Poner
fin al horror sirio/Turki bin Faisal al-Saud, Chairman of the King Faisal Center for Research and Islamic Studies, was Director-General of Al Mukhabarat Al A’amah, Saudi Arabia’s intelligence agency from 1977 to 2001, and has served as Saudi Arabia’s ambassador to the United Kingdom and the United States.
Project
Syndicate | 31 de octubre de 2013
Ninguna
cuestión en el mundo hoy tiene una importancia inmediata mayor que la necesidad
de poner fin a la guerra civil en Siria. Los últimos dos años y medio han sido
un desastre para la paz, la estabilidad y nuestra sensación de humanidad común.
Imágenes angustiantes de una violencia indescriptible e indiscriminada contra
civiles han sacudido al mundo. De acuerdo con las últimas estimaciones de las
Naciones Unidas, más de 100.000 sirios, entre ellos muchos niños, han perdido
la vida como resultado del comportamiento criminal del régimen de Bashar
al-Assad.
Hoy
hay más de dos millones de refugiados sirios en los países vecinos y más de
cuatro millones de personas desplazadas dentro de Siria. Con el asesinato de
manifestantes pacíficos, el bombardeo de barrios residenciales, la ejecución de
soldados que se niegan a dispararles a sus compatriotas y el uso de armas
químicas, surgió el panorama de un régimen que sistemáticamente desafía los
patrones morales y legales internacionales más elementales.
A
menos que al mundo le guste ver cómo sigue la carnicería, es necesario poner
fin al régimen sirio y sus instrumentos de opresión. La aceptación vergonzosa
por parte de la comunidad internacional de la impunidad de Assad y sus esbirros
es un manchón en la conciencia del mundo. El titubeo de los líderes
occidentales y el respaldo insensible, cínico y desenfadado de Rusia y China a
Assad es un estigma con el que cargarán para siempre. El respaldo de Irán al
régimen no es ni más ni menos que un crimen de guerra.
La
farsa actual de un control internacional del arsenal químico de Assad sería
graciosa si no fuera tan abiertamente pérfida. Si bien le ha permitido al
presidente estadounidense, Barack Obama, recular en su amenaza de una
intervención militar en respuesta al uso de armas químicas por parte del
régimen, también le ha permitido a Assad seguir asesinando a su pueblo. Es
absurdo creer que el comentario “informal” del secretario de Estado
norteamericano, John Kerry, sobre destruir el arsenal de armas químicas de
Siria no fue otra cosa que una apertura bien coreografiada para que Rusia haga
su juego diplomático, permitiéndole así a Estados Unidos quedar libre de culpa.
Si
el mundo, y especialmente el pueblo norteamericano, cree que quitarle las armas
químicas a Assad pondrá fin a la masacre a manos de su gobierno de hombres,
mujeres y niños inocentes, entonces toda apariencia de pensamiento racional,
preocupación humanitaria y respeto por el interés nacional ha sido arrojada al
viento.
Impedir
que Assad utilice su maquinaria asesina como sea, inclusive mediante ataques
dirigidos contra su fuerza aérea y sus centros de comando y control, es la
única manera de frenar el derramamiento de sangre en Siria. Sin embargo, a
pesar de las promesas públicas de Kerry de entregarle armamentos a la oposición
siria -e inclusive después que Obama declarara que Assad debía irse-, Martin
Dempsey, presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, anunció que el
Pentágono no tenía esos planes. ¿Por qué hacer una declaración así cuando sólo
puede causarles desasosiego y desesperación a las víctimas y comodidad y
consuelo a un régimen criminal? Cómo se pueden reconciliar estas
contradicciones es algo que me supera.
Si
seguimos demorando la acción militar, tendremos que intervenir con una fuerza
mayor cuando la carnicería se propague al Líbano, Israel, Jordania, Turquía e
Irak. De hecho, el Líbano, luego del colapso del gobierno de Najib Mikati, ya
está al borde de la guerra civil, debido a que la intervención directa en Siria
de Hezbollah, el representante libanés de Irán, para impedir el derrocamiento
de Assad ha exacerbado las propias tensiones sectarias de larga data del país.
Una prueba de ello son los recientes ataques con coches bomba en un vecindario
de Beirut controlado por Hezbollah y en la ciudad de Trípoli en el norte. Si
han de prevalecer la ley y el orden, debe neutralizarse a Hezbollah, y los
asesinos enviados por Siria del ex primer ministro libanés Rafik Hariri deben
comparecer ante la justicia.
Arabia
Saudita está haciendo lo que puede para ayudar. El reino le ofrece ayuda
financiera al Líbano en un esfuerzo por reconstruir un país más fuerte y más
estable, y reducir la influencia de Irán. Nosotros hemos reclamado durante
mucho tiempo el desarme de Hezbollah, y hemos asistido al gobierno con cerca de
1.000 millones de dólares en ayuda financiera y crédito para comprar armas para
el ejército libanés, y seguiremos haciéndolo en la próxima década. Pero, a
menos que la comunidad internacional -particularmente los miembros permanentes
del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas- empiece a cumplir con sus
obligaciones en Siria, no habrá dinero que alcance para impedir un caos y una
destrucción mayores.
***
Siria: el complot Putin/Tahar Ben Jelloun
La Vanguardia |4 de octubre de 2013
El pasado 27 de septiembre la ONU logró ponerse de acuerdo: la resolución 2118 anuncia la destrucción del arsenal químico de Bashar el Asad. Si no respeta sus compromisos, habrá sanciones. Pero siempre que Moscú no se oponga. En pocas palabras, los 110.000 muertos, los dos millones de refugiados y los cinco millones de desplazados no cuentan para nada. Bashar el Asad se presenta al mundo con las manos limpias, la conciencia tranquila y la victoria asegurada. Incluso se permite cerrar la puerta a los europeos en la futura conferencia llamada Ginebra-2 que tendrá lugar a mediados de noviembre. Es un hombre satisfecho. Ya nada le detiene y no se enfrenta a ninguna condena ni persecución por el Tribunal Penal Internacional. Se porta bien. Pero su victoria es la derrota del derecho y de la justicia, es la debacle de los estados democráticos, es la legitimación de la barbarie, es tirar a la basura los valores de la civilización.
Si lo he entendido bien, ha sido autorizado a proseguir la masacre de su pueblo a condición de que no utilice las armas químicas. Morir, sí, pero no asfixiado. Hemos de aceptar morir por las balas, las bombas y otros misiles, las llamadas armas convencionales. Pero, sobre todo, que no haya gas. La muerte es extraña cuando es provocada por un arma invisible. Todos aquellos a quienes el ejército de El Asad ha matado durante estos dos años y medio lo han sido de manera “legal” e incluso legítima para algunos. Pero Bashar ha osado franquear la línea roja y de repente ha hecho olvidar el desastre causado por las armas clásicas. Cosa que le ha quitado el sueño a Barack Obama y ha sacado de sus casillas a François Hollande. Los otros líderes se han refugiado en la complejidad de esta guerra para no intervenir o incluso para esperar la victoria de Bashar, con la cual, al menos, los cristianos no serían masacrados. La propaganda del régimen está bien hecha. Una sociedad americana habría recibido la cantidad de 250 millones de dólares para infiltrarse de modo inteligente y sutil en los medios occidentales.
Gracias a Putin, las matanzas podrán continuar de día y de noche. La entrega de armas sigue tranquilamente. Los que morirán mañana morirán sólo un poco pero también morirán. Occidente no puede estar muy orgulloso. En cuanto a la ONU, esta instancia farragosa e ineficaz cree haber hecho su trabajo al lograr hacer votar la resolución 2118. Una resolución tibia que permite a El Asad seguir su determinación de masacrar a su pueblo. Bashar seguirá impune. Ha sido criado en las leyes de la selva. Se viste correctamente, se afeita cada mañana, llama a su mujer y a sus hijos para saber si han dormido bien, luego se reúne con su hermano y el Estado Mayor y planifica con total banalidad las siguientes matanzas.
El pueblo sirio no tiene ninguna oportunidad con esta familia. El padre, que tomó el poder mediante un golpe de Estado en 1970, lo transmitió a su hijo en el año 2000 recordándole que sólo una dictadura policial sin fallos es capaz de mantenerle en el poder. Derramar la sangre de los opositores es un detalle. Mantener prietas las filas de la tribu es lo esencial. El resto, la democracia, la libertad, la justicia, etcétera, son invenciones e la hipocresía occidental. Cuando en 1982 Hafiz el Asad supo que los opositores se iban a reunir en la ciudad de Hama, esperó a que todos estuvieran allí, cerró la ciudad y la hizo bombardear durante toda la noche. Más de 20.000 muertos. Silencio en la prensa. El crimen quedó impune.
El pueblo sirio sigue sin tener ninguna opción. Los rebeldes se han visto infiltrados por mercenarios yihadistas pagados por estados que un día deberían rendir cuentas al mundo. Esta complejidad, esta falta de unidad entre las filas de los insurgentes, esta intrusión de agentes del terrorismo internacional en la liberación de Siria otorga argumentos a los que dudan o incluso rechazan apoyar la libertad contra la barbarie. Ahí está la victoria del clan Asad: haber mezclado las pistas, haber provocado crímenes atribuyéndolos a los insurgentes. Incluso ha intentado atribuir a los rebeldes el ataque del 21 de agosto con armas químicas. Hoy ya nadie se cree esta tesis. Desde mediados de septiembre, Human Rights Watch demostró con muchas pruebas y documentos el origen y los detalles del ataque. La responsabilidad de El Asad es total e incontestable.
Ahora los agentes de la ONU procederán a destruir el arsenal químico de la Siria oficial. Eso no resucitará a los cientos de niños muertos mientras dormían ni a sus padres. Pero se han salvado las apariencias. El malvado Bashar ha sido reñido. Le han advertido incluso con algunos bastonazos en los pies si vuelve a usar estos productos inodoros, incoloros pero tan eficaces.
El complot, posiblemente pensado por el antiguo jefe del KGB, ha funcionado. Lancemos un poco de gas a la población, eso provocará el escándalo, la gente se escandalizará, los jefes de Estado se crisparán y así el uso de armas convencionales quedará normalizado y nadie tendrá nada que decir. El gas ha tenido como efecto borrar la factura de decenas de miles de muertos, asesinados por el régimen sirio. En cuanto a Moscú, su veto siempre estará ahí, inquebrantable.
Ahora ya estamos tranquilos: ya nadie morirá en Siria bajo anestesia general. ¡Qué progreso!
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Siria: el complot Putin/Tahar Ben Jelloun
La Vanguardia |4 de octubre de 2013
El pasado 27 de septiembre la ONU logró ponerse de acuerdo: la resolución 2118 anuncia la destrucción del arsenal químico de Bashar el Asad. Si no respeta sus compromisos, habrá sanciones. Pero siempre que Moscú no se oponga. En pocas palabras, los 110.000 muertos, los dos millones de refugiados y los cinco millones de desplazados no cuentan para nada. Bashar el Asad se presenta al mundo con las manos limpias, la conciencia tranquila y la victoria asegurada. Incluso se permite cerrar la puerta a los europeos en la futura conferencia llamada Ginebra-2 que tendrá lugar a mediados de noviembre. Es un hombre satisfecho. Ya nada le detiene y no se enfrenta a ninguna condena ni persecución por el Tribunal Penal Internacional. Se porta bien. Pero su victoria es la derrota del derecho y de la justicia, es la debacle de los estados democráticos, es la legitimación de la barbarie, es tirar a la basura los valores de la civilización.
Si lo he entendido bien, ha sido autorizado a proseguir la masacre de su pueblo a condición de que no utilice las armas químicas. Morir, sí, pero no asfixiado. Hemos de aceptar morir por las balas, las bombas y otros misiles, las llamadas armas convencionales. Pero, sobre todo, que no haya gas. La muerte es extraña cuando es provocada por un arma invisible. Todos aquellos a quienes el ejército de El Asad ha matado durante estos dos años y medio lo han sido de manera “legal” e incluso legítima para algunos. Pero Bashar ha osado franquear la línea roja y de repente ha hecho olvidar el desastre causado por las armas clásicas. Cosa que le ha quitado el sueño a Barack Obama y ha sacado de sus casillas a François Hollande. Los otros líderes se han refugiado en la complejidad de esta guerra para no intervenir o incluso para esperar la victoria de Bashar, con la cual, al menos, los cristianos no serían masacrados. La propaganda del régimen está bien hecha. Una sociedad americana habría recibido la cantidad de 250 millones de dólares para infiltrarse de modo inteligente y sutil en los medios occidentales.
Gracias a Putin, las matanzas podrán continuar de día y de noche. La entrega de armas sigue tranquilamente. Los que morirán mañana morirán sólo un poco pero también morirán. Occidente no puede estar muy orgulloso. En cuanto a la ONU, esta instancia farragosa e ineficaz cree haber hecho su trabajo al lograr hacer votar la resolución 2118. Una resolución tibia que permite a El Asad seguir su determinación de masacrar a su pueblo. Bashar seguirá impune. Ha sido criado en las leyes de la selva. Se viste correctamente, se afeita cada mañana, llama a su mujer y a sus hijos para saber si han dormido bien, luego se reúne con su hermano y el Estado Mayor y planifica con total banalidad las siguientes matanzas.
El pueblo sirio no tiene ninguna oportunidad con esta familia. El padre, que tomó el poder mediante un golpe de Estado en 1970, lo transmitió a su hijo en el año 2000 recordándole que sólo una dictadura policial sin fallos es capaz de mantenerle en el poder. Derramar la sangre de los opositores es un detalle. Mantener prietas las filas de la tribu es lo esencial. El resto, la democracia, la libertad, la justicia, etcétera, son invenciones e la hipocresía occidental. Cuando en 1982 Hafiz el Asad supo que los opositores se iban a reunir en la ciudad de Hama, esperó a que todos estuvieran allí, cerró la ciudad y la hizo bombardear durante toda la noche. Más de 20.000 muertos. Silencio en la prensa. El crimen quedó impune.
El pueblo sirio sigue sin tener ninguna opción. Los rebeldes se han visto infiltrados por mercenarios yihadistas pagados por estados que un día deberían rendir cuentas al mundo. Esta complejidad, esta falta de unidad entre las filas de los insurgentes, esta intrusión de agentes del terrorismo internacional en la liberación de Siria otorga argumentos a los que dudan o incluso rechazan apoyar la libertad contra la barbarie. Ahí está la victoria del clan Asad: haber mezclado las pistas, haber provocado crímenes atribuyéndolos a los insurgentes. Incluso ha intentado atribuir a los rebeldes el ataque del 21 de agosto con armas químicas. Hoy ya nadie se cree esta tesis. Desde mediados de septiembre, Human Rights Watch demostró con muchas pruebas y documentos el origen y los detalles del ataque. La responsabilidad de El Asad es total e incontestable.
Ahora los agentes de la ONU procederán a destruir el arsenal químico de la Siria oficial. Eso no resucitará a los cientos de niños muertos mientras dormían ni a sus padres. Pero se han salvado las apariencias. El malvado Bashar ha sido reñido. Le han advertido incluso con algunos bastonazos en los pies si vuelve a usar estos productos inodoros, incoloros pero tan eficaces.
El complot, posiblemente pensado por el antiguo jefe del KGB, ha funcionado. Lancemos un poco de gas a la población, eso provocará el escándalo, la gente se escandalizará, los jefes de Estado se crisparán y así el uso de armas convencionales quedará normalizado y nadie tendrá nada que decir. El gas ha tenido como efecto borrar la factura de decenas de miles de muertos, asesinados por el régimen sirio. En cuanto a Moscú, su veto siempre estará ahí, inquebrantable.
Ahora ya estamos tranquilos: ya nadie morirá en Siria bajo anestesia general. ¡Qué progreso!
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