17 nov 2013

Las memorias de Mario Ojeda/Olga Pellicer


Las memorias de Mario Ojeda/Olga Pellicer
Revista Proceso # 1933, 16 de noviembre de 2013
Hacia finales de septiembre del presente año tuve la grata sorpresa de recibir el libro de Memorias de Mario Ojeda. Sabía que estaba trabajando en ellas. La edición era financiada enteramente por él, y la distribución se hacía únicamente entre familiares, colegas y amigos; me dio gusto recibir un ejemplar.
 Disfruté enormemente su lectura. Las Memorias me permitieron recordar vivamente a toda una generación y momentos de la historia reciente de México de los que he formado parte. Allí estaban las familias que, como la de Mario y la mía, habían llegado a la capital en los años treinta; la creación en los años cincuenta de la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales; los personajes que la frecuentaron, algunos de los cuales no sospechaban entonces la importancia que tendrían en la política nacional y lo irreconciliables que serían sus diferencias; los romances felices que se iniciaron, como el encuentro con Tilda, quien acompañaría para siempre a Mario.

 Luego viene la larga saga de los años en El Colegio de México: los inicios del Centro de Estudios Internacionales, las primeras generaciones, los primeros profesores, las primeras investigaciones, los primeros libros, los primeros éxitos, los disfrutables sabáticos, las responsabilidades administrativas crecientes asumidas por Mario. También están los conflictos y los distanciamientos que dejaron huella, y la persistente duda, al menos de mi parte, sobre lo acertado del camino escogido para solucionarlos.
 Estaba frente a la computadora redactando el correo para agradecer a Mario el envío y proponer un encuentro cuando me interrumpió una llamada telefónica; en ella me dieron la noticia de su fallecimiento. Me entristeció profundamente asumir que el encuentro ya no se daría nunca, me reproché no haber escrito antes el correo, recordé con nostalgia todo lo que acababa de leer. Sin embargo, me consoló la convicción de que Mario se había retirado contento; pocos como él logran perseguir con tanta tenacidad y con tanto éxito los objetivos que se habían fijado.
 Mario Ojeda desempeñó un papel fundamental en la consolidación de una institución de gran prestigio académico como es El Colegio de México. En los años setenta fue, acompañando a Víctor Urquidi, el responsable principal de encontrar el terreno, convocar a un concurso y decidir las características que tendría el edificio que, cerca de 40 años después de haberse inaugurado, todavía despierta admiración. No sólo me refiero a lo imponente de su arquitectura, que muchos encuentran exagerada, sino a su capacidad de ofrecer espacios de convivencia a estudiantes y profesores de diversas disciplinas y, sobre todo, a la centralidad que ocupa allí la biblioteca, planeada con enorme cuidado para permitirle crecer, asimilar los cambios tecnológicos y proporcionar siempre un sentimiento de bienestar.
 Ese edificio excepcional se construyó en la época de “vacas gordas.” Durante el gobierno del presidente Echeverría, cuando era posible para el gobierno financiar tales proyectos. Algunos años después, cuando Mario tomó por primera vez la presidencia de la institución en 1985, las circunstancias eran otras. La penuria había llegado a los centros académicos y se necesitaba imaginación y habilidad para ampliar las bases de sustento económico, permitir nuevos proyectos, reservar márgenes de autonomía y asegurar el futuro de sus profesores. Surgió así, con todo el entusiasmo de Mario, el Fondo Patrimonial en Beneficio de El Colegio de México, el cual, apoyado por los sectores público y privado, ya tenía dimensiones respetables cuando Mario dejó la presidencia 10 años después.
 En otro orden de cosas, Mario Ojeda fue un gran promotor de la descentralización de las actividades académicas, lo que condujo, entre otras iniciativas, a la creación de El Colegio de la Frontera Norte. Ese centro, que ya cumplió más de 30 años, es una referencia obligada y muy respetada para el estudio de esa región fronteriza y la comprensión de los vínculos particulares que la unen con Estados Unidos. Como relata Mario en sus Memorias, desde la concepción misma de la idea de su creación y la elaboración del proyecto, hasta las gestiones para su establecimiento y puesta en marcha, fueron obra suya.
 En el terreno de la investigación y el avance del conocimiento, la contribución de Mario Ojeda fue también sobresaliente; su vasta obra escrita deja testimonio de ello. Sin embargo, hay un libro que merece un comentario especial: Alcances y límites de la política exterior de México, aparecido en 1976 y considerado un verdadero parteaguas en la disciplina de las relaciones internacionales en México al haber interpretado la política exterior desde perspectivas distintas a las utilizadas hasta entonces. Bajo la influencia del realismo político, que había trabajado durante sus estudios en Harvard, Mario puso el acento en los límites que imponía a dicha política ser vecino de una gran potencia, en las relaciones de poder dentro del sistema internacional y en las demandas del interés nacional.
 La desaparición de Mario Ojeda suscita reflexiones e interrogantes muy variadas. ¿Cuánto se ha desarrollado aquí la teoría de la política exterior desde aquel clásico de 1976? ¿Dónde se encuentra ahora el impulso para dar a los estudiantes instrumentos para analizar con criterios independientes lo que ocurre con la acción de México en el exterior? ¿Quién dedica tanta pasión a construir instituciones? ¿Cuál es ahora el compromiso del gobierno con las instituciones académicas? Evocar con motivo de su muerte las contribuciones de Mario Ojeda es, también, un llamado a responder tales preguntas.

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