Tolerancia cero" contra sacerdotes pederastas: Episcopado mexicano
La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) aseguró que los obispos del país aplicarán “tolerancia cero” contra los sacerdotes que abusen sexualmente de menores de edad, en virtud de que no puede haber “arreglos en lo oscurito” ni tampoco “borrón y cuenta nueva” que les dé impunidad.
En un comunicado de prensa, la CEM afirma que “en relación con el tema de la pedofilia”, todos los obispos han fijado su postura de “tolerancia cero”, como ya lo hizo públicamente el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, durante su homilía del pasado Jueves Santo. (abajo)
“El problema ya se planteó y hoy ningún obispo, en cualquier latitud del mundo, se prestará a componendas de cualquier tipo”, agrega el texto.
Comunicado completo:
Escrito por Oficina de Comunicación y Prensa CEM
Martes, 06 de Abril de 2010 11:09
Ante el dolor y la tristeza, Cristo es el Camino, la Verdad y Vida
Dicen los entendidos que la solución del problema está en el planteamiento que se haga de él. Antes y después de los días Santos, no hemos dejado de escuchar noticias relacionadas o bien con la pederastia y los ataques al Santo Padre, Benedicto XVI, o el caso Paulette del cual ya no sabemos bien a bien a quien creer.
Lo que queda claro es que las redes sociales en ambos temas han estado muy activas mostrando una nueva faceta que hasta hace poco tiempo ni siquiera imaginábamos una intervención tan directa y clara de la misma sociedad.
De un lado tenemos comentarios demoledores y hasta obscenos a los que haciendo uso de una libre expresión no dejan de mostrar ignorancia y resabio por razones que nunca se expresan, u ocultan complejos de diferente índole que sólo los psicólogos pueden interpretar. Por otro lado, tenemos comentarios críticos, positivos y con una buena intención de empujar un análisis serio, en este caso hablando de la pederastia. Bienvenidas estas aportaciones críticas en sentido propositivo, nos ayudarán a tener una mejor idea de la realidad en la que estamos viviendo.
La homilía que pronunció el Sr. Cardenal Norberto Rivera en la Catedral Metropolitana en la Misa Crismal del Jueves Santo, no deja lugar a dudas. Frente a un número muy grande de sacerdotes, religiosos y laicos reitera lo que en diferentes ocasiones habían venido diciendo él y otros Obispos en relación al tema de la pedofilia: tolerancia cero. Además, y esto hay que resaltarlo, el Sr. Cardenal hace un llamado a todas las personas a denunciar ante las autoridades civiles y eclesiásticas si conocen algún caso de este tipo.
El problema ya se planteó y hoy ningún Obispo en cualquier latitud del mundo se prestará a componendas de cualquier tipo. Los mismos Obispos, y esto no lo justifica, no tenían las herramientas o mecanismos para afrontar estos problemas de pederastia o relacionados con el celibato sacerdotal.
Los documentos que el Santo Padre ha emitido al respecto, las propias normas que los Obispos han establecido en sus respectivas diócesis y los mismos materiales editados por la CEM, hacen que hoy las cosas estén cambiado y que estos temas se hablen y discutan con plena claridad.
No puede haber arreglos en los “oscurito”. Tampoco se vale decir, “borrón y cuenta nueva”. El que haya cometido algún delito que lo pague. Sin embargo, conocemos casos en los que con dolo y afán de desprestigiar a las personas, se han cometido injusticias acusando a sacerdotes de actos que nunca cometieron. Los Obispos no actuarán por chismes o rumores, actuarán en justicia cuando se presenten los hechos y donde las víctimas y los victimarios sean escuchados procediendo de acuerdo a las leyes civiles y eclesiásticas.
Grupos y personas se han empeñado en querer enturbiar la imagen del Papa. No sabemos qué intereses los están moviendo, pero una cosa queda clara, que todo esto ha ayudado a cerrar filas en torno al Santo Padre y a aceptar, no sin dolor, estos casos que han manchado la imagen de la Iglesia pero seguros que de este “via crucis”, el Señor sabrá sacar provecho para purificar la Institución que está fundada en Cristo, Camino, Verdad y Vida.
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Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Norberto Rivera C., Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana de México.
02 de abril de 2010, viernes Santo de la Pasión del Señor.Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Norberto Rivera C., Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana de México.
Esta tarde, después de la oración universal, nos acercaremos a adorar la Santa Cruz cantando: “Cruz amable y redentora, árbol noble, espléndido, ningún árbol fue tan rico ni en sus frutos ni en su flor. Dulce leño, dulces clavos, dulce el fruto que nos dio”. Toda la vida de Jesús estuvo dirigida a este momento supremo. Contemplaremos al Señor firmemente clavado en la Cruz. Lo que era un instrumento infame y deshonroso, en Cristo, se convirtió en árbol de vida, en símbolo de amor y perdón y en escalera de gloria.
Contemplaremos a Jesús clavado en la Cruz y junto a Él contemplaremos un espectáculo desolador: algunos pasan y le injurian; los príncipes de los sacerdotes, más hirientes y mordaces, se burlan; y la mayoría, indiferente, mira el acontecimiento. Muchos de los ahí presentes le habían visto bendecir, predicar una doctrina salvadora e incluso hacer milagros. Nosotros, los aquí presentes, ¿cómo nos acercamos al crucificado?
La crucifixión era la ejecución más cruel y afrentosa que conoció la antigüedad, un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte venía después de una larga agonía. Desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días se nos dificulta aceptar un Dios hecho hombre que muere en un madero, se nos dificulta entender que la salvación se realice a través del dolor y la muerte: “el drama de la Cruz sigue siendo motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles”. Desde siempre, y ahora también, ha existido la tentación de desvirtuar el sentido de la Cruz.
Los que hemos sido llamados por Cristo, los que nos llamamos cristianos, necesitamos un conocimiento más completo de la vida de nuestro Señor, pero sobre todo necesitamos comprender este capítulo de la Cruz, en donde se consuma nuestra redención, en donde encuentra sentido el dolor del mundo, en donde descubriremos la malicia del pecado y el grande amor que Dios nos tiene. La página más brillante de la historia de la salvación es el Crucifijo, es contemplar a Cristo en el madero: me amó y se entregó por mí. Se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Jesucristo quiso someterse a la muerte y una muerte de cruz por amor, con plena conciencia y con entera libertad: “a mí nadie me quita la vida, yo la doy cuando yo quiero”. Nosotros estamos recibiendo ahora los abundantes frutos de aquél amor de Jesús en la cruz. Sólo cerrando nuestro corazón al signo de la cruz podemos hacer inútil la Pasión del Señor.
Junto a la cruz de Jesús, está su Madre, con otras santas mujeres. También ahí está Juan, el más joven de los apóstoles. Jesús, después de haberse dado a sí mismo en la última cena, para ser nuestro alimento, nos da, desde la cruz, lo que más quiere en la tierra, lo más precioso que le queda. Lo han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra. La Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo de pie, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús, agonizante en la cruz, como Madre al discípulo.
Esta tarde hemos sido invitados a contemplar el Crucificado, a descubrir el gran amor que Cristo nos tiene, a amar el dolor que es fuente de salvación, a amar la cruz símbolo de entrega. Este camino, que muchas veces nos repugna y nos estremece, será más fácil recorrerlo con María nuestra Madre, por eso la liturgia nos hace cantar: “¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Hazme contigo llorar y dolerme de veras de sus penas mientras viva; porque deseo acompañar en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. Haz que me enamore su cruz y que en ella viva y more”.
Después de tres horas de agonía Jesús ha muerto: “Todo está cumplido”, ha dicho, “e inclinando la cabeza, entregó el espíritu” y nosotros para dejar penetrar en nuestra vida este momento supremo nos hemos arrodillado y hemos hecho un profundo silencio. “El velo del templo se rasgó de arriba abajo”, significando el paso de la antigua a la nueva alianza, ahora, el culto agradable a Dios se realiza a través de Cristo, que es nuestro único sacerdote y víctima.
Como aquel día, era el día de la preparación de la Pascua, para que no quedaran los cuerpos en la cruz, pues aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitasen. Éste envía a unos soldados que quebraron las piernas de los ladrones, para que murieran más rápido. Jesús ya estaba muerto, pero uno de los soldados le abrió el costado con la lanza y al instante brotó sangre y agua. Los Santos Padres y la tradición cristiana han visto en este hecho un profundo significado: del costado de Cristo, abierto en la cruz, han brotado los sacramentos y la misma Iglesia. El comienzo y el crecimiento de la Iglesia no se pueden entender sin la sangre y el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado. Los sacramentos, que continuamente celebramos en la Iglesia, tienen origen y tienen eficacia por la vida que se nos ha entregado simbolizada en la sangre y en el agua que brotaron del costado de Cristo muerto en la cruz. Esta herida, que llega al corazón y lo traspasa, es una herida de superabundancia de amor, es una manera de expresar lo que ninguna palabra puede ya decir.
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