Reino
Unido: empieza la batalla/Henry
Kamen, es historiador británico; su obra más reciente es Fernando el Católico (Esfera de los Libros, 2015).
El
Mundo, 12 de mayo de 2016.
La
atención del público se ha centrado estos últimos días en un pormenor de las
noticias sobre el Reino Unido: el asombroso éxito del equipo de fútbol de la
ciudad de Leicester. Pero el fútbol es un fenómeno de corta duración que no va
a cambiar nada en el país. De mayor importancia son los resultados de las
elecciones locales y regionales que acaban de tener lugar, la primera prueba
importante de la opinión pública en el Reino Unido antes del referéndum que se
desarrollará dentro de unas semanas. Estas elecciones -“un carnaval de
resultados peculiares”, según un periódico británico- abren la puerta a
inmensas consecuencias.
A
primera vista, el contexto parece bastante normal. Ha habido elecciones en más
de 100 municipios, dos parlamentos regionales y la Alcaldía de Londres. Detrás
del drama de las elecciones, sin embargo, se perfila el enorme problema de la
inestabilidad territorial: si ingleses, galeses, irlandeses y escoceses
insisten en expresar por separado y de manera distinta sus deseos políticos
para el futuro del Reino. Más allá de esto, los comicios han tenido un impacto
fundamental en el futuro del Partido Laborista.
Ahora
todo está en desorden. Y sólo es el principio. La batalla aún no ha comenzado
y, sin embargo, todos los combatientes están instalados en el caos y la
confusión, porque hay un problema aún mayor que amenaza el futuro inmediato: el
referéndum, dentro de poco más de un mes, sobre la permanencia o el divocio del
Reino Unido de la Unión Europea. Ocasión tendremos de comentar el resultado
cuando se produzca. Mientras tanto, conviene centrarse en los análisis de las
elecciones locales del jueves de la semana pasada.
Es
justo decir que las cuestiones de raza y cultura han ocupado un lugar central
en la campaña y en los resultados, a pesar de que no tienen nada que ver con
los problemas políticos reales de la mayoría de los ciudadanos. En Londres, el
hecho de que uno de los dos principales candidatos a la Alcaldía fuera musulmán
atrajo una atención extraordinaria porque es la primera vez que una ciudad
importante del Occidente cristiano ha aceptado a un musulmán para llevar las
riendas.
Sadiq
Khan, nacido y criado en Londres, proviene de una familia que emigró de
Pakistán; su padre trabajó 25 años como conductor de autobús en Inglaterra.
Khan se convirtió en abogado, ingresó en el Partido Laborista y después fue
elegido diputado del Parlamento. Se esperaba que ganara estas elecciones a
alcalde ya que el área de Londres es en gran parte laborista;aun así,
obviamente, el éxito crea un precedente histórico importante. La ciudad más
grande de Europa ha elegido democráticamente tener un alcalde musulmán. Es un
hecho que contradice claramente la actitud de los extremistas que creen que
debería haber conflicto entre religiones. Pero queda por ver si todas las
consecuencias son positivas. El éxito de un candidato no blanco en la capital
británica no es una sorpresa si tenemos en cuenta que el voto de los
inmigrantes es a la vez masivo y decisivo. En algunas otras ciudades inglesas,
en los últimos años se ha escogido a otros musulmanes con cierta frecuencia
para el cargo de alcalde. Los que no viven en Inglaterra a menudo no son
conscientes de este hecho. La elección de Khan no es por tanto una novedad y no
es necesariamente un signo de esperanza. No acabará con la islamofobia. Los
terroristas yihadistas, por otra parte, no estarán satisfechos de que un
musulmán haya demostrado la necedad de la ideología que desean imponer a la
sociedad. Y sin duda reaccionarán negativamente.
El
segundo resultado impresionante de las elecciones ha sido el castigo que ha
recibido el Partido Laborista. No es de extrañar el declive que están sufriendo
en casi toda Europa los partidos de inspiración socialista. Esta filosofía, al
menos en su forma marxista, está prácticamente extinta en la UE. En el Reino
Unido, el laborismo ha sufrido el inconveniente añadido de tener un nuevo
líder, Jeremy Corbyn, que no cuenta siquiera con la confianza de muchos de sus
correligionarios en el Parlamento. Por mala suerte, Corbyn también se ha visto
envuelto en una controversia que reveló algunas de las corrientes antisemitas
dentro del partido. La expresión pública más activa del antisemitismo vino de
los miembros del partido que también son musulmanes de origen inmigrante.
Lógicamente, los votantes -y especialmente los votantes judíos- se distanciaron
del laborismo. Ésto ha tenido un impacto directo en la votación, pero parece
que por el momento no se ha producido una pérdida desastrosa de escaños
municipales.
Sin
embargo, de una forma u otra, la cita electoral supuso una decepción para el
laborismo británico, y ya ha habido peticiones de algunos dirigentes destacados
para que Corbyn renuncie al puesto de líder. Sin ir más lejos, la mañana
después de las elecciones, algunos parlamentarios laboristas denunciaron “el
liderazgo débil, mal juicio y sentido equivocado de prioridades” de Corbyn.
Tenían toda la razón. Con todos los problemas que el primer ministro, el
conservador David Cameron, ha tenido que afrontar, el laborismo debería haber
logrado una victoria clara en una cita electoral donde tradicionalmente se
castiga al partido en el Gobierno. En cambio, eso no ocurrió, y el Partido
Laborista está sin duda camino de perder las próximas elecciones generales.
El
mayor revés lo ha sufrido en Escocia, donde desde hace más de un siglo y hasta
la última década había sido el partido más votado. En estas elecciones, los
nacionalistas del SNP han repetido el triunfo y han reducido al laborismo a la
posición de tercera fuerza, después de los tories. Los resultados de las
elecciones escocesas han sacado de nuevo a la superficie la continua amenaza
del separatismo. No debemos exagerar la situación, sin embargo, como algunos
periódicos europeos están haciendo. No hay duda de que los escoceses están muy
contentos con el SNP, pero eso se debe a que esta formación está funcionando
dentro del Reino Unido. Sería una historia bastante diferente si los votantes
en un futuro referéndum tuvieran que optar por vivir fuera del Reino Unido y fuera
de la Unión Europea, en un contexto económico donde el recurso principal de
Escocia, el petróleo del Mar del Norte, ya no es tan rentable por la caída de
los precios del crudo.
La
prensa europea (e, inevitablemente, la prensa catalana) no ha entendido bien la
situación en Escocia. Ha fallado al no reconocer que los conservadores -con
excepción de la pérdida esperada de la Alcaldía de Londres- han demostrado una
notable energía. Los tories han hecho avances electorales en Inglaterra, se han
convertido en el segundo partido más grande de Escocia y David Cameron parece
estar en camino de ganar cualquier desafío futuro. Sin embargo, a pesar de que
el premier haya salido ileso del caos, es muy consciente de que el electorado
ha sido peligrosamente agitado por temas que han despertado reacciones
viscerales y han alentado a la gente a votar no con la cabeza, sino con sus
emociones.
No
es prudente duplicar las elecciones. Sin embargo, es precisamente lo que el
Reino Unido va a hacer esta primavera. Es una reflexión que se puede aplicar
por igual a España, donde gracias a las maniobras y la ineptitud de la clase
política los electores se verán obligados a repetir dos veces una elección que
no tiene ninguna posibilidad de llevar tranquilidad al país. En momentos como
éstos, tanto en el Reino Unido como en España a uno se le puede perdonar que
dude de si la democracia está funcionando correctamente.
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