“Me indigna que
en mi país haya cinco millones de analfabetos”
El
responsable de la Universidad Nacional Autónoma de México, institución
educativa más grande del mundo exige soluciones drásticas para un país con
cinco millones de analfabetos
JESÚS
RUIZ MANTILLA
El
País, 3 JUL 2014
Si
a cualquier prohombre de México con ambiciones de gestión pública entre las
ciencias, las letras o el mundo académico le preguntan qué prefiere, si ser
ministro del Gobierno de su país o rector de la Nacional Autónoma de México
(UNAM), elegiría lo segundo.
La universidad más grande del mundo, con más de
300.000 alumnos, que se elevan a cerca de medio millón si se cuentan
doctorandos y otros matriculados de bachillerato, es todo un referente en el
mundo latinoamericano e hispanohablante.
Actualmente tiene al frente a un
cirujano con carácter, cintura diplomática y una afición bien sana a cantar
verdades llamado José Narro. Obsesionado con reducir a cero el analfabetismo de
un país que cuenta con casi 120 millones de habitantes, Narro ejerce de
conciencia activa ante las autoridades de los Gobiernos mexicanos, además de
azuzar constantemente la lucha por reducir las desigualdades. Orgulloso de
haberse formado desde primaria en el sistema de educación pública de su país,
Narro se encuentra actualmente al mando de la institución cultural y educativa
más basta de México, que, según él, se gobierna mediante un método de plena
autonomía colegiada. Preocupado por los retos de la expansión del español, este
médico se muestra activo en la estrategia de la expansión de la lengua en el
mundo global con acuerdos que le unen al Instituto Cervantes, junto a cuya sede
de Madrid, en la oficina que han abierto para desarrollar una colaboración
conjunta en el Centro de Estudios Mexicanos, nos recibe en uno de sus saltos a
España, país con el que anda forjando cada vez mayores lazos.
En
un lugar como la UNAM, donde entre alumnos universitarios, bachilleres y
doctorandos llegan casi a 500.000, resulta difícil conocerlos por su nombre de
pila, ¿o sí? ¡Imposible! Además, tenemos los cerca de 40.000 profesores y
30.000 trabajadores de base, de confianza… Es absolutamente imposible.
Resultará
como gobernar una ciudad. ¿Cómo se hace? ¿Cómo se fijan las prioridades o se
determina lo urgente? ¿Cómo se le imprime personalidad a un proyecto así?
Yo
podría contestarle por la vía fácil y decirle que no sé.
Lo
entendería perfectamente. Pero no lo voy a hacer. ¿Qué pasa? ¿Por qué funciona?
Por varias razones. Lo he explicado. Primero porque es una institución que en
menos de 40 años cumplirá 500 de existencia; tiene una gran tradición. Junto a
eso, ha ido generando espacios de responsabilidad para los decanos y directores
en una organización no muy vertical. Su funcionamiento es más horizontal. Los
responsables de las áreas toman sus propias decisiones, realizan sus programas,
tienen sus consejos internos. Gozamos de una vida colegiada muy intensa y
fructífera en consejos, los patronatos, comisiones, miles de universitarios que
forman parte de las estructuras de gobierno y formulan planes de gobierno. Esa
es otra de las razones. Y la última, pero no menos importante, los
universitarios tenemos una gran identidad: los unamitas somos muy plurales, de
jóvenes a viejos, muy variados políticamente también, pero todo englobado en la
comprensión de lo que es la vocación universitaria.
¿Muy
consecuentes, pues, con la propia vocación autónoma que lleva en su nombre?
Absolutamente es así, cultivamos la descentralización en el mando dentro de un
mundo en el que las tareas académicas requieren mucha libertad. No es una
empresa en la que se impone una estructura vertical. La tarea académica, lo
mismo en el aula que en los departamentos, precisa libertad. Y me precio de que
la UNAM existe para expresarse, para crear. También damos espacio para la
prueba, el ensayo, la audacia.
Pero
también es un lugar desde el que se ejerce influencia. Un rector de esa
universidad ostenta más poder que un ministro del Gobierno mexicano. ¿Es así?
No lo creo.
Pues
me da la sensación de que sí.
Yo no he sido ministro y, por tanto, no lo puedo
comparar, pero lo que sí le puedo decir es que ser rector de la universidad, en
lo personal, ha sido la mayor satisfacción de mi vida. Es un puesto muy
difícil, a veces solitario, que implica responsabilidad 7 días a la semana, 12
meses al año.
Usted
mismo me lo va reconociendo: si uno se convierte en rector de la UNAM, ¿para qué
va a querer ser ministro del Gobierno?
Yo respeto mucho a los funcionarios,
pero mi puesto, la designación que recayó en mí, honestamente se lo digo, no la
cambio.
Ese
poder va investido de una autoridad moral grande. ¿Qué dimensión debe tener en
ese aspecto?
Requiere dos tipos de autoridad: la burocrática no funciona, pero
sí la académica y la moral. Un rector sin principios y valores, sin ejercerlos,
no puede estar en ese cargo. Semejante tamaño demanda muchas cosas. Lo que es
aplicable a nosotros debe prevalecer en la Administración pública.
Pero
en un país como México y con una estructura más o menos estable dominada por el
PRI, la transparencia, sentirse expuesto, debe ser algo delicado. ¿Cómo lo
encaran? Creo que el poder que emana de la universidad debe caracterizarse más
por lo ético y lo moral, sobre todo a la hora de plantear los grandes temas que
nos urgen. La preocupación debe ser general y estar al tanto de los temas más
candentes del país. Debe alzarse como una voz con vocación de ser escuchada
porque representa a una comunidad pensante, que estudia, analiza, indaga y
propaga conocimiento. Por eso debe detectar problemas y avanzar soluciones para
los mismos. Se lo digo con todo convencimiento. La tarea de un rector de la
UNAM es política, sí, aunque no como fin. Un responsable que tiene como
objetivo eso en la agenda se equivoca.
¿Es
conveniente ser cercano al partido del Gobierno para ejercer el cargo? Yo he
vivido dos legislaturas. Una con el partido de Acción Nacional y ahora con el
Partido Revolucionario Institucional. Doce años en esta alternancia es un
periodo largo. Las condiciones han cambiado. He tenido buenas relaciones con
unos y con otros. Buenas y respetuosas; a lo mejor no gustan algunas de las
cosas que proclamamos allí, pero nunca he recibido un comentario que lo
censure.
¿Qué
cree que, de todo lo que haya podido decir, no le ha gustado al Gobierno? Pues
no sé, pero la verdad es que de tanto en tanto hay que ir recordando los
problemas de fondo que tiene nuestro país.
¿El
analfabetismo, por ejemplo? Estoy muy preocupado por asuntos pendientes de
siempre. Una de las cosas que me empeño en recordarnos a los mexicanos es que
no podemos echar la culpa a los Gobiernos inmediatamente anteriores. El
analfabetismo no tuvo que ver con algo que no se hiciera en 2012 o 2013 o el PRI
de 1929 en adelante. Ni siquiera llegó con los españoles. La diferencia, la
pobreza, la desigualdad, ha existido siempre. Lo que yo digo es que ya basta.
Para ser una nación moderna, México debe resolver esos problemas históricos; si
no se afronta el rezago de siempre, no llegaremos a convertirnos en una nación
moderna así tengamos una economía que se encuentra entre las 15 más
influyentes, algunos de los personajes que se incluyen en las listas de los más
ricos o de los más destacados en la ciencia, en la creación, en el arte. No es
cuestión de que unos pocos salgan adelante, sino de ser un país más
equilibrado, más justo, en el que las lacras de esa injusticia no sigan
haciendo estragos. A mí me indigna que en 2014 mi país cuente con cinco
millones de habitantes mayores de 15 años que no saben leer ni escribir, no sé
si se dan cuenta de lo que significa eso: que en el mundo contemporáneo, para
esas personas, la exclusión será todavía más fuerte que en el pasado.
Por
no hablar de que la ignorancia genera más violencia. ¡Por supuesto! Y esta se
encuentra agudizada. Con otros asuntos que andan otra vez reproduciéndose sin
cesar: la pobreza, la violencia, la injusticia, no son problemas sólo de
México. Pero nos afectan, como nos afectan la corrupción y la impunidad. No son
lacras exclusivas nuestras, quizá porque ahora andemos ventilándolas nos
sentimos más expuestos a eso, pero no es un asunto exclusivamente nuestro, como
tampoco somos el país más inseguro, pero no por eso nos deja de preocupar. Es
más, aumenta la desazón porque son conflictos históricos que vienen de
diagnósticos como el de Humboldt, en su viaje allá por 1803: los contrastes
terribles de una ciudad maravillosa, como México Distrito Federal, que podía
pasar por europea hasta que se topó en las propias calles del centro de la
capital con unas bolsas de pobreza tremendas. Pues eso que nos pasaba entonces…
bueno, pues no está resuelto.
No
me extraña que se le enfaden, con esta pasión con la que habla usted. Y más
recordando esos diagnósticos de cirujano aplicando su ciencia médica a la
política… Yo soy médico y me enseñaron muchas veces que si no diagnostica uno
bien, no hay medicina que sirva para quién sabe qué o para todo. Necesitamos un
muy buen diagnóstico y me preocupa que en política prima a quién cargarle la
culpa, no la solución. ¡Resolvámoslo! A ver, el analfabetismo, ¿tiene solución?
¡Claro que sí!
Como
en casi todas partes. ¡Pues solucionémoslo! Yo he escuchado a nuestro ministro
de Educación que va a arrancar una campaña de alfabetización por todo el país.
Los mexicanos necesitamos saber que podemos llevar a cabo hazañas. Acabar con
esa lacra lo sería. Combatir a fondo, bien a fondo, los niveles de desigualdad
sería otro. Asegurar a la gente, a los indígenas concretamente. No es posible
que lleven siglos viviendo en esas condiciones. ¡El analfabetismo y la
desigualdad, si no se solucionan, se heredan! Perdone la enjundia que le doy al
tema, o la pasión.
No,
no, sin problema. Lo que le brota es la raza de su lema en la UNAM, porque es a
esa raza, en el sentido de carácter, a lo que se refieren y no a otra, espero.
Sí, desde luego. El lema, concretamente, dice: “Por mi raza hablará el
espíritu”.
Los
mexicanos necesitamos saber que podemos realizar hazañas”
¿Me
lo explica? Siempre fue un lema controvertido. Pero no se refiere a un grupo
étnico, sino a un pueblo. En ese caso se emplea con una connotación que tiene
que ver con la actitud. Es un lema de Vasconcelos, viene de los años veinte. Él
nos dio el lema, el escudo y esa vocación de compromiso social.
Los
matices del idioma nos llevan a explicar muchas cosas. Y también a que me
cuente quién cree que debe liderar la expansión del español por el mundo. La
alianza de su universidad con el Instituto Cervantes, ¿ayudará a establecer
criterios comunes que eviten las estrategias individuales? Esto es un asunto
que debe abordarse con los máximos esfuerzos posibles.
Pero,
sin embargo, es algo que, al menos en España, los Gobiernos siguen sin creerse.
La aportación del Estado al Instituto Cervantes se ha reducido en un 45% desde
hace cuatro años. ¿Por complejo de inferioridad? O por complejo de
superioridad… más bien, eh.
¿Ah,
sí? Toca usted un gran tema, que es el de nuestra lengua y el de nuestras
raíces. Con mucha frecuencia, lo que nos ha pasado es que somos poco capaces de
coordinarnos. Yo tenía un maestro que me decía precisamente que el verbo
coordinar es muy difícil de conjugar y llevar a la práctica. Unos lo confunden
con mandar. Y dicen: vamos a coordinar. Otros lo mezclan con someterse, y
entonces reaccionan al contrario: a mí nadie me coordina. Y en esa actitud se
nos va el tiempo, los días y los años, y no avanzamos. El español es una parte
de nuestra riqueza, cuando usted ve que lo hablan 500 millones y que refleja
nuestra variedad viva, rica, llena de matices y que es una lengua…
Un
rector sin principios y valores, sin ejercerlos, no puede estar en ese
cargo"
Deseada…
Deseada, efectivamente.
¿Por
qué no darle un matiz más útil o instintivo a eso? Pues sí. ¿Por qué no
aprovechar esa riqueza de la cultura que es tan cercana y contagiosa? ¿Por qué
no comprometernos a mejorar su enseñanza? ¿Por qué nos preocupa tanto a los
mexicanos? Porque somos el mayor país en términos de hablantes. Somos 118
millones. Sin contar quienes han emigrado a Estados Unidos. Y así le empezamos
a echar cálculo y nos hemos propuesto que sea uno de los grandes proyectos en
la comunidad hispanohablante. Debemos tomarlo como parte de la política no sólo
educativa, sino de la diplomacia exterior. Una política de Estado. Pero nos
topamos con el mismo problema de España. Algunos de nuestros personajes con
mando en ese campo no se lo creen. Somos tan parecidos a ustedes, ¿verdad?
Pues,
señor doctor, ya hemos diagnosticado otro mal. Sí, y necesitamos superarlo.
Pero no vamos a recetar cirugía; con una medicina casi homeopática, esa
motivación que echamos en falta en los políticos la podremos resolver.
¿Hace
a menudo comparaciones con el México que usted vivió de niño con respecto al de
ahora? A grandes rasgos, ¿en qué ha cambiado? México ha cambiado mucho. Yo
nací, para que usted no me calcule así la edad…
Con
Internet, eso no hay quien lo evite. En 1948. En ese año nací en Saltillo, al
norte de México. Mi padre era médico, y yo, el mayor de los hijos, ocho
hermanos. Mis padres se casaron muy jóvenes y me tocó ver junto a mi padre el
México rural. Yo di mis primeros pasos en la escuela en una comunidad de campo,
en un gran galerón con grupos separados con un profesor para todos. En tercero
nos mudamos a la ciudad de México y soy producto de la educación pública de mi
país, desde la primaria hasta la universidad. Y le puedo decir: ¡claro que
hemos cambiado! ¡Muchísimo! Cuando yo nací, los niños se morían de viruela, de
sarampión, de polio… así decenas de miles. Existía desnutrición en grado
extremo y una pobreza aún más lacerante, en fin. Los centros urbanos eran
menores. Yo pertenezco a la generación de la radio, ni siquiera a la de la
televisión; mis nietos son de la generación digital.
¿Y
sus hijos? ¿Del ‘Chapulín colorado’ y ‘El Chavo del ocho’? O más atrás… El
acceso a la educación ha sido un gran cambio, pero debemos profundizarlo. Si
vemos los números, observamos que se ha multiplicado por muchas cifras. Hoy
tenemos más de tres millones de mexicanos en edad universitaria, pero no es
suficiente, debemos intentar que en los próximos 10 años esa cifra se
multiplique por dos. Claro, México ha cambiado, ha avanzado, pero muchos
problemas persisten.
Perfil
Narro
(Saltillo, México, 1948) ha dedicado casi toda su vida a la actividad académica
desde que en 1973 lograra doctorarse en cirugía por la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM). En 2007 fue nombrado rector de la misma, una tarea
que debe concluir en 2015, y desde entonces se hizo cargo de una institución
refundada en 1910, pero con una historia que nos llevaría a sus orígenes y su
germen en 1551. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Birmingham, en Reino
Unido, donde cursó estudios de posgrado a finales de los setenta, o la Juárez
Autónoma de Tabasco, ha desempeñado otros cargos públicos dentro del Distrito
Federal, como la dirección general de Servicios Médicos, o a nivel nacional.
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