La
vida imaginativa/Gustavo Martín Garzo es escritor.
El
País | 6 de febrero de 2016.
Dafne,
Eco y Eurídice sufren la enfermedad del amor. Eurídice, porque no puede
regresar del reino de los muertos y reunirse con Orfeo; Eco, porque privada del
lenguaje sólo podrá repetir hasta el absurdo las palabras del joven que ama;
Dafne, porque para escapar de la ferocidad del deseo de Apolo regresa a la
ciega naturaleza transformada en laurel. Tres ejemplos, en suma, de desdicha
amorosa. La amante a quien la muerte aleja de lo que ama; la que no puede
expresar lo que siente, y la víctima en el juego siempre impredecible del
deseo. Las tres pertenecen, sin embargo, al reino de las musas, ya que
propician nuestro encuentro con la belleza.
La
academia de las musas, la última película de José Luis Guerín comienza con un
seminario en la universidad de Barcelona sobre la poesía de Dante. La película
es una larga conversación entre el profesor de ese insólito seminario y las
alumnas que le escuchan tan embelesadas como sorprendidas por lo que les pide:
que ellas mismas se transformen en musas en un mundo que ha dejado de creer en
la poesía y la belleza. Y una musa es alguien que hace hablar, pero también y,
sobre todo, que habla, que descubre en sí misma un poder que no sabía que
tenía: el poder de encantar a los demás con las palabras. Es Beatriz, pero
también Eloísa; la joven siempre lejana, perdida en la distancia, que ofrece a
Dante las palabras que crearán su poema; y aquella que arrebatada por la pasión
le dice a su amante que él es su único Dios.
La que inspira el amor del poeta y
la que crea una nueva lengua para expresar lo que quiere; la que se entrega y
la que toma lo que desea, porque las musas nunca tienen un solo corazón. Son
Beatriz y Eloísa; son Eurídice, Eco y Dafne a la vez. La que hace cantar a
Orfeo y le recuerda que debe escuchar a los muertos; aquella a quien la
intensidad de su deseo priva del habla y la transforma en el eco del joven que
ama; y la que al sufrir y rebelarse contra su destino de mujer violada se
transforma en un laurel, lo que es lo mismo que decir que transforma su cuerpo
en lenguaje. Porque ¿acaso el laurel no es el árbol cuyas hojas coronan a los
poetas?
la-vida-imaginativaEn
una de las escenas de la película el profesor y una alumna viajan a Cerdeña a
escuchar el canto milenario de unos pastores. Las musas se confunden con las
ninfas de las fuentes y de los bosques. Ellas son las guardianas de la armonía
del mundo e inspiran los distintos tipos de poesía, así como las artes y el
amor. Y esos pastores las llaman con sus cantos misteriosos y las piden que
abandonen el reino mudo de la naturaleza y regresen con ellos. Una ninfa que
rompe a hablar, eso es una musa: un puente entre la naturaleza y la historia,
entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre la realidad y el sueño.
Y esta película nos dice que solo a través del amor, considerado como una de
las bellas artes, se pueden conseguir cosas tan insensatas.
La
academia de las musas es una larga conversación sobre ese cuerpo que encendido
por el deseo debe recurrir obligatoriamente a la poesía para dar cuenta de lo
que quiere. Como si el amor mismo, como afirma Denis de Rougemont en su libro
El amor y Occidente, fuera una invención de la literatura, una invención de los
trovadores. Es lo que hace Dante con Beatriz, transformar las musas del mundo
del mito en una mujer real. Y lo que vemos en la película de José Luis Guerín
es cómo un grupo de mujeres jóvenes de este tiempo se acercan a esa fascinación
del amor de los trovadores. A veces dudan, no saben si querer algo así, pues
¿acaso tal búsqueda no es una maldición para ellas, un resto de ese mundo
patriarcal que les dice que sólo deben vivir para ser el objeto de deseo de sus
compañeros? Y las inteligentes muchachas que asisten a esa academia se rebelan,
claro, contra ese discurso masculino que las obliga a vivir solo para el amor,
pero a la vez, no dejan de estar secretamente fascinadas por ese posible viaje
a los reinos de la sibila, y hacer suyo el canto de los bellos pastores del
mundo del mito, ese canto que une todo lo que nosotros separamos al vivir.
Eso
hacía Orfeo, el cantor. Iba por los caminos y su música hacía que los árboles
le entregaran sus frutos, que las aves dejaran de volar y los arroyos se
detuvieran para escucharle. Y las estudiantes quieren oír ese canto, que les
hace preguntarse por el misterio de estar enamoradas, pero que también les
permite dialogar con los muertos. Quieren ser Orfeo y Eurídice a la vez, la que
habla con la naturaleza y la que regresa de la muerte. Y hablar de esa que regresa
es hacerlo de todas las bellas dormidas de los cuentos y las leyendas, pues
todas ellas representan esa vida ignorada que hay en cada uno de nosotros y que
espera despertar alguna vez. Y es ese canto el que lo consigue. Por eso van a
la Academia de las Musas, porque no se conforman con hablar sino que quieren
que hablar y cantar sean la misma cosa, que es lo que pasa en el amor. Y por
eso de todas las historias que existen su preferida es aquella de La Divina
Comedia en que se cuenta el beso de Francesca y Paolo. Son cuñados y están
leyendo un libro donde se narran los amores de Lancelot y la reina Ginebra. Y
cuando llegan al pasaje en que el caballero y la reina se besan, ellos como los
amantes de la historia del libro que leen también se descubren besándose. Jorge
Luis Borges habla en uno de sus poemas de ese beso inolvidable: “Son Paolo y
Francesca / y también la reina y su amante / y todos los amantes que han sido /
desde aquel Adán y su Eva / en el pasto del Paraíso. / Un libro, un sueño les
revela / que son formas de un sueño que fue soñado / en tierras de Bretaña.
/Otro libro hará que los hombres, / sueños también, los sueñen”.
En
Frankie y la boda, la preciosa novela de Carson McCullers (¿por qué ya no se
escriben novelas así?), pueden leerse estas líneas: “Frankie estaba tan
crecida, aquel verano, que ya no podía andar por debajo del emparrado como
siempre había hecho. Otras criaturas de doce años seguramente podrían todavía
pasear por allí debajo y hacer teatro y divertirse. Incluso señoras mayores que
fueran bajitas podrían pasar bajo las ramas; pero Frankie ya era demasiada
alta; aquel año tenía que quedarse dando vueltas y mirar desde fuera como los
mayores”. ¿También nosotros nos hemos quedado sin mundo como la desdichada
Frankie? La película de Guerín se rebela contra esta idea y nos devuelve a esos
lugares bajo las ramas donde la vida imaginativa, la estética y la práctica son
aún una sola cosa. Vayan a verla, descubrirán lo bellas e insensatas que son
las cosas que suceden allí.
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