El
padrino ruso/Adam Michnik was one of the leaders of Solidarity and the founding editor of Gazeta Wyborcza.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project
Syndicate | 25 de marzo de 2014
El
Presidente de Rusia, Vladimir Putin, está actuando como un jefe de la mafia. Al
invadir, ocupar y al final anexionarse a Crimea, apuntó sus cañones hacia
Ucrania y dijo: «La soberanía territorial o la vida». Hasta ahora, la extorsión
ha dado resultado y Putin lo sabe.
De
hecho, en su discurso en el que anunció la anexión de Crimea Putin habló claro:
su régimen no teme a los castigos y hará lo que le plazca. Crimea es tan sólo
el primer paso hacia la realización de su sueño de resucitar la grandeza de
Rusia.
Su
discurso en el Kremlin fue una serie de mentiras y manipulación, si bien un
análisis sutil sería una pérdida de tiempo. El caso es, sencillamente, que el
presidente de uno de los países más poderosos del mundo se ha internado por una
vía de confrontación con toda la comunidad internacional. Su discurso apestaba
al mundo enfebrecido y paranoide de Los demonios de Fiodor Dostoyevski, al
crear un ilusorio universo substitutivo: un lugar que no existe ni ha existido
jamás.
¿Qué
tiene en común Kosovo, donde los albaneses sufrieron persecución y limpieza
étnica, con la situación en Crimea, cuyo pueblo nunca ha sido oprimido por los
ucranianos? ¿Qué sentido tiene exhibir un desprecio a las claras al Gobierno,
al Parlamento y al pueblo de Ucrania? ¿Por qué había de calificar de “fascistas
y antisemitas” a las autoridades ucranianas? Los tártaros crimeanos no prestan
atención a las patrañas sobre que unos fascistas gobiernen Ucrania; aún
recuerdan las brutales y asesinas deportaciones en masa de sus padres y
abuelos, ordenadas por Stalin y llevadas a cabo por el NKVD.
Según
Putin, el mundo entero ha discriminado a Rusia durante los tres últimos siglos.
Los sanguinarios déspotas de Rusia –Catalina II, Nicolás I o Stalin– nunca discriminaron, al parecer,
a nadie.
Putin
advierte también que “vosotros y nosotros –los rusos y los ucranianos–
podríamos perder Crimea completamente”.
Sin embargo, no dice quiénes –¿tal vez los polacos y los lituanos de nuevo? –
han puesto sus miras en Sebastopol.
Según
Putin, Rusia no podía dejar “solo con su aprieto” al pueblo de Crimea. Esas
palabras inspiran una sonrisa triste; Leonid Brezhnev usó precisamente la misma
expresión en agosto de 1968 para justificar la intervención en Checoslovaquia
del Ejército Rojo encaminada a ayudar a los acosados comunistas intransigentes
de allí a aplastar el movimiento reformista de la “primavera de Praga”.
“Queremos
que Ucrania sea un país fuerte, soberano e independiente”, dice Putin. Stalin
dijo lo mismo sobre Polonia en 1945. Los valientes demócratas rusos que aún no
han sido silenciados ya han comentado la similitud entre el llamamiento de
Putin a la solidaridad étnica al anexionarse a Crimea y la posición de Hitler
durante el Anschluss y la crisis de los Sudetes en 1938.
Éste
es el fin real de la historia: la historia de los sueños sobre un mundo
gobernado por valores democráticos y con economía de mercado. A no ser que el
mundo democrático entienda que ahora no es el momento de tener fe en la
avenencia diplomática y que debe reaccionar con la suficiente firmeza para
detener los designios imperiales de Putin, los acontecimientos podrían seguir
una lógica en la que resulta demasiado espantoso pensar. Para parar a un matón
es necesaria la fuerza, no palabras duras ni sanciones cosméticas.
Encomio
–y me siento orgulloso de– la prudente y decidida política de Polonia y la
actitud de su pueblo, que nos honra sobremanera, pero debemos reconocer que el
mejor cuarto de siglo de los 400 últimos años de historia polaca está a punto
de tocar a su fin ante nuestros ojos. Ha comenzado una época de cambios
tectónicos. Debemos apreciar lo que hemos conseguido… y aprender a protegerlo.
Los
jefes de la Mafia tienen con frecuencia un destino fatal y no creo que el de
Putin sea mejor al final. Lamentablemente, es probable que entretanto muchos
sufran y quienes ahora lo apoyan no serán los menos afectados.
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