No
es el público, son nuestros medios/Salvador Camarena
La
Razón,
19 de marzo de 2014
Hace
tiempo que debo a Fernando Escalante
un comentario a partir de algo que publicó en estas páginas. Cosas de la vida,
nunca me imaginé que retomaría este tema en circunstancias como las que está
pasando este diario. El 8 de enero de 2013, Escalante publicó en La Razón una columna titulada Es el público. El argumento central de
ese texto era este:
“El nivel de nuestro periodismo corresponde
exactamente al nivel de nuestro público. No tenemos lectores atentos,
informados, exigentes, que, según la expresión de Claudio Lomnitz, ‘encuentren
intolerable la mediocridad’. Por eso los periódicos pueden publicar cualquier
cosa, y dedicarse básicamente al periodismo de grabadora, boletín y filtración,
y encumbrar a auténticas nulidades. Es claro que a la larga todos perdemos con
eso, porque la calidad de la conversación pública es lamentable, y resulta
imposible incluso ponernos de acuerdo sobre los hechos. Todo es opinable, todo
vago, indefinido. El problema es que los medios encuentran irresistible el
inagotable margen de impunidad que ofrece ese gratis total de nuestros
lectores. Y los políticos también, y el resto de nuestras elites, aunque tarde
o temprano todos salgan perdiendo más de una vez”.
No
puedo estar de acuerdo con Escalante porque él y muchos en este periódico
durante años han trazado aquí una ruta contraria a la tesis de esa columna, un
sendero que apostó por aportar elementos para ampliar la conversación pública,
un diario que dio la espalda a los recursos fáciles y que evitó caer en la
“irresistible” tentación del “inagotable margen de impunidad”.
Porque a La Razón se le puede acusar de
militante, pero no de ocultar sus posturas. Buscaba lectores dispuestos a
establecer una discusión, exponía argumentos y de buena gana se involucraba en
las réplicas que provocaban sus coberturas y opiniones. A eso
contribuyó Escalante, sin duda, pero justo es decir que eso ocurrió sobre todo
por el talante de Pablo Hiriart, editor singular en nuestra prensa.
Hiriart,
a quien nunca había visto a solas antes de que hace más de dos años me invitara
a escribir esta columna, se caracteriza porque su agenda es inconfundible. Algo
le parece, lo dice. Algo no, lo publica también. En parte por eso La Razón, con
recursos mucho más modestos que grandes diarios de nuestro país, compitió sin
complejos en los puestos de periódicos y destacó de igual a igual en coberturas
locales, nacionales o internacionales.
No es el
público, maestro Escalante, somos los periodistas los que debemos apostar por
encontrar a los lectores que han huido de los medios que atinadamente usted
calificó como conformistas. Porque hay públicos que no se merecen nuestros
medios, y hay periodistas que a pesar de todo buscan competir mucho más allá
del nivel de nuestro entorno. Si ese esfuerzo de periodistas con pundonor (que
hay en muchos medios) persiste, habrá más público y mejores medios. Pero
depende de nosotros.
Finalmente.
Encuentro imposible mantenerme en La Razón luego de las razones esgrimidas por
Pablo al dejar ayer la dirección. Poner límites a un director es
condenarlo a fracasar. Hago votos para que Ramiro Garza Cantú y Ana Garza, a
quienes agradezco sus atenciones, encuentren una solución adecuada que haga que
este medio retenga a periodistas de calidad como los que hasta ahora han hecho
posible La Razón, y hago votos para que ésta siga aportando al debate. Pero no
será ya el diario de Pablo Hiriart, en el que con libertad y gusto colaboré
hasta el día de hoy. Gracias a todos en la redacción, y sobre todo gracias a
los lectores. Hasta la próxima.
salvador.camarena@razon.mx
Twitter:
@salcamarena
**
La columna:
Es
el público/Fernando
Escalante Gonzalbo en La Razón
Días
pasados publicó Ciro Gómez Leyva una lista de “las grandes investigaciones
periodísticas” del 2012 que a fin de cuentas resultaron ser “engañifas de baja
calaña”. El presunto alcoholismo del presidente, las famosas tarjetas de
Soriana, la fingida denuncia de fraude de José Aquino… Mencionaba seis, pero
decía que sólo son “botones de muestra”. Y es verdad, hay muchas más.
Preguntaba Ciro: “¿Alguien se disculpó por irse en banda tantas veces? Qué va”.
Si
miramos la prensa del año anterior es igual, y la de cualquiera. Es
perfectamente normal que los periódicos en México se presten para difundir
rumores, insidias, calumnias, es normal que publiquen mentiras a sabiendas.
Nadie se disculpa por la sencilla razón de que el público no lo pide —y ése es
el verdadero problema.
El
nivel de nuestro periodismo corresponde exactamente al nivel de nuestro
público. No tenemos lectores atentos, informados, exigentes, que, según la
expresión de Claudio Lomnitz, “encuentren intolerable la mediocridad”. Por eso
los periódicos pueden publicar cualquier cosa, y dedicarse básicamente al
periodismo de grabadora, boletín y filtración, y encumbrar a auténticas
nulidades. Es claro que a la larga todos perdemos con eso, porque la calidad de
la conversación pública es lamentable, y resulta imposible incluso ponernos de
acuerdo sobre los hechos. Todo es opinable, todo vago, indefinido. El problema
es que los medios encuentran irresistible el inagotable margen de impunidad que
ofrece ese gratis total de nuestros lectores. Y los políticos también, y el
resto de nuestras elites, aunque tarde o temprano todos salgan perdiendo más de
una vez.
Por
supuesto, lo que pasa con los lectores de prensa periódica es sólo una
derivación de lo que pasa con los lectores de libros —que casi no hay. El
mecanismo entero de nuestra vida pública está atrofiado. Ahora bien, tratar de
corregir las cosas empezando por la televisión abierta, como proponen los
alegres muchachos del #YoSoy132, es poner la carreta delante de los bueyes. Es
exactamente al revés. Si se va a remediar esto, hay que empezar por los
públicos que tendrían que ser más severos, los de lectores de libros. Basta
darse una vuelta por la sección de libros de un Sanborns (que es lo más cercano
a una librería que conoce la mayoría de la población) para entender el
problema. Mientras no cambien nuestras prácticas de lectura, no habremos
cambiado nada.
Lo
malo es que, hoy por hoy, a las editoriales no les interesa formar lectores de
calidad, ni a las revistas ni a la prensa —es más barato producir la papilla
indigesta que admite este público de hoy. A los políticos les parece que la
lectura es cosa de adorno. En realidad, nadie se lo toma en serio, y sin embargo,
habrá pocas tareas de igual importancia para nuestra vida pública.
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