De
Lima a París/Xavier Vives.
La
Vanguardia | 18 de diciembre de 2014
La
cumbre de Lima sobre el cambio climático acabó el pasado fin de semana con un
acuerdo débil in extremis. Según este los países se comprometen a presentar de
forma genérica compromisos individuales de reducción de emisiones de gases de
efecto invernadero con fecha 31 de marzo del 2015, con la perspectiva de la
cita de París de diciembre del mismo año para sustituir al protocolo de Kioto.
En Lima se vivió la tensión entre países desarrollados y en vías de desarrollo.
Estos últimos exigen ayuda para limitar sus emisiones porque no se consideran
responsables de las emisiones realizadas ya por los países desarrollados desde
el principio de la revolución industrial. El gran problema del protocolo de
Kioto es que no fue un acuerdo global de reducción de emisiones sino limitado a
una treintena de países. Ni EE.UU. ni China ratificaron el protocolo. Los
objetivos ambiciosos de la Unión Europea en conservación han servido para que
otras regiones del mundo expandieran la producción y las emisiones. Así China e
India han primado obtener una energía a bajo coste mientras que EE.UU.
ha
priorizado la seguridad del suministro energético. Sólo Europa ha primado el
(caro) objetivo de la energía limpia. Es el conocido problema de la “fuga del
carbono”; la UE aporta sólo el 11% de las emisiones globales de CO . La
conservación es un bien público cuyo coste muchos países desean que sea asumido
por el vecino. El problema persiste a pesar del avance que supuso el acuerdo de
intenciones reciente entre China y EE.UU. sobre el control de emisiones. La
ambición de la cumbre de París es establecer por primera vez un acuerdo global
que reparta los costes de la lucha contra el cambio climático de manera
equitativa, con compromisos por países que se deberían implementar a partir del
2020. No será fácil y será necesaria la imaginación y generosidad en las
propuestas, sobre todo por parte del mundo desarrollado.
de-lima-a-parisHe
dado por hecho que hay que luchar contra el cambio climático. Según los paneles
científicos sobre el tema, un calentamiento de más de dos grados centígrados
por encima de la época preindustrial puede desestabilizar el clima y provocar
efectos devastadores. La cuestión es que la desestabilización no es una certeza
sino un escenario probabilístico. ¿Por qué hay que actuar? Actuando se evita la
posibilidad, aunque sea un tanto remota, de que ocurra un desastre de gran
magnitud. Es como asegurar la casa contra un incendio. La probabilidad del
desastre puede ser baja pero si ocurre es devastador. Vale la pena incurrir en un
coste cierto pero acotado para evitar un escenario potencialmente catastrófico.
Para limitar el aumento de temperatura a dos grados hay que reducir las
emisiones de manera sustancial en el horizonte del 2050 para que en el planeta
no se emita más que una determinada cantidad adicional de CO . El esfuerzo será
enorme pues la proyección es que las emisiones globales van a seguir creciendo
hasta la década del 2030.
La
UE planteó el paquete 20-20-20 en el 2007 para el 2020. Se trataba de reducir
como mínimo un 20% las emisiones con relación a 1990, obtener un ahorro
energético del 20% sobre las proyecciones, y una cuota de energía renovable del
20%. Estos objetivos están en proceso de ser cumplidos y ahora la UE ofrece un
recorte de emisiones del 40% para el 2030 en relación con 1990 y un aumento de
la cuota de las renovables de hasta el 30% así como de la eficiencia
energética. La UE ha desplegado una batería de medidas y regulaciones para
cumplir los objetivos del cambio climático: un sistema de certificados de
emisiones que pueden ser comerciados en el mercado, ayudas a las tecnologías
renovables y directivas de ahorro energético. Si el objetivo es reducir las
emisiones, en principio un solo instrumento sería suficiente, ya sea poner un
impuesto sobre el carbono o unas cuotas de emisión equivalentes al impuesto (el
sistema de certificados de emisión). Utilizar más instrumentos puede tener
efectos no deseados, como hemos visto en el caso de las renovables. En efecto,
la mala calibración de los subsidios a las energías renovables ha llevado a una
mala asignación de recursos. El caso de España es paradigmático: algunos
objetivos se alcanzaron en meses en lugar de años y la sobreinversión ha
inducido una marcha atrás en las remuneraciones que dejan malparada la seguridad
jurídica en el Estado Español. En el 2008 España era el mercado más grande del
mundo para la nueva generación solar pero tanto la manufactura como la
instalación de nueva capacidad se colapsaron en el 2009 cuando se redujeron los
subsidios. Un fenómeno similar ha sucedido en Alemania entre el 2008 y el 2010.
La ayuda a las renovables se justifica a veces también por los efectos
inducidos en la estructura industrial en base a la teoría de la industria
naciente. El subsidio a una industria nacional sujeta a la curva de
aprendizaje, en donde una mayor producción acumulada rebaja los costes, le
proporciona una ventaja en la competencia internacional que redundará en
beneficio de todo el país. En la práctica, esta política de algunos países
europeos ha dado excelentes resultados para desarrollar la industria de paneles
solares de China y Taiwán.
La
crisis económica rebajó las emisiones de modo notable pero la bajada del precio
del petróleo tenderá a reanimar el consumo de los combustibles fósiles. El
control del cambio climático seguirá siendo un tema de primer plano y habrá que
afinar los instrumentos de política económica para evitar errores pasados.
Todas las decisiones difíciles se han pospuesto a la cumbre de París. Si de
ella sale un acuerdo global vinculante de control de emisiones y, aunque sea
implícitamente, un precio adecuado para el carbono, se habrá avanzado de manera
muy importante.
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