Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Publicado en Excélsior, 21 de septiembre de 2009;
La locura como desestabilización
Es la hora de los locos. Uno, secuestra un avión, le exige a la tripulación dar siete vueltas al Distrito Federal y luego asegura tener una bomba que hará estallar si no habla con el presidente Calderón. Le tenía que decir que un terremoto era inminente en el centro del país, pues se lo había dicho Dios. El otro, está haciendo una pinta en los muros del Metro Balderas a las cinco de la tarde, cuando los andenes están a rebosar de usuarios, y escribe algo así como que el actual es “un gobierno de criminales” y, al momento en que un agente policial intenta detenerlo, le dispara, además mata luego a un transeúnte que intenta frenarlo y deja heridas a otras cinco personas. El primero se presenta como un pastor, el segundo como un estudioso de veterinaria, eso dice su familia, que quería irse a Estados Unidos. El primero dijo que quería hablar con el presidente Calderón, el segundo con el jefe de Gobierno Marcelo Ebrard. Los dos, coinciden las autoridades, están desequilibrados. Y los dos han provocado un clima de desasosiego en la capital del país como no se veía desde hace años.
Es lógico, desde principios de los años 70 no había secuestros de aviones en México. Ahora, con todas las medidas de seguridad que existen en los aeropuertos, un sujeto logra ingresar unas latas, las arma en pleno vuelo, las hace pasar por una bomba y logra desviar un vuelo, retenerlo durante horas y ser el gran evento mediático del día. Pero el diagnóstico dice que simplemente está loco. El otro no se sabe de dónde se hace con una pistola y se pone a disparar en una estación del Metro que nunca, con sus millones de pasajeros diarios, había vivido una situación similar. Sin embargo, no importa, el personaje en cuestión simplemente está loco.
Pero el país parece estar llenándose de locos. En el Distrito Federal, en apenas dos semanas, estallaron por lo menos cuatro artefactos explosivos. Primero se dijo que se trataba de actos de vandalismo, pero luego comenzaron a aparecer comunicados de grupos que aparentemente entran en la categoría de locos: comandos de ecoterroristas y un frente de liberación animal se atribuyen los atentados sin que los hechos parezcan tener lógica alguna. Por lo pronto, ecoterroristas o no, defensores de los animales o no, fueron atacadas una tienda de ropa en pleno Polanco, dos sucursales bancarias y una concesionaria automotriz. Después del último ataque se dijo que había dos personas detenidas, pero nunca hemos sabido ni nombres ni móviles. Los que siguen llegando son comunicados que no parecen tener lógica alguna y atribuyen cada uno de esos ataques a un grupo más insólito que su antecesor. Muchos dirán, son una bola de locos.
Pero estos locos, más el loco del avión y el loco del Metro, están consiguiendo generar una sensación de inseguridad que, incluso con toda la violencia que ha provocado la lucha contra el narcotráfico, por lo menos en la Ciudad de México, no se había percibido de la misma manera. Si un loco puede secuestrar un avión, matar a gente inocente en el Metro o colocar bombas en tiendas, para defender a los animales, todo se vale y se genera la percepción de que las autoridades no pueden controlar ni a los locos. Si mañana alguno de ellos decide hacer una locura mayor, el terreno ya estará preparado y se va a decir que en el país hay muchos locos y ninguno puede ser controlado. Así estaban de locos los Aburto, los Treviño, y todos los que desestabilizaron al país entre 1993 y 1995.
Ese es el verdadero desafío. Cuando algún grupo planea ejecutar un ataque real, siempre, de una u otra manera, prueba las defensas de su adversario. Y no lo hace de forma directa: qué mejor manera de hacerlo y de debilitar tanto la seguridad como la confianza de la gente que por medio de personajes enloquecidos. Decía Nietzsche que “la demencia en el individuo es algo raro; en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla”. Cuidado con ella, cuando la demencia se transforma en desestabilización.
Decía Nietzsche que “la demencia en el individuo es algo raro; en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla”.
Es la hora de los locos. Uno, secuestra un avión, le exige a la tripulación dar siete vueltas al Distrito Federal y luego asegura tener una bomba que hará estallar si no habla con el presidente Calderón. Le tenía que decir que un terremoto era inminente en el centro del país, pues se lo había dicho Dios. El otro, está haciendo una pinta en los muros del Metro Balderas a las cinco de la tarde, cuando los andenes están a rebosar de usuarios, y escribe algo así como que el actual es “un gobierno de criminales” y, al momento en que un agente policial intenta detenerlo, le dispara, además mata luego a un transeúnte que intenta frenarlo y deja heridas a otras cinco personas. El primero se presenta como un pastor, el segundo como un estudioso de veterinaria, eso dice su familia, que quería irse a Estados Unidos. El primero dijo que quería hablar con el presidente Calderón, el segundo con el jefe de Gobierno Marcelo Ebrard. Los dos, coinciden las autoridades, están desequilibrados. Y los dos han provocado un clima de desasosiego en la capital del país como no se veía desde hace años.
Es lógico, desde principios de los años 70 no había secuestros de aviones en México. Ahora, con todas las medidas de seguridad que existen en los aeropuertos, un sujeto logra ingresar unas latas, las arma en pleno vuelo, las hace pasar por una bomba y logra desviar un vuelo, retenerlo durante horas y ser el gran evento mediático del día. Pero el diagnóstico dice que simplemente está loco. El otro no se sabe de dónde se hace con una pistola y se pone a disparar en una estación del Metro que nunca, con sus millones de pasajeros diarios, había vivido una situación similar. Sin embargo, no importa, el personaje en cuestión simplemente está loco.
Pero el país parece estar llenándose de locos. En el Distrito Federal, en apenas dos semanas, estallaron por lo menos cuatro artefactos explosivos. Primero se dijo que se trataba de actos de vandalismo, pero luego comenzaron a aparecer comunicados de grupos que aparentemente entran en la categoría de locos: comandos de ecoterroristas y un frente de liberación animal se atribuyen los atentados sin que los hechos parezcan tener lógica alguna. Por lo pronto, ecoterroristas o no, defensores de los animales o no, fueron atacadas una tienda de ropa en pleno Polanco, dos sucursales bancarias y una concesionaria automotriz. Después del último ataque se dijo que había dos personas detenidas, pero nunca hemos sabido ni nombres ni móviles. Los que siguen llegando son comunicados que no parecen tener lógica alguna y atribuyen cada uno de esos ataques a un grupo más insólito que su antecesor. Muchos dirán, son una bola de locos.
Pero estos locos, más el loco del avión y el loco del Metro, están consiguiendo generar una sensación de inseguridad que, incluso con toda la violencia que ha provocado la lucha contra el narcotráfico, por lo menos en la Ciudad de México, no se había percibido de la misma manera. Si un loco puede secuestrar un avión, matar a gente inocente en el Metro o colocar bombas en tiendas, para defender a los animales, todo se vale y se genera la percepción de que las autoridades no pueden controlar ni a los locos. Si mañana alguno de ellos decide hacer una locura mayor, el terreno ya estará preparado y se va a decir que en el país hay muchos locos y ninguno puede ser controlado. Así estaban de locos los Aburto, los Treviño, y todos los que desestabilizaron al país entre 1993 y 1995.
Ese es el verdadero desafío. Cuando algún grupo planea ejecutar un ataque real, siempre, de una u otra manera, prueba las defensas de su adversario. Y no lo hace de forma directa: qué mejor manera de hacerlo y de debilitar tanto la seguridad como la confianza de la gente que por medio de personajes enloquecidos. Decía Nietzsche que “la demencia en el individuo es algo raro; en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla”. Cuidado con ella, cuando la demencia se transforma en desestabilización.
Decía Nietzsche que “la demencia en el individuo es algo raro; en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla”.
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