12 may 2016

Trump, el precio del populismo/Rafael Domingo Oslé

Cuidado!  Este hombre maestro de la demagogia podría ser el próximo comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses

Trump, el precio del populismo/Rafael Domingo Oslé es catedrático en la Universidad de Navarra e investigador en la Universidad de Emory. Acaba de ser investido doctor Honoris Causa por la Universidad San Ignacio de Loyola (Perú) como reconocimiento a su trayectoria profesional y académica.

El Español, 12 de mayo de 2016.

Cuando Donald Trump anunció su candidatura en uno de sus grandes rascacielos neoyorkinos en junio de 2015, pocos pensaron que podría llegar a suceder lo que de hecho ha sucedido hasta ahora en esta larga y extenuante carrera hacia la Casa Blanca. Trump fue entonces visto por muchos como un oportunista, capaz de hacer negocio incluso a costa de las elecciones presidenciales. Otros lo tuvieron por un showman multimillonario, que, aburrido de sus negocios inmobiliarios, se lo quería pasar bien luchando por un imposible.
La campaña era muy larga y necesitaba de animadores sociales. Trump prometía ser uno de ellos. Aportaba protagonismo, morbo, carisma, genialidad, humor, confrontación. Y dinero, mucho dinero, porque las campañas americanas son caras. Es decir, Trump contribuía a la campaña con todos los ingredientes que esta demandaba para ser mediáticamente atractiva.

Con Trump todo iba a ser divertido como sus hoteles, sus campos de golf, o sus salones de baile. Algunos, los menos, vieron en Trump un producto del  antiobamismo: el rechazo político que está produciendo la presidencia de Obama en el sector republicano habría provocado, a modo de reacción, un candidato anómalo y antisistema. Muy pocos se imaginaron lo que ha pasado.
El fenómeno Trump ha ido mucho más lejos de lo esperado. En pocos meses, Trump ha sido capaz de demostrar que sabe lo que quiere, y que quiere ser presidente. Ha probado con creces que es un buen corredor de fondo y que con casi setenta años se puede seguir luchando sin tregua por un objetivo concreto. En Estados Unidos, la edad se tiene muy poco en cuenta. Es el talento lo que suma, no los años.
Trump ha dejado claro que es un empresario ingenioso y valiente, que puede castigar duramente a los políticos de salón o a los correveidiles de turno. Con sus modos desenfadados, su vocabulario desafiante y sus gestos cautivadores, Trump ha sacado de la pista, sin inmutarse, a todos sus contrincantes republicanos. Y ha puesto a temblar a los demócratas.
Trump ya no tiene rival. Es el amo y señor del republicanismo americano por más que no sea aceptado por la vieja guardia del partido. Poco le importa. Él es el protagonista de la campaña electoral y el único capaz de acallar la voz de Hilary Clinton, su verdadera enemiga política.
Con un talento innato, Trump ha controlado el espacio mediático sin hacer esfuerzos, de manera natural. Maneja y se sirve de los medios de comunicación como pocos. No busca a los periodistas, los atrae irresistiblemente con su dominio del arte de polemizar. Le viene de antiguo. Atacó a Obama cuando era candidato presidencial diciendo que no había nacido en América sino en África, y que sus notas no eran  tan buenas como para haber entrado en Harvard. Ahora le ha dicho a Hilary que si no fuese mujer no le votaría ni el cinco por ciento de sus seguidores.
La demagogia es su gran aliada. Ha gestionado completamente la agenda de la campaña. Los demás políticos han ido siempre por detrás de él, perdiendo el aliento. Y es que Trump es electrizante. Te puedes quedar horas escuchándole sin inmutarte: transmite vitalidad, ganas de hacer cosas grandes, ilusión, seguridad. Da confianza. Junto a Trump, te sientes millonario, orgulloso de ser americano, al menos por unos segundos.
A diferencia del europeo, el americano perdona los tropiezos. Trump los ha tenido, y grandes, pero ha sabido levantarse y continuar con buena cara. En Estados Unidos a nadie se pide una hoja inmaculada de servicios, sino aprender a salir airado y triunfante de situaciones embarazosas, como una quiebra empresarial, un drama familiar o una catástrofe natural. Trump no tiene un proyecto claro. Pero tampoco lo necesita, al menos por el momento. Como líder carismático que es lo que le hace falta es una misión que cumplir, que es distinto. Y esta sí que la tiene.
En Trump mucha gente ve a ese labrador romano tan querido por George Washington, el gran Cincinato, que fue requerido por el Senado para ocupar la más alta magistratura cuando la Republica se hallaba en peligro. Dejó entonces su arado y acudió generosamente en su auxilio. Una vez devuelto el orden y la paz en la ciudad, regresó a sus labores agrícolas con total sencillez y sin pedir recompensa alguna.
Muchos americanos piensan que Estados Unidos está hoy en día en peligro. Son ellos los que ven en Trump al hombre que puede recuperar para su gran nación el patrimonio perdido. Por eso, Trump ha dirigido su campana, no a la cabeza, sino al corazón de los americanos. Nadie vota a Trump por lo que dice en un tema concreto sino por ser tenido por una especie de liberador. Y eso, en Estados Unidos, funciona, pues el ciudadano americano es profundamente sentimental.
Los atentados de las Torres Gemelas machacaron el honor americano, dejando su autoestima por los suelos. Trump está aprovechando con éxito esa herida psicológica para ganarse adeptos presentándose como redentor de una América empobrecida y empequeñecida por los propios políticos, quienes no han sabido estar a la altura de las circunstancias.
Trump no tiene reparo en apoyar lo más genuino de la conciencia americana, como es el derecho a tener armas, protegido en la segunda enmienda, argumentando que la reciente masacre de París hubiera seguido un curso del todo diferente con balas disparándose en ambas direcciones. Tampoco le importa criticar el avance económico de China (los verdaderos enemigos de fuera), o la invasión de inmigrantes mexicanos o musulmanes (los enemigos de dentro). Retar al chino, golpear al mexicano (no al latino) o protegerse del islamismo está bien visto por amplios sectores nacionalistas americanos.
Son muchos los ciudadanos americanos que están en contra de Trump, que ven en él una pesadilla más que un sueño que cumplir, un problema más que una solución. El populismo, como una plaga, está invadiendo las democracias occidentales. Estados Unidos no es excepción. Se comprende.
Los medios de comunicación han acercado al máximo la clase política al pueblo que representa, y este no está contento con el estilo y forma de actuar de aquella. Enfrascados en luchas partidistas que no conducen a ningún sitio, los políticos han dejado de ser representantes del pueblo para convertirse en representantes de sus propios intereses. Y han logrado poco para el pueblo. No han sabido ser fuertes cuando las circunstancias lo han requerido.
 La clase política más que aglutinar al pueblo lo está dividiendo, fragmentando. Ya no es de fiar. Por eso, tantos ciudadanos ven en el populismo una forma práctica de reventar la clase política desde dentro. Trump entendió esto mejor que nadie y se animó a lanzar su campana.
 Este mago de la imagen y maestro de la demagogia podría ser el próximo comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses y tener el código secreto de las armas nucleares. Este puede ser el precio del populismo. Con todo, el pueblo americano sabrá reaccionar a tiempo. Todavía queda mucho camino por recorrer hasta la Casa Blanca. Y muchas horas de diversión junto a Donald Trump.

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