Obama; el Nobel: ¿Lo merece?Revista Semana # 1432, 10 de octubre de 2009;
Especiales El premio Nobel de Paz de Barack Obama divide al mundo.El viernes pasado, poco después de las 5 de la mañana y cuando aún no había salido el sol de otro día de otoño en Washington, timbró el celular de Robert Gibbs, el secretario de Prensa de la Casa Blanca y uno de los hombres más próximos a Barack Obama. Era Peter Maer, el periodista de CBS News que cubre al Presidente de Estados Unidos. Lo llamaba para contarle que Obama acababa de ser galardonado con el premio Nobel de la Paz y para pedirle una opinión que se pudiera publicar. Gibbs quedó pasmado y sólo atinó a pronunciar una palabra: "Wow!".
Todo el mundo, en Estados Unidos y fuera de él, sintió la misma sorpresa que Gibbs. Algunos, como el ex vicepresidente Al Gore, que obtuvo el mismo galardón hace dos años, consideraron que se trataba de algo "muy merecido, pues los logros de Obama pasarán a la historia". Pero la opinión más extendida fue la de quienes creyeron que el premio era prematuro, sobre todo para un Presidente que lleva apenas ocho meses y medio en el poder y que no ha mostrado muchos resultados. Una de estas voces fue la del ex presidente polaco Lech Walesa, Nobel en 1983, quien al enterarse de la noticia, dijo: "¿Tan pronto? Pero si aún no ha hecho ningún aporte. Está empezando a trabajar…".
Lo cierto es que el presidente del Comité de los Nobel, el ex primer ministro noruego Thorbjörn Jagland, dijo esa mañana en Oslo, al anunciar el premio, que los cinco miembros del comité habían tomado la decisión por unanimidad el lunes anterior y que Obama merecía el premio por todo lo que ha hecho "para fortalecer la diplomacia internacional y la democracia entre los pueblos". Jagland añadió que otra de las razones que sustentaban el galardón es el trabajo del Presidente gringo para librar al mundo de las armas nucleares. Y explicó que un líder también puede cambiar el mundo si mezcla idealismo y realpolitik. "Es importante que el Comité reconozca a la gente que lucha y que es idealista a la vez", anotó. Eso, en otras palabras, significa que el Nobel no debe exaltar sólo a quien alcanza un logro en materia de paz, sino a quien pone la primera piedra para conseguirlo.
Como quiera que haya sido, pocas horas después, al otro lado del Atlántico, Obama demostró que había entendido el mensaje. En un breve discurso, en los jardines de la Casa Blanca, aceptó con humildad el Nobel y aseguró que no lo ve como una recompensa a su obra, sino al liderazgo de Estados Unidos en nombre de las aspiraciones de miles de personas en todo el mundo. Y él, que de tonto no tiene un pelo, se dio cuenta de que le otorgaron el galardón un poco antes de tiempo. "Sé que, a lo largo de la historia, el premio Nobel no sólo se ha dado para honrar un logro determinado, sino también para darle 'momentum' (impulso) a una serie de causas", señaló, para luego advertir que él recibe el premio como "un llamado a la acción y un llamamiento a todas las naciones para enfrentar los retos del siglo XXI".
Cambio de rumbo
¿Es justo o es injusto que le hayan conferido el Nobel a Obama, en una competencia de 205 candidatos donde había desde activistas de los derechos humanos en la China hasta destacadas figuras políticas del África, pasando por la muy opcionada postulación de la senadora colombiana Piedad Córdoba, hecha por el argentino Adolfo Pérez Esquivel?
Quienes la ven como justa argumentan varios puntos a favor de Obama. El primero es que desde su posesión el 20 de enero en Washington, el tono de la política internacional ha cambiado radicalmente. Eso es indudable. Atrás quedaron los días en los que el mundo musulmán miraba de reojo a George W. Bush y en los que Estados Unidos era una nación que despertaba una desconfianza monumental en Europa. Una encuesta del Pew Research Center, elaborada en 25 países entre mayo y junio pasados, reveló que el 93 por ciento de los alemanes, el 91 por ciento de los franceses y el 86 por ciento de los ingleses creen que Obama va a tomar las decisiones correctas. En tiempos de Bush, esos porcentajes eran del 14, el 12 y el 16, respectivamente.
América Latina vive un fenómeno similar. En Argentina y Brasil, en México y Perú, Obama goza de buen nombre. Y en Colombia, ni se diga. Según un sondeo de Gallup a finales de septiembre, el Presidente norteamericano, con un envidiable 75 por ciento de aprobación, resultó ser más popular que el mismísimo presidente Álvaro Uribe y que el general Óscar Naranjo, que cuentan con el 70 y el 65 por ciento.
Es clave reconocer que esa favorabilidad no se reduce a un asunto de manejo de imagen o a una cuestión de estilo o de maquillaje. Aunque Obama no ha permanecido mucho tiempo en la Casa Blanca, es necesario admitir que desde el primer día se puso las botas. Cuarenta y ocho horas después de su posesión en las escaleras del Capitolio, donde juró cumplir la Constitución ante casi dos millones de personas, anunció el cierre en menos de un año del centro de detención de la base de Guantánamo y les dio a los agentes de la CIA la orden de suspender los métodos de interrogatorio brutales como el ahogamiento simulado (waterboarding).
Cuatro días más tarde concedió su primera entrevista a fondo en televisión. Pero no la hizo con ninguna de las grandes cadenas norteamericanas, como la ABC , la CBS o la NBC. Tampoco con la conservadora FOX o con la CNN. En esa ocasión, Obama prefirió hablarle al canal Al Arabiya, con sede en Dubai, que mandó como enviado especial al periodista Hisham Melhem. Ese día, el Presidente dijo que Estados Unidos iba a empezar a escuchar en vez de dictar, recordó que de niño vivió en un país musulmán (Indonesia), subrayó que tiene parientes que profesan el credo islámico y aseguró que en los primeros tres meses de su gobierno iba a hablar desde una capital musulmana. Y cumplió. En abril pronunció en igual sentido un discurso ante el Parlamento turco en Ankara, un hecho que reforzó a principios de junio con otra comparecencia pública en el Aula Máxima de la Universidad de El Cairo. Semejantes salidas constituyeron un giro de 180 grados con respecto a George W. Bush.
Mucho antes, el 27 de febrero, había hecho algo que la opinión pública venía pidiéndole a gritos: anunciar la retirada de las tropas destinadas en Irak. Obama había aseverado que iría reduciendo el número de soldados, que superaba los 130.000, y que para el año 2011 no habría presencia norteamericana significativa en ese país invadido por Bush en 2003, cuando derrocó al dictador Saddam Hussein. Así cumplía Obama una de las promesas de la campaña presidencial.
Pero hay más. En junio Obama se le metió, y de qué manera, al conflicto árabe-israelí cuando dijo en la Oficina Oval, ante el primer ministro Benjamin Netanyahu que la única solución al problema pasa por la creación de un Estado palestino. Y a partir de ese instante ha promovido contactos como el que sostuvo en septiembre el propio Netanyahu con su contraparte Mahmoud Abbas en Nueva York, durante la Asamblea general de Naciones Unidas.
El desarme nuclear ha sido otra de las obsesiones de Obama. Lo hizo patente a mediados de septiembre, cuando informó públicamente su determinación de desmontar el escudo antimisiles que Estados Unidos pensaba instalar en Europa del este, compuesto por 10 interceptores de cohetes en Polonia y por un sofisticado sistema de radares en la República Checa. Según él, ahora existe una tecnología más avanzada para impedir un ataque de cohetes desde Irán, un país que se empeña en enriquecer uranio. No sólo eso. El 6 de julio, Obama y su colega ruso, Dimitri Medvedev, firmaron en Moscú un principio de acuerdo por el cual reducirán sus arsenales hasta en una tercera parte, de modo que sólo se quedarán con un máximo de 1.675 ojivas nucleares y 1.100 misiles que se pueden lanzar desde submarinos.
Tal vez la asignatura pendiente en política internacional para el Presidente gringo es cómo convencer a Corea del Norte de abandonar sus armas nucleares y qué hacer en Afganistán. Esta guerra, que con ocho años recién cumplidos se ha convertido en la tercera más larga que libra Estados Unidos en toda su historia (superada por las de Vietnam y por la de Independencia), no va por buen camino. Los talibanes ganan terreno y las fuerzas norteamericanas sufren más y más bajas. Por si algo faltara, el comandante estadounidense en la región, el general Stanley McChrystal, dijo la semana pasada que si no le envían otros 40.000 hombres, perderá la contienda. Obama no se ha pronunciado.
¿Prematuro?
Mucha gente se pregunta si todo lo anterior no es más que proyectos y si al Presidente gringo no le dieron el Nobel sin merecerlo. Y es que su caso es muy distinto a los de los otros dos inquilinos de la Casa Blanca que lo recibieron cuando ejercían el poder. El primero fue Teodoro Roosevelt, a quien se lo dieron en 1906 tras haber promovido la paz entre rusos y japoneses tras una guerra brutal. Y el segundo, Woodrow Wilson, en 1919, había fundado la Liga de las Naciones, una entidad precursora de Naciones Unidas. Lo de Obama, en cambio, pueden ser promesas. Al fin y al cabo, el Senado norteamericano no le aprobó en su momento los 80 millones de dólares para cerrar la prisión de Guantánamo; la retirada de Irak no se ha producido, israelíes y palestinos no han firmado la paz, el desarme con Rusia no se ha concretado definitivamente y la guerra en Afganistán amenaza con transformarse en el Vietnam de Obama.Así las cosas, varios analistas creen que el Comité de los Nobel se entusiasmó más de la cuenta por el contraste de estilo que ha marcado Obama con respecto a Bush y por la circunstancia de que se está ante el primer Presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos. Es decir, que no le paró tantas bolas a lo que ha hecho Obama, sino a lo que representa y a su elocuencia cuando se echa un discurso. Lo cual quiere decir que si en la Casa Blanca estuviera Hillary Clinton y hubiera tomado las mismas determinaciones que el Presidente, no le habrían dado el galardón. O que a Íngrid Betancourt le debieron haber dado el premio por el hecho terrible de su secuestro, más que por haber trabajado a favor de los retenidos por la guerrilla.
Otros observadores como John Dickerson, de la revista Slate, que aparece en Internet y que pertenece a The Washington Post, se han quejado de la falta de seriedad de los Nobel. Recuerdan que Obama sólo llevaba nueve días en la Presidencia cuando se venció el plazo para postular a los candidatos al galardón. ¿Qué política, digna de un galardón de esa talla, puede iniciar un jefe de Estado en algo más de una semana? Y algunos blogs, como el de John Swansburg, sostienen, medio en broma, medio en serio, que el premio que han debido otorgarle al Presidente fue el que obtuvo la escritora Herta Müller: el de Literatura, por sus dos magníficos libros, Sueño de mi padre y La audacia de la esperanza.
Pero si el Nobel a Obama cayó tan bien en el exterior, en Estados Unidos despertó críticas en algunos sectores. Como en la agenda política nacional predominan temas como el debate sobre la reforma a la sanidad -que se financiaría con un alza de impuestos a los más adinerados- y el desempleo creciente, personajes como Michael Steele, que preside el Comité Nacional Republicano, dijeron lo siguiente: "Hay una cosa segura. Los norteamericanos jamás le darán al presidente Obama un premio por la creación de puestos de trabajo y la responsabilidad fiscal". Otros, como el estratega conservador Craig Shirley, la emprendieron contra el galardón. "Es ridículo. La credibilidad de los premios Nobel, que venía en decadencia, ha tocado fondo. Ronald Reagan ganó la Guerra Fría, liberó a millones de personas y nunca recibió un Nobel".
Los ultraconservadores, acostumbrados a que la única actitud aceptable de Washington es la imperial, fueron aun más duros, especialmente en estos tiempos en los que se ha desatado una feroz campaña de odio contra Obama (ver recuadro). Rush Limbaugh, uno de los hombres más escuchados de la radio, dijo que el Nobel "fue peor que la vergüenza de haber perdido la sede de los Olímpicos", cosa que ocurrió una semana antes en Copenhague, y que lo que quiere el resto del mundo es "debilitar a Estados Unidos, verlos castrados". Glenn Beck en la FOX y Lou Dobbs en la CNN también se fueron lanza en ristre contra Obama.
Sea como fuere, y aunque la concesión de los Nobel de Paz siempre han desatado polémicas, entre otras razones porque han recaído en personajes como Yasser Arafat y Henry Kissinger, lo que queda claro en todo este episodio es que a Obama lo premiaron más por su historia y por sus ideales que por sus logros. La gran pregunta hacia el futuro es qué tanto influirá el premio en las duras decisiones que tendrá que tomar inevitablemente.
Todo el mundo, en Estados Unidos y fuera de él, sintió la misma sorpresa que Gibbs. Algunos, como el ex vicepresidente Al Gore, que obtuvo el mismo galardón hace dos años, consideraron que se trataba de algo "muy merecido, pues los logros de Obama pasarán a la historia". Pero la opinión más extendida fue la de quienes creyeron que el premio era prematuro, sobre todo para un Presidente que lleva apenas ocho meses y medio en el poder y que no ha mostrado muchos resultados. Una de estas voces fue la del ex presidente polaco Lech Walesa, Nobel en 1983, quien al enterarse de la noticia, dijo: "¿Tan pronto? Pero si aún no ha hecho ningún aporte. Está empezando a trabajar…".
Lo cierto es que el presidente del Comité de los Nobel, el ex primer ministro noruego Thorbjörn Jagland, dijo esa mañana en Oslo, al anunciar el premio, que los cinco miembros del comité habían tomado la decisión por unanimidad el lunes anterior y que Obama merecía el premio por todo lo que ha hecho "para fortalecer la diplomacia internacional y la democracia entre los pueblos". Jagland añadió que otra de las razones que sustentaban el galardón es el trabajo del Presidente gringo para librar al mundo de las armas nucleares. Y explicó que un líder también puede cambiar el mundo si mezcla idealismo y realpolitik. "Es importante que el Comité reconozca a la gente que lucha y que es idealista a la vez", anotó. Eso, en otras palabras, significa que el Nobel no debe exaltar sólo a quien alcanza un logro en materia de paz, sino a quien pone la primera piedra para conseguirlo.
Como quiera que haya sido, pocas horas después, al otro lado del Atlántico, Obama demostró que había entendido el mensaje. En un breve discurso, en los jardines de la Casa Blanca, aceptó con humildad el Nobel y aseguró que no lo ve como una recompensa a su obra, sino al liderazgo de Estados Unidos en nombre de las aspiraciones de miles de personas en todo el mundo. Y él, que de tonto no tiene un pelo, se dio cuenta de que le otorgaron el galardón un poco antes de tiempo. "Sé que, a lo largo de la historia, el premio Nobel no sólo se ha dado para honrar un logro determinado, sino también para darle 'momentum' (impulso) a una serie de causas", señaló, para luego advertir que él recibe el premio como "un llamado a la acción y un llamamiento a todas las naciones para enfrentar los retos del siglo XXI".
Cambio de rumbo
¿Es justo o es injusto que le hayan conferido el Nobel a Obama, en una competencia de 205 candidatos donde había desde activistas de los derechos humanos en la China hasta destacadas figuras políticas del África, pasando por la muy opcionada postulación de la senadora colombiana Piedad Córdoba, hecha por el argentino Adolfo Pérez Esquivel?
Quienes la ven como justa argumentan varios puntos a favor de Obama. El primero es que desde su posesión el 20 de enero en Washington, el tono de la política internacional ha cambiado radicalmente. Eso es indudable. Atrás quedaron los días en los que el mundo musulmán miraba de reojo a George W. Bush y en los que Estados Unidos era una nación que despertaba una desconfianza monumental en Europa. Una encuesta del Pew Research Center, elaborada en 25 países entre mayo y junio pasados, reveló que el 93 por ciento de los alemanes, el 91 por ciento de los franceses y el 86 por ciento de los ingleses creen que Obama va a tomar las decisiones correctas. En tiempos de Bush, esos porcentajes eran del 14, el 12 y el 16, respectivamente.
América Latina vive un fenómeno similar. En Argentina y Brasil, en México y Perú, Obama goza de buen nombre. Y en Colombia, ni se diga. Según un sondeo de Gallup a finales de septiembre, el Presidente norteamericano, con un envidiable 75 por ciento de aprobación, resultó ser más popular que el mismísimo presidente Álvaro Uribe y que el general Óscar Naranjo, que cuentan con el 70 y el 65 por ciento.
Es clave reconocer que esa favorabilidad no se reduce a un asunto de manejo de imagen o a una cuestión de estilo o de maquillaje. Aunque Obama no ha permanecido mucho tiempo en la Casa Blanca, es necesario admitir que desde el primer día se puso las botas. Cuarenta y ocho horas después de su posesión en las escaleras del Capitolio, donde juró cumplir la Constitución ante casi dos millones de personas, anunció el cierre en menos de un año del centro de detención de la base de Guantánamo y les dio a los agentes de la CIA la orden de suspender los métodos de interrogatorio brutales como el ahogamiento simulado (waterboarding).
Cuatro días más tarde concedió su primera entrevista a fondo en televisión. Pero no la hizo con ninguna de las grandes cadenas norteamericanas, como la ABC , la CBS o la NBC. Tampoco con la conservadora FOX o con la CNN. En esa ocasión, Obama prefirió hablarle al canal Al Arabiya, con sede en Dubai, que mandó como enviado especial al periodista Hisham Melhem. Ese día, el Presidente dijo que Estados Unidos iba a empezar a escuchar en vez de dictar, recordó que de niño vivió en un país musulmán (Indonesia), subrayó que tiene parientes que profesan el credo islámico y aseguró que en los primeros tres meses de su gobierno iba a hablar desde una capital musulmana. Y cumplió. En abril pronunció en igual sentido un discurso ante el Parlamento turco en Ankara, un hecho que reforzó a principios de junio con otra comparecencia pública en el Aula Máxima de la Universidad de El Cairo. Semejantes salidas constituyeron un giro de 180 grados con respecto a George W. Bush.
Mucho antes, el 27 de febrero, había hecho algo que la opinión pública venía pidiéndole a gritos: anunciar la retirada de las tropas destinadas en Irak. Obama había aseverado que iría reduciendo el número de soldados, que superaba los 130.000, y que para el año 2011 no habría presencia norteamericana significativa en ese país invadido por Bush en 2003, cuando derrocó al dictador Saddam Hussein. Así cumplía Obama una de las promesas de la campaña presidencial.
Pero hay más. En junio Obama se le metió, y de qué manera, al conflicto árabe-israelí cuando dijo en la Oficina Oval, ante el primer ministro Benjamin Netanyahu que la única solución al problema pasa por la creación de un Estado palestino. Y a partir de ese instante ha promovido contactos como el que sostuvo en septiembre el propio Netanyahu con su contraparte Mahmoud Abbas en Nueva York, durante la Asamblea general de Naciones Unidas.
El desarme nuclear ha sido otra de las obsesiones de Obama. Lo hizo patente a mediados de septiembre, cuando informó públicamente su determinación de desmontar el escudo antimisiles que Estados Unidos pensaba instalar en Europa del este, compuesto por 10 interceptores de cohetes en Polonia y por un sofisticado sistema de radares en la República Checa. Según él, ahora existe una tecnología más avanzada para impedir un ataque de cohetes desde Irán, un país que se empeña en enriquecer uranio. No sólo eso. El 6 de julio, Obama y su colega ruso, Dimitri Medvedev, firmaron en Moscú un principio de acuerdo por el cual reducirán sus arsenales hasta en una tercera parte, de modo que sólo se quedarán con un máximo de 1.675 ojivas nucleares y 1.100 misiles que se pueden lanzar desde submarinos.
Tal vez la asignatura pendiente en política internacional para el Presidente gringo es cómo convencer a Corea del Norte de abandonar sus armas nucleares y qué hacer en Afganistán. Esta guerra, que con ocho años recién cumplidos se ha convertido en la tercera más larga que libra Estados Unidos en toda su historia (superada por las de Vietnam y por la de Independencia), no va por buen camino. Los talibanes ganan terreno y las fuerzas norteamericanas sufren más y más bajas. Por si algo faltara, el comandante estadounidense en la región, el general Stanley McChrystal, dijo la semana pasada que si no le envían otros 40.000 hombres, perderá la contienda. Obama no se ha pronunciado.
¿Prematuro?
Mucha gente se pregunta si todo lo anterior no es más que proyectos y si al Presidente gringo no le dieron el Nobel sin merecerlo. Y es que su caso es muy distinto a los de los otros dos inquilinos de la Casa Blanca que lo recibieron cuando ejercían el poder. El primero fue Teodoro Roosevelt, a quien se lo dieron en 1906 tras haber promovido la paz entre rusos y japoneses tras una guerra brutal. Y el segundo, Woodrow Wilson, en 1919, había fundado la Liga de las Naciones, una entidad precursora de Naciones Unidas. Lo de Obama, en cambio, pueden ser promesas. Al fin y al cabo, el Senado norteamericano no le aprobó en su momento los 80 millones de dólares para cerrar la prisión de Guantánamo; la retirada de Irak no se ha producido, israelíes y palestinos no han firmado la paz, el desarme con Rusia no se ha concretado definitivamente y la guerra en Afganistán amenaza con transformarse en el Vietnam de Obama.Así las cosas, varios analistas creen que el Comité de los Nobel se entusiasmó más de la cuenta por el contraste de estilo que ha marcado Obama con respecto a Bush y por la circunstancia de que se está ante el primer Presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos. Es decir, que no le paró tantas bolas a lo que ha hecho Obama, sino a lo que representa y a su elocuencia cuando se echa un discurso. Lo cual quiere decir que si en la Casa Blanca estuviera Hillary Clinton y hubiera tomado las mismas determinaciones que el Presidente, no le habrían dado el galardón. O que a Íngrid Betancourt le debieron haber dado el premio por el hecho terrible de su secuestro, más que por haber trabajado a favor de los retenidos por la guerrilla.
Otros observadores como John Dickerson, de la revista Slate, que aparece en Internet y que pertenece a The Washington Post, se han quejado de la falta de seriedad de los Nobel. Recuerdan que Obama sólo llevaba nueve días en la Presidencia cuando se venció el plazo para postular a los candidatos al galardón. ¿Qué política, digna de un galardón de esa talla, puede iniciar un jefe de Estado en algo más de una semana? Y algunos blogs, como el de John Swansburg, sostienen, medio en broma, medio en serio, que el premio que han debido otorgarle al Presidente fue el que obtuvo la escritora Herta Müller: el de Literatura, por sus dos magníficos libros, Sueño de mi padre y La audacia de la esperanza.
Pero si el Nobel a Obama cayó tan bien en el exterior, en Estados Unidos despertó críticas en algunos sectores. Como en la agenda política nacional predominan temas como el debate sobre la reforma a la sanidad -que se financiaría con un alza de impuestos a los más adinerados- y el desempleo creciente, personajes como Michael Steele, que preside el Comité Nacional Republicano, dijeron lo siguiente: "Hay una cosa segura. Los norteamericanos jamás le darán al presidente Obama un premio por la creación de puestos de trabajo y la responsabilidad fiscal". Otros, como el estratega conservador Craig Shirley, la emprendieron contra el galardón. "Es ridículo. La credibilidad de los premios Nobel, que venía en decadencia, ha tocado fondo. Ronald Reagan ganó la Guerra Fría, liberó a millones de personas y nunca recibió un Nobel".
Los ultraconservadores, acostumbrados a que la única actitud aceptable de Washington es la imperial, fueron aun más duros, especialmente en estos tiempos en los que se ha desatado una feroz campaña de odio contra Obama (ver recuadro). Rush Limbaugh, uno de los hombres más escuchados de la radio, dijo que el Nobel "fue peor que la vergüenza de haber perdido la sede de los Olímpicos", cosa que ocurrió una semana antes en Copenhague, y que lo que quiere el resto del mundo es "debilitar a Estados Unidos, verlos castrados". Glenn Beck en la FOX y Lou Dobbs en la CNN también se fueron lanza en ristre contra Obama.
Sea como fuere, y aunque la concesión de los Nobel de Paz siempre han desatado polémicas, entre otras razones porque han recaído en personajes como Yasser Arafat y Henry Kissinger, lo que queda claro en todo este episodio es que a Obama lo premiaron más por su historia y por sus ideales que por sus logros. La gran pregunta hacia el futuro es qué tanto influirá el premio en las duras decisiones que tendrá que tomar inevitablemente.
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