Serguéi Markedónov es historiador, profesor de política exterior y asuntos regionales en la Universidad Humanitaria Estatal de Rusia.
El País | 26 de noviembre de 2015..
Al incorporarse al conflicto armado en
Siria, Moscú vuelve a la “primera división” de la política mundial, pero Rusia
tiene muchas razones —relacionadas en gran parte con el Cáucaso del Norte— para
interesarse por los asuntos sirios. Ya antes de que Rusia declarara la guerra
al Estado Islámico (ISIS), esta estructura terrorista designó a nuestro país
como blanco y especialmente la región del Cáucaso. En noviembre-diciembre de
2014, grupos que se proclamaron leales al nuevo califato aparecieron en el
Cáucaso del Norte. En el ISIS lucha ya una importante parte de los insurgentes
del Cáucaso del Norte así como de oriundos de Georgia y Azerbaiyán. Entre los
allegados más próximos a Abú Bakú al Bagdadí está Tarján Batirashvili (Omar
ash-Shishani) procedente del Pankisi, en Georgia.
Tras la serie de notables derrotas en vísperas
de la Olimpiada de Sochi, el Emirato del Cáucaso se convirtió para sus
partidarios (activos y potenciales) en un ejemplo peculiar y en una fuente de
ayuda ideológica, propagandística, militar y de otros tipos. Rusia podía seguir
de forma pasiva los acontecimientos sin intervención militar directa, pero con
la amenaza de que el islamismo radical se extendiera hacia sus fronteras, o
bien podía intentar una acción preventiva. Al incorporarse a la lucha en Siria,
¿acaso Moscú no se arriesga a un auge del terrorismo en el interior del país?
En el Cáucaso del Norte la difusión de
ideas islamistas radicales o la mengua del interés por ellas tiene su propia
dinámica no siempre vinculada directamente con el ISIS y sus propagandistas.
Los problemas de desarrollo del Cáucaso del Norte no desaparecerán ni siquiera
si la operación militar rusa triunfa, es apoyada por Occidente y no provoca la
enconada resistencia de las monarquías del Golfo Pérsico. Entre los problemas
del Cáucaso destacan la política estatal en materia religiosa, la gestión
municipal adecuada a las condiciones locales, los procesos migratorios, la
regulación sobre la tierra y la representación de las comunidades étnicas en la
Administración. Además, está la aplicación de una política orientada a formar
la identidad de ciudadano de Rusia leal a este Estado.
Al sumarse al juego en Siria, Rusia
sube el listón de su responsabilidad por las decisiones políticas internas,
especialmente sobre el Cáucaso del Norte. Los seguidores de las tendencias
radicales pueden aumentar si las discusiones sobre el papel social y político
del islam se limitan a respaldar las instituciones regionales de dirección
espiritual de los musulmanes (estructuras intermediarias entre Administración y
fieles) y si el concepto de “extremista” se interpreta de forma ampliada. Y lo
mismo puede suceder si las instituciones administrativas laicas (los jueces de
diversas instancias y cuerpos policiales) no trabajan eficazmente y si se deja
que “autoridades” religiosas (a veces bastante dudosas) resuelvan los
conflictos entre ciudadanos. Tampoco será eficaz la construcción de una
“vertical islámica” asociada a un “político dirigente” responsable de las
relaciones entre los musulmanes y la Administración, como Ramzán Kadírov en
Chechenia. La reproducción automática de la experiencia chechena en los
territorios caucásicos de Daguestán o Ingushetia no puede tener éxito, sobre
todo si se trata de una subordinación a un político presentado como “patriota
islámico de Rusia”. A los radicales y su destrucción ideológica no se les
contiene con una unificación simplista, sino con una diferenciación de las
prácticas de gestión basadas en la lealtad al proyecto de Estado ruso (unidad
en la diversidad).
El año pasado, en el Ejército ruso
aumentó el número de soldados de reemplazo procedentes del Cáucaso del Norte,
lo que fue un éxito para integrar a la juventud en el espacio social ruso. Pero
la política de integración no puede limitarse sólo a lo militar; debe seguir
otras estrategias para involucrar a los oriundos del Cáucaso en los procesos
del Estado (migración interna, pequeñas y medianas empresas, educación). Rusia
ya tiene una fama negativa entre los dzhijadistas, desde la guerra en
Tayikistán a principio de la década de los noventa y las campañas en Chechenia
y en el Cáucaso del Norte. El caso sirio no alterará radicalmente esta
percepción.
La política de Moscú en Siria tiene
partidarios en el fragmentado mundo musulmán, y no solo chiítas. Al pensar en
la política exterior, Rusia no debe olvidar los riesgos internos. Solo
resolviendo de forma eficaz los problemas de la integración del Cáucaso del
Norte Moscú podrá minimizar la amenaza terrorista.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario