La Virgen María y el emperador Carlos V/Francisco Rico Pérez, profesor emérito de la UCM.
ABC | 26 de noviembre de 2015.
A la memoria de don José María Pemán,
maestro y amigo, enamorado de la Virgen.
Carlos I de España y V de Alemania se
convirtió por obra del destino y alianzas dinásticas en soberano de un gran
imperio, a caballo entre dos continentes. Su figura combina al caballero
medieval, el príncipe renacentista y un precursor del europeísmo. Pero la gran
paradoja es que, siendo tan poderoso, nació y murió en soledad. En efecto, su
madre, archiduquesa doña Juana, al encontrarse indispuesta en un baile –Casa
del Príncipe de Gante, Flandes–, acudió al baño, y sin ayuda de nadie nació
Carlos. Era la madrugada del día 24 de febrero de 1500.
Y su A-Dios, alejado de la Corte, tuvo
lugar en el monasterio de Yuste, el 21 de septiembre de 1558, enfermo de
paludismo. Su agonía, con altas fiebres, duró un mes. Quiso morir con una vela
en la mano, procedente del monasterio de Monserrat, lugar sagrado que, por amor
a la Moreneta, había visitado nueve veces en vida.
El cariño de Carlos a la Virgen María
ya era conocido antes de venir a España. Devoción muy especial tenía a Nuestra
Señora de los Dolores. Y al casarse el 11 de marzo de 1526, en los Reales
Alcázares de Sevilla, con su prima Isabel de Portugal, finalizada la ceremonia,
fue a visitar a Nuestra Señora de la Antigua.
El manto imperial de su coronación lo
envió a la Virgen del Sagrario de Toledo. Y en esa ciudad fue patrono de la
cofradía de la Inmaculada, fundada por el cardenal Cisneros. La devoción a la
Inmaculada sería una constante en todos los reyes de la Casa de Austria. El
Emperador Carlos V tuvo relaciones con el santuario de Guadalupe, peregrinó al
de Loreto y proclamó a Nuestra Señora del Buen Consejo patrona de los Consejos
Imperiales; y a la muy venerada Virgen de los Dolores, Generalísima de sus
Ejércitos.
En los documentos oficiales emplea la
misma fórmula que ya usaron los Reyes Católicos: «La bienaventurada Virgen
Santa María, a quien tenemos por Señora e por Abogada en todos nuestros
fechos». La Virgen siempre figuró en todos los hechos de armas del Emperador, y
en los de sus más famosos capitanes. A la Virgen se atribuyó la victoria de
Pavía, y la acción de gracias se celebró con Nuestra Señora de Atocha en
procesión.
Pero la Virgen María también estuvo
presente durante su reinado en América. Así, en la expedición de Diego García
de Moguer, en 1534, la carabela lleva el nombre de Concepción. Y al descender
al estuario de los ríos Uruguay y Paraná, elige el lugar, asentamiento del que
sería Buenos Aires, con el nombre de Santa María del Buen Aire.
Y a esto tenemos que unir la gran labor
evangelizadora, también controlada por el Emperador, que siempre llevaba dos
signos de amor y devoción a los lugares adonde sus soldados o misioneros
llegaban: la Cruz y la Virgen María. Así, en las Ordenanzas de Zaragoza de 1518
manda que se ponga alguna imagen de la Virgen en todas las iglesias de América,
y que se enseñe a los naturales a rezar el Avemaría y la Salve.
Cabe decir, para cerrar esta relación
incompleta sobre el amor del Emperador a María, que él era una buena persona.
Su educación humanista, recibida en Gante, y su gran nobleza le llevaron a
confiar en muchos que no siempre acudían a él con sinceros deseos de servirle.
Por su atractivo y dulce trato, muchas mujeres se le acercaban. Mezcla de amor
maternal hubo en alguna de sus relaciones. Y hasta cinco hijos
extramatrimoniales se contabilizan. El más célebre sería Juan de Austria. Su
madre fue Bárbara Blomberg. El Emperador lo reconoció en su testamento y, antes
de morir, lo conoció en una habitación de Yuste.
Si bien el heredero universal de este
gran rey, defensor del catolicismo (Lutero lo comprobó suficientemente), fue su
hijo Felipe II, quien, gracias a su valeroso y bondadoso padre, pudo llegar a
decir que en su imperio «no se ponía el sol».
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