La
neolengua política en Cataluña/Miquel Porta Perales, escritor.
ABC, 29 de junio de 2013:
Se
habla mucho de la perversión del lenguaje. Ese disfrazar, encubrir o connotar
el mundo que permite el lenguaje. Ese manipular la consciencia en beneficio
propio. Para ello, de la disolución de la sintaxis a la corrupción de la
semántica, pasando por los recursos estilísticos, todo vale. Una técnica que
intenta cambiar la percepción de la realidad e, incluso, la propia realidad.
Así las cosas, conviene desvelar la impostura, el fingimiento o engaño que, con
frecuencia, se esconde detrás del lenguaje de los políticos. Al respecto, la
reivindicación independentista desencadenada en Cataluña ha dado lugar a una neolengua
digna de ser analizada.
El
lenguaje del nacionalismo catalán está trufado de conceptos, ideas y
expresiones como las que a continuación se enumeran: «Estado español»,
«realidad plurinacional», «somos una nación», «país», «visión de país»,
«sentido de país», «construir o reconstruir el país», «Constitución», «Tribunal
Constitucional», «respeto», «diálogo», «legalidad», «legitimidad», «cohesión
social», «dignidad», «en Cataluña nunca hemos doblado la espalda para
someternos», «hacer pedagogía», «soberanismo», «acto de soberanía», «derechos
históricos», «Cataluña es un sujeto político y jurídico soberano», «acción
exterior», «la España de matriz castellana», «personalidad nacional catalana»,
«españolismo», «unionismo», «expolio fiscal», «derecho a decidir»,
«democracia», «ley de consultas», «proceso de transición», «estructuras de
Estado», «identidad propia», «lengua propia», «en Cataluña los alumnos conocen
el castellano mejor que en otras Comunidades», «normalización lingüística» o
«inmersión lingüística».
No
consulten el diccionario. Nada es lo que aparenta. Cada uno de estos términos o
expresiones tiene, sacando a colación a Paul Ricoeur, su «excedente de sentido»
que conviene decodificar. Veamos: el «Estado español» sustituye el término
«España» para puntualizar que los catalanes no son españoles, sino miembros de
un Estado ajeno; con «realidad plurinacional» y «somos una nación» se afirma
que España no es la nación que pretende ser y Cataluña sí lo es, aunque no la
dejen ser lo que es; «país» se utiliza comúnmente como sinónimo de «Catalunya»;
con «visión de país» y «sentido de país» se alude a la necesidad de que las
fuerzas políticas catalanas se unan en la senda que conduce a «construir o
reconstruir el país», es decir, a la independencia; la «Constitución» y el
«Tribunal Constitucional» son los instrumentos que permiten que el Estado
español doblegue la libertad nacional de Cataluña; el «respeto» y el «diálogo»
es lo que se exige al otro; la «legalidad» es la camisa de fuerza que impide la
libre expresión del pueblo catalán en su camino hacia la independencia; la
«legitimidad» justifica el incumplimiento de la legalidad en virtud del mandato
del «pueblo»; en nombre de la «cohesión social» y la «dignidad» se justifica
también el incumplimiento de la ley; la prescripción «en Cataluña nunca hemos
doblado la espalda para someternos» invita igualmente al incumplimiento de la
ley amparándose en los deseos del «pueblo»; hay que «hacer pedagogía» (de la
ilegalidad, por cierto) para mostrar que el Estado no atiende las justas
razones del pueblo catalán; «soberanismo», «acto de soberanía» y «derechos
históricos» son sinónimos de independentismo, deslealtad constitucional y
privilegio; con la fórmula «Cataluña es un sujeto político y jurídico soberano»
se afirma lo que no se es para reclamar derechos que no se tienen; «acción
exterior» debe traducirse por «diplomacia catalana»; frente a «la España de
matriz castellana» se erige la «personalidad nacional catalana»; «españolismo»
y «unionismo» son términos peyorativos que designan a los partidarias de la
nación española y de la unidad de España; el «expolio fiscal» connota
negativamente el déficit fiscal propio de las Comunidades Autónomas que generan
mayores recursos; el «derecho a decidir» equivale a consulta pro independencia;
«democracia» implica «derecho a decidir» sin contar con la legalidad vigente;
la «ley de consultas» falsea las competencias propias de la Comunidad Autónoma
con la intención de someter a votación la independencia; el «proceso de
transición» o la hoja de ruta que conduce a la independencia; «estructuras de
Estado» es el eufemismo utilizado para referirse a las instituciones ya en
desarrollo que conformarán la Administración del futuro Estado catalán
independiente; la «identidad propia» y la «lengua propia» se definen en
contraposición a la identidad impropia española y la lengua impropia
castellana; «en Cataluña los alumnos conocen el castellano mejor que en otras
comunidades» es el argumento utilizado para relegar una lengua castellana que,
además de cooficial, es la lengua materna y de uso habitual de más de la mitad
de los ciudadanos catalanes; la «normalización lingüística» y la «inmersión
lingüística» constituyen el núcleo del proceso que persigue la hegemonía de una
lengua sobre otra.
Un
sucinto análisis semiótico muestra que el discurso del nacionalismo catalán se
caracteriza por un determinado modo de significar y usar los signos. El modo de
significar se vale 1) de identificadores que ubican al intérprete en un espacio
concreto que es el de la nación catalana no reconocida y expoliada por España,
2) de apreciadores que valoran positivamente lo catalán y negativamente lo
español, y 3) de prescriptores categóricos que buscan una respuesta –una
conducta– específica en favor de lo nuestro. El modo de significar toma cuerpo
en función de oposiciones: Cataluña/España, diálogo/monólogo, nosotros/ellos,
propio/impropio, legalidad/legitimidad o demócratas/no demócratas. Por su
parte, el uso de los signos no busca la información, sino la comunidad de
significado que transforme al intérprete en creyente a través de un estilo
persuasivo que apela al sentimiento. Contrario sensu, el no creyente deviene un
infiel contrario al sistema de creencias oficialmente establecido en beneficio
de la nación catalana. Hay que añadir que en el lenguaje del nacionalismo
catalán se perciben determinados elementos simbólicos de carácter religioso,
onírico y poético que se sintetizan en la idea de construcción o reconstrucción
nacional –el renacimiento después de la caída– con todo lo que conlleva.
George
Orwell, en un anexo a esa distopía que es 1984, habla de una neolengua ficticia
construida por el Ingsoc –el partido único– con el objetivo de que ciertas
ideas no fueran expresadas ni, siquiera, pensadas. George Orwell: «La intención
de la neolengua no era solamente proveer un medio de expresión a la cosmovisión
y hábitos mentales propios de los devotos del Ingsoc, sino también
imposibilitar otras formas de pensamiento. Lo que se pretendía era que una vez
la neolengua fuera adoptada de una vez por todas y la vieja lengua olvidada,
cualquier pensamiento herético, es decir, un pensamiento divergente de los
principios del Ingsoc, fuera literalmente impensable, o por lo menos en tanto
que el pensamiento depende de las palabras. Su vocabulario estaba construido de
tal modo que diera la expresión exacta y a menudo de un modo muy sutil a cada
significado que un miembro del Partido quisiera expresar, excluyendo todos los
demás sentidos, así como la posibilidad de llegar a otros sentidos por métodos
indirectos. Esto se conseguía inventando nuevas palabras y desvistiendo a las
palabras restantes de cualquier significado heterodoxo, y a ser posible de
cualquier significado secundario. La finalidad de la neolengua no era aumentar,
sino disminuir el área del pensamiento, objetivo que podía conseguirse
reduciendo el número de palabras al mínimo indispensable». Por cierto, el
orwelliano Ministerio de la Verdad era el responsable de la neolengua.
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