Después del Líbano/Henry Kissinger
Tomado de ABC , 18/09/2006
Somos testigos de un asalto cuidadosamente concebido, no ataques terroristas aislados, al sistema internacional de respeto a la soberanía y a la integridad territorial. La creación de organizaciones como Hizbolá y Al Qaida indica que las lealtades transnacionales están sustituyendo a las nacionales. La fuerza impulsora de este ataque es la convicción yihadista de que el ilegítimo es el orden existente, no Hizbolá y su método yihadista. Para los partidarios de la yihad, el campo de batalla no puede definirse por fronteras basadas en los principios del orden mundial que rechazan; lo que nosotros denominamos terrorismo es para los yihadistas un acto de guerra.
Un alto el fuego no pone fin a esta guerra; inaugura otra fase. Este doble asalto contra el orden mundial, mediante la combinación de estados radicales con grupos no estatales de carácter internacional, organizados a veces en forma de milicias, constituye un desafío particular en Oriente Próximo, donde las fronteras todavía no tienen un siglo de antigüedad. Pero podría extenderse a todos los grupos islámicos radicales que existen. Por consiguiente, los líderes dudan entre seguir el orden internacional del que puede depender su economía, o ceder al movimiento transnacional del que podría depender su supervivencia política.
Por eso el balance de la guerra debe evaluarse en gran parte desde el punto de vista psicológico y político. No cabe duda de que infligió fuertes bajas a Hizbolá. Sin embargo, la realidad psicológica dominante es que esta organización se ha mantenido intacta y que Israel ha resultado incapaz (o no tiene intención) de suprimir los ataques con cohetes contra su territorio, o de orientar su poder militar hacia objetivos políticos capaces de facilitar bazas de negociación tras el cese de hostilidades.
Buena parte de la discusión sobre la observancia del alto el fuego aplica verdades tradicionales a una situación inaudita. Uno de los actores principales en la guerra no forma parte del alto el fuego y se ha negado a desarmarse o a liberar a los dos prisioneros israelíes que secuestró. Los países que deben aplicar el acuerdo mantienen una postura ambigua debido a la importancia que dan a las relaciones con Irán, al miedo a sufrir atentados terroristas en su territorio, y a su interés por mejorar las relaciones con Siria.
Para complicar más la situación, Hizbolá, al ser un partido político, participa en el Parlamento libanés y en el Gobierno. Por lo general, ambas instituciones toman las decisiones por consenso. En consecuencia, Hizbolá tiene como mínimo un derecho de veto sobre aquellos asuntos en los que se necesita la cooperación del Gobierno.
Hizbolá y otros grupos que rechazan esta evolución están decididos a evitarla. Hizbolá, que se hizo con el sur del Líbano, y Hamás y otros grupos yihadistas que han marginado a la Autoridad Palestina en Gaza, desdeñan los planes de los árabes moderados y de los líderes israelíes. Rechazan la existencia misma de Israel, no una frontera concreta. Una de las consecuencias es que el proceso de paz tradicional se viene abajo. Después de ser atacado con cohetes lanzados desde Gaza y el Líbano, a Israel le resultará difícil contemplar la retirada unilateral como una senda hacia la paz, y tampoco podrá encontrar en las actuales condiciones un socio que garantice su seguridad. Por último, después del Líbano, el Gobierno israelí carece de autoridad o de apoyo público para retirar siquiera a los 80,000 colonos de Cisjordania, como preveía el plan de Sharón.
Todo nos devuelve al desafío de Irán. Entrena, financia y equipa
La “pérfida Albión” continuó en el Medio Oriente la lección heredada del anterior imperio mundial, Roma: divide y reinarás. Francia no hizo sino extender su dominación colonial africana, establecida desde 1830 en Argelia, desde 1881 en Túnez y desde 1912 en Marruecos, como lo hizo la Gran Bretaña, refrendando su autoridad colonial sobre Egipto (1882), el Sudán (1898 y la saga novelesca de “las cuatro plumas”), el sur de Arabia y los Estados costeros del golfo Pérsico. O sea: sean cuales sean las características locales de la región, toda ella conoce la dominación y la explotación colonial de Occidente. Esto las une. Las separa, en cambio, la confrontación interna entre ricos y pobres, entre bañados y mugrosos, entre fervientes y ligeros, entre demócratas y autoritarios, entre internacionalistas y chovinistas.
Antiquísimas historias y verdades actuales. Agotado el colonialismo europeo al finalizar la Segunda Guerra Mundial, poco a poco EE UU se convirtió en la potencia dominante en la vasta luna creciente que va del Mediterráneo al Caspio. Pero el poder no siempre se tradujo en inteligencia, como lo demuestran los hechos actuales.
El resultado de la incursión israelí en el sur de Líbano debiera servir de lección, profunda lección. Mientras Bush, tartamudeando, anuncia una victoria sobre los terroristas de Hezbolá y sus patrones iraníes, éstos se congratulan. Hezbolá aparece como el defensor triunfal de la soberanía libanesa contra la alianza de Washington y Tel Aviv y ello aumenta el crédito de Teherán. Ahmadineyad, sentado sobre millones de barriles, puede mofarse de Estados Unidos y de Europa. Líbano, la bella huérfana del Mediterráneo, debe acostumbrarse a vivir con -y aun ser dominada por- la autoridad de Hezbolá, vista por muchos libaneses como la única barrera a la expansión de Israel y como el poder de facto que da trabajo, salud y escuela a los libaneses en sus territorios.
Victoria pírrica la del bisoño premier israelí, Ehud Olmert, y de su ministro de Defensa, Amir Peretz. Desde la derecha y la izquierda de la democracia judía, les llueven las críticas. Cito, mísero de mí, al temible reaccionario Benjamín Netanyahu cuando critica “los fracasos” de la incursión israelí en Líbano. “Fracaso en identificar la amenaza, fracaso en la preparación y el manejo de la guerra, fracaso en el frente interno”. ¿Cómo puede, mísero de él, cantar Bush victoria?
Todos sabemos que el quid de la cuestión en Medio Oriente está en el conflicto entre Israel y Palestina. Si esto no se resuelve, no se arregla nada. La inexperta conducción de Olmert en Israel tiene su contraparte en el temible ascenso del ala extremista Hamás en Palestina. Mientras Hamás no reconozca el derecho a la existencia del Estado de Israel, el camino de la paz estará bloqueado. Esto sería, digamos, como si México se negase a reconocer la existencia del Estado de Tejas. Cierto: el fait acompli es terriblemente injusto. Hay que negociar con los hechos, sin embargo. Yo no sé si el sureste de EE UU vuelva a ser mexicano o sólo un campo de batalla entre mano de obra indispensable y “vigilantes” racistas dispensables.
Quiero creer, empero, que el creciente entendimiento político entre los palestinos moderados (Fatah y el presidente Abbas) y los extremistas (Hamás y el primer ministro Haniya) pueda concluir en una posición negociadora aceptable para ambas partes, Israel y Palestina. El cogollo del acuerdo sería: a) el retorno a las fronteras anteriores a la guerra de 1967, y b) la renuncia de Hamás, ya suscrita por Fatah, a destruir el Estado de Israel.
Tanto en Afganistán, en Irak, como en Palestina y Líbano hay un elemento militar que fue tal vez subestimado por los estrategas occidentales: se trata del factor religioso como forma de poder militar y político. Ese factor está en el origen del poderío de la misma cristiandad desde el tiempo de las Cruzadas, la Reconquista de España y la misma Conquista de América. El poder religioso, la extraordinaria determinación del que combate desde un absoluto que lo lleva a considerar la muerte como puerta de salvación de su pueblo y de sí mismo, es un arma decisiva. Hoy estamos ante la confrontación del soldado laico, apenas o casi nada motivado para el heroísmo y el sacrificio, con el guerrero sagrado, preparado espiritualmente para el martirio. Cuando se habla de suicidio es erróneo. Para el kamikaze se trata del sacrificio vital y salvador. Es vida, en la dimensión teológica de su fe.
No se puede interpretar lo que está ocurriendo desde conceptos y subestimaciones que finalmente culminan en errores estratégicos. La guerra técnica, donde cuenta más la tecnología de demolición que el combatiente de infantería, está actualmente desafiada por lo ocurrido tanto en Afganistán e Irak, como hoy en Líbano. Parecería un homérico enfrentamiento entre técnica y obstinación y convicción espiritual. La cimitarra versus el misil.
Lo cierto es que parece inimaginable que cualquier ejército occidental pueda reclutar suicidas sagrados como los que prepara el islam para demoler las torres de New York y para tantos otros brutales atentados.
Volviendo a un tema antes sugerido, Occidente se olvida de cómo construyó su poderío a partir de las ruinas del Imperio Romano: se trató de una fervorosa religiosidad cristiana que maduró culturalmente en los conventos de la alta Edad Media y que se plasmaría en poder militar en la Reconquista de España en 1492, en las Cruzadas, en el Renacimiento y en la Conquista de América. Los hombres de Cortés estaban más cerca de ese absoluto sagrado del islamismo actual, que de la frivolidad del servicio militar, donde ni siquiera está sobreviviendo la noción de patria. La ideología de la revolución es el último dios occidental muerto. Al transformarse la idea revolucionaria en protoforma de fe (como lo describió Berdiaev), la revolución fue vivida religiosamente. Pero a partir de la fracasada Revolución Cultural china, luego de la implosión de la URSS, de la melancolía cubana o del fin del héroe sin pueblo de Guevara, ya la revolución es otro dios occidental fenecido.
La decisión de la UE de enviar un importante contingente de soldados a la fuerza de la ONU que se está desplegando en Líbano nada más concluir la última guerra ofrece oportunidades, pero también riesgos. En el lado positivo, la misión de la ONU constituye para la UE la oportunidad de estabilizar la situación de la seguridad en Líbano y reforzar su papel político y diplomático en todo el Oriente Medio. Se trata de algo especialmente importante, dada la pérdida de credibilidad e influencia europea desde su integración en el Cuarteto en el 2002 y la posterior adopción de la hoja de ruta para Oriente Medio patrocinada por Estados Unidos: el Cuarteto se vio marginado por EE. UU., que lo utilizó para neutralizar la diplomacia independiente europea, mientras que la hoja de ruta nació muerta y sigue sin resucitar. Además, si la UE desempeña con éxito su tarea en Líbano - es decir, refuerza los diversos elementos de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad sin verse arrastrada a choques armados y se convierte en protagonista en un lado u otro-, habrá logrado paliar en gran medida el daño causado por la implicación militar de varios de sus países miembros en la ocupación de Iraq dirigida por EE. UU.
Los ciudadanos europeos también pueden quedar decepcionados si la misión de la ONU se ve envuelta en problemas en el Líbano y los actores locales la perciben con suspicacia u hostilidad. La consecuencia sería una falta de disposición pública a apoyar un mayor protagonismo diplomático, lo que reduciría la capacidad de la UE para desarrollar y extender su iniciativa diplomática en otros lugares de la región. Ello influiría negativamente en el próximo viaje del comisionado de Política Exterior europeo, Javier Solana. Muchas cosas dependen de cómo le vaya a la fuerza de la ONU en Líbano, cuyo núcleo político y militar es europeo. Las perspectivas inmediatas son esperanzadoras, pero es muy posible que aparezcan graves problemas si los principales actores de la resolución 1701 (el Gobierno estadounidense, Francia y la UE de modo más general) no logran lanzar una iniciativa diplomática orientada a abordar los contenciosos causa de enfrentamiento entre Israel, Siria y Líbano.
El tema más susceptible de originar tensión es el desarme de Hezbollah. Pero es evidente que la UE ha aceptado la fórmula alcanzada por el Gobierno libanés para permitir a Hezbollah conservar una presencia armada invisible en el sur de Líbano y retener lo que quede de su equipo y sus armas estén donde estén. Evitar un choque resulta factible a la vista del reconocimiento israelí de que Hezbollah no puede ser desarmado completa ni inmediatamente, ni siquiera en el sur. El compromiso libanés sobre desarme viola la resolución 1701, pero, consciente de la fragilidad del Gobierno libanés y la vulnerabilidad de Siniora, la secretaria de Estado estadounidense. Condoleezza Rice, ha permitido que el tema deje de ser una prioridad, razonando que, “ante todo, hay que tener un plan para el desarme de la milicia, y luego es de esperar que algunos abandonen las armas de modo voluntario”.
Cabe hablar del escenario a medio plazo, las elecciones presidenciales. Como en el tema del desarme de Hezbollah, lo más probable es que Siria evite un enfrentamiento político directo con la ONU o el Gobierno libanés. Siria ha declarado que cumplirá el embargo de armas sobre Hezbollah, aunque sigue oponiéndose a un despliegue de la ONU a lo largo de la frontera común. En última instancia, podría alcanzarse un acuerdo que permita que los observadores de la ONU vigilen los pasos fronterizos o al menos realicen visitas ocasionales de inspección con ayuda del reconocimiento aéreo o de imágenes de satélite que pueden ser suministradas por Estados Unidos o por la Unión Europea.
No obstante, la resolución del problema fronterizo no eliminará el riesgo más importante: que la fuerza de la ONU se vea envuelta en unas tensiones políticas y unos desafíos a la seguridad crecientes cuando se aproximen las elecciones presidenciales previstas para dentro de un año, en septiembre del 2007. La inminencia de las elecciones hará que entren en juego todas las divisiones políticas y confesionales libanesas que fermentan ininterrumpidamente desde el asesinato del primer ministro Rafiq al Hariri, ocurrido en febrero del 2005 en unas circunstancias que apuntan a una responsabilidad siria.
El riesgo es que la fuerza de las Naciones Unidas acabe convertida en objetivo si uno u otro actor libanés - o agentes sirios- ponen a prueba su determinación o amenazan con reanudar la resistencia contra Israel como forma de ganar influencia en el ámbito nacional. En 1983, Estados Unidos transformó precipitadamente la fuerza multinacional que supuestamente debía supervisar la retirada israelí de Líbano en un actor partidista en el desarrollo de la guerra civil libanesa y convirtió a ese contingente en blanco de unos atentados suicidas masivos que ocasionaron la muerte de 250 marines estadounidenses y 58 soldados franceses. Las esperanzas europeas de desempeñar un importante papel diplomático y estratégico en Oriente Medio no sobrevivirían a un golpe así.
El conflicto del Líbano se ha convertido sin duda en el acontecimiento más importante y trascendente de este verano, por encima incluso de algunos de nuestros acuciantes problemas más próximos. Desde esta esquina del Mediterráneo lo hemos vivido con preocupación y angustia crecientes. Hoy, después de las interminables semanas en que sólo hablaron las armas, el alto el fuego alcanzado constituye una brizna de esperanza entre tanta injusticia y sufrimiento causados por la guerra.
Por destino y por vocación, todo lo que sucede en Oriente Próximo nos interesa y nos afecta. Desde nuestra inequívoca identidad mediterránea, estamos comprometidos firmemente con la causa de la paz y la cooperación entre los vecinos de las dos orillas del Mediterráneo.
Precisamente este compromiso euromediterráneo es lo que nos hace más conscientes de la complejidad de la situación de Oriente Próximo. Y lo que nos lleva a rechazar las visiones simplistas y maniqueas que no hacen otra cosa que alimentar el conflicto.
Estamos predispuestos a entender las razones, los temores y los anhelos de los diversos actores del drama. Las de un Estado de Israel que tiene derecho a existir y a defenderse. Las de un pueblo palestino que tiene derecho a crear su propio Estado en condiciones de dignidad. Las del Líbano que tiene derecho a dotarse de un Estado que organice la convivencia de sus diversas comunidades sin injerencia extranjera. La de los países árabes que tienen derecho a desarrollarse en un contexto de paz y seguridad.
Y más allá, incluso estamos predispuestos a escuchar las razones de los movimientos islamistas que -agrade o no- forman parte del problema y por consiguiente tendrán que formar parte de la solución. Posiblemente este reconocimiento elemental sea una condición necesaria para hacer posible el abandono de la violencia.
Estados, Estados en precario, movimientos político-religiosos, milicias armadas… son la expresión de la complejidad de un conflicto que -como explica Joschka Fischer en su reciente libro El retorno de la historia- se desarrolla simultáneamente en tres planos: el nacional, el regional y el religioso.
La conciliación de todos estos derechos e intereses es la obligación formalmente asumida por Naciones Unidas. Así lo ha venido haciendo con las sucesivas resoluciones del Consejo de Seguridad sobre Oriente Próximo desde 1947 hasta hoy mismo. Es el camino que va de la resolución 181 -por la que se abre la puerta a un Estado judío y a un Estado palestino- a la resolución 1701 -que arbitra el alto el fuego en el Líbano-. Entre ambas, se han sucedido las resoluciones que han ido perfilando la fórmula para resolver el conflicto árabe-israelí: el pleno reconocimiento del Estado de Israel y la creación de un Estado palestino con las fronteras anteriores a 1967.
Nada de todo esto es nuevo. Los esfuerzos por aproximarse a la paz en Palestina son lo más parecido a los trabajos de Sísifo: un eterno volver a empezar. Pero éste es el único camino ante una alternativa peor: el de la resignación a una guerra infinita, que es lo que parece predicarse en los círculos neoconservadores.
Crear las condiciones para el cumplimiento efectivo de las resoluciones de Naciones Unidas sobre Oriente Próximo es responsabilidad de todos los actores que tienen un peso real en el escenario mundial. Esta era la intención del denominado cuarteto compuesto por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la propia Organización de Naciones Unidas, con su hoja de ruta para avanzar hacia la paz.
De las dificultades actuales en llevar adelante dicha iniciativa surge precisamente la convicción de que Europa debe y puede ser un actor mucho más implicado en la resolución del conflicto de Oriente Próximo. Entre otras razones porque -a diferencia de Estados Unidos- el futuro de una Europa próspera y en paz depende en buena medida de una evolución pacífica de toda la región del Oriente Próximo y Medio.
Por eso nos hemos de felicitar de la rápida reacción de la Unión Europea para intervenir en el Líbano bajo el mandato de Naciones Unidas. Lo ha resumido perfectamente Javier Solana: sin la fuerza de intervención de la ONU no habrá paz, pero sin Europa no habría fuerza de intervención de Naciones Unidas. Esta vez podemos afirmar que Europa no ha llegado tarde como sucedió en Bosnia y en Kosovo. La rápida decisión europea debe mucho a la determinación mostrada por el Gobierno de Prodi, que ha acabado por arrastrar a una Francia reticente ante las dificultades ciertas de la empresa.
No menor ha sido la determinación mostrada por el Gobierno español, coherente con la orientación de nuestra política en Oriente Próximo, basada en algunos puntos incuestionables. El apoyo al proceso de paz entre palestinos e israelíes, sobre la base de la existencia de dos Estados soberanos y viables que convivan en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas; el impulso a las relaciones bilaterales con Israel; la contribución activa a la modernización de las estructuras de gobierno de la Autoridad Nacional Palestina; la contribución a la pacificación y a la reconstrucción civil de Irak; el diálogo político constante con Egipto y Jordania; el apoyo -hoy con más razón que nunca- a los esfuerzos del Líbano para consolidar su independencia; y el reconocimiento de la importancia de las relaciones con Siria para garantizar este proceso con su retirada del Líbano. Sin olvidar la implicación para encontrar vías de diálogo en el difícil contencioso nuclear entre Irán y la comunidad internacional.
Se trata de una política de Estado y así lo han entendido todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso al dar luz verde a la decisión del Gobierno de participar en la misión de Naciones Unidas. Aunque no deja de sorprender -casi hasta el escándalo- que desde posiciones conservadoras se haya intentado inducir al líder del Partido Popular a adoptar una posición contraria a la participación de nuestras tropas en el contingente de la FINUL, con la perversa intención de querer convertir el Líbano en la tumba política del presidente Rodríguez Zapatero, para vengarse así de la oposición socialista a la participación española en la guerra de Irak.
A diferencia de entonces, se trata ahora de intervenir en una misión de interposición para garantizar un alto el fuego, con un mandato explícito de Naciones Unidas, con la autorización del Parlamento español y con una opinión pública prudentemente favorable a nuestra intervención.
Sin embargo, no puede esconderse el riesgo que asume España y Europa al aceptar el compromiso de defender a Israel de nuevas agresiones y al mismo tiempo de garantizar la plena soberanía del Líbano. La delicadísima cuestión del desarme de Hezbolá parece ser la piedra de toque de esta misión. Cuestión sobre la que Naciones Unidas busca una fórmula satisfactoria para todas las partes y que probablemente se resuelva más por la propia evolución del proceso político libanés que como resultado de una condición previa y ejecutable a corto plazo.
Sea como sea, hay que asumir el riesgo que comporta nuestro reafirmado compromiso euromediterráneo. Es también el riesgo asociado a la voluntad de Europa de ser un actor eficaz y reconocido en la escena internacional. Es, en definitiva, el riesgo que afrontamos para devolver a Naciones Unidos su papel de garante multilateral de la paz, una vez constatado el fracaso del unilateralismo norteamericano en Irak.
Y es evidente que no basta con la intervención militar para hacer factible y duradero el alto el fuego en el Líbano. Javier Solana nos advierte de que no podemos cometer la ingenuidad de pensar que podemos intentar arreglar el conflicto de Oriente Próximo con intervenciones parciales: o se resuelve el conflicto entre israelíes y palestinos o continuará la guerra infinita.
Desde la convicción generalmente compartida de que el conflicto no tiene solución militar, es preciso volver a poner en pie la hoja de ruta, con una implicación europea mucho más decidida y con la voluntad de contemplar globalmente el problema.
En resumen, tres líneas de acción:
- Pleno apoyo a la decisión del Gobierno español y de la Unión Europea de implicarse activamente en la Fuerza de Intervención de Naciones Unidas en el Líbano para asegurar el alto el fuego permanente entre Israel y la milicia de Hezbolá.
- Acentuar el compromiso de la Unión Europea en Oriente Próximo, con la cooperación al desarrollo, con la revitalización de la hoja de ruta del cuarteto y con la presencia en el territorio ayudando a la viabilidad del Estado palestino.
- Potenciar la política mediterránea de la Unión Europea, con unos aliados bien decididos como la Italia de Prodi.
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