.”
–Pero terminó por alejarse de la Iglesia…–No. Se distanció y se desilusionó de la institución eclesiástica, que es muy distinto. Incluso siempre fue muy crítico de la institución. Pero Miguel Ángel conservó su fe en Dios y su fidelidad a la doctrina cristiana hasta el final de sus días.
Paoli hace un repaso de su larga amistad con Granados Chapa, que comenzó justo cuando ambos eran jóvenes militantes de la Democracia Cristiana, a principios de los años sesenta:
“Conocí a Miguel Ángel hace unos 49 años, quizás a finales de 1962, cuando coincidimos en el Movimiento Social Demócrata Cristiano. Él estudiaba periodismo y además derecho en la UNAM. Yo también estudiaba derecho, pero en la Universidad Iberoamericana, que en ese tiempo estaba totalmente vinculada a la UNAM. De manera que llevábamos los mismos cursos e incluso muchos maestros daban clases en ambas universidades.
“A partir de entonces nuestra amistad fue creciendo durante cinco décadas, más allá de nuestra afinidad con luchas y principios políticos. Con el tiempo llegamos incluso a ser compadres, pues él fue padrino de María, mi hija más chica. Eso anudó todavía más nuestra relación.”
En aquellos años, cuenta Paoli, el Papa Juan XXIII impulsaba el Concilio Vaticano II, que fue un parteaguas en la historia de la Iglesia y en Latinoamérica provocó el surgimiento de la llamada opción preferencial por los pobres. Dice:
“Nosotros militábamos en un cristianismo de izquierda, que era de las primeras expresiones de la teología de la liberación. Incluso varios de nosotros pertenecíamos a un grupo llamado Liberación, que iba en esa directriz. Estábamos muy vinculados con grupos socialcristianos de Chile y Venezuela. El grupo venezolano era más conservador, en cambio, el chileno era de avanzada, fue el que llevó a la presidencia a Eduardo Frei, y después una fracción apoyó al presidente Salvador Allende.
“Miguel Ángel y yo estábamos vinculados con esas corrientes, por lo que nos encontrábamos frecuentemente en diversas reuniones para impulsar movimientos campesinos, sindicales y estudiantiles. En la entonces Escuela Nacional (hoy Facultad) de Ciencias Políticas, Miguel Ángel participó incluso en un grupo estudiantil que se llamó Partido Auténtico Universitario (PAU), pues había una práctica docente para experimentar la competencia política y la confrontación de ideas, ya que entonces no había en México un sistema de partidos.”
“Miguel Ángel era muy buen orador, ganó incluso un concurso de oratoria en aquella escuela. Y desde el primer momento fue el secretario de Prensa del Movimiento Social Demócrata Cristiano (MSDC). En 1963, yo fui el primer secretario general de la Juventud Demócrata Cristiana (JDC), la rama juvenil del movimiento. Éramos unos chamacos veinteañeros, muy amigos los dos.”
“Desde sus inicios como reportero, la labor periodística de Miguel Ángel siempre se inspiró en un cristianismo de izquierda que lo llevó a luchar por una serie de principios, como la justicia, la fraternidad, el apoyo mutuo o la solidaridad con los más desprotegidos.”
En la biblioteca de su casa y entristecido por la muerte de su entrañable compañero, Paoli Bolio agrega que la honestidad profesional y la austeridad de vida que caracterizaron a Granados Chapa fueron precisamente fruto de esa formación cristiana:
“Todo eso le vino de su madre, quien era una cristiana muy profunda, muy intensa. Lo formó en esos valores. Por eso Miguel Ángel militó en la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) y esto después lo empujó hacia una perspectiva política que lo llevó a participar en la Democracia Cristiana. Fueron esas las raíces de Miguel Ángel.”
–Pero terminó por alejarse de la Iglesia…–No. Se distanció y se desilusionó de la institución eclesiástica, que es muy distinto. Incluso siempre fue muy crítico de la institución. Pero Miguel Ángel conservó su fe en Dios y su fidelidad a la doctrina cristiana hasta el final de sus días.
Paoli hace un repaso de su larga amistad con Granados Chapa, que comenzó justo cuando ambos eran jóvenes militantes de la Democracia Cristiana, a principios de los años sesenta:
“Conocí a Miguel Ángel hace unos 49 años, quizás a finales de 1962, cuando coincidimos en el Movimiento Social Demócrata Cristiano. Él estudiaba periodismo y además derecho en la UNAM. Yo también estudiaba derecho, pero en la Universidad Iberoamericana, que en ese tiempo estaba totalmente vinculada a la UNAM. De manera que llevábamos los mismos cursos e incluso muchos maestros daban clases en ambas universidades.
“A partir de entonces nuestra amistad fue creciendo durante cinco décadas, más allá de nuestra afinidad con luchas y principios políticos. Con el tiempo llegamos incluso a ser compadres, pues él fue padrino de María, mi hija más chica. Eso anudó todavía más nuestra relación.”
En aquellos años, cuenta Paoli, el Papa Juan XXIII impulsaba el Concilio Vaticano II, que fue un parteaguas en la historia de la Iglesia y en Latinoamérica provocó el surgimiento de la llamada opción preferencial por los pobres. Dice:
“Nosotros militábamos en un cristianismo de izquierda, que era de las primeras expresiones de la teología de la liberación. Incluso varios de nosotros pertenecíamos a un grupo llamado Liberación, que iba en esa directriz. Estábamos muy vinculados con grupos socialcristianos de Chile y Venezuela. El grupo venezolano era más conservador, en cambio, el chileno era de avanzada, fue el que llevó a la presidencia a Eduardo Frei, y después una fracción apoyó al presidente Salvador Allende.
“Miguel Ángel y yo estábamos vinculados con esas corrientes, por lo que nos encontrábamos frecuentemente en diversas reuniones para impulsar movimientos campesinos, sindicales y estudiantiles. En la entonces Escuela Nacional (hoy Facultad) de Ciencias Políticas, Miguel Ángel participó incluso en un grupo estudiantil que se llamó Partido Auténtico Universitario (PAU), pues había una práctica docente para experimentar la competencia política y la confrontación de ideas, ya que entonces no había en México un sistema de partidos.”
“Miguel Ángel era muy buen orador, ganó incluso un concurso de oratoria en aquella escuela. Y desde el primer momento fue el secretario de Prensa del Movimiento Social Demócrata Cristiano (MSDC). En 1963, yo fui el primer secretario general de la Juventud Demócrata Cristiana (JDC), la rama juvenil del movimiento. Éramos unos chamacos veinteañeros, muy amigos los dos.”
Los maestros
El mismo Granados Chapa –en una entrevista que le concedió a Silvia Cherem, publicada el año pasado en el libro Por la izquierda– cuenta su experiencia como joven acejotaemero y universitario:
“Me interesaba sobremanera participar en la ACJM, me permitía entender el credo que había profesado y que en realidad no conocía. Era una asignatura pendiente y fui casi un converso. Pasé a ser un activo militante: del credo religioso al credo político.”
Y señala que en el PAU “nuestra ideología era la democracia social cristiana: a la izquierda del Partido Acción Nacional y a la derecha del Partido Comunista”.
Para adentrarse en su fe y afianzar su vocación cívica, empezó a leer apasionadamente a pensadores cristianos como Pierre Teilhard de Chardin, Jacques Maritain, Emmanuel Mounier y Léon Bloy.
Por esos años –cuando asistía a misa a la Parroquia Universitaria, creada por los religiosos dominicos en Copilco, a un costado de la UNAM– Granados Chapa conoció a fray Tomás Gerardo Allaz, un enjuto fraile de nariz aguileña que, aun en los más extremosos inviernos, siempre calzaba huarache y vestía delgadas camisas de manga corta para solidarizarse con los pobres. La austeridad del padre Allaz –que habitaba en vecindades de barriada– fue un ejemplo a seguir para el joven universitario.
“Era de esos hombres raros que juntan la prédica con la vida. Jamás me distancié de él… Junto a don Tomás Allaz, Méndez Arceo fue mi padre tutelar. Eran ellos amigos. Hablábamos de una Iglesia que fuera opción para los pobres”, comentaba Granados Chapa.
Paoli Bolio refiere que “fue tanta la admiración que Miguel Ángel le tuvo al padre Allaz, que años después le llevó a sus hijos para que se los bautizara, y a uno de ellos le puso incluso Tomás Gerardo”.
Y agrega que bajo esta inspiración cristiana, Granados Chapa y él emprendían en los sesenta un intenso activismo político:
“Participamos en muchos cursos que se daban a nivel sindical para formar cuadros, por lo que se creó el Instituto Técnico de Estudios Sindicales, que tenía el apoyo del socialcristianismo internacional. Teníamos una casa alquilada en la calle de Anaxágoras, donde se preparaban dirigentes. También íbamos a dar cursos a varios estados. Recuerdo muy vivamente un viaje a Querétaro, que realizamos juntos en tren y en el que compartimos una serie de vicisitudes.”
–¿Su militancia social cristiana los empujó entonces a las filas del PAN?
–No, ni Miguel Ángel ni yo fuimos panistas. Yo me afilié al PAN muchos años después. En ese tiempo había diversos grupos que estábamos enfilados en la doctrina social cristiana. Uno de esos grupos pertenecía efectivamente al PAN, aunque este partido nunca lo ha dicho formalmente. En ese grupo había gente como Hugo Gutiérrez Vega, Manuel Rodríguez Lapuente u Horacio Guajardo, quien por cierto llegó a ser muy cercano a Miguel Ángel.
“Este grupo panista quería entonces transformar a su partido e inscribirlo a nivel internacional como un partido demócrata cristiano. Tenía elementos para hacerlo, ya que la plataforma y los principios del PAN se vinculan con los de la doctrina social cristiana.
“En el 62 hubo inclusive un consejo nacional donde se planteó la posibilidad de incorporarse como partido demócrata cristiano. Sin embargo, al ingreso se opusieron dirigentes tradicionales como Manuel Gómez Morín y Adolfo Christlieb Ibarrola, en ese tiempo presidente del partido.
“De manera que ese grupo fracasó en su intento de incorporación. Hubo incluso una ruptura, pues se salieron del PAN Gutiérrez Vega, Rodríguez Lapuente y grupos de Chihuahua, Jalisco, Querétaro y Colima, entre otros.”
Paoli indica que desde entonces Granados Chapa trabó amistad con Horacio Guajardo, “un intelectual que dirigía la revista cristiana Señal, que tenía una cruz como símbolo. Y Guajardo llevaba amistad con varios periodistas como Carlos Septién y Manuel Buendía. Fue Guajardo quien recomendó a Miguel Ángel para que trabajara con Buendía en el semanario Crucero, abriéndole así las puertas del periodismo”.
Guajardo mismo, en una semblanza que escribió sobre Granados Chapa –titulada Democracia y verdad y publicada en el libro de testimonios Miguel Ángel Granados Chapa, maestro y periodista– relata ese episodio:
“Manuel Buendía me pidió candidatos a reporteros para el semanario Crucero, le presenté a Ernesto Ortiz Paniagua y a Miguel Ángel. Ambos fueron aceptados.”
Refiere también que él después apadrinaría la boda de Granados Chapa: “Mi esposa Graciela y yo apadrinamos el matrimonio de Martha Isabel y Miguel Ángel en la catedral de Pachuca, Hidalgo”. Y habla sobre su estrecha relación con el columnista, con quien nunca se trató “como ahijado-padrino”.
Los años formativos
“Me interesaba sobremanera participar en la ACJM, me permitía entender el credo que había profesado y que en realidad no conocía. Era una asignatura pendiente y fui casi un converso. Pasé a ser un activo militante: del credo religioso al credo político.”
Y señala que en el PAU “nuestra ideología era la democracia social cristiana: a la izquierda del Partido Acción Nacional y a la derecha del Partido Comunista”.
Para adentrarse en su fe y afianzar su vocación cívica, empezó a leer apasionadamente a pensadores cristianos como Pierre Teilhard de Chardin, Jacques Maritain, Emmanuel Mounier y Léon Bloy.
Por esos años –cuando asistía a misa a la Parroquia Universitaria, creada por los religiosos dominicos en Copilco, a un costado de la UNAM– Granados Chapa conoció a fray Tomás Gerardo Allaz, un enjuto fraile de nariz aguileña que, aun en los más extremosos inviernos, siempre calzaba huarache y vestía delgadas camisas de manga corta para solidarizarse con los pobres. La austeridad del padre Allaz –que habitaba en vecindades de barriada– fue un ejemplo a seguir para el joven universitario.
“Era de esos hombres raros que juntan la prédica con la vida. Jamás me distancié de él… Junto a don Tomás Allaz, Méndez Arceo fue mi padre tutelar. Eran ellos amigos. Hablábamos de una Iglesia que fuera opción para los pobres”, comentaba Granados Chapa.
Paoli Bolio refiere que “fue tanta la admiración que Miguel Ángel le tuvo al padre Allaz, que años después le llevó a sus hijos para que se los bautizara, y a uno de ellos le puso incluso Tomás Gerardo”.
Y agrega que bajo esta inspiración cristiana, Granados Chapa y él emprendían en los sesenta un intenso activismo político:
“Participamos en muchos cursos que se daban a nivel sindical para formar cuadros, por lo que se creó el Instituto Técnico de Estudios Sindicales, que tenía el apoyo del socialcristianismo internacional. Teníamos una casa alquilada en la calle de Anaxágoras, donde se preparaban dirigentes. También íbamos a dar cursos a varios estados. Recuerdo muy vivamente un viaje a Querétaro, que realizamos juntos en tren y en el que compartimos una serie de vicisitudes.”
–¿Su militancia social cristiana los empujó entonces a las filas del PAN?
–No, ni Miguel Ángel ni yo fuimos panistas. Yo me afilié al PAN muchos años después. En ese tiempo había diversos grupos que estábamos enfilados en la doctrina social cristiana. Uno de esos grupos pertenecía efectivamente al PAN, aunque este partido nunca lo ha dicho formalmente. En ese grupo había gente como Hugo Gutiérrez Vega, Manuel Rodríguez Lapuente u Horacio Guajardo, quien por cierto llegó a ser muy cercano a Miguel Ángel.
“Este grupo panista quería entonces transformar a su partido e inscribirlo a nivel internacional como un partido demócrata cristiano. Tenía elementos para hacerlo, ya que la plataforma y los principios del PAN se vinculan con los de la doctrina social cristiana.
“En el 62 hubo inclusive un consejo nacional donde se planteó la posibilidad de incorporarse como partido demócrata cristiano. Sin embargo, al ingreso se opusieron dirigentes tradicionales como Manuel Gómez Morín y Adolfo Christlieb Ibarrola, en ese tiempo presidente del partido.
“De manera que ese grupo fracasó en su intento de incorporación. Hubo incluso una ruptura, pues se salieron del PAN Gutiérrez Vega, Rodríguez Lapuente y grupos de Chihuahua, Jalisco, Querétaro y Colima, entre otros.”
Paoli indica que desde entonces Granados Chapa trabó amistad con Horacio Guajardo, “un intelectual que dirigía la revista cristiana Señal, que tenía una cruz como símbolo. Y Guajardo llevaba amistad con varios periodistas como Carlos Septién y Manuel Buendía. Fue Guajardo quien recomendó a Miguel Ángel para que trabajara con Buendía en el semanario Crucero, abriéndole así las puertas del periodismo”.
Guajardo mismo, en una semblanza que escribió sobre Granados Chapa –titulada Democracia y verdad y publicada en el libro de testimonios Miguel Ángel Granados Chapa, maestro y periodista– relata ese episodio:
“Manuel Buendía me pidió candidatos a reporteros para el semanario Crucero, le presenté a Ernesto Ortiz Paniagua y a Miguel Ángel. Ambos fueron aceptados.”
Refiere también que él después apadrinaría la boda de Granados Chapa: “Mi esposa Graciela y yo apadrinamos el matrimonio de Martha Isabel y Miguel Ángel en la catedral de Pachuca, Hidalgo”. Y habla sobre su estrecha relación con el columnista, con quien nunca se trató “como ahijado-padrino”.
Los años formativos
En 1964, en la Crucero el joven reportero empezó a demostrar que su militancia cristiana no era obstáculo para denunciar a grupos de la ultraderecha católica que, de manera secreta, operaban en México para impulsar movimientos nazifascistas, sobre todo en las universidades. Bajo distintas fachadas que protegían su identidad, estos grupos operaban en diversos puntos del país. En Puebla, por ejemplo, se les conocía como el Frente Universitario Anticomunista (FUA), y en el Distrito Federal como el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO). Granados Chapa publicó información que los desenmascaraba. En respuesta, le enviaron a un grupo de sicarios que lo secuestraron y le propinaron una golpiza, dejándolo inconsciente y ensangrentado.
Recuerda Paoli Bolio:
“Esos grupos estaban apoyados por obispos ultraconservadores y otros miembros del clero. Eran organizaciones secretas cuyos integrantes juramentaban encapuchados, entre calaveras, cristos y cirios encendidos. En algunos periódicos llegaron a decir que nosotros éramos ‘peces rojos nadando en agua bendita’. Nos atacaron muchísimo.”
De Crucero Granados Chapa pasa a trabajar por breve tiempo a la agencia Informac, dirigida por Fernando Solana. Y de ahí, en 1966, al periódico Excélsior, de donde sale en 1976 a raíz del golpe asestado por el presidente Luis Echeverría contra el diario.
Después participa en la fundación de Proceso, del que fue director gerente durante los primeros meses. Sale de la revista y, en 1977, aparece por primera vez su columna Plaza Pública en el diario Cine Mundial. A principios de los ochenta trabaja en el diario Unomásuno. Luego pasa al periódico La Jornada. Más tarde funda la revista Mira, que dirige hasta 1994.
Granados Chapa escribe libros, trabaja en radio, es profesor universitario e incluso, en 1999, es candidato a gobernador de Hidalgo, postulado por una coalición encabezada por el PRD. Pero fue Plaza Pública el espacio periodístico donde principalmente ventiló los abusos del poder político, así como los reclamos ciudadanos a los funcionaros públicos. Mantuvo su columna durante 34 años, hasta dos días antes de morir de cáncer.
En toda esta trayectoria profesional lo acompañó siempre su amigo Paoli, quien comenta:
“Antes de tomar muchas decisiones importantes, Miguel Ángel siempre las consultaba conmigo. Así como yo le consultaba las mías.”
Doctor en ciencias sociales, Paoli fue fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), después militante panista y diputado federal por ese partido. En el ámbito académico, fue rector de la UAM-Xochimilco y profesor en varias universidades, actualmente es investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
Autor de varios libros sobre política y sociología, Paoli fue además articulista en varios medios donde trabajó su amigo Miguel Ángel: Últimas Noticias de Excélsior, Proceso, Unomásuno, La Jornada, Mira, El Financiero…
“Estuve con Miguel Ángel en muchos de sus proyectos editoriales. Incluso cuando él abrió su propia empresa editora, el primer libro que publicó fue un libro mío”, dice.
Y como muchos otros, Paoli coincide en que los atributos de Granados Chapa fueron su “honradez profesional”, su “compromiso con la verdad”, su “memoria prodigiosa” y su “rechazo a todo cohecho”.
En una semblanza que escribió en 2008 sobre el columnista –Notas sobre Miguel Ángel, incluida también en el libro Miguel Ángel Granados Chapa, maestro y periodista– cuenta Paoli:
“Miguel Ángel ha rechazado cohechos mayores y menores, desde una casa que le ofrecieron en la colonia Campestre Churubusco, hasta pretendidas dádivas menores que no son necesariamente cohechos, sino algunas veces amabilidades de quienes se quieren ver bien tratados por nuestro laureado periodista. Lo he visto devolver, en restaurantes, una botella de vino que le mandan de otra mesa. Hasta ese punto llega su escrúpulo porque no ha querido ver condicionadas, ni siquiera virtualmente, sus posiciones y opiniones por aceptar pequeños regalos, que en algunos casos pudieron tener sólo intenciones de halago.”
El escritor Enrique Krauze, por su parte, asegura que a Granados Chapa lo movía “una piedad cristiana y una justicia republicana”.
En un artículo que le dirigió a Granados Chapa –titulado Buenos días, Miguel Ángel, publicado en el diario Reforma el viernes 14–, Krauze agrega:
“Entiendo que fuiste católico y dejaste de serlo, pero sé también –o imagino–que seguiste siendo cristiano, y que has practicado ese cristianismo en el sentido original de la palabra, como un deber de servicio hacia los demás, como una misión orientada hacia la justicia y al bien común.
“Dije cristiano y ahora digo liberal, porque como supo Altamirano –otro de tus amigos eternos– esas dos generosas corrientes del pasado mexicano no se contraponen, se complementan. Tu jacobinismo no ha sido visceral sino racional: separar lo sagrado de lo profano. Tu liberalismo ha sido esencialmente político y ha sido impecable: limitar el poder, ordenar a los poderes, defender las libertades.”
Paoli Bolio asiente con la cabeza y recalca:
“Sí, Miguel Ángel siempre conservó su fe en Dios y en la doctrina cristiana. Hace poco, durante un homenaje que se le rindió en la Universidad Iberoamericana y ante un grupo de jesuitas, él se definió a sí mismo como ‘judeo cristiano’. Se consideró deudor de esa tradición religiosa.”
–¿Hasta el final de sus días?
–Hasta el final. Basta leer las últimas palabras que nos dirigió en su última columna. Ahí nos dice que, pese a todos los males y a la pudrición del país, él se va creyendo en la salvación y en el renacimiento de la vida. Esa es una confesión muy cristiana.
En efecto, en esa columna publicada el viernes 14 en Reforma –dos días antes de morir–, Granados Chapa hace un recuento apocalíptico de los males que aquejan a México: “La inequidad social, la pobreza, la incontenible violencia criminal, la corrupción que tantos beneficiarios genera, la lenidad recíproca, unos peores que otros, la desesperanza social”.
Para “escapar de la pudrición que no es destino inexorable” –agregaba quien moriría dos días después–, es deseable que “el espíritu” nos impulse para que “renazca la vida”. Y concluye: “Sé que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo”.
Recuerda Paoli Bolio:
“Esos grupos estaban apoyados por obispos ultraconservadores y otros miembros del clero. Eran organizaciones secretas cuyos integrantes juramentaban encapuchados, entre calaveras, cristos y cirios encendidos. En algunos periódicos llegaron a decir que nosotros éramos ‘peces rojos nadando en agua bendita’. Nos atacaron muchísimo.”
De Crucero Granados Chapa pasa a trabajar por breve tiempo a la agencia Informac, dirigida por Fernando Solana. Y de ahí, en 1966, al periódico Excélsior, de donde sale en 1976 a raíz del golpe asestado por el presidente Luis Echeverría contra el diario.
Después participa en la fundación de Proceso, del que fue director gerente durante los primeros meses. Sale de la revista y, en 1977, aparece por primera vez su columna Plaza Pública en el diario Cine Mundial. A principios de los ochenta trabaja en el diario Unomásuno. Luego pasa al periódico La Jornada. Más tarde funda la revista Mira, que dirige hasta 1994.
Granados Chapa escribe libros, trabaja en radio, es profesor universitario e incluso, en 1999, es candidato a gobernador de Hidalgo, postulado por una coalición encabezada por el PRD. Pero fue Plaza Pública el espacio periodístico donde principalmente ventiló los abusos del poder político, así como los reclamos ciudadanos a los funcionaros públicos. Mantuvo su columna durante 34 años, hasta dos días antes de morir de cáncer.
En toda esta trayectoria profesional lo acompañó siempre su amigo Paoli, quien comenta:
“Antes de tomar muchas decisiones importantes, Miguel Ángel siempre las consultaba conmigo. Así como yo le consultaba las mías.”
Doctor en ciencias sociales, Paoli fue fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), después militante panista y diputado federal por ese partido. En el ámbito académico, fue rector de la UAM-Xochimilco y profesor en varias universidades, actualmente es investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
Autor de varios libros sobre política y sociología, Paoli fue además articulista en varios medios donde trabajó su amigo Miguel Ángel: Últimas Noticias de Excélsior, Proceso, Unomásuno, La Jornada, Mira, El Financiero…
“Estuve con Miguel Ángel en muchos de sus proyectos editoriales. Incluso cuando él abrió su propia empresa editora, el primer libro que publicó fue un libro mío”, dice.
Y como muchos otros, Paoli coincide en que los atributos de Granados Chapa fueron su “honradez profesional”, su “compromiso con la verdad”, su “memoria prodigiosa” y su “rechazo a todo cohecho”.
En una semblanza que escribió en 2008 sobre el columnista –Notas sobre Miguel Ángel, incluida también en el libro Miguel Ángel Granados Chapa, maestro y periodista– cuenta Paoli:
“Miguel Ángel ha rechazado cohechos mayores y menores, desde una casa que le ofrecieron en la colonia Campestre Churubusco, hasta pretendidas dádivas menores que no son necesariamente cohechos, sino algunas veces amabilidades de quienes se quieren ver bien tratados por nuestro laureado periodista. Lo he visto devolver, en restaurantes, una botella de vino que le mandan de otra mesa. Hasta ese punto llega su escrúpulo porque no ha querido ver condicionadas, ni siquiera virtualmente, sus posiciones y opiniones por aceptar pequeños regalos, que en algunos casos pudieron tener sólo intenciones de halago.”
El escritor Enrique Krauze, por su parte, asegura que a Granados Chapa lo movía “una piedad cristiana y una justicia republicana”.
En un artículo que le dirigió a Granados Chapa –titulado Buenos días, Miguel Ángel, publicado en el diario Reforma el viernes 14–, Krauze agrega:
“Entiendo que fuiste católico y dejaste de serlo, pero sé también –o imagino–que seguiste siendo cristiano, y que has practicado ese cristianismo en el sentido original de la palabra, como un deber de servicio hacia los demás, como una misión orientada hacia la justicia y al bien común.
“Dije cristiano y ahora digo liberal, porque como supo Altamirano –otro de tus amigos eternos– esas dos generosas corrientes del pasado mexicano no se contraponen, se complementan. Tu jacobinismo no ha sido visceral sino racional: separar lo sagrado de lo profano. Tu liberalismo ha sido esencialmente político y ha sido impecable: limitar el poder, ordenar a los poderes, defender las libertades.”
Paoli Bolio asiente con la cabeza y recalca:
“Sí, Miguel Ángel siempre conservó su fe en Dios y en la doctrina cristiana. Hace poco, durante un homenaje que se le rindió en la Universidad Iberoamericana y ante un grupo de jesuitas, él se definió a sí mismo como ‘judeo cristiano’. Se consideró deudor de esa tradición religiosa.”
–¿Hasta el final de sus días?
–Hasta el final. Basta leer las últimas palabras que nos dirigió en su última columna. Ahí nos dice que, pese a todos los males y a la pudrición del país, él se va creyendo en la salvación y en el renacimiento de la vida. Esa es una confesión muy cristiana.
En efecto, en esa columna publicada el viernes 14 en Reforma –dos días antes de morir–, Granados Chapa hace un recuento apocalíptico de los males que aquejan a México: “La inequidad social, la pobreza, la incontenible violencia criminal, la corrupción que tantos beneficiarios genera, la lenidad recíproca, unos peores que otros, la desesperanza social”.
Para “escapar de la pudrición que no es destino inexorable” –agregaba quien moriría dos días después–, es deseable que “el espíritu” nos impulse para que “renazca la vida”. Y concluye: “Sé que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo”.
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Su batalla silenciosa/Fátima Fernández Christlieb
Revista Proceso # 1825, 23 de octubre de 2011;
Revista Proceso # 1825, 23 de octubre de 2011;
Le gustaba decir que habíamos sido formalmente presentados por Julio Scherer García. Así fue. En el último semestre de la carrera de comunicación, a principios de los setenta, fui a Excélsior a pedirle a Julio, quien había sido mi maestro, que me dirigiera la tesis. “Yo no me dedico a eso”, me respondió casi molesto, pero sé de alguien que lo sabe hacer bien. Me llevó con Miguel Ángel Granados. Aceptó. Me titulé.
Años después fue mi sinodal en un par de concursos de oposición en la UNAM. Estaba al tanto de las investigaciones en la materia. Cuando aparecían autores nuevos los ubicaba; si la tecnología se complicaba buscaba la manera de entender cómo afectaría socialmente. Se mantuvo al día e incidió con su crítica en los procesos legislativos.
El 4 de mayo de 2006 coincidimos en la Suprema Corte acompañando a los senadores que presentaron la acción de inconstitucionalidad contra la Ley Televisa, a la salida nos fuimos a comer y conversamos largo. “¿Todo esto para qué, Miguel Ángel?”, lo cuestionaba desde mi ya incipiente desencanto. “Tú confía en los ministros”, me respondió, “vas a ver cómo le entran a esto”. Y así fue. El 5 de junio de 2007 a las 13:50 horas, cuando Ortiz Mayagoitia dio el martillazo que declaró inconstitucionales los artículos claves, verifiqué que sabía de lo que hablaba.
El tema de los medios en México fue un tema de conversación con él hasta que apareció el cáncer. Me contó de los tumores en el hígado y en el colon. De ahí en adelante no hubo más tema que el sentido de la vida y los obstáculos que ésta nos coloca.
Vino el 2008 con los estragos que hacían tanto la enfermedad como la quimioterapia, vinieron también los homenajes. El de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM fue largo. Comenzó el 17 de septiembre con sesiones semanales y terminó el 29 de octubre. Ese día me tocó exponer en el auditorio. Él estaba en primera fila. Yo lo miraba desde la mesa que estaba más arriba. Sus malestares físicos eran evidentes. Sostenía la cabeza con su mano y cerró los ojos casi toda la sesión, aunque al final subió al presídium y el público escuchó a una mente lúcida e intacta.
Unas semanas después estaba en el hospital. Por primera vez en su vida dejó de escribir. El ejemplar de Proceso del 9 de noviembre no traía su texto, el miércoles 12 se abrió un paréntesis también en Reforma. La semana anterior había tenido que abandonar la cabina de Radio UNAM por falta de fuerzas. Pero se repuso y en 2009 se fue para arriba de nuevo.
“¿Cómo le hiciste, Miguel Ángel?”, pregunté. “Me reconcilié”, respondió. Y relató cómo en esas noches de hospital, en las que no dormía, repasó su infancia y pudo entrarle a imágenes a las que normalmente se resistía. ¿Como cuáles? Al recordar mis preguntas me detengo. Cuando alguien se va puede uno despeñarse en relatos que el interesado ya no puede matizar o que quizás no le hubiera gustado que salieran a la luz. Hago esfuerzos por recordar qué ángulos de sus respuestas solía tocar incluso en otras épocas y con más gente. Admiró y quiso profundamente, como es sabido, a don Paco Martínez de la Vega, a Manuel Buendía, a don Tomás Gerardo Allaz. Buscaba en ellos, y ésa era una batalla silenciosa, al padre que no estuvo. “Con él me reconcilié”, dijo y agregó: “Si mi madre así lo quería, así lo acepto yo también”. Y por casi tres años venció a las células malignas.
Hablar de ti, Miguel Ángel, no iba con tu oficio ni con tu personalidad. Lo sé. Dudé mucho antes de escribir estos renglones y creo que así, sin detalles ni honduras, te hubiera gustado un homenaje también a esta reconciliación final porque, como tú decías, éstos son los asuntos importantes de la vida.
Años después fue mi sinodal en un par de concursos de oposición en la UNAM. Estaba al tanto de las investigaciones en la materia. Cuando aparecían autores nuevos los ubicaba; si la tecnología se complicaba buscaba la manera de entender cómo afectaría socialmente. Se mantuvo al día e incidió con su crítica en los procesos legislativos.
El 4 de mayo de 2006 coincidimos en la Suprema Corte acompañando a los senadores que presentaron la acción de inconstitucionalidad contra la Ley Televisa, a la salida nos fuimos a comer y conversamos largo. “¿Todo esto para qué, Miguel Ángel?”, lo cuestionaba desde mi ya incipiente desencanto. “Tú confía en los ministros”, me respondió, “vas a ver cómo le entran a esto”. Y así fue. El 5 de junio de 2007 a las 13:50 horas, cuando Ortiz Mayagoitia dio el martillazo que declaró inconstitucionales los artículos claves, verifiqué que sabía de lo que hablaba.
El tema de los medios en México fue un tema de conversación con él hasta que apareció el cáncer. Me contó de los tumores en el hígado y en el colon. De ahí en adelante no hubo más tema que el sentido de la vida y los obstáculos que ésta nos coloca.
Vino el 2008 con los estragos que hacían tanto la enfermedad como la quimioterapia, vinieron también los homenajes. El de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM fue largo. Comenzó el 17 de septiembre con sesiones semanales y terminó el 29 de octubre. Ese día me tocó exponer en el auditorio. Él estaba en primera fila. Yo lo miraba desde la mesa que estaba más arriba. Sus malestares físicos eran evidentes. Sostenía la cabeza con su mano y cerró los ojos casi toda la sesión, aunque al final subió al presídium y el público escuchó a una mente lúcida e intacta.
Unas semanas después estaba en el hospital. Por primera vez en su vida dejó de escribir. El ejemplar de Proceso del 9 de noviembre no traía su texto, el miércoles 12 se abrió un paréntesis también en Reforma. La semana anterior había tenido que abandonar la cabina de Radio UNAM por falta de fuerzas. Pero se repuso y en 2009 se fue para arriba de nuevo.
“¿Cómo le hiciste, Miguel Ángel?”, pregunté. “Me reconcilié”, respondió. Y relató cómo en esas noches de hospital, en las que no dormía, repasó su infancia y pudo entrarle a imágenes a las que normalmente se resistía. ¿Como cuáles? Al recordar mis preguntas me detengo. Cuando alguien se va puede uno despeñarse en relatos que el interesado ya no puede matizar o que quizás no le hubiera gustado que salieran a la luz. Hago esfuerzos por recordar qué ángulos de sus respuestas solía tocar incluso en otras épocas y con más gente. Admiró y quiso profundamente, como es sabido, a don Paco Martínez de la Vega, a Manuel Buendía, a don Tomás Gerardo Allaz. Buscaba en ellos, y ésa era una batalla silenciosa, al padre que no estuvo. “Con él me reconcilié”, dijo y agregó: “Si mi madre así lo quería, así lo acepto yo también”. Y por casi tres años venció a las células malignas.
Hablar de ti, Miguel Ángel, no iba con tu oficio ni con tu personalidad. Lo sé. Dudé mucho antes de escribir estos renglones y creo que así, sin detalles ni honduras, te hubiera gustado un homenaje también a esta reconciliación final porque, como tú decías, éstos son los asuntos importantes de la vida.
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