Las
memorias de Mario Ojeda/Olga Pellicer
Revista Proceso # 1933, 16 de noviembre de 2013
Hacia
finales de septiembre del presente año tuve la grata sorpresa de recibir el
libro de Memorias de Mario Ojeda. Sabía que estaba trabajando en ellas. La
edición era financiada enteramente por él, y la distribución se hacía
únicamente entre familiares, colegas y amigos; me dio gusto recibir un
ejemplar.
Disfruté
enormemente su lectura. Las Memorias me permitieron recordar vivamente a toda
una generación y momentos de la historia reciente de México de los que he
formado parte. Allí estaban las familias que, como la de Mario y la mía, habían
llegado a la capital en los años treinta; la creación en los años cincuenta de
la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales; los personajes que la
frecuentaron, algunos de los cuales no sospechaban entonces la importancia que
tendrían en la política nacional y lo irreconciliables que serían sus
diferencias; los romances felices que se iniciaron, como el encuentro con
Tilda, quien acompañaría para siempre a Mario.
Luego
viene la larga saga de los años en El Colegio de México: los inicios del Centro
de Estudios Internacionales, las primeras generaciones, los primeros profesores,
las primeras investigaciones, los primeros libros, los primeros éxitos, los
disfrutables sabáticos, las responsabilidades administrativas crecientes
asumidas por Mario. También están los conflictos y los distanciamientos que
dejaron huella, y la persistente duda, al menos de mi parte, sobre lo acertado
del camino escogido para solucionarlos.
Estaba
frente a la computadora redactando el correo para agradecer a Mario el envío y
proponer un encuentro cuando me interrumpió una llamada telefónica; en ella me
dieron la noticia de su fallecimiento. Me entristeció profundamente asumir que
el encuentro ya no se daría nunca, me reproché no haber escrito antes el
correo, recordé con nostalgia todo lo que acababa de leer. Sin embargo, me
consoló la convicción de que Mario se había retirado contento; pocos como él
logran perseguir con tanta tenacidad y con tanto éxito los objetivos que se
habían fijado.
Mario
Ojeda desempeñó un papel fundamental en la consolidación de una institución de
gran prestigio académico como es El Colegio de México. En los años setenta fue,
acompañando a Víctor Urquidi, el responsable principal de encontrar el terreno,
convocar a un concurso y decidir las características que tendría el edificio
que, cerca de 40 años después de haberse inaugurado, todavía despierta
admiración. No sólo me refiero a lo imponente de su arquitectura, que muchos
encuentran exagerada, sino a su capacidad de ofrecer espacios de convivencia a
estudiantes y profesores de diversas disciplinas y, sobre todo, a la centralidad
que ocupa allí la biblioteca, planeada con enorme cuidado para permitirle
crecer, asimilar los cambios tecnológicos y proporcionar siempre un sentimiento
de bienestar.
Ese
edificio excepcional se construyó en la época de “vacas gordas.” Durante el
gobierno del presidente Echeverría, cuando era posible para el gobierno
financiar tales proyectos. Algunos años después, cuando Mario tomó por primera
vez la presidencia de la institución en 1985, las circunstancias eran otras. La
penuria había llegado a los centros académicos y se necesitaba imaginación y
habilidad para ampliar las bases de sustento económico, permitir nuevos
proyectos, reservar márgenes de autonomía y asegurar el futuro de sus
profesores. Surgió así, con todo el entusiasmo de Mario, el Fondo Patrimonial
en Beneficio de El Colegio de México, el cual, apoyado por los sectores público
y privado, ya tenía dimensiones respetables cuando Mario dejó la presidencia 10
años después.
En
otro orden de cosas, Mario Ojeda fue un gran promotor de la descentralización
de las actividades académicas, lo que condujo, entre otras iniciativas, a la
creación de El Colegio de la Frontera Norte. Ese centro, que ya cumplió más de
30 años, es una referencia obligada y muy respetada para el estudio de esa
región fronteriza y la comprensión de los vínculos particulares que la unen con
Estados Unidos. Como relata Mario en sus Memorias, desde la concepción misma de
la idea de su creación y la elaboración del proyecto, hasta las gestiones para
su establecimiento y puesta en marcha, fueron obra suya.
En
el terreno de la investigación y el avance del conocimiento, la contribución de
Mario Ojeda fue también sobresaliente; su vasta obra escrita deja testimonio de
ello. Sin embargo, hay un libro que merece un comentario especial: Alcances y
límites de la política exterior de México, aparecido en 1976 y considerado un
verdadero parteaguas en la disciplina de las relaciones internacionales en
México al haber interpretado la política exterior desde perspectivas distintas
a las utilizadas hasta entonces. Bajo la influencia del realismo político, que
había trabajado durante sus estudios en Harvard, Mario puso el acento en los
límites que imponía a dicha política ser vecino de una gran potencia, en las
relaciones de poder dentro del sistema internacional y en las demandas del
interés nacional.
La
desaparición de Mario Ojeda suscita reflexiones e interrogantes muy variadas.
¿Cuánto se ha desarrollado aquí la teoría de la política exterior desde aquel
clásico de 1976? ¿Dónde se encuentra ahora el impulso para dar a los
estudiantes instrumentos para analizar con criterios independientes lo que
ocurre con la acción de México en el exterior? ¿Quién dedica tanta pasión a
construir instituciones? ¿Cuál es ahora el compromiso del gobierno con las
instituciones académicas? Evocar con motivo de su muerte las contribuciones de
Mario Ojeda es, también, un llamado a responder tales preguntas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario