15 ago 2010

Cartas de amor

El gran amor secreto de Pedro Salinas
Se publica por primera vez una selección de las cartas del autor de 'La voz a ti debida' a Katherine Whitmore
ÁNGEL S. HARGUINDEY - Madrid -
El País, 7/04/2002
La próxima semana se pondrá a la venta el libro de Pedro Salinas Cartas a Katherine Whitmore (Tusquets), epistolario seleccionado, prologado y anotado por Enric Bou, y aceptado por los herederos del poeta, sus hijos Solita y Jaime, en el que se incluyen 151 de las 354 cartas que componen la colección.
De hecho, la colección de cartas y poemas que Salinas envió a la profesora estadounidense entre 1932 y 1947 se puede consultar en la Houghton Library de la Universidad de Harvard desde el pasado 1 de julio de 1999, si bien ésta es la primera vez que se publican.
El volumen tiene un indiscutible valor para los estudiosos de la obra de Pedro Salinas. Dos de sus poemarios más importantes, La voz a ti debida y Razón de amor, fueron publicados en 1933 y 1936, respectivamente, es decir, en plena explosión amorosa del autor y, consecuencia de ello, epistolar. El deslumbramiento del poeta ante la bella profesora de Kansas es incuestionable y confiere a estas cartas un valor complementario, pues en ellas su autor no busca la perfección estilística a la que aspira el creador, sino que su fin no es otro que seducir a quien le sedujo, tratar de transmitir y compartir las emociones y sentimientos que despiertan en él su presencia o sus recuerdos, olvidándose del resto de los mortales. El que ha sido considerado como uno de los mejores poetas del amor de la literatura española del siglo XX se muestra en estas cartas como un enamorado más: exultante y feliz hasta rozar en ocasiones el humano y gozoso ridículo. 'Ayer, primer día de clase de literatura contemporánea, sin público, sin nadie. ¿Dónde estaba mi público? Tenía delante rostros torpes, ininteligentes, feos. ¿Dónde estaba mi sonrisa, mi rostro medio vuelto, mi inteligencia hecha persona, hecha delicia en atención? Me pasé el tiempo de clase diciendo una conferencia a la ventana, a lo que veía por la ventana...', escribía a su amada en la segunda de sus cartas.
La cronología de la relación y las pistas sobre la identidad de la dama las establece Jorge Guillén años después de la muerte de su gran amigo Salinas, y de ella deja sobria constancia Enric Bou: Katherine Prue Reding, nacida en Kansas en 1897, se especializó en lengua y literatura española por dicha Universidad. Más tarde enseñó en Richmond (Virginia) y, desde 1930, en Smith College, en Northampton (Massachusetts). Pasó el verano de 1932 en Madrid, donde conoció a Pedro Salinas y -como diría Danielle Steel, por ejemplo- surgió el amor. Unas semanas más tarde, la dama regresó a Northampton. Katherine Reding pasó el curso académico 1934-1935 en Madrid, en donde quiso poner fin a la relación con el poeta tras comprobar que la mujer de Pedro Salinas, enterada del apasionado idilio, intentó suicidarse. La guerra civil y el exilio de Salinas y los suyos en Estados Unidos, en 1936, lo dificultaron. En 1939, Katherine decidió casarse con Brewer Whitmore, también profesor en Smith College, y adoptar su apellido. Mantuvieron todavía algún esporádico encuentro, aunque la relación al parecer había terminado tiempo atrás. En la primavera de 1951 se vieron por última vez. Meses más tarde, el 4 de diciembre de ese mismo año, moría Pedro Salinas. Katherine Whitmore murió en 1982.
Una intensa historia de amor que en realidad tuvo una corta existencia (dos veranos y un curso académico) y que, sin embargo, conmovió al poeta con una constancia, fuerza y creatividad difícilmente imaginables. Como la propia Whitmore explica en un texto de 1979, 'este sencillo relato de la unión y separación de Salinas y su 'amada' no da cuenta de la riqueza de nuestro encuentro. Fue emocionante, alegre, devastador y triste para ambos. Verdaderamente tenía Beauty and Wonder and Terror, cita del Epipsychidion de Shelley que sirve de prefacio en La voz a ti debida. Cuando releo sus cartas después de tantos años y paso las páginas de los exquisitos volúmenes que encuadernó especialmente para mí, me pregunto cómo el destino pudo ser tan amable'.
Naturalmente no todo es exquisito en tan abundante correspondencia. Ése es, también, uno de sus aspectos más atractivos. Así, descendiendo a un terreno más prosaico, Pedro Salinas le explica en enero de 1933 a la destinataria de sus desvelos sus quehaceres académicos, que en este caso son los de formar parte de un tribunal de oposiciones: 'Y soy juez este invierno de dos tribunales de oposición a cátedra de universidad, de La Laguna y Valencia. Las primeras empezaron ayer; somos cinco jueces, presididos por Unamuno. Los demás: Guillén, mi gran amigo, la bestia de Hurtado, el autor de ese manual desdichado, y Valbuena, profesor de Barcelona. Un quinteto divertidísimo, porque al poner al lado a Hurtado, que tiene menos espíritu que un ladrillo y es siempre celui que ne comprend pas, y a Unamuno es formidable'.
Pocas semanas más tarde la manifestaba su desprecio por uno de los opositores, precisamente el que tenía mayor fama de erudito: 'Detesto, entre otras cosas, la moderna tendencia de los estudios literarios porque permiten a cualquier mediocre aproximarse a una gran alma, a un Garcilaso, a un Leopardi, a un Heine, sin la menor afinidad espiritual, ni curiosidad mental, en nombre del criterio histórico, como se aproximaría a otro autor cualquiera. Eruditos sin alma'.
Apuntes, bocetos de sus conceptos de la literatura, de la política, de la vida, excelentes descripciones de gentes y paisajes, y sobrevolando todo ello el omnipresente amor, narrado y sentido de mil formas distintas: 'El amor no es otra cosa que localizar en un ser, en un nombre, en una vida, dentro de los límites de un rostro y un cuerpo, todo un mundo de abstracciones y anhelos, de espacios infinitos e irrealidades sin medida. Todo toma cuerpo y carne'.
Estas Cartas a Katherine Whitmore son, probablemente, uno de las más apasionados y sinceros alegatos en favor del amor, a la vez que una espléndida demostración del talento de quien desde el sentimiento es capaz de alcanzar la belleza. Un último ejemplo de cómo lo cotidiano puede alcanzar la perfección: Whitmore recuerda una tarde en la playa de Ifach que inspiró uno de sus poemas favoritos de La voz a ti debida: '¡Qué día sin pecado! / La espuma, hora tras hora, / infatigablemente, fue blanca, blanca, blanca. / Inocentes materias, / los cuerpos y las rocas / -desde cénito total / mediodía absoluto- / estaban / viviendo de la luz y en ella. / Aún no se conocían / la conciencia y la sombra'.
'Ciegos en medio de la luz...'
Ocho meses después de que Salinas descubriera a Katherine Whitmore en la última fila del aula en la que daba sus clases sobre la generación del 98, en Madrid, y cuando llevaba cinco o seis meses sin verla, pues ella había vuelto a Estados Unidos, el enamorado contesta a una de sus cartas: 'Qué de noches me he despertado, a altas horas, alarmado, como si hubiese oído un grito, y era sólo mi alma, que se preguntaba, anhelosa: '¿Te querrá aún?'. Sensación espantosa de que en aquel momento, sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo, tú estabas empezando a dejar de quererme. Pero tú, Katherine, con un tacto y una delicadeza incomparables, poco a poco, has ido venciendo, has ido inclinándome a creer en una posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad esencial, básica, la interior. Y en la otra, asimismo, alma, en la exterior. 'Nos veremos. No lo dudes nunca'. Así, ¡qué gusto, qué alegría! El niño débil que hay en mí se consuela en estas palabras, se refugia en ellas, cobra ánimos y fuerza, cree en todo, todo posible. Lo exterior y lo interior. El plazo inmenso, sin límite, de querernos, y el plazo concreto, con fecha de vernos. Mi alma, mi vida necesitan saber que tu amor es posible lejos y cerca, entre tus brazos y con tu sombra. Tenía un temor, inmenso. Se me representaba imposible. Katherine, vas venciendo. Otra victoria tuya. No creas, no, que estoy seguro, no, que no dudo ya. Eso no será jamás. Tu amor es demasiado precioso para que yo me crea firmemente su dueño. Siempre temblaré, Katherine. Seguridad, nunca. Confianza, sí. Ésa es la victoria que estás ganando, alma, lo mismo en lo general que en los detalles. Tengo confianza. Vivo más tranquilo, camino por mis días con menos recelo. Pero no olvido que la vida y todas sus grandes cosas son eternas y momentáneas, y que de pronto en un instante podemos quedarnos ciegos en medio de la luz, muertos en medio de la vida, solos en medio del amor'.

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