El México del
Chapo/Sergio Aguayo
is Professor of Political Science at El
Colegio de México (the College of Mexico), and is currently a visiting
professor at Harvard.
Project
Syndicate | 4 de marzo de 2014
La
captura de Joaquín “Chapo“ Guzmán –uno de los delincuentes más buscados del
mundo- es apenas una victoria en la larga lucha contra los narco traficantes.
Hace falta mucho más para cambiar el círculo vicioso de violencia y corrupción
que degrada la legalidad en México, no importa que El Chapo haya sido hasta su
detención el jefe del cartel de Sinaloa, el más importante del país.
El
presidente Enrique Peña Nieto se beneficia directamente de la detención del
jefe del Cartel de Sinaloa, el más importante del país, y de su muy probable
extradición a Estados Unidos. Le hacía falta. La mayoría de los mexicanos
parece desencantada de su administración. Según Reforma, el periódico más
influyente del país, la tasa de aprobación a su gestión cayó de 67% a 40% entre
las élites, y de 63% a 55% en población general durante su primer año.
Pero
necesita mucho más. La gestión de Peña Nieto es una paradoja. En sólo 14 meses
ha sido capaz de orquestar consensos necesarios para aprobar reformas urgentes
en el sistema educativo, por ejemplo, y para abrir el sector ejergético a la
inversión extranjera. Pero, al mismo tiempo, sabotea su propio proyecto con un
estilo de gobierno que limita su eficacia.
Es
cierto que Peña Nieto ha elegido a un equipo de profesionales para conducir su
gabinete de seguridad. Pero otras áreas de su gobierno padecen de los hábitos
que él adquirió como gobernador del muy tradicional Estado de México, que rodea
a la capital y es el más populoso del país. Por privilegiar la lealtad política
ha incorporado a colaboradores ineptos en algunas áreas, no se ha comprometido
con la transparencia y no combate a la corrupción que desvasta al país.
Michoacán
–en el sudoeste del país- es un ejemplo extremo y revelador. En la región de
ese Estado llamada Tierra Caliente hay una guerra con tres fuerzas armadas: las
fuerzas federales (ejército, Marina y policía federal) y sus aliados, las
llamados grupos de autodefensa; y las milicias del crimen organizado que se
autodenominan Caballeros Templarios.
Los
Templarios se habían apoderado del estado aprovechándose de la complicidad, la
corrupción y la ineptitud del Estado mexicano. Y hubieran seguido extorsionando
a la población de no haber sido por la aparición en febrero de 2013 de las
autodefensas que en estos momentos reciben la aprobación de las mayorías.
Por
el momento, la alianza entre fuerzas federales y autodefensas tienen a los
Templarios a la defensiva. Y si esto continúa, la fragmentación de ese cartel
parece inevitable. Pero incluso su eventual desaparición no significará el fin
del negocio de la droga. Lo verdaderamente importante para el futuro es que el
gobierno de Peña Nieto no está atacando las raíces profundas de la violencia
mexicana.
Hay
una anécdota muy elocuente. La “Princesa Templaria“ Melissa Plancarte, hija de
un famoso capo michoacano, grabó escenas de un video alabando al cartel de su
padre y al tráfico de drogas en el Palacio de Justicia de Michoacán.
El
gobierno de peña Nieto ha preferido ignorar este y otros signos del imperio del
crimen organizado sobre las autoridades locales porque Michoacán es gobernado
por su partido (el Revolucionario Institucional o PRI). Lo mismo pasa en
Veracruz, Tamaulipas y otros estados. La clase política mexicana se resiste a
combatir la corrupción y la impunidad.
En
México no sólo los narcotraficantes (que se han hecho fuertes en varios
estados) amenazan la gobernanza; también lo hacen carteles industriales y
comerciales, así como otros intereses profundamente arraigados que impiden la
implementación de reformas luego de que se han hecho ley. El estado mexicano es
débil y la democracia tiene cimientos débiles.
La
violencia está sustentada por un modelo económico que alienta la ilegalidad y
la desigualdad. Según cifras oficiales el 60% de la población ocupada está en
la informalidad y hay un enorme desempleo juvenil. La delincuencia organizada
se alimenta de estos jóvenes que se juegan la vida por la esperanza de una
rápida mejoría económica.
¿Peña
Nieto irá hasta el fondo en las causas de la violencia aún cuando eso
perjudique sus apoyos políticos? ¿Servirán las reformas económicas en curso
para reducir la desigualdad, o la prosperidad de algunos seguirá
construyéndosesobre la miseria de otros?
Aunque
es imposible anticipar el desenlace de tantos puntos de crisis,sí sabemos que
en los próximos años México seguirá oscilando entre cifras macroeconómicas
sólidas, una desigualdad crónica y una violencia estructural. En este contexto,
la captura del Chapo es apenas una nota al pie de una historia mucho más
complicada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario