La
imagen de Dilma Rousseff se desploma a causa de las protestas
La
caída de 27 puntos en su popularidad es la mayor desde el inicio de la
democracia en Brasil, según el instituto Datalfolha
FRANCISCO
PEREGIL, reportero.
El País, Río de Janeiro 29 JUN 2013:
La
presidenta Dilma Rousseff quizás haya sido la jefa de Estado que con mayor
presteza y de forma más sistemática ha respondido en lo que va de siglo a las
protestas de la calle. Y sin embargo, la calle la ha castigado con una caída de
popularidad como no se recordaba en Brasil desde la llegada de la democracia en
1985. Una encuesta efectuada el viernes y el sábado entre 4.717 personas en 196
municipios revela que su imagen se desplomó desde un 57 a un 30% en sólo tres
semanas. El 81% de los entrevistados apoya las manifestaciones y el 65% cree
que esas protestas trajeron más beneficios que perjuicios. Pero nada de esos
avances se le atribuyen a la gestión de la Rouseff. La presidenta, que ya fue
silbada tres veces en la inauguración de la Copa de Confederaciones, decidió no
acudir el domingo al estadio Maracaná para presenciar la final entre Brasil y
España.
En
abril de 2012, cuando llevaba 15 meses al mando del Gobierno, Rousseff batió su
récord de popularidad con un 77% de aceptación, algo sin precedente en los
últimos 20 años de Brasil. Era la presidenta que destituyó hasta 10 ministros
envueltos en casos de corrupción, casi a un ritmo de uno por mes. Sin embargo
la inflación y el descenso en el crecimiento económico, entre otros factores,
hizo que en marzo cayera su popularidad hasta el 65% y en junio hasta el 57%.
Ahora su imagen se encuentra 17 puntos porcentuales por debajo del 47% que
tenía cuando asumió la presidencia.
Sin
embargo, no se puede decir que a Rousseff le haya temblado la mano a la hora de
atender el mensaje de la calle. Cuando aún resonaba las palabras de “vándalos”
con que los medios y las autoridades de Gobierno y oposición en São Paulo
habían tildado a los manifestantes, Rousseff declaró que había entendido el
mensaje. Y reconoció que la mayoría de quienes protestaron lo hicieron de forma
pacífica. Sus detractores alegaron que sólo había humo detrás de sus palabras.
Pero dos días después, en Río de Janeiro y São Paulo se derogó la subida del
transporte.
De
poco sirvió. La gente no se había manifestado por 20 céntimos. Así que el
jueves 20 de junio salieron a la calle 1,2 millones de personas, cifra que –una
vez más—no se conocía en Brasil desde la lucha por la democracia. Rousseff
volvió a asegurar que había entendido el mensaje. Y planteó cinco puntos para
una ambiciosa reforma política. Comenzó a reunirse con líderes de los
movimientos sociales, con alcaldes, gobernadores y presidentes del Supremo, la
Cámara de Diputados y el Senado. Sus detractores volvieron a decir que había
echado una cortina de humo. Sin embargo, en la madrugada del miércoles los
diputados rechazaron la PEC-37, la Propuesta de Enmienda Constitucional
conocida como la “ley de la impunidad”, la que limitaba los poderes de
investigación de la fiscalía en casos de corrupción. Fue otra gran victoria de
la calle.
El
rechazo al proyecto de ley habría sido impensable sin las protestas que
comenzaron el 6 de junio. Pero también sin la firme decisión de Rousseff de
promover su rechazo. Al día siguiente, el pasado miércoles, el Tribunal Supremo
Federal decretaba la prisión para el diputado Natan Donadon, del centrista
Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Donadon, después de
fugarse y entregarse el viernes, a la misma velocidad de vértigo en la que se
suceden ahora los acontecimientos en Brasil, es el primer diputado preso en
Brasil desde 1974. Algo parece estar cambiando en el panorama brasileño. Pero
la calle quiere más. Y la que más ha perdido ha sido la que más capital
político y buena imagen tenía para perder.
La
encuesta revela datos muy interesantes sobre las contradicciones que se viven
estos días en Brasil. La presidenta inició la semana sorprendiendo a todo el
mundo con la propuesta de una reforma política a través de un “proceso
constituyente”. Sin embargo, reputados juristas, la oposición en pleno y los
medios periodísticos con mayor audiencia se le echaron encima alegando que una
vez que se designa una asamblea constituyente ésta no puede limitarse a hacer
una reforma política, sino que tiene potestad de cambiarla de arriba abajo.
Rousseff no tuvo más remedio que dar marcha atrás en menos de 24 horas. Sin
embargo, en el sondeo de Datafolha un 73% de los encuestados se muestra
partidario de convocar esa asamblea constituyente.
Rousseff
decidió entonces seguir adelante con la reforma política a través de un
plebiscito. Decidió que aunque no se convocase a unos legisladores para
transformar la Constitución, habría que plantear al pueblo una serie de
preguntas sobre financiación pública o privada de las campañas electorales,
sobre listas abiertas o cerradas y otra serie de elementos. O sea, que el
pueblo apoyara o rechazara directamente los puntos de la reforma.
De
nuevo, la oposición y los principales medios de Brasil criticaron la iniciativa
del plebiscito. Algunos analistas consideran que es como someter al pueblo a un
examen de física. La revista Veja, por ejemplo, dice que exigir a los
brasileños una opinión sobre “los tecnicismos del funcionamiento de los
engranajes electorales” equivale a que los médicos pregunten a los familiares
de un paciente ingresado en cuidados intensivos si están de acuerdo con el
porcentaje de oxígeno en tubo traqueal.
Y
sin embargo, la encuesta de Datafolha revela que el 68% de los entrevistados
quiere que se les consulte en plebiscito. Dicho de otra forma: Dilma Rousseff
es el principal aliado que tienen ahora mismo los ciudadanos para conseguir la
anhelada reforma política tal como ellos quieren que se haga, a través de un
plebiscito. Por si no fuera suficiente con esos objetivos comunes entre
Rousseff y la mayoría de los manifestantes, aún hay otros. El 65% de los
encuestados se opone a que el transporte público sea gratuito, tal como exige
el Movimiento por el Pase Libre, convocante de las primeras protestas. Y
Rousseff también considera inviable esa idea. Sin embargo, en una escala de 0 a
10, los entrevistados puntúan a Rousseff con un 5,8, frente al 7,1 de hace tres
semanas.
¿Por
qué, entonces, se ha desgastado tanto Rousseff en tres semanas a pesar de todas
sus iniciativas? Tal vez los electores hayan interpretado que actuó demasiado
tarde, cuando no le quedaba más remedio. Quizás no confíen en que vaya a ser
capaz de sacar la reforma política adelante. Puede que los ciudadanos hayan
sido ahora más conscientes de los gastos que ocasiona organizar el Mundial de
2014 y no terminan de ver los beneficios. Quizás aún perdura el eco de los
gritos en la calle y sea demasiado pronto para valorar sus medidas. Lo único
claro es que termina el domingo la Copa de Confederaciones, pero el partido en
Brasil no ha hecho más que comenzar.
Quién
se apodera de la calle
F.
P.
Cuando
arreciaron las protestas en Brasil, los brasileños que viven en el extranjero
también convocaron manifestaciones. Un paulistano quiso unirse a la que se
estaba organizando en Brasil a través de Facebook. Quería manifestarse a favor
de la democracia y contra la corrupción. Pero la persona que organizó el acto
le dijo que no. Y el otro usuario preguntó por qué no podía manifestarse.
-Claro
que puedes. Te puedes manifestar contra lo que quieras. Organiza al personal,
ve a la prefectura de policía a conseguir el permiso, haz los carteles, reúne a
la gente… No pretenda surfear en la ola de los otros.
Lo
que estaba implícito en ese diálogo era una división clara entre la izquierda y
la derecha. Los manifestantes de izquierda salieron a la calle motivados por la
mejora en los servicios públicos y la defensa por los derechos de las minorías.
Y los de la derecha enarbolaron principalmente las denuncias contra la
corrupción. En medio fluían las, acusaciones mutuas de que cada uno pretende
apropiarse de la calle para sus propios intereses. También hay miles de
personas que comparten las reivindicaciones de ambos y quieren surfear en todas
las olas.
El
Movimiento por el Pase Libre, convocante de las primeras protestas, dejaron de
organizar marchas cuando vieron que se les adherían grupos con valores de
derecha con los cuales estaban totalmente en desacuerdo. El periodista Antonio
Martins, de 50 años y muy comprometido desde el principio con las protestas en
São Paulo, cree que ir contra la corrupción es como ir contra los terremotos.
“Es algo endémico y, por tanto, no permite establecer un objetivo claro en las
manifestaciones, pero sí permite ir contra el Gobierno, que es lo que persigue
la derecha”, señala.
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