Llama a sancionar al presidente por faltar al Estado laico
Revista Proceso # 1825, 23 de octubre de 2011;
Palabra De Lector
Señor director:
Le solicito la inserción de esta carta en la gustada sección Palabra de Lector del semanario a su digno cargo.
Durante la inauguración de la Plaza Mariana, el pasado 12 de octubre, el presidente Felipe Calderón violentó la Constitución, la Ley de Asociaciones Religiosas y el carácter laico del Estado mexicano.
Acompañado del jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, y del cardenal Norberto Rivera, afirmó que todos “los mexicanos somos guadalupanos sin importar fe o creencias”. Asimismo, refirió que “la señora de Guadalupe es un signo de identidad y de unidad. Somos guadalupanos (…) y, para quienes profesamos la fe católica, a quienes congrega esta imagen tan representativa de México y de los mexicanos (…) la Basílica de Guadalupe es un factor de integración social, de afianzamiento de la identidad nacional y de la unidad…”.
Ese discurso de Calderón, además de ser discriminatorio y lesivo de los derechos humanos, lapida la citada “unidad” y polariza a las minorías religiosas y a los no católicos, quienes suman el 30% de la población. Revivió así el viejo discurso eclesiástico que pugna por que se identifique mexicanidad con catolicismo.
Al expresar que “somos guadalupanos”, nos guste o no, y que la citada imagen es “representativa de todos los mexicanos”, Calderón antepone sus creencias personales a su investidura presidencial, quebrantando con ello la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, cuyo artículo tercero señala que “el Estado mexicano es laico”, y que éste “no podrá establecer ningún tipo de preferencia o privilegio en favor de religión alguna”.
El presidente Benito Juárez, en Apuntes para mis hijos, apuntó que “los gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger la libertad que los gobernados tienen de practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna”.
Cuando Calderón alude al guadalupanismo como “signo de identidad”, debería recordar que al ser impuesto dicho culto en nuestro país (en la primera mitad del siglo XVI), la cruz y la espada de los conquistadores violentaron la religiosidad prehispánica, sembrando confusión y división entre los naturales. Por otro lado, el censo de 2010 reveló que nuestro país es cada vez menos católico y, por ende, menos guadalupano, por lo que la aseveración del presidente, además de ofensiva, resulta errática y anacrónica.
A mi juicio, no se debe tolerar el hecho de que un presidente de la República, al hacer una apología religiosa de dichas dimensiones, trasgreda el orden constitucional. El Poder Legislativo, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y el Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación (Conapred) están obligados a actuar en consecuencia. La consolidación del Estado laico en nuestro país se los demanda. (Carta resumida.)
Durante la inauguración de la Plaza Mariana, el pasado 12 de octubre, el presidente Felipe Calderón violentó la Constitución, la Ley de Asociaciones Religiosas y el carácter laico del Estado mexicano.
Acompañado del jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, y del cardenal Norberto Rivera, afirmó que todos “los mexicanos somos guadalupanos sin importar fe o creencias”. Asimismo, refirió que “la señora de Guadalupe es un signo de identidad y de unidad. Somos guadalupanos (…) y, para quienes profesamos la fe católica, a quienes congrega esta imagen tan representativa de México y de los mexicanos (…) la Basílica de Guadalupe es un factor de integración social, de afianzamiento de la identidad nacional y de la unidad…”.
Ese discurso de Calderón, además de ser discriminatorio y lesivo de los derechos humanos, lapida la citada “unidad” y polariza a las minorías religiosas y a los no católicos, quienes suman el 30% de la población. Revivió así el viejo discurso eclesiástico que pugna por que se identifique mexicanidad con catolicismo.
Al expresar que “somos guadalupanos”, nos guste o no, y que la citada imagen es “representativa de todos los mexicanos”, Calderón antepone sus creencias personales a su investidura presidencial, quebrantando con ello la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, cuyo artículo tercero señala que “el Estado mexicano es laico”, y que éste “no podrá establecer ningún tipo de preferencia o privilegio en favor de religión alguna”.
El presidente Benito Juárez, en Apuntes para mis hijos, apuntó que “los gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger la libertad que los gobernados tienen de practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna”.
Cuando Calderón alude al guadalupanismo como “signo de identidad”, debería recordar que al ser impuesto dicho culto en nuestro país (en la primera mitad del siglo XVI), la cruz y la espada de los conquistadores violentaron la religiosidad prehispánica, sembrando confusión y división entre los naturales. Por otro lado, el censo de 2010 reveló que nuestro país es cada vez menos católico y, por ende, menos guadalupano, por lo que la aseveración del presidente, además de ofensiva, resulta errática y anacrónica.
A mi juicio, no se debe tolerar el hecho de que un presidente de la República, al hacer una apología religiosa de dichas dimensiones, trasgreda el orden constitucional. El Poder Legislativo, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y el Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación (Conapred) están obligados a actuar en consecuencia. La consolidación del Estado laico en nuestro país se los demanda. (Carta resumida.)
Atentamente
Laura Campos Jiménez
Historiadora por la Universidad de Guadalajara
camposjmz@gmail.com
Laura Campos Jiménez
Historiadora por la Universidad de Guadalajara
camposjmz@gmail.com
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