Ha muerto un destacado científico social y valiente militante de izquierda. Descanse en paz.
La actualidad
de Arnaldo Córdova/ENRIQUE SEMO
Revista
Proceso # 1967, 12 de julio de 2014
Arnaldo
Córdova deja un pensamiento que le sobrevivirá durante mucho tiempo. Es un
clásico porque aborda con originalidad y rigor los problemas centrales del
sistema político mexicano para el periodo que se inicia con la Revolución y
termina en el año de 1982. Lo único radical en la Revolución Mexicana fue la
destrucción del viejo régimen político y la creación de otro que tenía sus
propias leyes. Así como el estudio del porfiriato tiene que comenzar
inevitablemente con la lectura de autores como Justo Sierra, Wistano Luis
Orozco y Emilio Rabasa; y el de la Revolución con Andrés Molina Enríquez,
Ricardo Flores Magón, Camilo Arriaga y Luis Cabrera (Blas Urrea), el periodo de
la construcción del sistema político emanado de la Revolución de 1910-1940
tiene que incluir la lectura de Arnaldo Córdova como teórico y político
práctico. Claro está, no se encuentra solo en esa posición; deberíamos agregar
a: Vicente Lombardo Toledano, Pablo González Casanova y Lorenzo Meyer.
Naturalmente, los clásicos son más, pero éstos tienen en común su condición de
observadores y protagonistas, de investigadores y actores. La historia
contemporánea de México es la etapa menos estudiada del pasado, y, dentro de
ella, la sociología del sistema político tiene menos adictos aún. Diría yo que
más se conoce la historia económica que la historia política de esos años.
Tal
afirmación es menos cierta si incluimos a los autores extranjeros. Mas si
pretendemos ver con ojos autóctonos las particularidades de nuestros países;
arrancar no de un modelo europeo para entender lo nuestro, sino usando la misma
ciencia universal; comprender nuestro desarrollo en sus propios términos e
incluso mirar a Europa y a Estados Unidos desde nuestra realidad, hay que
realizar un proceso de descolonización del pensamiento latinoamericano. Arnaldo
Córdova pertenece a los pioneros de una corriente cada vez más nutrida y
caudalosa que, implícita o explícitamente, construye un pensamiento
latinoamericano y mexicano, en el mismo sentido que podemos hablar de un
pensamiento estadunidense, chino, italiano o francés. Si bien la visión desde
el terruño tiene un lugar sólido en la literatura latinoamericana, no podemos
decir lo mismo de la sociología política. Cuando muchos autores de Estados
Unidos escriben sobre la crisis económica actual, lo que les interesa es el
impacto que tiene y tendrá sobre su país. Cuando los europeos escriben sobre
emigración, nacionalidad y desempleo, lo hacen desde y para la realidad
europea.
Nadie
negará que la historia de América Latina y de México en los últimos dos siglos
poco se parece a la europea o a la estadunidense. Sin pretensiones de una
excepcionalidad absurda, es preciso aceptar que se necesitan categorías
propias, enfoques originales y una vasta experiencia política local para
entenderla cabalmente e intentar responder a preguntas que no tienen respuesta
universal. ¿Cómo afectó la Guerra Fría a México? ¿Cuál fue el impacto de la
Revolución Cubana? ¿Qué efectos han tenido las victorias de Ronald Reagan,
Margaret Thatcher y el neoliberalismo en México? Arnaldo es un descolonizador
intuitivo –estupendo y siempre sorprendente– del pensamiento mexicano y sobre
México; de ahí su originalidad y pertinencia especiales en el estudio de su
tema. Hay una línea sólida en el pensador cuya juventud transcurrió en
Michoacán con militancia en el Partido Comunista y prosiguió en la Ciudad de
México con ciclos de militancia en el movimiento sindical, en el PSUM, en el
PRD y en Morena que le dan a su investigación rigurosa unas raíces nacionales
muy profundas. Es verdad que estudió varios años en Italia, que se consideraba
discípulo de Umberto Cerroni y partidario del pensamiento de Gramsci. Pero su
marxismo era todo menos dogmático, comprendía que el gran pensador alemán sólo
había podido trazar el rumbo de las grandes tendencias del capitalismo y la
acción revolucionaria, y que el resto quedaba para el hacer del investigador.
Casi
toda la obra de Arnaldo Córdova cubre los orígenes del sistema político
posrevolucionario, del partido único en el poder, de la imposición de un
sistema corporativo sobre las masas, la reforma agraria cardenista, la
industrialización y el desarrollo estabilizador. Como dijimos ya, hasta 1982.
Desde entonces comienza una nueva fase que ha recibido varios nombres. Algunos
la llaman el periodo del neoliberalismo; otros, de la transición a la
democracia, mientras que observadores menos optimistas hablan de Estado Fallido
o incluso de Estado Canalla. Es evidente que algunos de los rasgos analizados
por Arnaldo Córdova han desaparecido o se han modificado. Pero esto de ninguna
manera invalida o hace menos actual el trabajo de Córdova. A) Porque para
entender los orígenes y los límites del neoliberalismo actual hay que conocer a
fondo la historia del México del PRI, del presidencialismo absoluto, de los
tapados, de la semilegalidad de la izquierda, del milagro mexicano sin
redistribución del ingreso, de la dependencia negociada, del yugo del
corporativismo y del caciquismo generalizado. B) Porque en México los
gobernantes usan ahora una ululante demagogia del cambio. Según ellos, un
cambio vertiginoso al cual tenemos que adaptarnos o morir en la ruina; unas
reformas estructurales a las cuales debemos someternos para que el país no
quiebre; una modernización eterna porque el áspero mundo competitivo no
perdona; y resignarnos con una sonrisa ante los inevitables sufrimientos que
todo esto causa.
Se
trata del mundo del presunto cambio, del cambio apócrifo en que supuestamente
hay que romper con los arcaísmos y con la rutina. Según Peña Nieto y sus
huestes, todas esas medidas son “necesarias”, pero sorprendentemente siempre
acaban por hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Entonces
descubrimos que no todo ha cambiado; más bien en muchos espacios, en medio de
la demagogia, en la realidad, impera el principio eterno de “cambiar para que
todo siga igual”. La clase dominante ha conservado todo lo que en el sistema
anterior servía a sus privilegios, y su conservadurismo se aferra
obstinadamente a todas y cada una de las tradiciones políticas que le sirven
para inutilizar las concesiones que debió hacer cuando en el mundo y en México
el pueblo conquistaba una tras otra posiciones de justicia social. Prácticas
como el “gobierno fuerte”, el presidencialismo, el populismo, la fidelidad a
las grandes empresas, la dependencia, la dominación corporativa, la corrupción,
siguen hoy tan vigentes como ayer, posiblemente en un orden de importancia
diferente. Y es entonces que la actualidad del pensamiento de Arnaldo Córdova
se impone con toda su fuerza por las dos razones que hemos expresado: porque no
se puede entender la actualidad que comienza en 1982 sin el antecedente, ni es
el cambio tan tajante que hayan desaparecido las principales prácticas del
pasado.
Uno
de los escándalos más aterradores de la época del PRI, así como de los tiempos
del neoliberalismo, es el hecho de que la injusticia del orden social no sea
reconocida por aquellos que la sufren, y que a éstos no se les reconozcan otras
capacidades que las que al orden de la dominación se le antoja. O sea, el
fenómeno de la dominación que no se podría perpetuar si no fuera interiorizado;
si los deseos de los dominados no estuvieran fundamentalmente en conformidad
con lo que de ellos exige el orden establecido. Es decir, el poder ideológico
monstruoso que la clase dominante ejerce sobre las clases dominadas. Veamos
cómo funcionaba de acuerdo con Arnaldo Córdova en el periodo anterior.
La
política de masas
Al
estudio de ese problema clave, a la forma concreta y mexicana del dominio,
dedicó Arnaldo Córdova sus mejores páginas. Creó el concepto de política de
masas, que es central en su pensamiento. Aparece insistentemente en los títulos
de sus libros: La política de masas del cardenismo, La política de masas y el
futuro de la izquierda en México (el futuro de la izquierda como enfrentado a
la política de masas, que no es sino una forma de la dominación de clase),
México: revolución burguesa y política de masas. A su definición, examen
exhaustivo y evolución dedica sus óptimas páginas. Lo va siguiendo desde la
formación del Estado de la Revolución hasta la época contemporánea. Lo examina
como categoría teórica y aplicada a realidades políticas concretas.
“En
términos generales, se puede decir –escribe Arnaldo Córdova–, el Estado
mexicano contemporáneo muestra un gran punto a su favor frente a otros Estados
de América Latina, o sea: su gran capacidad para absorber el impacto que
produjo, en todo el continente, el ingreso de las masas en la política y,
también, para convertir la política de masas en un instrumento del
fortalecimiento de su propia estructura y de su propio ascendiente en el seno
de la sociedad (…) En América Latina la insurgencia de las masas en la política
nacional representa un capítulo amargo en la historia de los diferentes países
de la región, y por todas partes vino a significar la decadencia y la crisis del
Estado oligárquico tradicional (…) En varios de estos países (…) produjo
auténticos vacíos de poder que culminaron, sobre todo en Brasil y Argentina,
dos de las mayores naciones latinoamericanas, con soluciones de tipo militar…
“México
fue el único país latinoamericano –continúa– en el que, en la era de la crisis
general del Estado oligárquico, las masas se convirtieron en un auténtico
factor de poder, no sólo como el disolvente de la vieja sociedad oligárquica,
sino también y sobre todo como la verdadera fuerza propulsora del proceso de
creación y consolidación de las instituciones políticas modernas (…) Lo que
puede antojarse paradójico, aunque sólo en apariencia, sin que las propias
masas decidieran, por sí solas, ni el carácter ni la tendencia histórica ni el
programa político, económico y social de tales instituciones. Las masas
trabajadoras mexicanas, con su insurgencia, determinaron la destrucción del
antiguo régimen, pero carecieron siempre de los elementos materiales y
espirituales para decidir el rumbo que México había de seguir en el futuro…”.
Según Arnaldo este papel fue llenado por el Estado mexicano con una política de
masas consistente en una combinación de reformas sociales y la construcción de
un sistema corporativo que integraba a todos los sectores organizados de la
sociedad: obreros, campesinos, clase media y Ejército. Incluso a los
empresarios se les organizó en Cámaras, que tenían la función corporativa de
ser el mediador entre el capitalista individual y el Estado.
Política
de masas como concepto fundamental, como categoría rigurosamente definida de
sentidos múltiples, sinónimo de forma de dominación en una sociedad que a la
vez conoció una gran revolución y un éxito completo en la construcción de un
orden corporativo. Política que se sustenta en la manipulación de las masas,
dividiéndolas en función de sus adhesiones al caudillo o al presidente en
turno, abandonando sin pena ni remordimiento el interés de clase. “El general
Obregón –cuenta Arnaldo– (…) se benefició (…) de manera fundamental, de la
ayuda que le prestó la organización sindical más fuerte por entonces, la CROM,
capitaneada por Luis N. Morones. En arreglos con Obregón, Morones fundó el
Partido Laborista con el único fin de apoyarlo en la lucha electoral.
Posteriormente, cuando Obregón llegó a la Presidencia de la República, Morones
y algunos de sus colaboradores fueron designados ministros o jefes de
importantes organismos. (Al mismo tiempo Obregón favoreció) de inmediato el
fortalecimiento de otras organizaciones populares, para oponerlas al Partido
Laborista. Fueron los casos del Partido Agrarista y el Partido Cooperativista.
No puede extrañar a nadie que ninguna de esas fuerzas, pese a estar
encabezadas, por lo menos algunas de ellas, por antiguos revolucionarios,
pensase en que la lucha revolucionaria fuera ya un medio para transformar el
país de acuerdo con intereses exclusivos de obreros o campesinos. Gobernantes y
gobernados desarrollaban dentro del mismo marco jurídico y político sus
relaciones; cada elemento social comenzó a desempeñar su papel por su cuenta,
pero guardando siempre una estrecha relación con el Estado y, sobre todo, con
el presidente (…) Durante los gobiernos de Calles y Portes Gil la manipulación
de las masas por el gobierno, sirviéndose de las mismas organizaciones
populares, se hizo aún más evidente. Calles, que no tuvo siempre como adicto a
Morones, a quien hizo su secretario de Industria, Comercio y Trabajo, utilizó
la CROM tanto contra los trabajadores independientes del régimen como contra
las mismas empresas. Portes Gil, a su vez, no cesó un solo instante en acometer
y reducir a la impotencia a la CROM, para lo cual no dudó en emplear al
Ejército ni en utilizar otras organizaciones obreras como la CGT, rival de
Morones, y hasta el mismo movimiento sindical comunista”. (Arnaldo Córdova, La
formación del poder político en México, páginas 35-37.)
Esta
relación de adicción insensata de las masas a los mitos del orden social
dominante (en ese caso la fidelidad al caudillo y la corrupción del líder), señalada
por Arnaldo Córdova, podría parecer una acusación a los dominados de cobarde
sumisión a un orden injusto, lo que significa una inferioridad congénita.
También, por lo contrario, podría parecer una subestimación de la fuerza de la
dominación que puede afectar las representaciones y las capacidades
intelectuales de los dominados que limitan su capacidad de pensamiento y de
acción, haciéndolos víctimas de lo que Bourdieu llama “desposesión”. Es decir,
una privación de los dominados de la posibilidad de “realizar plenamente su
humanidad”. El dominio de clase los expolia, les impide el acceso a lo que por
derecho les corresponde como a cualquier hombre: la facultad de realizar un
discurso racional o un análisis político correcto. Córdova ve siempre el problema
desde el Estado y muy rara vez opina desde la galería de los dominados. Quienes
podrían haberlos educado en la comprensión de su verdadero interés, los
anarquistas o los comunistas, fueron apartados violentamente. La conclusión de
Arnaldo Córdova es absolutamente correcta, pero también es unilateral. La
construcción del dominio desde arriba está explicada minuciosamente en todas
sus facetas, pero la aceptación prolongada por parte de los dominados queda,
sin explicación, como tarea inconclusa. La política, que es por definición
lucha de intereses, es también lucha por el desarrollo de lo pensable, de lo
imaginable, de la veracidad de lo visible. Los dominados sólo pueden quebrar el
orden que los oprime a condición de construir categorías de pensamiento alternativas
al “sentido común” que surge precisamente de éste, y eso tiene una actualidad
innegable.
Las
formas que toman hoy las políticas de dominio del Estado son diferentes a las
políticas de masas de los gobiernos del viejo PRI, pero la tarea de ayudar a
los dominados a recuperar plenamente su humanidad sigue siendo, hoy como ayer,
tarea de los partidos y de los movimientos de izquierda que no se han dado
cuenta de que esta es una tarea incumplida heredada de un pasado tan
capitalista como el presente y que no puede ser ignorada.
El
gran problema está en que los partidos de la izquierda de ahora, como el PRD,
limitan su visión, su sentido, su acción, su presencia, a la actividad
electoral, o casi. La campaña electoral no puede de ninguna manera sustituir la
acción educativa sistemática, cotidiana, independiente de las elecciones. Una
excepción notable ha sido la vigorosa campaña contra la privatización de los
energéticos. Pero uno se pregunta: ¿por qué sólo en este caso? ¿Hay una razón
electoral, personal especial? ¿No merecen campañas similares la nueva Ley del
Trabajo, la Reforma Educativa, la Ley General de Telecomunicaciones? Los
partidos deben adaptarse a los problemas particulares de sus países, y, en el
nuestro, un partido de izquierda no puede ser solamente un partido electoral.
Córdova
ha sido muy explícito en señalar el carácter capitalista de la Revolución
Mexicana. “No hay razones –escribe–, desde luego, para identificar
indiscriminadamente el porfirismo y la Revolución. Sus diferencias son notables.
Pero esto no es, por otra parte, argumento suficiente para abrir un abismo
entre ambos fenómenos históricos, pues las semejanzas, como podrá verse más
adelante, son más numerosas que las diferencias. En términos de desarrollo
social económico, para no hacer mención sino del elemento que es fundamental
–prosigue Arnaldo–, tanto el porfirismo como la Revolución obedecen al mismo
proyecto histórico: el desarrollo del capitalismo. Y si bien la Revolución
agregó una problemática social que antes no se había hecho presente o era
sofocada por el sistema político de la dictadura, la promoción del capitalismo
sigue siendo el elemento motor de la vida social del país”. (Arnaldo Córdova,
La ideología de la Revolución Mexicana, página 15.) Diríamos nosotros que el
neoliberalismo de hoy continúa lo de las otras dos etapas: la promoción del
capitalismo. Incluso podemos decir que se parecen en mucho a la época del
porfirismo que quería promover el desarrollo capitalista desde arriba sin tomar
en cuenta las necesidades y las condiciones de vida de las masas trabajadoras,
puesto que a fin de cuentas éste beneficiaría a todos. También diríamos que hay
parecidos con la etapa de dominio irrestricto del PRI en que la política de
masas, diferente a los llamados “gobiernos de la Revolución”, tiene el mismo
objetivo: impedir que los de abajo hagan uso del derecho humano a pensar
racionalmente su realidad política y su capacidad de cambiarla.
El
populismo de las clases medias
“Los
exponentes revolucionarios de las clases medias mexicanas –plantea Arnaldo
Córdova– inventaron el populismo, no tanto en lucha contra el sistema
oligárquico (para 1914 éste había sido aniquilado como poder político), como,
precisamente, en lucha contra el movimiento campesino independiente que
comandaban Villa y Zapata. El populismo mexicano, por ello, tuvo una entraña
contrarrevolucionaria: se trataba de evitar que el movimiento de masas se
transformara en una revolución social y se dio el centavo para ganar el peso,
esto es, las reformas sociales para hacer efectivos los postulados de la
revolución política. Los constitucionalistas heredaron al país la conciencia de
que la Revolución había sido hecha para resolver los problemas de las masas,
para abatir la dictadura y someter a la ‘burguesía’; y sin embargo, se cuidaron
muy bien de dar a entender que habrían de abolir la propiedad privada y que
habrían de establecer un régimen sin clases. En realidad, el régimen social por
ellos creado tuvo desde un principio las siguientes características:
“En
primer lugar, siguió la línea de masas cuyo objetivo esencial era conjurar la
revolución social, manipulando a las clases populares mediante la satisfacción
de demandas limitadas (tierra para los campesinos, mejores niveles de vida para
los trabajadores urbanos); más tarde, entre 1929 y 1938, las masas fueron
enclavadas en un sistema corporativo proporcionado por el partido oficial y las
organizaciones sindicales semioficiales, y dentro del cual siguieron planteándose
y resolviéndose las reformas sociales.
“En
segundo lugar –prosigue–, el nuevo régimen se fundó en un sistema de gobierno
paternalista y autoritario que se fue institucionalizando a través de los años;
en él se ha dotado al Ejecutivo de poderes extraordinarios permanentes que
prevén un dominio absoluto sobre las relaciones de propiedad. Del autoritarismo
derivado del carisma del caudillo revolucionario se pasó con el tiempo al
autoritarismo del cargo institucional de la Presidencia de la República.
“En
tercer lugar –termina Arnaldo Córdova–, el régimen emanado de la Revolución se
propuso la realización de un modelo de desarrollo capitalista fundado en la
defensa del principio de la propiedad privada y del propietario emprendedor, y
en la política de la conciliación de las clases sociales, obligando a todos los
grupos a convivir bajo el mismo régimen político, pero procurando en todo
momento la promoción de la clase capitalista, de la cual se hizo depender el
desarrollo del país bajo la vigilancia y con el apoyo del nuevo Estado. En este
modelo de desarrollo se ha pasado de una etapa de institucionalización política
de los grupos a otra etapa, en la que la industrialización ha venido a
construir un propósito nacional supraclasista que convive con la promoción
continuada de las reformas sociales. Ahora bien, este desarrollo es sólo
relativamente independiente, pues jamás ha pretendido romper la relación de
dependencia”. (Arnaldo Córdova, La formación del poder político en México,
páginas 32-34.)
Conocí
a Arnaldo en 1965 o 1966. Él me contó entre tequila y tequila sobre su
militancia en el PCM en Michoacán. En otra ocasión participamos juntos en un
libro sobre la Revolución Mexicana con otros autores. Arnaldo y yo coincidimos
de nuevo en el Comité Central del PSUM. No siempre estuvimos de acuerdo. Pero
tampoco hubo choques excesivos. Intermediarios malintencionados fabricaron el
rumor de un odio feroz entre los dos. Nunca hubo por mi parte tal cosa. El
último encuentro, bastante intenso, se ha dado mucho más tarde, en el Comité de
Intelectuales de Morena y la campaña electoral de 2012 de AMLO. La relación
mejoró mucho y conocí todas las dolorosas peripecias de la larga enfermedad de
Arnaldo. Un momento que aumentó la cercanía y mi admiración por él fue la visita
a su biblioteca, diferente a la mía, pero espléndida. Puedo decir que esa
biblioteca es otra de las obras meritorias de Arnaldo. Aquí abundaban los
libros, folletos, fotocopias, documentos e imágenes sobre la Revolución
Mexicana y la historia política contemporánea. Mientras que la mía, más
modesta, se centraba en la Colonia y el siglo XIX. Creo sinceramente que se
puede admirar profundamente a un intelectual por su obra, aun cuando no se
tenga una cercanía personal. Hoy se acostumbra presumir de la amistad y de la
afinidad afectiva con intelectuales más o menos famosos a los que se conoce a
medias y cuya obra se desconoce casi por entero. No formo parte de ese
ejército. Mis amistades recorren todas las escalas de la sociedad, y mi
admiración intelectual es para aquellos cuya obra y vida me fascinan,
independientemente de mi cercanía con ellos.
Arnaldo
Córdova era juzgado como hombre severo y rígido, sobre todo porque lanzaba sus
verdades sin concesiones, porque polemizaba con la gente con la que tenía diferencias
abiertamente, porque no seguía una de las reglas de la idiosincrasia mexicana,
que es la de evitar a toda costa decir No, o contradecir abiertamente. Pero en
mi opinión lo más grande de Arnaldo era la consecuencia con sus ideas; una
praxis que buscaba tenazmente la correspondencia entre palabra y la acción, la
falta de doblez. Las grandes derrotas que sufrió la izquierda a finales del
siglo XX llevaron a muchos investigadores, pensadores y estudiosos de izquierda
a cambiar rápidamente de postura. La posición de izquierda –en eso coincido
totalmente con Arnaldo Córdova– consiste en estar siempre con las causas del
pueblo, y fue abandonada por muchos que se refugiaron en el silencio o en la
supuesta neutralidad académica.
Otros, más ambiciosos e insidiosos, se pasaron
a la derecha con armas y bagajes. Sin embargo, quieren retener su fama de
izquierda. Existe el caso de un intelectual que durante 20 años fue miembro del
Partido Comunista, que nunca se opuso a ninguna postura de la dirección y que hoy
ataca virulentamente a todas las organizaciones y movimientos de izquierda. Se
ha pronunciado contra el PRD, contra Morena y sobre todo contra AMLO; contra el
movimiento magisterial, contra quienes rechazan la Reforma Energética de Peña
Nieto, y en favor de la legalidad de las elecciones de 2006 y 2012; habla
repetidamente de las “ruinas comunistas” (de las cuales obviamente él escapa
por milagro); escribe en publicaciones que tienen nombres como: La izquierda
reaccionaria, y, no obstante, pretende tener una elegante posición de izquierda
“moderna”.
Arnaldo
Córdova escribió un libro que se identifica por entero con la práctica de su
fructífera vida: La política de masas y el futuro de la izquierda en México.
En
él vuelve a identificar “la política de masas” con las prácticas de
manipulación corporativa del Estado. “Luego de que cesaron las movilizaciones
–relata–, la organización (PRI), convertida ya en un instrumento del poder
político, devino rápidamente una verdadera cárcel para los trabajadores organizados,
como una potencia incontrastable para ellos, imbatible e insuperable. Ya en las
elecciones presidenciales de 1939-1940 pudo verse con toda claridad lo que esto
significaba. Es sabido que una gran parte de los mismos trabajadores
organizados rechazó la candidatura del general Manuel Ávila Camacho, apoyando
sólo por esta razón, como forma de repudio, al candidato oposicionista, de
marcada tendencia conservadora, general Juan Andreu Almazán. Todo fue inútil,
pues el sistema corporativo se impuso sin medios términos y la protesta de los
trabajadores fue acallada implacablemente (…) Los sindicatos oficiales forman
el sostén social fundamental de la estructura política dominante”. (Arnaldo
Córdova, La política de masas y el futuro de la izquierda en México, páginas
34-35, Editorial Era.)
Y
luego Arnaldo pasa a desarrollar lo que él considera la solución a la “cárcel
corporativa” y el desarrollo de la izquierda. En primer lugar, se refiere
prolijamente a las batallas que libró la izquierda mexicana por la independencia
de las organizaciones sindicales desde la década de los años cuarenta. “La
historia de la izquierda en el movimiento sindical mexicano ha dejado una
huella profunda también en la política laboral oficial”. El hecho de “que la
dirigencia obrera oficialista sea tan franca y rabiosamente anticomunista sólo
puede explicarse porque el único enemigo de consideración que ha tenido (…) ha
sido la izquierda sindical”. (Arnaldo Córdova, La política de masas y el futuro
de la izquierda en México, páginas 49-50, Editorial Era.)
Identificado
prácticamente con las luchas de la Tendencia Democrática del Movimiento
Sindical Revolucionario, plantea su idea central de opción política a la
situación existente: la independencia de los sindicatos del control estatal, la
recuperación de sus organizaciones, y concluye: “Una clase obrera liberada no
podrá menos que volver a emprender, con la violencia de una tempestad, la lucha
antiimperialista, y en ella arrastrará inevitablemente a todos los trabajadores
de México”.
Esto
no sucedió, pero el problema no ha desaparecido. Si bien el PRI no es ni la
sombra de lo que fue, su dependencia del movimiento sindical y de muchas otras
organizaciones populares no ha desaparecido, y la propuesta de Córdova es hoy
tan real como ayer: si no se emancipan los trabajadores del dominio ideológico,
cultural y organizativo de la clase dominante, no se puede ganar el poder. El
asunto nunca ha sido exclusivamente electoral, como lo prueban las experiencias
de las izquierdas latinoamericanas.
Ha
muerto un destacado científico social y valiente militante de izquierda.
Descanse en paz.
Mi
pésame más sincero a Lorenzo Córdova.
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