Diputados
extorsionadores/Jesús Cantú
Proceso # 1933, 16 de noviembre de 2013;
Cada
vez que hay una denuncia pública de corrupción, abuso de autoridad o tráfico de
influencias, la respuesta inmediata de las autoridades responsables de
investigarlas y eventualmente castigarlas es colocar la carga de la prueba en
las víctimas, lo cual se traduce de entrada en una carta de inmunidad para los
delincuentes, ya que los declarantes normalmente carecen de pruebas con valor
jurídico y/o corren riesgos de sufrir represalias (que pueden ir desde
destituciones, persecuciones y atentados hasta su muerte política).
Esto
es precisamente lo que sucede con las denuncias difundidas por el diario
Reforma en su edición del pasado jueves, en relación con las extorsiones que
sufren algunos alcaldes por parte de algunos diputados que aprovechan su poder
en la definición del presupuesto de egresos federal para obtener beneficios
personales.
Anualmente
los medios de comunicación dan cuenta de las gestiones y cabildeos de
gobernadores y alcaldes ante los diputados para obtener más recursos y así
concretar sus promesas de campaña o atender necesidades apremiantes de sus
comunidades. Reforma entrevistó a dirigentes de las asociaciones de alcaldes, a
presidentes municipales en funciones, exalcaldes y hasta a algunos legisladores
que confirmaron que muchos diputados aprovechan su posición para lucrar.
Las
tres vías que utilizan, de acuerdo con la publicación, son apoyar a los
funcionarios a cambio de que incluyan obras para sus distritos o en beneficio
personal; asignar las obras o servicios a determinados contratistas; y, los más
descarados, solicitar una comisión de 10% de las partidas. El mismo día de la
publicación de la información, los coordinadores del PAN y PRI en el Senado y
el presidente de la Comisión de Régimen Jurídico y Prácticas Parlamentarias de
la Cámara de Diputados solicitaron presentar denuncias acompañadas de pruebas.
Todos
condenaron los hechos, pero ninguno aventuró siquiera la idea de iniciar una
investigación de oficio o hacer propuestas para terminar con estas prácticas.
El mismo periódico tuvo que salvar varios obstáculos para soportar su
información con declaraciones respaldadas por “fuentes confiables”, pues varios
de los entrevistados denunciaban lo que ocurría pero solicitaban el anonimato.
Precisamente
por la dificultad para soportar con pruebas jurídicamente válidas el abuso de
poder y el tráfico de influencias de los gobernantes mexicanos se tipificó en el
Código Penal el enriquecimiento inexplicable, que deja la carga de la prueba de
la licitud del origen del crecimiento desproporcionado de la riqueza en los
servidores públicos. Este tipo delictivo es la vía más transitable en el
presente caso, ya que los diputados no entregaron recibos de honorarios por la
prestación de sus servicios ni tienen constancias en los registros públicos de
la propiedad de su participación en las sociedades de los contratistas.
Las
grabaciones o incluso las videograbaciones no son pruebas jurídicamente
válidas, así que de nada serviría presentarlas. Los ejemplos de ello son
abundantes e irritantes: desde Jorge González Martínez, dirigente del PVEM, y
Mario Marín, exgobernador de Puebla, hasta los videoescándalos relacionados con
el gobierno del Distrito Federal en 2004 (Gustavo Ponce, René Bejarano, Carlos
Imaz, Ramón Sosamontes y Carlos Ahumada), de los cuales el único que recibió
una sentencia condenatoria fue Ponce.
Aunque
la denuncia es genérica, resulta muy fácil establecer los nombres de los
diputados posiblemente responsables de estas prácticas. En primera instancia,
los presidentes y secretarios de las comisiones que tienen injerencia en la
definición de las partidas del presupuesto de egresos de la Federación; y en segunda,
los miembros de dichas comisiones. Otra pista son los diputados que más
cabildeo hicieron para incluir obras específicas en el presupuesto, lo cual
claramente conocen los primeros presuntos responsables. Una vez determinados
estos nombres, las vías para empezar a documentar posibles ilícitos son sus
declaraciones patrimoniales y el rastreo de su patrimonio real (propiedades,
cuentas bancarias, inversiones, empresas, etcétera), incluyendo, desde luego, a
sus familiares cercanos y a sus posibles prestanombres.
Los
principales interesados en que esto se aclare y se deslinden responsabilidades
deben ser los presuntos responsables señalados y, por lo tanto, convendría que
alguno (o algunos) de los legisladores con mayor participación en la
elaboración del dictamen del presupuesto, es decir, los de la Comisión de
Presupuesto y Cuenta Pública pusieran a disposición de las autoridades
responsables toda la información sobre su patrimonio y les dieran autorización
para investigarlos. Sería un precedente extraordinario y un gran impulso a la
rendición de cuentas.
Esta
vía permitiría detectar y eventualmente sancionar a quienes consiguen algún
tipo de beneficio económico por tales prácticas; escaparían de las revisiones
quienes únicamente buscan dividendos políticos.
Por
otra parte, en el ámbito de la prevención es fundamental establecer reglas
claras y transparentes para incluir obras, servicios y productos específicos en
el presupuesto de egresos de la Federación; y criterios definidos y
verificables para que los diputados las puedan modificar (incluir, cambiar o
excluir) en las discusiones dentro de las comisiones y el pleno. Hay que poner
un freno a la arbitrariedad y discrecionalidad que hoy prevalece y alienta las
conductas comentadas.
La
definición de los montos que recibirán las diversas dependencias y los
programas, así como su distribución en gasto corriente o inversión, corresponde
sin duda al ámbito político y es materia de los diputados; pero la asignación
de las partidas específicas y las obras, servicios y productos que se
ejecutarán o adquirirán, al igual que la determinación de contratistas,
proveedores y prestadores de servicios, deben ser resultado de criterios
técnicos muy bien definidos con procedimientos claros y transparentes.
Hoy
es una realidad que todos los años la Cámara de Diputados se convierte en un
verdadero mercado persa en el que negocian y regatean funcionarios (federales,
estatales y municipales) y diputados. Lamentablemente, en muchos de los casos
anteponiendo sus intereses personales a las necesidades de las comunidades a
las que sirven. Y aunque los funcionarios participan (y en muchos casos también
se benefician) de dichas prácticas, la responsabilidad principal de
castigarlas, inhibirlas y desterrarlas recae en los legisladores porque son
ellos quienes trafican con el poder que les confieren sus atribuciones
constitucionales y legales.
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