12 ene 2017

La poesía sin retórica del chiapaneco Jaime Sabines/

 Alejandro Avilés Inzunsa fue un sinaloense universal, hijo de Manuel Avilés y María del Rosario Inzunza.. Nació el 31 de diciembre de 1915, en La Brecha, municipio de Guasave, en los márgenes del rio Sinaloa, “...Todos los sinaloenses nacimos a la orilla de un río (…)
toda la vida estaba en las márgenes de los ríos 
y el agua, el río mismo, se identificaba en nuestro
subconsciente con la vida…“, decía, y tenía razón...
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La poesía sin retórica del chiapaneco Jaime Sabines/Alejandro Avilés I.
Publicado originalmente el 18 de octubre de 1953 en El Universal, en la sección semanal titulada Poetas Mayores..
Tomada del libro: "Un grito contra nadie. Aproximaciones a la obra de Alejandro Avilés"/ Fred Alvarez y Leopoldo González, coordinadores, publicado por el Instituto Sinaloense de Cultura. 2016, primera edición 2016.

¡Al diablo con la retórica aprendida! ¡Lejos de aquí las muletas y asideros verbales! ¡Lejos también imágenes gastadas! La poesía es un canto autónomo que nace del ser mismo, pájaro o poeta.
Esto ocurre decir cuando estamos frente a la poesía de Jaime Sabines, cuya verdad y canto no aprendido semejan un mundo que acaba de nacer.
Es claro que la poesía de Sabines está en la cumbre de una tradición poética y que su sabiduría verbal se finca en lo que, a partir del Mío Cid, vienen haciendo los poetas en castellano con esa sustancia plástica y sonora que es el lenguaje. Es claro que no existe el poeta aislado, inventor de toda la técnica y de toda la atmósfera en que la lírica se cierne. Es claro que, en el arte más que en ninguna otra actividad humana, la tradición es clave del éxito. Pero el creador de arte, el poeta en este caso, recoge el tesoro acumulado por la tradición y acendrado en su espíritu como un vino en el tiempo, y sobre las formas y sonidos que ha heredado, construye su propia música y paisaje. La poesía no es poesía si no nace como canto. Y el canto requiere que el poeta diga lo suyo, lo que le canta adentro, lo que llora en el canto.
Es increíble la economía de medios en los mejores poemas de Jaime Sabines. Y es, sobre todo, admirable la ausencia de retórica, la espléndida diafanidad con que su canto cruza el cielo. Nace como una de esas armonías misteriosas de su tierra chiapaneca, con el delgado ritmo que conmueve en los sones del Istmo. Hay una ligereza extraña, un ser de palabras adensadas en la experiencia vital y, sin embargo, que parecen no tener peso alguno. Hay también un espontáneo desarrollo poético y musical que, a la manera de las chiapanecas, se quiebra en una coda de gracia, como la gracia misma de la mujer toca en la tierra con el pie, como en un tambor.
La carta del poeta
No habíamos podido entrevistar a Jaime Sabines porque, desde que iniciamos esta serie, él ha permanecido en la capital de su estado, Tuxtla Gutiérrez. Pero debido a la gentileza de Rosario Castellanos, hoy logramos realizar la entrevista. Con ella nos envió sus libros, sus poemas inéditos y una carta explicativa. Veamos primero lo que la carta dice:
“Por conducto de Chayito Castellanos me llegaron ayer sus preguntas para esa encuesta de El Universal. Con mucho gusto doy respuesta a ellas. Nací en esta ciudad --Tuxtla Gutiérrez-- el 25 de marzo de 1926. Cursé primaria, secundaria y preparatoria en Tuxtla. Luego tres años en la Facultad de Medicina de la Universidad de México, y posteriormente tres en Filosofía y Letras estudiando Lengua y Literatura Castellanas. Actualmente estoy encargado de una tienda de ropa.”
No puede señalarse con más modestas y sencillas palabras la trayectoria de una vida. Al decir con naturalidad que ahora está encargado de una tienda de ropa, revela hasta dónde ha comprendido que la poesía nada tiene que ver con el profesionalismo. Y no sólo eso, sino también su humanísimo deseo de vivir como hombre, sin que ninguna pose enturbie su corriente vital. Por ello agrega ya casi al final de su carta: “Es un gran alivio que lo traten a uno como comerciante”. ¿Por qué? La explicación tal vez se encuentre en su deseo de que lo dejen hacer, de que nadie lo apresure en su obra, de que no haya urgencias editoriales ni amistosas que lo obliguen a entregar sus cantos antes de madurarse; aparte de ese recato natural de todo auténtico creador. Otras frases de su carta aclaran perfectamente el asunto: “Pero no puedo darle prisa a mi poesía como no puedo darle prisa a mi hígado. Todo tiene su tiempo, hay que esperar. Últimamente he aprendido a esperar. Ya no me importa mucho morirme, y procuro olvidarme de que soy poeta”. ¡Que magnífica posición y qué visión tan clara la de este poeta, frente a tantas impaciencias de éxito, frente a tantos huecos exhibicionismos como ahora se estila entre los profesionales del gay trinar!

El poeta y la poesía
Mas continuemos con el grato y revelador documento:
“Empecé a escribir a los 16 años -dice- y solamente a lo hecho desde 49 le concedo algún valor. Todo lo anterior es meramente documental. Señala errores, titubeos e influencias. Éstas las podría marcar casi por años: en 44, Neruda; en 45, García Lorca y Alberti; en 46, Huidobro; en 47, un libro de Huxley y Juan Ramón... Nunca me he separado de la Biblia. Leí antes a Goethe que a Shakespeare. También me gustanJoyce y Tagore.”
Como vemos, él es el primero en criticar lo que su obra tiene de imperfecto, y él mismo señala desde cuándo habrá que comenzar a considerarlo como poeta. La fecha señalada por él, 1949, nos indica que la primera poesía que considera válida es la que reunió bajo el título de Horal y fue publicada en 1950. Su segundo libro, La señal, se publicó en 1951. Ahora, nos dice, “estoy escribiendo un nuevo poema, ‘Tarumba’, que, si vale la pena, ha de ser mi tercer libro; le envío el prólogo y un fragmento”. Adviértase, una vez más, su sentido de autocrítica: publicará un libro, si vale la pena. Creemos que es precisamente la autocrítica lo que da tanta perfección a la obra de Sabines. No lo que la hace gran poesía --que para ello está su inspiración-- sino lo que nos garantiza su calidad de buena poesía.
Que sabe lo que está haciendo, lo demuestra un párrafo de su carta: “No pretendo definir la poesía, pero no creo que sea algo extraordinario. En el fondo es una cosa simple. La poesía es la verdad, y la verdad
es el esqueleto de las cosas, lo que les da forma y duración. El poeta es el que mira, el que descubre y revela.
Crear no es más que conocer lo creado. La poesía es conocimiento. El poeta le corta la vuelta al filósofo. Otra cosa es la cosa de la juglaría, aunque sea académica. ¿Psicología de la creación? --Algo me pasa, algo me sigue pasando, algo soy yo: escribo--. Cuando vengo a ver, ahí está el poema. (Claro que todo esto es consciente.)”.
He aquí expresado, con la más limpia sencillez, un credo estético. De condensado y claro que está, diríase un poema el credo mismo. Y así debe serlo si nos atenemos a que es la verdad. Pero todavía precisa más su pensamiento --y su anhelo-- en el párrafo que sigue:
“Mi intención es llegar a escribir lo más simple que pueda. Que un poema mío parezca una traducción y si es necesario una mala traducción de un poema escrito en otra lengua. Quiero depender lo menos posible de las palabras, y no depender nada de todo lo accesorio en la poesía tradicional: métrica, rima, etc. --Realmente, escribiría de corrido (lo que llaman prosa), si la línea del verso no tuviera la ventaja de detener los ojos del lector... y la mano del escritor. Un poema apretado es lo que quiero, concentrado, en que no haya palabras de más, ni adornos, ni malabares intelectuales. Deseo llegar a hablar substantivamente, para todos, sin riesgo de traición, como si cada palabra fuera un gesto.”

Del dicho al hecho
Pudiéramos creer al pie de la letra lo que el poeta dice, si no fuera porque nos parece imposible una parte de su exposición y si él mismo no se hubiera encargado, con su obra, de desmentir la parte equivocada de su credo estético. Le pasó lo que a Lope de Vega. Si Lope hubiera seguido los consejos que da en sus notas críticas, jamás hubiera escrito las obras maestras de que hoy gozamos. Felizmente, cuando el poeta intervenía, el teorizante se alejaba. Y es que en poesía, como en todo, del dicho al hecho hay mucho trecho. Habrá que felicitarnos de que, en poetas como Jaime Sabines, por encima de sus dichos esté la espléndida realidad de sus hechos poéticos.
Veamos por qué. Jaime Sabines dice aspirar a que un poema suyo parezca una mala traducción, para que la música de la palabra no lo traicione. Olvida que traduttore, traditore, aparte de que, al pasar un poema de una a otra lengua, pierde una parte esencial de su poesía, que es precisamente la magia verbal, el misterio imponderable del ritmo. No sólo la función de detener ojos y mano al final de cada renglón realiza el verso, sino también el milagro de detener el alma en cada escala de su música. Por ello, en todas las literaturas, primero es el verso y luego la prosa, sin que aquí entendamos por verso lo que erróneamente suele entenderse, es decir, una línea con su cuenta de sílabas y con su consonante en el extremo, sino un fragmento rítmico en que la palabra se mece, como cuerpo en las piernas de la danza; una unidad rítmica por la que el canto alcanza la mitad de su vida.
Pero la obra misma de Sabines se encarga de darnos la razón. Leamos el breve poema que da nombre al primer libro, “Horal”:

El mar se mide por olas,
el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.

El aire descansa en las hojas,
el agua en los ojos,
nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
nosotros y nada...

Es ésta una poesía sustancial --elemental diríamos-- hecha de sol y agua, tierra y viento: los cuatro elementos que acuden, como las palomas de Garfias, a una señal trazada por la mano del poeta. Pero no se agrupan en desorden, sino en líneas exactas de rítmica armonía. El poeta no les trazó ningún dibujo sobre el escenario; pero así son ellas, las palomas: elementales, volátiles y exactas.
Las palabras --en la poesía de Sabines como en toda poesía verdadera-- se agrupan en rítmicas bandadas, se mueven en ondulantes melodías. Y todo parecen: menos un poema traducido, menos una tabla de palomas disecadas. Son lo que son: palabras que viven y se mueven, palomas que obedecen. Y en este poema clave de Sabines no sólo hay ritmo bien logrado y extendido en ondas simétricas --verso, pues-- sino que al final de cada estrofa, al concluir cada línea de palomas, está la blancura abierta de una asonancia en áes: alas, lágrimas, nada, nada... ligándolo todo al misterio de la música verbal. No sólo música, no, pero también música: he aquí uno de los secretos de esa insondable y evasiva gloria.

Horal
Más de la mitad del tiempo ha transcurrido sin que hayamos podido entrar al análisis de cada uno de los libros de Sabines. Ahora sólo es posible otra cosa: un comentario al vuelo, una expresión dispersa de la emoción que cada libro nos causara.
El primer libro -Horal- revela ya a un poeta hecho y derecho, o mejor dicho, a un poeta que parece no haberse hecho sino nacido, de acuerdo con la vieja sentencia. Hay algo en cada poeta de verdad que nadie más puede tener, y es el misterio por el cual todo lo que dice le sale como suyo, no importa la influencia que haya padecido... o gozado, porque hay influencias salvadoras. Dámaso Alonso dice, con su habitual acierto, que el poema es la resultante del hombre puesto en el trance de cantar; pero de todo el hombre --cuerpo y alma--, no sólo de su inteligencia, ni sólo de su sentimiento, ni sólo de su imaginación. Y Pedro Salinas, con acierto igual, afirma que “un poema es, no sólo dice”. Un poema es el mundo del canto, el acto autónomo de cantar lo que “le nace” al poeta. De ahí que haya escritores que, teniendo mucho qué decir, no pueden hacer poesía, porque no basta decir cosas nobles para que nazca la poesía, sino que es necesario hacerla, puesto que ella es un ser, un ser hecho de imagen y de canto.
Amaneció sin Ella.
Apenas si se mueve.
Recuerda.

(Mis ojos, más delgados,
la sueñan.)

¡Que fácil es la ausencia!

En las hojas del tiempo
esa gota del día
resbala, tiembla.

Este breve poema --“El día”-- nos inicia en el doble misterio que, a nuestro ver, revela ante todo la poesía de Jaime Sabines: la fugacidad de las cosas y el amor a la mujer. Vida que se escapa en cada instante --muerte vivida desde ahora-- y encendido llamado de mujer, la eterna efímera, son las dimensiones poéticas que más ahincadamente penetran en el lector de este poeta excepcional. Un poema suyo --“Me gustó que lloraras”-- lo condensa:
Me gustó que lloraras.
¡Qué blandos ojos
sobre tu falda!

No sé. Pero tenías
de todas partes, largas
mujeres, negras aguas...

...Duele bastante, es cierto,
todo lo que se alcanza.
Es cierto, duele
no tener nada.

¡Qué linda estás, tristeza,
cuando así callas!

¡Sácale con un beso
todas las lágrimas!
¡Que el tiempo, ah,
te hiciera estatua!

Pudiera creerse, por los poemas que hemos citado, que la poesía de Jaime Sabines se caracteriza por su delgadez y transparencia de forma y por su inocencia de fondo. Pero no hay tal. La forma suele adentrarse en claroscuro trepidante, y el fondo está en consonancia siempre, o mejor dicho, en determinante presencia:
En mi cuarto, mi noche, mi cigarro.
Hora de Dios creciente.
Oscuro hueco aquí bajo mis manos…

...Sombras en llamas hay bajo mis párpados...

...Yo me moriría, si pudiera morirme,
al pie de sus ojos en sazón...

¡Otra vez lo eterno femenino asaltando el corazón del poeta en la más honda cuenca de su soledad! Los temas --vida y mujer-- son los mismos, pero al borde del grito y en las fronteras de la muerte. Su poesía sabe llorar también, “con siglos de estupor, con siglos de odio y llanto”.
Y al centro de la poesía y del mundo, está el hombre que el mundo pierde y la poesía salva. “Uno es el hombre”, dice: uno mismo es el que se levanta a la vida y el que se tiende a morir, el que espera y el que desespera, el que sospecha y el que sueña:
Uno apenas es una cosa cierta
que se deja vivir --morir apenas--
y olvida cada instante, de tal modo
que cada instante, nuevo, lo sorprenda...

...Fácil el tiempo ya, fácil la muerte,
fácil y rigurosa y verdadera
toda intención de amor que nos habita
y toda soledad que nos perpetra...

...Uno es el hombre que anda por la tierra
y descubre la luz y dice: es buena…

La señal
El poema inicial, que es el que da nombre al libro, consta de varias estancias en las que el poeta va encendiendo señales en la noche del tiempo: la señal del corazón del hombre, de la esperanza, del dolor, de la noche, de la ilusión, de la muerte, del adiós, del mito:
...y sólo me ha dolido el corazón del hombre...
...No tiene casa sobre el mundo...
...Se apoya en Dios o cae sobre la muerte...

El hombre grita fragmentariamente en mitad de las cosas de la tierra; pero tiene un escudo: la esperanza. Veamos lo que ella es:

El júbilo del día que vendrá
os germina en los ojos como una luz reciente...
Esto es ella, pero la desesperanza del poeta vuelve a su grito:
Pero ese día que vendrá no ha de venir: es éste.

Junto a la esperanza, como contrapunto, nace el dolor. Su señal queda ahí como testimonio:

Había sido escrito en el primer testamento del hombre:
no lo desprecies porque ha de enseñarte muchas cosas.
Hospédalo en tu corazón esta noche.
Al amanecer ha de irse. Pero no olvidarás
lo que te dijo desde la dura sombra.

Su designio de escribir poemas breves, concentrados al máximo, se está cumpliendo. Léanse, por ejemplo, las señales de la ilusión y de la muerte. De la ilusión:

Escribiste en la tabla de mi corazón:
desea.
Y yo anduve días y días
loco y aromado y triste.
De la muerte:
Enterradla.
Hay muchos hombres quietos, bajo tierra,
que han de cuidarla.
No la dejéis aquí,
enterradla.

Frente a la fugacidad de las cosas, el poeta sólo halla un baluarte: la mujer. “No hay más, sólo mujer”, dicta su instinto:

No hay más. Sólo mujer para alegrarnos,
sólo ojos de mujer para reconfortarnos...

Semejante en esto a Ramón López Velarde, sus poemas amorosos tienen gran intensidad:

Hoja que apenas se mueve
ya se siente desprendida:
voy a seguirte queriendo
todo el día...

...¡Qué risueño contacto el de tus ojos,
ligeros como palomas asustadas a la orilla del agua!
¡Qué rápido contacto el de tus ojos
con mi mirada!...

...Estoy como vacío.
Quisiera hablar, hablar, pero no puedo,
no puedo ya conmigo.
Una mujer que busco, que no existe,
que existe a todas horas...

No diremos nada del libro inédito. Apenas comienza a nacer y no podríamos valorarlo: Tarumba será su nombre. En cuanto a La señal, que comentando veníamos, el tiempo se acabó cuando empezábamos; pero es uno de los libros clave de las letras de México.

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