La
doble memoria histórica de Ucrania/José M. Faraldo es profesor de la Universidad Complutense. Especialista en Europa Oriental.
El
País | 24 de mayo de 2014;
Muchos
ciudadanos españoles dicen estar cansados de escuchar las discusiones acerca de
la “memoria histórica”, muchos afirman no poder oír ya la palabra sin un gesto
de hastío. Y, sin embargo, pocas veces nos damos cuenta de lo realmente
importante que es el hecho de que una sociedad discuta sobre su pasado y llegue
a ciertos consensos sobre él, consensos que son siempre temporales y siempre
contestados, pero que permiten al menos el funcionamiento cotidiano de esa
sociedad.
Estas
reflexiones me vienen a la memoria al seguir el conflicto ucranio. Porque
—dejando a un lado el factor importantísimo de la intervención imperialista
rusa— lo que sucede en Ucrania es un conflicto eminentemente de memorias. No es
un conflicto étnico en absoluto, ni lingüístico, ni religioso, aunque los
acontecimientos vayan poco a poco transformando las ambiguas identidades de los
rusófonos en un sentido nacionalista.
El
problema surge de la percepción distinta que los ciudadanos ucranios tienen de
los acontecimientos de la II Guerra Mundial y de la posguerra. La memoria
histórica de muchos ciudadanos en el centro, el sur y el este del país es una
memoria histórica soviética. En ella se habla del sufrimiento del pueblo
soviético ucranio ante la invasión alemana de 1941, del dolor, la tragedia, las
muertes y las violencias que las tropas nazis infligieron a los ucranios, los
cientos de miles de personas asesinadas por la horca, el hambre o el
fusilamiento. Se recalca en esta memoria histórica el esfuerzo tremendo
realizado por el pueblo soviético ucranio para expulsar al invasor, los
partisanos rojos que colaboraban con el Ejército soviético, el propio Ejército
expulsando lentamente a los invasores, a costa de sangre y dolor. Se recuerda
también a los cientos de miles de zwangarbeiters, los trabajadores forzados
—muchos de ellos mujeres jóvenes— enviadas a trabajar a Alemania para cubrir
los huecos dejados por los soldados en el frente y que vivieron en condiciones
de esclavitud. Muchas murieron o volvieron tullidas, enfermas, con las vidas
destrozadas.
Pero
para quienes comparten esta memoria no existen o son pecatta minuta los
crímenes de guerra cometidos por el Ejército rojo en su camino a Berlín, las
matanzas absolutamente indiscriminadas de civiles, las violaciones masivas —no
sólo de mujeres pertenecientes a naciones “enemigas” sino incluso de aliadas—,
la destrucción de los antifascistas no comunistas en Polonia o la imposición de
un sistema económico y social sobre unas naciones centroeuropeas que no lo
querían. Pero, claro, ¿quién escucha con agrado que su abuelo fue un violador y
que, mientras liberaba el país de un invasor, torturó, robó y asesinó a civiles
inocentes?
Y,
sobre todo, en esta memoria histórica está ausente el hecho fundamental de que
fue el pacto entre Hitler y Stalin el que le diera al Ejército alemán la luz
verde para invadir Polonia y comenzar así la II Guerra Mundial y el Holocausto.
A Stalin le regresaron en un movimiento de boomerang las consecuencias de su
pacto con Hitler; su reparto de Europa y su invasión de Polonia —dos semanas
después de la alemana— se convirtieron en el reparto y la invasión de la URSS.
Y
es de aquí sobre todo de donde surge la otra memoria histórica ucrania. Buena
parte de las regiones polacas invadidas por la URSS el 17 de septiembre de 1939
se convirtieron en la Ucrania Occidental. Para muchos de sus ciudadanos hoy
día, Moscovia —identificada con la Rusia de los zares, la URSS de Stalin y la
Federación Rusa de Putin— invadió Ucrania y la sometió a un régimen colonial de
explotación y sometimiento. Ucrania —repartida desde antiguo entre varios
imperios— fue sometida por Stalin a un holocausto de hambre —el llamado Holomodor—,
donde murieron varios millones de ucranios y a una colectivización forzosa de
la agricultura que causó varios millones más, entre muertos y deportados. Los
patriotas ucranios —que habían estado luchando durante los años treinta contra
el Estado polaco— se vieron entonces entre dos fuegos; lucharon contra los
nazis y contra los soviets, desesperadamente, hasta el último hombre. Es cierto
que en 1941 y 1945 colaboraron —“brevemente”— con los nazis y que hasta
formaron una división propia de la SS, pero se trató “tan sólo” de una
necesidad estratégica para luchar por la libertad de Ucrania.
Esta
memoria histórica contempla la acción de los partisanos de la UPA, el Ejército
Rebelde Ucranio, que pervivió hasta principios de la década de los cincuenta,
como una lucha heroica contra un enemigo exterior. Pero no asume —o sólo en muy
pequeña medida—, el hecho de que los “patriotas” ucranios que prevalecieron
fueron la fracción más nacionalista, un movimiento fascista culpable de
crímenes horrendos, que asesinó a decenas de miles de polacos y de ucranios que
no se sometían a sus dictados. Y de judíos. La participación del fascismo
ucranio en el Holocausto es innegable, su consideración del judío como enemigo
en todos los aspectos, no muy distinta de la de los nazis.
Durante
los 20 años de independencia ucrania cada parte de la sociedad ha alimentado su
propia memoria histórica sin aceptar la del otro. Los poderes públicos, que son
los que tendrían que haber tendido puentes entre ambas visiones, no lo han
hecho: cuando gobernaban los más “prorrusos” —como el depuesto presidente
Yanukóvich—, se alimentó la memoria sovietizante; cuando gobernaron los más
nacionalistas ucranios, se elevaron a héroes nacionales a los fascistas
ucranios y se santificó el Holodomor. Sólo en un aspecto mejoró, casi por
sorpresa, esta memoria histórica: se produjo una reconciliación con Polonia en
la que ambas partes, incluso los nacionalistas ucranios, fueron capaces de
reconocer buena parte de sus culpas. Algo que recuerda a la reconciliación germano-francesa
y que se debió sobre todo a los esfuerzos de Polonia.
Las
dos memorias son ciertas, aunque parciales. Las dos dejan fuera a la otra y
olvidan las propias culpas. Ninguna de ellas ha intentado —hasta ahora—
comprender a la otra. La rebelión de algunos grupos de ciudadanos en el este de
Ucrania —tras la revolución del Maidán y contra esta— se explica y se justifica
por la negativa a aceptar aquella memoria histórica percibida como contraria. Y
viceversa.
Ucrania
no es un Estado fallido. Durante 20 años, aunque con muchos problemas, Ucrania
ha pagado los sueldos y las pensiones, ha organizado —si bien con una
corrupción inmensa— las vidas de sus ciudadanos y ha alcanzado un grado de
consenso importante como país. Incluso hoy día las encuestas muestran que la
mayoría de los ciudadanos del este de Ucrania no quieren separarse del país.
Pero también las mismas encuestas muestran persistentemente que las dos
memorias históricas no se han encontrado. Es urgente, pues, tender puentes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario