26 ago 2014

Guerra, Onu e “injerencia humanitaria” según Papa Wojtyla

08/26/2014
Guerra, Onu e “injerencia humanitaria” según Papa Wojtyla
   En 1994 precisó que la Santa Sede “no cesa de recordar el principio de la intervención humanitaria. Una intervención de tipo militar no en primer lugar, pero cualquier tipo de acción que mire a un “desarme” del agresor”
 ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
Las palabras pronunciadas hace una semana por el Papa Francesco en el vuelo de vuelta a Roma tras el viaje en Corea han puesto la atención en el tema de la “guerra justa” y de la intervención humaitaria. Hay quien ha creído ver una ruptura con el pasado en las palabras del Papa Bergoglio, y no ha faltado quien ha imputado al Pontífice –y en general a la Santa Sede-- una cierta reticencia a llamar al “enemigo” islámico por su nombre. Insluso si, tratándose de Irak, podría venir espontánea la asociación a los apelos de Juan Pablo II contra la guerra angloamericana contra el dictador Saddam Hussein en 2003, en realidad las masacres y la limpieza étnica perpetrada por el Estado Islámico en el autoproclamado Califato se parecen más a la situación que se creó en los Balcanes al principio y después a finales de los años 90.

 Vale la pena recordar que para parar la masacre de los armenos ya Benedicto XVI, a través del secretario de Estado Gasparri y los nuncios en Alemania y Austria-Hungría, había pedido una intervención de esos gobiernos “para poner fin rápidamente actos de barbarie que deshonran no solo a quien los comete, sino también a quien, pudiendo, no los impide”. Pío XII, después de la Segunda Guerra Mundial, había advertido que, frente a actos barbáricos que se repiten, la comunidad internacional no podía permanecer “en una actitud de impasible neutralidad” y no podía “dejar abandonado al pueblo agredido”. Un verdadero cambio intervencionista tuvo lugar durante el conflicto de Vietnam, con Pablo VI: gracias a los medios de comunicación de masas, papa Montini unió al trabajo diplomático y los contactos con las partes implicadas, llamientos públicos a los beligerantes y a su líder, involucrando a la opinión pública mundial.
 Una herencia que tomó Papa Wojtyla. Cuando, tras la caída del régimen, casos de barbarie se verificaron durante la guerra en Yugoslavia, con bombardeos sobre la población civil, el cardenal Secretario de Estado, Angelo Sodano, el 7 de agosto de 1992, hizo esta importante declaración, obviamente pensada y acordada con Juan Pablo II: “Para frenar esta guerra, para dar auxilio a la población y para investigar las acusaciones de atrocidades en los campos de concentración, de los cuales la Santa Sede tiene noticias más que ciertas, los Estados Europeos y las Naciones Unidas tienen el deber y el derecho de interceder, para desarmar a quien quiere matar...”.
 El 5 de diciembre de ese mismo año, en el discurso ante la FAO, Juan Pablo II dijo: “Que sea obligatorio la intervención humanitaria en las situaciones que comprometen gravemente la supervivencia de los pueblos y de enteros grupos étnicos”. El 17 de enero de 1993, en el discurso al Cuerpo diplomático, a propósito de la guerra en Yugoslavia, precisó: “Una vez que todas las posibilidades de negociaciones diplomáticas...sean puestas en marcha y que, a pesar de esto, poblaciones enteras están a punto de sucumbir ante el ataque de un agresor injusto, los Estados miembros ya no tienen el “derecho a la indiferencia”. Parece que su deber es desarmar a este agresor”. Sin embargo, un año después, en enero de 1994, de nuevo a los diplomáticos, Papa Wojtyla explicó: “La Santa Sede, por su parte, no deja de recordar el principio de la intervención humanitaria. No una intervención militar en primer lugar, pero cualquier tipo de acción que mire a un “desarme” del agresor”.
 Si se leen de nuevo todas las intervenciones de Wojtyla nos damos cuenta como el Papa, cuando enuncia el magisterio de la injerencia humanitaria, usa un lenguaje extremadamente claro, pero al mismo tiempo prudente: la condena de la guerra de agresión ha sido siempre explícita, pero sin que nunca fueran nominados los agresores, contra los cuales se usaba principalmente la intervención humanitaria.
 Estas son las cuatro características fundamentales de la intervención humanitaria de las intervenciones de Juan Pablo II. Primero: una intervención de este tipo no significa inmediatamente acciones militares. Segundo: era una operación defensiva, que tenía el objetivo de proteger la población y las ayudas humanitarias y el desarme del agresor. Tercero: en el caso de que se hubiera producido una intervención militar, esto no habría causado males mayores de los ya provocados por la guerra. Cuarto: habría sido conducido por la ONU, es decir, por la organización que representaba todas las naciones del mundo.
 Interviniendo al Palazzo di Vetro en ocasión del quincuagésimo aniversario de la institución de las Naciones Unidas, el 5 de octubre de 1995, Juan Pablo II dijo: “Es necesario que la Organización de las Naciones Unidas se eleve siempre del estado de fría institución de tipo administrativo al de centro moral, en el que todas las naciones se sientan en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por decirlo de alguna manera, “familia de naciones” en la cual no existe el dominio de los más fuertes”.
 Tanto en la guerra de los Balcanes como en la limpieza étnica de Kosovo, a intervenir no fueron las Naciones Unidas, sino la Nato, a través de ataques con bombas desde el cielo: acciones militares que terminaron por añadir más víctimas civiles. En 1999, cuando iniciaron a caer las bombas, Papa Wojtyla condenó tanto la violencia de los serbios contra los kosovares como la violencia de los americanos contra los serbios: “En respuesta a la violencia una nueva violencia no ha sido nunca una vía futura para salir de una crisis”, dijo frente a los miembros de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa el 29 de marzo de aquel año. Y el 'Osservatore Romano' –que en aquel momento había publicado siempre editoriales que explicaban explícitamente la posición del Pontífice-- hizo lo mismo, denunciado una y otra vez la inutilidad y el drama de la “dúplice guerra, la que ensangrenta Kosovo y la comenzada por la Nato”.
 El Papa Wojtyla no permaneció callado frente a la violencia causada por la masacre de los serbios contra los albaneses ni tampoco contra las llamadas “bombas inteligentes”, que de inteligentes no tienen nada. Su acción concreta fue siempre el intento de salvar las mayores vidas humanas posibles. La preocupación por el sufrimiento de la población y la voluntad de poner en acto casi cualquier iniciativa para hacer sentir  su cercanía a las víctimas del conflicto, fueron una constante presente en las intervenciones de Wojtyla, desde el primero hasta el último día de guerra. Quedaron decepcionados quienes pedían un discurso más neto de Juan Pablo II contra Milošević, llamado el 'Hitler de los Balcanes', y su defensa de los bombardeos.
Significativa, finalmente, la decepción del Papa y de la Santa Sede por lo que se desprende de este juicio expresado por el 'Osservatore Romano' sobre la falta de acción de Europa y su excesiva subordinación a los Estados Unidos. “Europa ha sido llamada a la responsabilidad. Los cambios de época en esta parte del siglo, el fin del bipolarismo no permite la persistencia de los poderes de los Estados Unidos  en defensa de los intereses comunes y no permiten no estar en los lugares de la crisis. Que Europa se haga cargo de su historia y asuma el papel que le otorga las instituciones comunes y que pretende con ansiedad su pueblo. Que Europa cambie la ruta contra las tentaciones de perfil bajo”.

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