La
ley de Putin/ Andrei Malguin,autor de “Un asesor del presidente”.
Publicado en La Vanguardia, 27 de diciembre de 2013
El
presidente ruso, Vladímir Putin, muestra un creciente desdén por el derecho
internacional, postura que tal vez no se aprecia con mayor claridad que en el
continuado apoyo militar de su Gobierno al régimen de Bashar el Asad en Siria.
Sin embargo, a la vista del régimen autoritario de Putin en su país, su
concepción del derecho internacional como poco más que un instrumento de
política exterior no debería constituir una sorpresa.
Cuando
el régimen de Putin quiere sofocar a la oposición, por regla general utiliza
disposiciones pintorescas e inverosímiles del Código Penal de Rusia. Por
ejemplo, las jóvenes artistas femeninas –ahora indultadas– de la banda punk
Pussy Riot, que se atrevieron a cantar canciones despectivas sobre Putin en una
iglesia ortodoxa, fueron acusadas de “gamberrismo motivado por odio religioso”
y recibieron una sentencia de dos años de cárcel.
De
igual modo, el político de la oposición y abogado Alexéi Navalni fue condenado
por haber prestado asesoramiento jurídico deficiente a una empresa maderera
provincial que provocó que la firma perdiera dinero, un delito que conllevó una
pena de cinco años de cárcel. Afortunadamente, las autoridades suspendieron la
sentencia tras las protestas masivas en Moscú de partidarios de Navalni, pero
la condena sigue vigente y ha dificultado aún más el activismo político.
Los
juicios por motivos políticos comenzaron a aumentar hace diez años con el
encarcelamiento de Mijaíl Jodorkovski –también indultado la semana pasada por
Putin–, que fue jefe de Yukos, la mayor empresa petrolera privada de Rusia,
después de haber pasado por alto las advertencias de no apoyar a los opositores
de Putin. Desde entonces, ha habido cientos de detenciones por motivos
políticos y sentencias excesivas. Más recientemente, las autoridades
calificaron de disturbio una pacífica protesta contra el Gobierno por parte de
una veintena de jóvenes moscovitas, a pesar de las imágenes en directo por
internet, que no mostraban disturbios.
Putin
se sintió profundamente ofendido por la reacción negativa en las calles y en la
prensa después de su controvertida elección en el 2012 para un tercer mandato
presidencial y acusó a la oposición y a Occidente de intentar minar su figura.
Ya sea que esta reacción refleje una actitud de mezquindad personal o unas
perspectivas intransigentes e inflexibles de un exagente del KGB, su hostilidad
hacia Occidente, especialmente Estados Unidos, resulta inquietante.
A
principios de este año, Putin mostró la profundidad a la que puede hundirse al
castigar a presuntos opositores. Después de que EE.UU. aprobara una ley
destinada a sancionar a autoridades rusas responsables de presuntas violaciones
de derechos humanos, el Gobierno de Putin prohibió que familias estadounidenses
adoptaran huérfanos rusos, miles de los cuales encuentran cada año hogares
felices en EE.UU. Cientos de niños, muchos de ellos con una discapacidad, ya
habían conocido a sus futuros padres y se preparaban para una nueva vida cuando
se impuso la prohibición; se les dijo que los aspirantes a ser sus padres
adoptivos habían cambiado de opinión.
Cada
año, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos recibe de 10.000 a 14.000 quejas
de Rusia, la cifra más alta de Europa. Algunas resultan en la anulación de
condenas injustas e indemnización a las víctimas (aunque Rusia rara vez
indemniza a chechenos maltratados por las fuerzas armadas de Rusia). Hasta
ahora, Moscú ha respetado en general las sentencias del mencionado tribunal
europeo. Pero el 23 de octubre, el Tribunal Supremo rechazó por primera vez de
forma oficial una decisión del organismo europeo en un caso relativo a Alexéi
Pichuguin, próximo a Jodorkovski y jefe del servicio de seguridad de Yukos, que
había sido condenado a cadena perpetua por fraude. El tribunal europeo pidió
que la condena de Pichuguin se redujera y el Gobierno de Rusia lo compensara
por “el daño moral”.
Este
no fue el único caso en que Rusia ha dado la espalda a sus compromisos
internacionales. El Ministerio de Exteriores anunció que Rusia no acataría la
decisión del Tribunal Internacional del Derecho del Mar en una demanda de los
propietarios de un buque utilizado por Greenpeace. La demanda surgió de un
incidente en septiembre, cuando los activistas de Greenpeace, en el marco de la
campaña global Salvar el Ártico, intentaron colocar una pancarta de protesta en
la plataforma petrolera rusa Prirazlomnaya. Fueron detenidos por los guardias
fronterizos rusos y encarcelados en Murmansk; su barco, el Arctic Sunrise, de
propiedad holandesa, les fue asimismo incautado. Su capitán estadounidense,
Peter Willcox, y su tripulación internacional fueron detenidos y acusados de
piratería, aunque finalmente también fueron indultados por Putin hace unos
días.
La
creciente tendencia del Gobierno de Putin a eximirse a sí mismo del
cumplimiento del derecho internacional es peligrosa para el mundo, pero es
probable que se demuestre aún más peligrosa para Rusia.
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