- Huid, insensatos, huid/Francisco de la Torre es inspector de Hacienda.
Chipre
es una isla europea más cercana a Beirut, Jerusalén y Damasco que a Berlín y
Madrid. Pues bien, esta antigua colonia británica, habitada fundamentalmente
por griegos, y que está en la lista española de paraísos fiscales, es miembro
de la Unión Europea desde 2004 y su moneda es el euro. Este pasado fin de
semana, el Gobierno chipriota, en una situación económica crítica, ha tenido
que aceptar un gravoso rescate de la Unión Europea.
Chipre
no estaba en las listas de paraísos fiscales por casualidad. Si un territorio
tiene unos impuestos muy bajos (una tasa nominal del 10% en el impuesto de
sociedades), un secreto bancario blindado, escasísima cooperación
administrativa con otros Estados y un cumplimiento «mejorable» de la normativa
europea y de los tratados contra el blanqueo de capitales, los demás Estados lo
suelen incluir en este tipo de listas, por una cuestión de pura auto-defensa.
Los
paraísos fiscales generan infinidad de problemas: pérdida de impuestos para los
demás Estados, fuga de capitales… Sin embargo, lo que no es tan conocido es
que, además, dificultan extraordinariamente la supervisión bancaria,
precisamente por la opacidad y la ausencia de regulación y supervisores
cualificados. En el mundo existen muchos, desgraciadamente demasiados, paraísos
fiscales. En estas condiciones, los bancos situados en «centros financieros
off-shore», especialmente los de menos reputación, además de ofrecer opacidad
(perdón, «confidencialidad reforzada»), ofrecen también, especialmente a los
inversores extranjeros, altas rentabilidades. Si estas rentabilidades no se
materializan, porque se ha invertido, por ejemplo, en productos derivados
finalmente fallidos, o en deuda pública griega en la que finalmente hay que
aceptar una quita, la banca puede acabar siendo insolvente. Todo esto no es
nuevo, y ya ha pasado antes. Lo que es una peculiaridad es que todo esto suceda
en un Estado de la Unión Europea.
A
estas alturas, parece que la integración de Chipre en la Unión Europea fue un
error catastrófico. Incluir un paraíso fiscal en la Unión es terriblemente
pernicioso porque en la UE existe libertad de establecimiento y sobre todo,
absoluta libertad de circulación de capitales. Esto hace dificilísimo aplicar
cualquier medida fiscal antiparaíso e imposible controlar los capitales.
Además, hasta ahora existía una garantía sobre los depósitos en bancos
europeos, por lo menos hasta 100.000 euros. Esto ha posibilitado que la banca
chipriota haya podido captar más depósitos de los que ha podido razonablemente
gestionar; aprovechando las libertades comunitarias y haciendo a las
instituciones europeas responsables, ya que compartimos la misma moneda. En el
camino, todos los Estados europeos han perdido recaudación fiscal: un pésimo
negocio.
Aun
así, las necesidades totales de capital de la banca chipriota ascienden a
17.000 millones de euros. Para hacernos una idea, sólo las pérdidas de Bankia
en 2012 ascendieron a 19.000 millones de euros, con lo que lo de Chipre, desde
una perspectiva europea, no es mucho dinero. Sin embargo, de recibir el dinero
como préstamo, los chipriotas hubiesen tenido que asumir una deuda pública del
140% de su PIB, es decir, no hubiesen podido devolver el dinero del rescate.
Con este panorama, sólo cabían tres opciones: darle a Chipre el dinero a fondo
perdido, dejar quebrar a las entidades financieras chipriotas, es decir, no
conceder rescate alguno, o que los acreedores de la banca chipriota pagasen, a
fondo perdido, parte del desfase en las entidades financieras. Traduciendo,
prestar a alguien que no te puede devolver el dinero no es otra cosa sino
regalárselo. Por lo que, si no se está dispuesto a regalar miles de millones de
euros a un paraíso fiscal, sólo cabe la opción de que pague el contribuyente
chipriota o el que haya invertido en la banca de ese país. Si la banca de
Chipre le debe a depositantes e inversores más del 500% del PIB chipriota, no
hay forma de que el contribuyente de Chipre asuma toda la factura, ni ahora ni
en el futuro. En estas condiciones, si el principal contribuyente, que es
Alemania no quiere prestar con altísimo riesgo de impago, sólo queda la opción
de la quita a los acreedores de la banca.
Esta
quita se podía hacer de tres formas, básicamente: sobre los acreedores no europeos,
sobre los depósitos que excediesen de 100.000 euros, no garantizados por la UE,
o sobre todos los depósitos. Cualquiera de las dos primeras opciones implicaba
una quita superior al 30% para los afectados. Esto hubiese castigado a los
inversores fundamentalmente rusos, que se habían aprovechado del paraíso
fiscal. Con un castigo tan fuerte, seguramente no hubiesen vuelto. En
consecuencia, el Gobierno de Chipre ha preferido girar la factura también al
ciudadano que tiene el dinero en el banco. Como era previsible, ante la airada
reacción social, el Gobierno de Nicosia no ha conseguido la aprobación de este
«plan de rescate». Esto ha obligado a prorrogar el cierre bancario,
estableciendo el primer corralito en la Historia de la Unión Europea.
En
mi opinión, todo el esquema era disparatado. El error de la incorporación de
Chipre a la UE no se arregla con castigos indiscriminados en los planes de
rescate. La actuación del Gobierno de Chipre, que sólo buscaba minimizar las
pérdidas de los inversores extranjeros, no sólo era injusta sino que
garantizaba seguir teniendo un paraíso fiscal en la UE. Es cierto que Chipre
debía elevar el impuesto de sociedades al 12,5%, pero no era suficiente. Parece
que no hemos aprendido nada del rescate irlandés: Irlanda salvó su sistema
financiero subiendo todos los impuestos, pero manteniendo los privilegios
fiscales de las multinacionales, que acaban remansando su dinero en paraísos
fiscales y eludiendo su tributación en toda Europa. Para todos los
contribuyentes europeos, incluyendo los alemanes, hubiese sido preferible que
eso se hubiese desmontado aunque las condiciones del rescate hubiesen sido más
suaves.
Además,
que la UE admitiese la quita sobre los depósitos inferiores a 100.000 euros,
aunque ahora reniegue de la idea, lanza el peligrosísimo mensaje a los
europeos, sobre todo del sur, de que su dinero no está seguro en el banco:
«Huid, insensatos, huid». Esto puede provocar un pánico financiero y favorecer
la acumulación de efectivo, lo que no es precisamente positivo para la lucha
contra grandes lacras como la economía sumergida o el blanqueo de capitales.
Además, es imposible la reactivación del crédito y de la actividad económica si
los ciudadanos retiran los depósitos del banco o los transfieren masivamente al
norte de Europa o a Suiza. Que a estas alturas no haya ningún tipo de solución,
sólo está agravando los problemas. De hecho, las bolsas europeas han perdido en
dos días una cifra muy superior al famoso rescate.
Para
una voz tan autorizada como la de Mario Draghi, presidente del BCE, «Chipre es
una pequeña economía, pero los riesgos sistémicos nunca son pequeños». Nos
guste o no, y aunque la situación de los demás «países periféricos» no sea en
nada comparable, el de momento fallido rescate a Chipre crea un peligrosísimo
precedente para Europa, su sistema bancario y sus ciudadanos.
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