Gas
ruso para Ucrania: ¿natural o lacrimógeno?/ Gonzalo Escribano es director del Programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano
Publicado en El Real
Instituto Elcano | 25 de febrero de 2014
La
tensión que se vive en Ucrania es el último episodio de un pulso entre Rusia y
la UE que se remonta a los cortes de suministro de 2006 y 2009, que supusieron
sendas interrupciones del abastecimiento a varios Estados miembros del Este.
Desde entonces, la UE ha intensificado sus esfuerzos por diversificar sus
suministros y reducir la posición dominante de Gazprom en los mercados
europeos, previniendo que Rusia siguiese instrumentalizando políticamente su
gas para extender su influencia en Europa y su vecindad. Esta estrategia parece
haber fallado en lo relativo a Ucrania, donde el gas ha jugado de nuevo un
papel fundamental en la crisis desatada. Antes de centrar el análisis en
Ucrania, debe reconocerse que a nivel geográfico más amplio los resultados de
la estrategia europea no son tan negativos.
En
el campo de la apertura de corredores energéticos, el mega-proyecto de
gasoducto Nabucco ha dejado su lugar al más modesto TAP. Las perspectivas de
recibir gas de Turkmenistán a través del Caspio plantean toda una colección de
obstáculos geopolíticos, legales y de falta de viabilidad económica que no
justifican el empeño de la Comisión por ejercer precisamente en ese escenario
sus recién adquiridas competencias en materia de corredores extra-UE. Los
resultados quedan, por tanto, muy lejanos del doble objetivo de diversificar los
suministros y reducir la influencia rusa en el Cáucaso y Asia Central, poniendo
de manifiesto la falta de músculo de la UE frente a Rusia en lo que ésta
considera su espacio natural de influencia.
La
aplicación a Gazprom del nuevo acervo comunitario energético, cuyo principal
objetivo exterior consiste precisamente en limitar el control ruso tanto del
gas como de los gasoductos que abastecen a los Estados miembros de la
ampliación, ha tenido en cambio más éxito. Algunos de ellos han iniciado una
estrategia de diversificación basada en el Gas Natural Licuado y la explotación
de sus recursos no convencionales (por ejemplo Polonia y, antes de la crisis
actual, Ucrania), otros aplicando rigurosamente las normas comunitarias para
fragmentar la posición de Gazprom (como Lituania, que sufrió las represalias en
forma de aumento de los precios del gas importado), otros recurriendo al
desarrollo de interconexiones con otros Estados miembros centroeuropeos.
La
UE propuso también realizar las infraestructuras necesarias para abastecer a
los Estados miembros y socios del Este en caso de interrupción por parte rusa,
y poder ejercer la solidaridad entre ellos, eso sí, en la práctica casi siempre
con gas ruso. En el caso de Ucrania, su adhesión al Tratado de la Comunidad de
la Energía pretendía consolidar el anclaje del país a las normas energéticas
comunitarias y ofrecer mecanismos para limitar el dominio ruso del sector
energético.
La
situación actual en Ucrania muestra los límites de esta estrategia. Entre las
presiones rusas de todo tipo para que Ucrania optase por la Unión Euroasiática
patrocinada por el Kremlin a expensas del Acuerdo de Asociación con la UE, el
gas ha jugado un papel crítico. La UE había abierto un corredor de gas desde
Polonia y Hungría hacia Ucrania para reducir el dominio de Gazprom: aunque de
nuevo se trataba de gas ruso, el precio era sustancialmente más bajo al
ofrecido por Rusia a Ucrania. Sin embargo, a principios de 2014 Rusia redujo el
precio del gas exportado a Ucrania a la tercera parte, y ésta ha vuelto a
importar todo su gas de Rusia bajo precios que deben ser revisados cada tres
meses, lo que permite a Rusia mantener la supervisión política del país.
Para
frustración de la UE, al final el anclaje de los precios ha resultado muy
superior al anclaje normativo, y esta experiencia le debería hacer reflexionar
sobre el margen de maniobra de que dispone en sus relaciones energéticas con
Rusia. Es cierto que la UE ha ayudado a sus Estados miembros del Este a reducir
la influencia de Gazprom gracias, esta vez sí y literalmente, a su poder
normativo. Pero sólo dentro de la propia UE (faltaría más, podría pensarse) y
gracias a la política de competencia comunitaria, no a la política exterior. En
cambio, Rusia ha conseguido hasta ahora minimizar los esfuerzos europeos de
diversificación en el Cáucaso y el Caspio, y no parece que la UE esté en
disposición de disputarle la preeminencia regional en Asia Central.
El
verdadero pulso geopolítico se juega por tanto ahora en la vecindad europea
inmediata, como ejemplifica el caso de Ucrania: un país que cuenta con
importantes reservas no convencionales, que ha firmado la Carta de la Energía
cuyos protocolos de tránsito no respetó en 2006 ni 2009, es miembro de un
Tratado de la Comunidad de la Energía que podría abandonar, y ha rechazado de
manera inaudita (para la UE) el Acuerdo de Asociación ofrecido. Pese a todo, el
país permanece anclado a Rusia, el más convencional de los poderes energéticos,
mediante su recurso más común: jugar con los precios del gas para alcanzar sus
objetivos políticos.
Pese
a lo que parece una victoria de sus posiciones, en el campo energético el
espacio de política con que cuenta la UE fuera de la regulación de su propio
mercado se revela cada vez más reducido. Los intentos de compensar la
influencia que suponen los recursos de gas rusos con incentivos económicos
pueden no ser suficientes, pese a los renovados anuncios de apoyo económico
realizados desde algunas capitales europeas tras la destitución de Yanúkovich.
La
oferta europea de abastecer de gas al país tampoco parece creíble: no hay
capacidad suficiente para revertir los flujos de gas desde los Estados
miembros, y en todo caso se haría con gas ruso importado por otras rutas. Un
escenario de fragmentación del país tampoco resulta especialmente favorable:
los grandes gasoductos entran en Ucrania por el Este y el Noreste, donde
también se encuentran los principales hubs gasistas del país, y también tienen
conexión con el Mar Negro entrando de nuevo en Rusia por el sureste.
Así,
un país de tránsito clave tanto para la UE como para Rusia se convertiría en
otro país a abastecer para la primera y en uno menos a través del cual exportar
para la segunda. Sería deseable que la interdependencia cooperativa primara
frente a la competencia estratégica, pero no puede descartarse que Rusia
recurra de nuevo al gas en su pulso ucraniano. En el corto plazo podrían
reproducirse perturbaciones de suministro, variaciones en los precios y
modificaciones de contratos. Buena parte de los ciudadanos ucranianos han
rechazado el empleo de botes de gas lacrimógeno y demás material
anti-disturbios que todos los europeos han visto utilizar en sus pantallas en
los últimos días. Parece que la estrategia de represión ha fallado, pero en el
campo del gas natural la UE cuenta con pocos activos para contrapesar ni
prevenir el abuso por parte de Rusia de su poder de mercado.
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