23 ago 2013

El gran soñador/Kenneth Weisbrode

El gran soñador/Kenneth Weisbrode, miembro del Consejo Atlántico de Estados Unidos. La Vanguardias, 22 de agosto de 2013
“Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad”. Estas palabras corresponden al discurso de Martin Luther King jr. pronunciado ante la multitud participante en la marcha sobre Washington en agosto de 1963. Es el discurso más conocido, además del discurso de Gettysburg, de Abraham Lincoln. No hace mucho se les exigía a los colegiales que memorizaran y recitaran sus líneas e innumerables políticos lo han repetido. Su contenido ha entrado a formar parte del canon estadounidense como el texto más importante del siglo XX, como lo fue el contenido del discurso de Gettysburg en el siglo XIX y la declaración de Independencia en el siglo XVIII.
No por azar King invocó a sus dos predecesores en su propio discurso. El orador, en pie delante de la pacífica y serena estatua de Lincoln, habló junto a las palabras del discurso de Gettysburg grabadas cerca de él en una de las paredes del monumento. El propio discurso de King empezó con una referencia a este discurso y a la “proclamación de la Emancipación”. Su primera mención del sueño repitió la frase más conocida de la declaración de Independencia, expresada en este caso de otro modo: “Sueño que un día este país se alzará y vivirá el verdadero significado de su credo: ‘Afirmamos que estas verdades son manifiestas: que todos los hombres son creados iguales’”.
King invocó otras imágenes, metáforas y frases conocidas: “¡Viva la libertad!”, y así sucesivamente. Pero su invocación de la declaración de Independencia y del discurso de Gettysburg fue más notable si cabe por la evidente implicación de continuidad que ilustran los tres textos: EE.UU. es un proyecto, un proyecto imperfecto, pero un proyecto destinado a la mejora y progreso a través del tiempo. La declaración de Independencia no afirma que todos los hombres son (o deberían ser) iguales. Dice sólo que son creados iguales. Si tienen lugar la desigualdad y la injusticia, corresponde a la ciudadanía de una gran república resarcir el daño causado.
En este punto, el discurso de Gettysburg acepta el desafío. Al recordar a sus conciudadanos la causa por la que los soldados combatieron y murieron en Gettysburg, Lincoln, en una breve intervención, subrayó esta cuestión: EE.UU. tiene una misión: proteger y defender la libertad y justicia humanas a ojos del mundo. Se trata de un empeño que no debe fracasar.
Un siglo después, este descendiente de esclavos apareció en los escalones del monumento a Lincoln y habló a los miles de personas que llenaban la explanada de Washington. Les dijo que el empeño en cuestión estaba vivo pero seguía estando en peligro. De los asistentes y de sus conciudadanos dependía vivir según las normas establecidas por los fundadores del país aplicadas de manera justa y recta a todos sus ciudadanos. King invocó el progreso pero reiteró, como sus predecesores, que aprovechar la ocasión residía en manos del pueblo. No se produciría por sí misma. Hasta que el pueblo lo logre, añadió, “no quedaremos satisfechos”.
La cultura política estadounidense se ha caracterizado durante mucho tiempo –aspecto interesante que merece destacarse– por su combinación de idealismo y pragmatismo. Su Constitución está dedicada a la creación de una “unión más perfecta”. Obama ha recordado hace poco a su audiencia estas palabras en sus observaciones sobre el caso de Trayvon Martin, el joven muerto de un tiro, y la sentencia de no culpabilidad posterior sobre el vigilante que disparó. Obama dijo, como en un famoso discurso en el 2008, que hay diferencia entre una unión perfecta y una unión más perfecta. EE.UU. es, ha sido y seguirá siendo un empeño en proceso, un estado de perfección con aspiraciones permanentes. Es posible que nunca alcance la perfección, pero siempre podrá mejorar.
Obama tiene razón. ¿Quién entre los fundadores del siglo XVIII podría haber imaginado un fin de la esclavitud? Algunos llegaron a pensarlo, pero casi ninguno conocía una vía realista de alcanzarlo; no proceder a ello fue el único defecto de primer orden de la Constitución. ¿Quién entre los soldados de Gettysburg podría haberse imaginado un presidente negro de Estados Unidos? O, a este respecto, ¿un fin de la segregación legal basada en una cuestión racial?
Los estadounidenses son libres de soñar lo que les plazca. Pero los sueños, por sí solos, no llevarán muy lejos. Para que se produzcan cambios hace falta mucho esfuerzo y saber “olfatear el ambiente de la calle”. King apasionó y entusiasmó a sus oyentes. Oír ahora su discurso, medio siglo después, puede ablandar el corazón más duro. Pero la misma coyuntura no habría podido volver a tener lugar ahora si los organizadores de la marcha sobre Washington no lograran como entonces llenar la explanada de tanta gente y de manera pacífica. Ni tampoco tendría un efecto tan duradero si los legisladores y activistas no se esforzaran denodadamente por aprobar las leyes de derechos civiles y de derecho al voto en los dos años siguientes y si no ganaran para su causa a políticos importantes, como entonces sucedió sobre todo gracias al apoyo del presidente Lyndon Johnson.
¿Se sentiría hoy satisfecho Martin Luther King jr.? Probablemente, no. El Tribunal Supremo ha revocado una importante disposición de la ley de derecho al voto y diversos estados han tomado medidas que implican la restricción del número de votantes. No es esta la única razón, sin embargo. Difícilmente cabe demostrar que la justicia racial se impone en todas partes en EE.UU. Aún más difícil es demostrar que la mayoría de la ciudadanía tiene acceso a similares oportunidades económicas (el nombre del acontecimiento de 1963 fue, de hecho, el de Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad). La clase de personas a las que se dirigió King están mucho mejor económicamente en la actualidad que hace medio siglo. Pero siguen estando todavía mucho peor que las pertenecientes a los sectores más privilegiados de la sociedad estadounidense, que no son, bajo cualquier concepto, “creadas iguales”.
Sirva todo esto para afirmar que siguen existiendo razones para seguir soñando en Estados Unidos. Y para seguir esforzándose por alcanzar una unión más perfecta. Así cabe esperarlo, en cualquier caso. Lo difícil de demostrar y de predecir es si existen o existirán más líderes como Martin Luther King jr. para ayudar al país a avanzar. El siglo XX es bien conocido por terribles acontecimientos que en él tuvieron lugar, pero aportó líderes cuyo estilo e instinto pueden calificarse en ciertos casos de heroicos. El siglo XXI, en su caso, es postheroico o, incluso, antiheroico. Nuestra época es escéptica, incluso cínica. Pero las palabras y el ejemplo de King muestran que el optimismo, incluso el idealismo, puede regresar y triunfar.

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