El
auge del EI en la yihad global (1)/Fawaz A. Gerges, catedrático de la London School of Economics y autor de ‘El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana’ (Libros de Vanguardia).
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
Publicado en La
Vanguardia | 16 de enero de 2015
Para
entender el súbito auge del Estado Islámico (EI) y sus conquistas territoriales
en Iraq y en Siria, es importante enmarcar a la organización en el movimiento
yihadista global. En particular, debemos examinar los vínculos con la
organización de la que procedió, Al Qaeda en Mesopotamia, conocida también como
Al Qaeda en Iraq (AQI).
Entre
el 2003 y el 2010, el vacío de poder y la resistencia armada desencadenada por
la invasión y ocupación de Iraq liderada por EE.UU., así como el
desmantelamiento del anterior partido gobernante Baas de Sadam Husein y del
ejército iraquí, proporcionaron un terreno fértil para el crecimiento de AQI y
una oportunidad para infiltrarse en el crecientemente débil estamento político.
Sin embargo, el rápido despliegue de AQI no logró avanzar de modo indiscutible,
dos acontecimientos en especial amenazaron su expansión.
En
el 2006, el conflicto del grupo salafista-yihadista con líderes tribales árabes
suníes, airados por el reinado del terror y el extremismo impuesto sobre sus
provincias, desencadenó una guerra interna que dio lugar a la formalización de
la cooperación entre tribus locales y los estadounidenses. En ese mismo año, el
fundador y director de AQI, Abu Musab al Zarqaui, fue asesinado por EE. UU.,
circunstancia que marcó un punto de inflexión de reducción de gastos y declive
de la organización militante. Un periodo de transición acabó con la nominación
de Abu Bakr al Bagdadi como líder de AQI en el 2010. Su ascenso al poder
coincidió con una situación política muy polarizada en Iraq, donde las
políticas del Gobierno central marginaron y afectaron profundamente a la
comunidad suní.
Las
políticas de base sectaria del primer ministro, Nuri al Maliki, se consideraron
el resultado de la creciente influencia iraní, lo que permitió a Al Bagdadi
convertir su organización reestructurada en vanguardia de los suníes contra el
régimen chií con sede en Bagdad. No se sabe mucho sobre Al Bagdadi, el líder
del EI, y es difícil deslindar mito y realidad. Sus seguidores afirman que
tiene un doctorado por la Universidad Islámica de Bagdad, con enfoque especial
en la cultura, la historia, la charia y la jurisprudencia islámicas, y lo
definen como un hombre de letras, de formación teológica y ampliamente
cualificado para ser líder de la comunidad musulmana mundial. Incluso pintan
una imagen de él como adolescente piadoso y amante del estudio. Sin embargo,
personas que le han conocido trazan un esbozo muy distinto, propio de un hombre
corriente, nacido en la ciudad de Samarra, en el área conocida como “triángulo
suní”, al norte de Bagdad; hombre, además, de mal carácter y conflictivo, de
fácil transición de un polo ideológico a otro.
Independientemente
de la historia personal de Al Bagdadi, una cosa es cierta: su trayectoria e
inclinación a la autorradicalización y la militarización tuvo lugar tras la
ocupación estadounidense de Iraq y su encarcelamiento en prisiones militares
americanas en este último país.
Fue
detenido por las fuerzas estadounidenses y encarcelado en la cárcel de Bukaa,
cerca de Um Qasr, en el sur de Iraq, entre el 2004 y el 2005, bajo la acusación
de ser un “soldado raso” suní. Allí pudo reunirse con los militantes yihadistas
de Al Qaeda en Iraq y crear una amplia red de extremistas religiosos de ideas
afines. También se reunió con oficiales del disuelto ejército de Sadam Husein,
lo que dio lugar a una unión impía entre yihadistas y exmiembros del partido
Baas.
Cuando
EE.UU. se retiró de Iraq en el 2011, AQI contaba como máximo con unos cientos
de seguidores; hoy, el miniejército sectario del Estado Islámico tiene entre
17.000 y 32.000 combatientes. En cambio, en el apogeo de su poder a finales de
los años noventa, Al Qaeda central sólo reunía de 1.000 a 3.000 combatientes,
lo que muestra los límites del yihadismo transnacional y su pequeño número de
seguidores en comparación con el “enemigo más próximo” o yihadismo local de la
variedad EI.
En
el 2011, Al Bagdadi envió a su agente Abu Mohamed al Golani a Siria para
organizar células yihadistas en el país devastado por la guerra, lo que resultó
en la creación del Frente al Nusra, filial siria oficial de Al Qaeda central.
Además de que Siria ofrece un terreno fértil para el suministro de armas,
hombres y recursos, la desintegración de su tejido social y sistema político
también proporcionó motivación e inspiración a los yihadistas del Estado Islámico.
Al
Bagdadi hizo un llamamiento en favor de la creación de un Estado Islámico en
Iraq y Siria (EIIS), que presenciaría la fusión de AQI y Al Nusra. Al Golani
rechazó la fusión, iniciativa apoyada por el líder global de Al Qaeda, Ayman al
Zauahiri, a quien Al Golani prometió lealtad.
Una
guerra yihadista interna entre el EI y Al Nusra mató a miles de combatientes y
puso de relieve una feroz lucha de poder entre Al Bagdadi y su antiguo mentor,
Al Zauahiri. De momento, el EI ha tomado por defecto el liderazgo operativo del
movimiento yihadista mundial, eclipsando a su organización matriz. La escala e
intensidad de su brutalidad, derivada de la historia moderna empapada de sangre
en Iraq, es muy superior a las dos primeras oleadas yihadistas de las últimas
décadas. Su brutalidad refleja la amarga herencia de décadas de régimen
baasista que desgarraron el tejido social de Iraq y dejaron profundas
cicatrices que aún supuran. Mientras que las dos oleadas yihadistas anteriores
contaban con líderes de la élite social y también un cuerpo de soldados rasos
compuesto principalmente por graduados universitarios de clase media-baja, el
cuadro del EI es rural y carente de preparación teológica e intelectual.
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