¿El
gas de esquisto al rescate?/Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores, profesor emérito de Economía, Univ. de Warwick.
La
Vanguardia | 25 de diciembre de 2013
El
mundo desarrollado está saliendo lentamente de la Gran Recesión, pero en el
aire sigue pendiendo una pregunta: ¿cuál será el alcance y el ritmo de la
recuperación? Un importante motivo del pesimismo ha sido la idea de que nos
estamos quedando sin oportunidades de inversión, incluso desde antes de la
crisis de 2008. ¿Es verdad?
La
última gran fuente de innovación fue la revolución de Internet, cuyos productos
se volvieron disponibles masivamente en los años 90. Tras el colapso de las
puntocom a principios de la década del 2000, las economías occidentales fueron
creciendo gracias a la especulación en bienes raíces y activos financieros, la
que fue posible por el bajo precio del dinero. La caída posterior al 2008
simplemente puso en evidencia la falta de solidez de ese boom; si se piensa
fríamente, la mediocridad de la recuperación refleja la mediocridad de las
perspectivas previas. Ahora el riesgo es que ese pico de activos generado a
punta de endeudamiento no haga más que perpetuar el ciclo de auges y caídas.
El
economista Larry Summers ha vuelto a introducir el término “estancamiento
permanente” para describir lo que nos espera. En una conferencia reciente del
Fondo Monetario Internacional, planteó que a mediados de la década del 2000 el
rendimiento previsto promedio de las nuevas inversiones en Estados Unidos había
caído por debajo de cualquier reducción de la tasa de interés de referencia que
la Reserva Federal pudiera aplicar de manera factible.
Y
eso sigue siendo cierto hoy en día. Es posible que nos encontremos en una
trampa de liquidez permanente en que las tasas de interés nominales no pueden
ser inferiores a cero, pero la tasa esperada de rendimiento de la inversión
sigue siendo negativa. Las políticas monetarias poco convencionales, como la
flexibilización cuantitativa, pueden inflar una nueva generación de burbujas de
activos, pero no se habrá resuelto el problema subyacente (los rendimientos
negativos de las nuevas inversiones) para el momento en que ocurra la siguiente
crisis.
Por
consiguiente, el problema son las malas perspectivas de la inversión. ¿Por qué?
En los años 30, el economista Alvin Hansen argumentó que en los países que ya
eran ricos se estaban acabando las oportunidades de nuevas inversiones. El
crecimiento de la inversión había dependido del crecimiento demográfico, la
innovación tecnológica y la expansión hacia occidente.
Con
el fin de las posibilidades de expansión y la reducción del crecimiento
demográfico, el desarrollo tendría que depender de la innovación, pero esta
requeriría en el futuro menos capital y mano de obra que en el pasado. En otras
palabras, los rendimientos de la inversión estarían condenados a disminuir a
medida que el capital se volviera más abundante en relación con la población.
En esta situación, solo sería posible mantener el pleno empleo mediante
déficits fiscales constantes.
John
Maynard Keynes opinaba diferente. En 1945, escribió a T. S. Eliot: “La política
del pleno empleo mediante la inversión es solamente una aplicación particular
de un teorema intelectual. Se pueden lograr los mismos resultados consumiendo
más o trabajando menos. En lo personal, veo la política de inversión como un
método de primeros auxilios… Menos trabajo es la solución más deseable.”
El
fuerte rendimiento de la inversión en el periodo de postguerra en los países
desarrollados disipó los temores de que se produjera un estancamiento
permanente, pero eso fue así porque había ocurrido una guerra mundial que
generó una inmensa demanda insatisfecha de nuevos equipos, infraestructura de
transporte y electrodomésticos, junto a un complejo militar-industrial que armó
a Occidente durante la Guerra Fría.
La
tasa real de rendimiento del capital puede haber comenzado a disminuir a
principios de los 70, y ciertamente el crecimiento de la productividad ha
bajado de ritmo desde entonces. También se pueden ver bajo esta perspectiva
algunos cambios cruciales en la economía política de Occidente de los años 80:
el ascenso de la ideología neoliberal, la creciente desigualdad de la riqueza y
los ingresos, el aumento del desempleo estructural, el desarrollo de los
servicios financieros, la globalización, la invención de amenazas posteriores a
la Guerra Fría para sostener el gasto militar, y así siguiendo.
La
pregunta hoy en día es si se producirá un aumento importante de la inversión
que pueda salvar la situación. Los optimistas dirigen la mirada a la revolución
energética del esquisto en Estados Unidos.
El
Instituto Global McKinsey ha identificado este tipo de energía como un elemento
que “cambia las reglas del juego” en la economía mundial, y estima que podría
elevar el PIB estadounidense en hasta un 4% ($690 mil millones) al año, creando
1,7 millones de puestos de trabajo permanentes para 2020. De 2007 a 2012 su
producción creció a un ritmo anual de más del 50%, haciendo que la proporción
del gas de esquisto en la producción general de gas de Estados Unidos pasara de
ser apenas un 5% en 2007 a un 36% en 2012. EE. UU. va en camino de la autonomía
energética: ha pasado de importar el 16,5% de su consumo de gas natural en 2007
al 11% en 2010.
De
manera similar, un informe dado a conocer en septiembre de 2013 por IHS
concluye que los sectores industriales intermedios (como el transporte) y los
finales (como la manufactura y los productos químicos) también están recibiendo
un enorme estímulo. Como resultado del auge de la energía del esquisto, de 2012
a 2025 se habrán invertido “más de $216 mil millones en los sectores
industriales intermedios y finales relacionados con los hidrocarburos”. En
estas áreas se crearon cerca de 380.000 de los 2,1 millones de empleos
generados por estas industrias.
Más
allá de esto, el efecto más notable de los hidrocarburos de esquisto sobre la
economía ha sido la caída de los precios de la energía. En Estados Unidos, el
precio del gas natural ha bajado hasta llegar a los $4 por MMBtu, en
comparación con los $13 de 2008, con lo que ha dado un fuerte impulso al poder
de compra de los hogares. IHS estima que en 2012 los avances de este sector
elevaron el ingreso disponible real de los hogares en más de $1.200. De este
modo, la revolución del esquisto significa un inmenso estímulo para Estados
Unidos, tanto en términos de inversión como de exportaciones y reducción de los
costes de la energía.
No
estoy en posición de evaluar el impacto cuantitativo de la energía de
hidrocarburos del esquisto sobre la economía estadounidense e indirectamente
sobre el resto del planeta, ni de comentar sus consecuencias geopolíticas o el
efecto neto sobre las emisiones de carbono. Pero sí creo que los apóstoles
contemporáneos del estancamiento permanente, como Summers o Paul Krugman, deberían
tener en cuenta esta revolución energética.
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