El País | 25 de noviembre de 2015..
Dada la barbarie e irracionalidad de
los atentados del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) así como su
reivindicación ideológica, no podemos dejar de preguntarnos si el fanatismo
religioso está en el ADN del islam. Resulta casi imposible comprender que haya
podido llegar a tal grado de locura destructiva. Incomprensible es que atraiga
a tantos jóvenes de ambos sexos, dispuestos a torturar, violar y asesinar a
todo tipo de personas, que sus seguidores están dispuestos a destruir los
tesoros artísticos de la humanidad; y que su violento paroxismo les lleve a
inmolarse fácilmente con tal de hacer el mayor daño posible.
Hay quienes intentan explicar estas
conductas en el desarraigo y marginación en el que viven algunos de estos
terroristas. Pero si bien es cierto que la miseria y desesperanza crean
frustración, no tienen por qué generar despiadados asesinos. Se mueven en razón
de una ideología integrista y el odio a Occidente. Parecen estar abducidos por
una fantasía utópica que banaliza el mal y les incita a perseguir sus
obsesiones a cualquier precio. Todo ello sin perjuicio de que no sepamos bien
como se ha consolidado el Estado Islámico, producto de una serie de complejas alianzas,
ambiciones y odios entre distintos países musulmanes y del enfrentamiento entre
suníes y chiíes, junto con los errores y la complicidad de algunas potencias
occidentales.
Pero dada la conexión ideológica de
ISIS y el hecho de que el terrorismo islamista amenaza y destruye nuestras
vidas desde hace décadas, no cabe obviar la pregunta inicial aunque sea una
cuestión comprometida y polémica. Uno de los pocos pensadores musulmanes que se
ha atrevido a abordar esta cuestión ha sido Mohamed Charfi, ilustrado pensador
tunecino que sufrió represión y rechazo de los ulemas conservadores de su país.
En su libro Islam y libertad dice que no existe ningún lugar donde el fanatismo
religioso en las últimas décadas haya causado más víctimas que en los países musulmanes
—hoy día podría incluir también a los países occidentales—, y no sirve de
excusa la pobreza y la marginación. Hay que preguntarse por qué las
reivindicaciones de los musulmanes se funden con frecuencia en una quimérica
reclamación de retorno a un Estado Islámico en el que todos los problemas se
resolverían con la varita mágica de la sharía. Todas estas actuaciones, añade,
proyectan la imagen del islam como una religión intolerante y violenta.
Para Mohamed Charfi la respuesta es
clara: el islam no ha evolucionado a diferencia del cristianismo. Pero afirma
que no hay ninguna razón para que no lo haga y que en la década de los 60 la
mayoría de los regímenes de los grandes países árabo-musulmanes eran laicos,
luchaban por la liberación de sus pueblos contra el colonialismo y caminaban
hacia la modernidad.
Comentando la tragedia y sinrazón de
los últimos atentados con un amigo marroquí, demócrata, al que preocupa tanto o
más que a nosotros el yihadismo e incluso el avance del islamismo moderado, me
dijo que en su opinión el mayor problema hoy día es saber —como se pregunta el
escritor argelino Boualem Sansal, premio de la Academia Francesa por su novela
2.084, el fin del mundo— hacia dónde va el islam y a qué tipo de sociedad nos
lleva. En los años 60, ha dicho recientemente, Argelia era un país socialista
en el que islam ocupaba casi el mismo lugar, marginal, que el cristianismo en
Francia. Y ahora, como quiera que en estos últimos años se ha potenciado al
máximo la religión en las escuelas y han proliferado por doquier las mezquitas,
muchos jóvenes musulmanes se han convertido en pequeños ayatolás en las casas y
en las calles. La religión ya no es el islam sino el islamismo, y la gente se
pliega a este discurso sin enfrentarse al mismo. ¿Qué va a ser de nuestras
sociedades en el futuro?
Tras esta reflexión, mi amigo añadió:
no olvidéis los occidentales, por otra parte, que sois vosotros quienes habéis
invadido nuestros países en razón de cierto mesianismo “democrático”; quienes
habéis destruido las instituciones que gobernaban y mantenían unido Irak,
causando la muerte de miles de inocentes y entregando todo el poder a los
chíies. Algo parecido habéis hecho con Libia. Para colmo, ni siquiera teníais
solución de recambio y olvidasteis que estos países se movían entre la
autocracia y el caos; destruisteis la primera, nos sumisteis en el segundo y
luego nos abandonasteis. Vinisteis a redimirnos y nos dejasteis mucho peor de
lo que estábamos. Y del desorden siempre se benefician los integristas y
fanáticos radicales. ¿Qué pensáis, dijo, de que el Estado israelí siga negando
el pan y la sal al pueblo palestino que vivía pacíficamente en el país de sus
antepasados desde hace 2.000 años?. El Estado Islámico es el hijo ilegítimo y
espurio de nuestras propias contradicciones y de nuestra violencia sectaria
pero también de las intervenciones “civilizadoras” de Occidente. Mi
interlocutor acabó diciendo que lo que procede ahora es derrotar el Estado
Islámico y sus seguidores, quienes amenazan todavía más a los países musulmanes
que a los países occidentales y están dispuestos a destruir sus economías y sus
esperanzas de progreso, como muestran los atentados de Túnez y de Egipto. Luego
habrá que sentarse para ver si conseguimos entre todos que desaparezca, lo que
no es fácil, el yihadismo y también el imperialismo occidental, ahora que
alguno sus propios actores, como Tony Blair, acaba de retractarse diciendo que
fue un grave error la invasión de Irak. Demasiado tarde, el daño ya está hecho.
Y finalmente ver de qué forma los países musulmanes, incluso los que propugnan
un islamismo moderado, aunque mantengan algunas especificidades religiosas,
avancen de una vez para siempre hacia la modernización de sus sociedades, lo
que exige que dejen de ser Estados confesionales, permitan la libertad de
expresión y de creencias, y establezcan la igualdad entre ambos sexos.
Sentenció, todavía quedan años de dolor y penalidades; no es fácil resurgir de
las cenizas y ordenar este inmenso e irracional caos.
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