(Carlos ) Marx, de vuelta/Reyes Mate, profesor de investigación del CSIC
Publicado en EL PERIÓDICO, 13/12/08;
Marx ha vuelto, de momento, a las librerías. Se reeditan los textos más políticos, salen del almacén ejemplares empolvados de El Capital y los escritores que husmean la dirección del viento llenan páginas preguntándose ¿qué Marx vuelve?
No el que se fue por la puerta trasera de la historia disfrazado de comunista, revisionista, luxemburguista o gramsciano. Durante un siglo la humanidad ha tenido tiempo de experimentar con alguna de esas fórmulas cómo vencer al capitalismo, y no ha habido manera. La caí- da del muro de Berlín dio caza al fantasma que recorría Europa, ese comunismo tras el que, como dice el Manifiesto comunista, corrían “el papa y el zar, Metternich y Guizot, radicales franceses y policías alemanes”: es decir, todos los poderes fácticos. Se han cobrado la pieza y los manifestantes andan disueltos.
NO VUELVE un Marx alternativo, sino otro mucho más cercano a nuestros propios demonios, alguien capaz de decir en este momento una palabra verdadera sobre la crisis que nos invade. Esa palabra no es fácil de pronunciar. Estamos asistiendo al sorprendente espectáculo de que hablan los que tienen que callar y callan los que deberían hablar. Hablan, en efecto, políticos muy viajados, economistas de prestigio o dirigentes mundiales que desde sus puestos de mando no se han enterado de por dónde venía el peligro y que ahora nos abroncan por no poder pagar una hipoteca que ellos nos pusieron en la mano. O son unos incompetentes, por no saber, o si sabían y callaron, unos desalmados. Debe- rían callarse y dejar el espacio libre para que hablen quienes nacieron como alternativa al capitalismo. Son estos los hijos, sobrinos o nietos de Marx, esos mismos que no supieron dar con la fórmula alternativa y por eso no dicen nada. Ese marxismo ambicioso no vuelve.
NO VUELVE un Marx alternativo, sino otro mucho más cercano a nuestros propios demonios, alguien capaz de decir en este momento una palabra verdadera sobre la crisis que nos invade. Esa palabra no es fácil de pronunciar. Estamos asistiendo al sorprendente espectáculo de que hablan los que tienen que callar y callan los que deberían hablar. Hablan, en efecto, políticos muy viajados, economistas de prestigio o dirigentes mundiales que desde sus puestos de mando no se han enterado de por dónde venía el peligro y que ahora nos abroncan por no poder pagar una hipoteca que ellos nos pusieron en la mano. O son unos incompetentes, por no saber, o si sabían y callaron, unos desalmados. Debe- rían callarse y dejar el espacio libre para que hablen quienes nacieron como alternativa al capitalismo. Son estos los hijos, sobrinos o nietos de Marx, esos mismos que no supieron dar con la fórmula alternativa y por eso no dicen nada. Ese marxismo ambicioso no vuelve.
Vuelve, sí, el Marx que fue capaz de ver como nadie las tripas del capitalismo y que como todos nosotros quedó fascinado por la vida burguesa y por el poder creador/destructor del capitalismo. Al autor de El Capital debemos el haber descubierto la relación entre economía y política, por tanto, que la economía debe estar dirigida desde la política, una tarea hercúlea y a contracorriente porque “el modo de producción de la vida material domina en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual”, es decir, que el dinero tiende a convertirse en poder. Suya es también la idea de que en la fábrica hay algo más que el dinero y la voluntad del patrón, a saber: el capital del amo, el trabajo de los obreros y la confianza de los compradores. También nos transmitió la idea de crisis periódica. La producción tiene que ser competitiva, de ahí la necesidad de revolucionar los sistemas de producción y de reducir costes salariales. Al debilitarse la capacidad adquisitiva del trabajador, aumentan los estocs de mercancías, con toda la secuencia que tan bien conocemos.
En diseccionar al monstruo, Marx es incomparable. A él eso no le bastaba. Quería darle cumplida réplica ofreciendo un plan alternativo. Tuvo entonces que echar mano de previsiones o profecías que no se han cumplido. Eso lo damos por descontado. Lo que ahora nos fascina es leer sus críticas al capitalismo no en el contexto de una estrategia alternativa, sino como la cara de una moneda cuya cruz es la fascinación por ese mismo capitalismo. En el citado Manifiesto, Marx mete el estilete en las entraña del sistema –”la burguesía ha ahogado en la aguas heladas del cálculo egoísta los estertores sagrados de la piedad feudal. Redujo la dignidad personal al valor de cambio, y en lugar de las muchas libertades duramente conquistadas colocó la única e indiferente libertad del comercio”– para decir a continuación que “la burguesía ha jugado en la historia un papel eminentemente revolucionario; esta conmoción constante de la producción, esta permanente sacudida de todo el sistema social, esta agitación y constante provisionalidad es lo que distingue a la época burguesa de todas las anteriores”. No se sabe qué admirar más, si la radicalidad de la crítica o el entusiasmo, rayano en la apología, del crítico por el capitalismo.
NO ES MÁS próximo ese Marx. Con él somos conscientes del peligro de un sistema que envenena las aguas, contamina el aire y desertiza la tierra. Y como él vivimos seducidos por un modo de vida gratificante para quien lo disfruta, con el excitante añadido de poner a prueba cada día la capacidad revolucionaria de nuestros conocimientos científicos. Incluso nos resulta cercano el Marx histórico –el Moro, como le motejaban en su tiempo– escindido entre el trabajo teórico realmente visionario y la lucha por la existencia, por cómo llegar a final de mes. Lo que ahora nos dicen sus intérpretes es que nunca se propuso acabar con el sistema, tan solo hacerle coherente y racional. Quien en todo caso se enfrente críticamente al capitalismo no podrá pasar de Marx, pues, como dice otro Marx, el obispo de Múnich, en su libro también titulado El Capital, “Carlos Marx no está muerto y hay que tomarle en serio”.
NO ES MÁS próximo ese Marx. Con él somos conscientes del peligro de un sistema que envenena las aguas, contamina el aire y desertiza la tierra. Y como él vivimos seducidos por un modo de vida gratificante para quien lo disfruta, con el excitante añadido de poner a prueba cada día la capacidad revolucionaria de nuestros conocimientos científicos. Incluso nos resulta cercano el Marx histórico –el Moro, como le motejaban en su tiempo– escindido entre el trabajo teórico realmente visionario y la lucha por la existencia, por cómo llegar a final de mes. Lo que ahora nos dicen sus intérpretes es que nunca se propuso acabar con el sistema, tan solo hacerle coherente y racional. Quien en todo caso se enfrente críticamente al capitalismo no podrá pasar de Marx, pues, como dice otro Marx, el obispo de Múnich, en su libro también titulado El Capital, “Carlos Marx no está muerto y hay que tomarle en serio”.
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