Columna ESTRICTAMENTE
PERSONAL/Raymundo Riva Palacio.
Ejecentral.com, 7 de enero de 2015
La
otra historia de Tlatlaya
Tlatlaya
se encuentra en la esquina del sur del Estado de México, en la frontera con
Guerrero. Este municipio que no llega a los 33 mil habitantes, sería desconocido para muchos de no haber sido que
la madrugada del 30 de junio, un grupo de militares del 102º Batallón de
Infantería ajustició a 22 personas. Los detalles de cómo sucedió han quedado
resueltos por la versión de la PGR, que alega que tres de ellos utilizaron
“indebidamente” la fuerza y mataron a un grupo de jóvenes armados que, al ser
descubiertos por los militares, se escondieron en una bodega desde donde les
empezaron a disparar. Los soldados están siendo procesados por sus actos, pero
esto no puede ser el punto final, sino el punto de partida para entender cómo
se prestaron las instituciones a crear santuarios del crimen organizado en
Tierra Caliente.
Chávez
Magaña fue detenido por un comando de la Marina en junio, horas después de la
matanza en Tlatlaya. “El Pony” era el jefe de La Familia Michoacana en el
estado de México, y se le adjudican cuando menos 50 asesinatos, aunque él
declaró ser responsable del crimen de más de 200 personas. La numeralia es,
pese al horror de la cifra, lo menos relevante. Lo que “El Pony” reveló a la
PGR el recuento de la negligencia que por años se ha tenido en la lucha contra
la delincuencia organizada.
Chávez
Magaña, como muchos michoacanos, se fue a probar suerte a California en los
80’s, pero lo atraparon vendiendo droga. En 1989 lo deportaron a México, y fue
enviado a Uruapan, donde estuvo preso hasta 2005. Ahí conoció al jefe de la
plaza de Zitácuaro, Hilario López Morales, quien cuando recuperaron la
libertad, lo llevó con José de Jesús Méndez Vargas, “El Chango Méndez”, uno de
los dos jefes máximos de La Familia Michoacana. Al poco tiempo lo hizo
responsable de la plaza de Ecatepec, en el estado de México, donde impidió que
el cártel de los hermanos Beltrán Leyva entrara al negocio. Como premio, lo
enviaron a una zona de Tierra Caliente, a cargo de cinco municipios, incluido
Tlatlaya.
“El
Pony” nombró a sus comandantes de plaza, y dejó en Tlatlaya a Leobardo Villegas
Flores, “El Sierreño”, y en Amatepec a un joven que hoy es uno de los jefes
criminales en Tierra Caliente, Johnny Hurtado Olascoaga, “El Fish”. La Familia
Michoacana, como sucedió con todos los cárteles mexicanos entre 2008 y 2011, se
dividieron y establecieron nuevas alianzas. El deterioro se aceleró tras la
captura de “El Chango Méndez” en junio de 2011, cuyo heredero Antonio Méndez
Vargas, su hermano, chocó con “El Pony”, quien hizo un pacto con Mario
Casarrubias, “El Sapo Guapo”, uno de los fundadores de la banda Guerreros
Unidos que, a su vez, surgió tras la ruptura del cártel de los Beltrán Leyva en
2009.
Chávez
Magaña se convirtió en el jefe de La Familia Michoacana fuera de ese estado. A
“El Sierreño” le encargó todo el estado de México, y a “El Fish” lo nombró jefe
en una región de Guerrero y el estado de México. En esa zona, reveló a la PGR,
“El Fish” controlaba a los políticos y las policías de Teloloapan, Apaxtla de
Castrejón, Cuetzala del Progreso, Balsas, Acapetlahuaya, Tlalchapa y Ametepec.
Bajo su control tenía también al alcalde de Arcelia y al líder de la CTM, que
proporcionaba transportes para el tráfico de droga.
Pero
La Familia Michoacana también empezó a fracturarse, y el hermano de “El Fish”,
José Alfredo, apodado “El Fresa”, negoció una alianza con el Cártel Jalisco
Nueva Generación, que al entrar a Tierra Caliente, propició la salida de la
organización de Chávez Magaña, por viejos problemas con su líder, Nemesio
Oseguera Cervantes, “El Mencho”. Hurtado Olascoaga tomó el control del cártel y
amplió el abanico de delitos. Su organización es la responsable del alza de los
secuestros en Valle de Bravo el año pasado, cuya base se encuentra en Arcelia,
de donde también era una buena parte de los jóvenes abatidos en Tlatlaya.
La
historia de “El Pony” no podría haber sido tan redituable para la Familia
Michoacana de no haber contado con protección institucional. Para esto, le dijo
a la PGR, cada mes tenía una partida para “relaciones públicas”, el eufemismo
que utilizaba para el pago a policías federales, municipales y agentes
ministeriales en el estado de México y la zona de Tierra Caliente en Guerrero.
Eran 12 millones de pesos mensuales, que les permitieron operar años sin ser
molestados. Cómo sucedió todo esto, es una pregunta sin responder. Porqué no se
ha actuado, con toda esa información en la PGR desde hace meses, es la gran
duda sobre la capacidad judicial del gobierno del presidente Enrique Peña
Nieto, y sobre su voluntad política para combatir, efectivamente, al crimen
organizado en este país.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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