- ¿Occidente calculó mal en Siria?/Fawaz A. Gerges, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.
- Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
Después
de la suspensión de la semana pasada de la ayuda de tipo no letal al Ejército
Libre de Siria por parte de Estados Unidos y el Reino Unido, la estrategia
occidental hacia este país devastado por la guerra está hecha jirones.
Washington y Londres se vieron obligados a actuar después de que rebeldes
islamistas radicales, incluido el Estado Islámico y el Levante (en inglés,
ISIL), se apoderara de la sede central y almacenes del Ejército Libre de Siria
(en inglés, FSA) respaldado por Occidente y según se ha informado se incautara
de misiles antiaéreos y antitanque (se dice que parte de ellos son
suministrados por Estados Unidos).
Esta
derrota humillante pone abiertamente al descubierto el práctico desmoronamiento
del FSA y el auge de los rebeldes islamistas, la mayoría de los cuales se
oponen a cualquier tipo de diálogo político con el régimen del presidente El
Asad y apelan a la fundación de un Estado basado en el Corán.
Lejos
de unificar las filas de los rebeldes, como las potencias occidentales esperaban,
el FSA se ha convertido en una estructura cuya mayoría de brigadas combatientes
desertan de él para pasarse a facciones islamistas e intentan quedarse con sus
bienes y marginarlo todavía más.
La
debilidad militar de la FSA es un importante contratiempo para las potencias
occidentales, que esperaban que lideraría la campaña para derrocar a El Asad
para, a continuación, ocupar el papel de Al Qaeda. Además, la oposición
política con apoyo occidental, la Coalición Nacional Siria (en inglés, SNC), no
ha logrado adentrarse de modo significativo en el interior del país o crear una
base social importante. Buena parte de los grupos armados, entre ellos el
poderoso Frente Islámico, dicen que no reconocen la Coalición Nacional Siria
como representante legítimo y le advierten contra su participación en la
conferencia de paz propuesta para el mes próximo en una localidad suiza a la
orilla de un lago.
Funcionarios
occidentales se hallan inquietos por la excesiva debilidad y división de la
Coalición ante el reto de negociar eficazmente con El Asad y obligarle a
dimitir (o, en lenguaje diplomático formar una autoridad de transición dotada
de pleno poder ejecutivo). El año pasado, la guerra intestina entre los
rebeldes armados ha eclipsado el combate principal contra El Asad, permitiendo
que sus fuerzas obtuvieran ventaja e hicieran grandes progresos tácticos en
Homs, Damasco e incluso el bastión rebelde de Alepo.
Envalentonado,
El Asad y sus secuaces han recordado en varias ocasiones a la oposición que no
van a ir a Ginebra a ceder el poder a un gobierno de transición. De hecho,
cualquier acuerdo político debería plausiblemente reflejar el equilibrio de
poder sobre el terreno, un hecho que pone de manifiesto el grado en que
Occidente infravaloró la resistencia tenaz de El Asad y la fuerza del apoyo con
que cuenta de parte de Irán y Rusia.
El
secretario de Defensa, Chuck Hagel, ha reconocido que el enfoque de Estados
Unidos sobre Siria sufre los efectos del desconcierto: “se percibe claramente
lo complicado y peligroso de esta situación y su carácter impredecible…
Seguimos apoyando al comandante del Ejército Libre Sirio, el general Idris, y a
la oposición moderada… Pero no deja de ser un problema”.
Incluso
el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, ha apelado a los
rebeldes a “evitar la discordia y a unirse”, reflejando así la preocupación en
el sentido de que la fragmentación de la oposición no es un factor de buen
agüero ante la conferencia de paz.
Después
de tres años de guerra urbana devastadora, la revuelta siria se ha transformado
y ha provocado consecuencias no deseadas. Ha sido secuestrada por elementos
religiosos partidarios de la línea dura, señores de la guerra criminales y
rivalidades de signo regional. Las esperanzas y sueños iniciales de millones de
sirios depositados en un gobierno abierto, amplio y pluralista después de El
Asad se hallan ahora enterrados en los campos de combate.
Desde
el principio, las posibilidades existentes jugaban contra la oposición
nacionalista. Siempre había mostrado una dependencia abrumadora de las
potencias regionales en el plano del apoyo militar y financiero de modo que
quedaba en situación vulnerable frente a manejos externos. Se ha encontrado en
una situación de tira y afloja en distintas direcciones por sus patronos en la
región y pierde, por tanto, independencia y perspectiva en medio de disputas
que se ahondan de modo creciente.
Junto
a tal panorama, la demagogia inicial de la Administración Obama –insistiendo en
que El Asad ha de dimitir y en que sus días están contados– no se ha
correspondido con ninguna planificación estratégica digna de crédito o por una
adecuada valoración de la situación sobre el terreno. El Reino Unido y Francia
han reiterado la postura estadounidense sin tomar en consideración los peligros
de un error de cálculo y la posibilidad de que Siria pudiera implosionar además
de desencadenar una crisis humanitaria desastrosa –situación abiertamente
demostrada por la nieve y las glaciales temperaturas del pasado fin de semana–
y una guerra de alcance regional. De hecho, Siria es ahora, sobre todo, un
campo de batalla donde Arabia Saudí e Irán libran una guerra por delegación de
repercusiones sectarias devastadoras.
Se
precisa urgentemente un acuerdo entre Arabia Saudí e Irán; es dudoso que la
propuesta conferencia de paz pueda reunirse, por no hablar de producir
resultados, sin un entendimiento explícito entre las dos potencias del Golfo en
lucha. Aunque Arabia ejerce una influencia considerable sobre los rebeldes
islamistas, sobre todo el Frente Islámico, Irán es un factor fundamental para
la supervivencia de El Asad.
Bajo
el mandato de su nuevo presidente, Irán puede mostrarse dispuesto a cortar el
cordón umbilical con El Asad, que se ha convertido en una carga importante para
Teherán en el mundo árabe. De modo similar, los militantes islamistas rebeldes
en Siria podrían representar un motivo de obsesión para sus vecinos, inclusive
Arabia Saudí, durante los próximos años. Ambas potencias del Golfo tienen mucho
que ganar en el caso de salvar a Siria. No es una cuestión fácil, pero sea como
fuere en el caso de las potencias occidentales y de Rusia es mucho lo que se
halla en juego.
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