Renato Leduc y
el olimpo de los lectores/Javier Aranda Luna
Publicado en La Jornada, 24 de agosto de 2011
Su
vida es tan intensa como su poesía: luego de trabajar en la Mexican Ligth and
Power Company se convirtió en telegrafista de Pancho Villa. En esos días de
combate conoce al periodista John Reed quien escribirá ese gran reportaje,
titulado México insurgente. Después viaja a París, donde conoce a Benjamin
Peret y André Bretón. Allá lo sorprende la Segunda Guerra Mundial. Cuando
Hitler invade París y los fascistas bombardean Europa, unas prostitutas
parisinas lo ayudan a escapar. En Portugal conoce a la pintora Leonora
Carrington, quien también huye de la guerra. Con ella se casa y viaja a Nueva
York y de allí regresa a México. Aquí conoce a Pablo Neruda gracias a Nicolás
Guillen y combate a Vasconcelos por su catolicismo, su neofascismo y polemiza
con Vicente Lombardo Toledano.
Pocos
poetas como Renato Leduc han recibido ese homenaje que sólo puede regalar un
lector desconocido: En el cuartucho de una prostituta pequeña y romántica de
provincia encontró uno de sus poemas, que no era de los mejores para él,
recortado de la página literaria de una revista y enmarcado en un cuadrito azul.
También en una tormentosa noche de juerga en una taberna de Chihuahua un
ferrocarrilero ebrio casi le perdonó la vida cuando se enteró que era el autor
de unos versos que recordaba y que Leduc contaba entre sus peores poemas. En
otra ocasión alguien le dijo que en el penal de las Islas Marías un presidario
recitaba un verso suyo: “yo que la sufro cerca… tu que la lloras lejos” cada
vez que le atormentaba la imagen de la mujer por cuyo asesinato había sido
condenado.
No
sólo eso, la popularidad del que consideraba un banal ejercicio de retórica
nunca dejó de sorprenderle: el poema Tiempo, que fue musicalizado y se
convirtió en una de las canciones clásicas del repertorio mexicano: Sabia
virtud de conocer el tiempo.
Renato
Leduc es un caso realmente asombroso en la historia de la poesía mexicana.
Mucho tiempo sus poemas se encontraron dispersos. Su famoso Prometeo sifilítico
se copió a máquina y en mimeógrafo por décadas. Leduc llegó a contar un
centenar de ediciones clandestinas y sólo hasta 1979 conoció una edición normal
que le hizo justicia y hoy se incluye en su obra literaria publicada por el
Fondo de Cultura Económica.
Otros
libros de Leduc de los años 30 en los que mostraba su entusiasmo por las malas
palabras y la cultura griega se perdieron. Prometeo fue el único que sobrevivió
a la vida clandestina.
Ahora
que el lenguaje procaz y la libertad sexual son tendencia, moda, seña de
identidad habría que redescubrir al Prometeo sifilítico, que es todo un
desplante de maestría y humor para reivindicar al lenguaje popular y a la
sexualidad, el cual fue escrito en el remoto año de 1934, y que hoy resulta más
atrevido y consistente que muchos intentos de nuestros días. Así explica
Prometeo, por ejemplo, el por qué de su castigo:
Los
hombres miserables por el monte/ vagaban, persiguiendo a las mujeres,/ y su
coito tenía los caracteres/ que tiene el coito del iguanodonte…/ por mi
supieron que el sesenta y nueve/ obedece a las leyes del Clynamen/ porque yo lo
enseñé, ahora mueve/ cualquier mujer el blando caderamen./ Mi enseñanza cundió
por el Urano/ y jodieron hermano con hermana /y los dioses sintieron en el ano/
una sensual hiperestesia humana.
Decía
Leduc que aprendió a decir leperadas con los clásicos y con los telegrafistas,
los soldados y los carniceros. Leduc quería reivindicar el lenguaje popular. Su
riqueza, su constante movimiento, decía, “le quita rigidez, solemnidad al
lenguaje… Los idiomas sólo se renuevan si están moviéndose constantemente”.
Cuando uno escribe con un lenguaje fino y rígido, estaba seguro, nadie lo lee.
Pero el uso de las malas palabras tenían en Leduc un significado adicional
según Carlos Monsiváis: crear los anticuerpos para devastar su odio predilecto:
la cursilería.
Poeta
de la calle y no de gabinetes como le gustaba decir, icono de cantinas que
frecuentaba (y no es una metáfora, pues retratos de él aún penden de sus
paredes) Renato Leduc fue uno de los liberadores del idioma español, un
verdadero poeta excéntrico que hizo resonar en sus versos a los clásicos y al
lenguaje popular. Para Octavio Paz, Leduc supo oír y recoger el oleaje urbano.
No sólo eso: también supo transformarlo con humor y melancolía, en breves e
intensos poemas. Este poeta que quiso desolemnizar a la poesía le pareció a
Salvador Novo simplemente maravilloso, genial, exquisito.
Pero
a pesar de los elogios por su trabajo de poeta, nunca le dio importancia a la
poesía, no me gustaba porque en la época que yo era joven los poetas eran
extraordinariamente cursis. Eso de que El duque Job era un gran poema que
consonantaba bistec con Chapultepec me causaba risa. Las bravuconadas de Díaz
Mirón también eran risibles. Eso de que yo nací como león para el combate…
Cuando uno conoce personalmente a los poetas se da cuenta que quien dice ser león
es un señor enclenque. A Pepe de la Vega, un querido amigo mío que decía yo soy
un aventurero… lo veía pasar todos los domingos con su esposa y como con seis
chamacos cargando los pañales. Yo decía cómo Pepe va a ser un aventurero.
Justino Palomares, un poeta muy maleta de Durango, tenía callos o juanetes, el
caso es que no podía andar y se las daba de pirata, de corsario y de no sé qué
cuantas cosas. Un señor con reumas cómo puede ser corsario.
El
pasado 2 de agosto se cumplieron 25 años de la muerte de Renato Leduc, el
último poeta con vida de poeta como escribieron unos, el último bohemio como
dijeron otros. El poeta de versos sentimentales, eróticos y sarcásticos que
sólo ha sobrevivido por la tenacidad de sus lectores.
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