Revista
Proceso
# 2047, 23 de enero de 2016..
En Los Mochis,
crudas historias de adicción y terror/GLORIA LETICIA DÍAZ
A
partir de 2009, Los Mochis –la ciudad donde fue recapturado Joaquín El Chapo
Guzmán el viernes 8– perdió su tranquilidad. Desde entonces, la disputa entre
los seguidores del capo y los sicarios de los hermanos Beltrán por el control
de la plaza tiñeron de rojo las calles, corrompieron a la policía y crearon una
población de menores adictos. Proceso visitó esa centenaria ciudad donde muchos
mochitenses –hombres y mujeres– ven con respeto a Guzmán Loera, El Señor, como
le dicen.
LOS
MOCHIS, SIN.- Habitantes de barrios populares de esta centenaria y próspera
ciudad del municipio de Ahome no ocultan su simpatía por Joaquín Guzmán Loera
Guzmán, El Chapo, detenido aquí el vienes 8.
En
las calles se escuchan los acordes de los corridos inspirados en el encuentro
de los actores Sean Penn y Kate del Castillo con el capo –El Señor, dicen los
lugareños cuando se refieren a él.
En
las redes sociales locales se multiplican los mensajes sobre el jefe del Cártel
de Sinaloa. Algunos aluden a la ayuda que le proporcionaron sus paisanos
durante su huida, sobre todo la gente humilde; otros mencionan la “calma
chicha” que se vive hace tres semanas.
Aquí,
las simpatías por El Señor –quien se encuentra de nueva cuenta en el penal
federal del Altiplano, de donde se fugó el 11 de julio del año pasado– crecen
cada día. Hoy, Guzmán Loera es el preso número 3870 y lo vigilan todo el tiempo
35 personas y un perro (Proceso 2046).
Esta
ciudad ha estado inmersa en la violencia durante los últimos cuatro años, pues
los cárteles de los Beltrán Leyva y del Chapo Guzmán se la disputan desde
entonces. Larga es la estela de muertes y desapariciones que ha dejado la
guerra criminal que El Chapo iba ganando. En ese periodo se presentaron 150
denuncias por las desapariciones, en 90% de las cuales presuntamente
participaron policías municipales de la zona norte de la entidad (Proceso 2042).
A
unas horas de la zona serrana de Sinaloa, productora de mariguana y amapola,
Los Mochis fue identificada en 2007 por el Departamento del Tesoro de Estados
Unidos como sede de empresas vinculadas a la familia de Ismael Zambada García,
El Mayo, entre ellas Leche Santa Mónica –de
la firma Nueva Industria de Ganaderos de Culiacán–, e Inmobiliaria
Nieblas, según informó El Universal el 6 junio de aquel año.
La
ciudad cuenta, asimismo, con agroindustrias de maíz, frijol, sorgo y
hortalizas, y con las maquiladoras Calibro y Delphi. En ella residen también
miembros connotados de la clase gobernante de Sinaloa.
Ahome
es gobernado por el priista Arturo Duarte García –hijo del notario público 165
del mismo nombre, cercano al gobernador Mario Valdez López–, quien vive en San
Diego, California. De Los Mochis es oriundo el secretario de Gobierno, Gerardo
Vargas Landeros, cuya residencia se encuentra en la colonia Las Palmas, donde
también vive la madre del mandatario, Eva López.
Esa
zona y las colonias aledañas fueron patrulladas por efectivos de la Marina en
noviembre pasado, días después de que en la colonia Sally –donde está la
alcantarilla por la que Guzmán Loera y su jefe de sicarios Iván Gastélum, El
Cholo, salieron a la calle el viernes 8, poco antes de que los capturaran– fue
secuestrada la señora Martha Cañedo Senes, cercana a Sofía Carlón, la esposa
del gobernador.
Cañedo
Senes tenía su área de acción en Baridaguato, comenta a la reportera una fuente
cercana a las investigaciones, y era custodiada por agentes ministeriales, pues
había sido amenazada de muerte. La víspera de la detención del Chapo Guzmán,
fue ejecutada sobre la carretera a Guasave. Su hijo Antonio Zatarin Cañedo fue
secuestrado el lunes 4 en Los Mochis.
En
agosto de 2015 el diario Reforma informó que El Chapo fue detectado en la
ciudad natal del gobernador el 30 de julio. Y fuentes allegadas a la
Procuraduría de Justicia del estado comentaron a la reportera que en los
últimos tres meses la presencia del capo fue constante en Los Mochis.
“Estuvo
aquí después de la persecución en Cosalá (en octubre de 2015). Venía cada 15
días. Incluso los policías municipales ya tenían una clave para anunciar su
llegada”, comenta uno de los uniformados que pide omitir su nombre.
No
es la primera vez que narcotraficantes eligen Los Mochis para esconderse de las
autoridades. En 1991, por ejemplo, fue detenido aquí Miguel Ángel Beltrán Lugo,
El Ceja Güera, recuerda Gregorio Reyes Figueroa, exdirector del diario local El
Debate:
“Beltrán
Lugo era señalado de narcotraficante, secuestrador, robabancos, pero un buen
día de abril de 1991 bajó a Los Mochis a comprar una carriola para su hija. Sus
gatilleros lo esperaron en una camioneta estacionada fuera del negocio. En ese
momento pasaron por ahí unos policías municipales y los sicarios les mentaron
la madre. Se armó el relajo y cuando salió El Ceja Güera, lo detuvieron junto
con sus secuaces y los remitieron al penal de Culiacán.”
Seis
meses después, El Ceja Güera y una treintena de internos se fugaron. Un año
después él fue recapturado en Jalisco. En 2004 fue asesinado de cinco balazos
en el penal de La Palma, rebautizado como del Altiplano.
“Las
limpias”
El
19 de octubre de 2009, iniciada la guerra entre los cárteles de los Beltrán
Leyva y El Chapo Guzmán, Miguel Ángel Beltrán López, hijo del Ceja Güera, fue
levantado por un grupo armado en Los Mochis mientras estaba de compras. Tres
días después fue localizado su cuerpo en un canal de Angostura. Tenía 58
balazos.
Con
esa ejecución se iniciaron “las limpias”, como dicen los mochitenses. La
primera etapa abarcó de 2010 a 2012 y se atribuyó a los gatilleros mazatlecos
de los Beltrán Leyva; la segunda de 2012 a 2014 corrió a cargo de la gente del
Chapo Guzmán.
Las
fuentes consultadas por Proceso refieren que la guerra tenía como propósito
apoderarse de la plaza, no tanto para garantizar el trasiego de droga, sino por
la venta de crystal en las calles. Al principio, los mazatlecos impusieron su
ley a sangre y fuego. Sembraron el terror en las calles y comenzaron a realizar
cobro de piso. Los secuestros y extorsiones se elevaron.
Durante
“las limpias”, la Policía Municipal jugó un papel preponderante. Primero se
inclinaron por los mazatlecos; después lo hicieron por El Chapo Guzmán. Las
patrullas solían detener el aforo vehicular para que pasaran los convoyes de sicarios a reventar casas de
seguridad y las narcotienditas. Por algún tiempo los propios uniformados se
encargaron de “la limpia”, según testimonios recabados.
Entre
finales de 2011 y 2013 hubo por lo menos 33 policías municipales entre las
víctimas. Los entrevistados aseguran que los mazatlecos pagaron al menos 10 mil
pesos por la cabeza de cada uno de los oficiales.
Como
se decía que los policías apoyaban al Chapo, los mazatlecos ofrecían dinero por
cada policía muerto. Plebes (jovencitos) de 15, 18 o 20 años llegaban en
bicicletas o motocicletas y los mataban. Luego llamaban a los mazatlecos para
informarles y cobrar, cuentan personas cercanas a familias de los ejecutados.
Araceli
Sepúlveda Sauceda, visitadora regional de la zona norte de la Comisión de
Derechos Humanos de Sinaloa (CDHS), dice que la violencia entre los cárteles y
la colusión de éstos con autoridades municipales se vio reflejada en el aumento
de violaciones a los derechos humanos:
“A
partir de 2010 hubo cambios que no fueron privativos de Los Mochis, sino de
todo el estado y del país. Se incrementaron las quejas por abusos en los
municipios de la zona norte, Ahome, El Fuerte y Choix; las autoridades
señaladas eran los policías municipales”.
De
2011 a 2015, la CDHS documentó 966 quejas por abusos en los tres municipios del
norte; el 72% se registraron en los primeros tres años. Asimismo, recabó 54
denuncias por desaparición forzada, cifra tres veces menor a los registros que
tiene la organización de las Madres de los Desaparecidos de El Fuerte (151),
incluidos los otros dos municipios norteños.
La
reportera entrevistó a mujeres y hombres que comenzaron a consumir crystal
entre los nueve y los 14 años. Dijeron que los policías municipales se encargaron
de “limpiar” la zona para El Chapo.
“Si
quieres ser sicario –comenta uno de ellos– debes seguir una regla: no consumir
droga. Tienes que estar limpio. A los adictos los ponen a cavar tumbas o hacer
colados para echar ahí a la gente, desaparecerla.”
Cuando
llegó El Chapo a pelear la plaza comenzó a distribuirse droga de colores: lila,
verde, rosa, para distinguirla de la que vendían sus rivales, cuentan.
“Si
los policías te agarraban con grillo blanco (crystal), te preguntaban dónde lo
habías comprado. Si los llevabas al sitio, remitían a los puchadores (los
distribuidores de droga) a la cárcel. Ahora ya no es así. Si eres adicto y te
agarran con droga blanca, te matan y te desaparecen”, puntualiza uno de los
entrevistados.
“Andaba
con una amiga y su esposo y nos agarraron los policías con grillo blanco
–agrega una jovencita–. A él le metieron un balazo en la cabeza y a mi amiga la
agarraron de las greñas y le dijeron: ‘Ve a tu marido: le vamos a cortar la
cabeza’. A mí me taparon los ojos y me llevaron a otro lado porque era menor de
edad”.
Otro
comenta: “A los policías les pagan para que no digan nada. Llegan al lugar
donde venden la droga, los vatos (los vendedores) les pagan y ellos se van;
hasta los cuidan. Me ha tocado ver que entregan mercancía. Son puro Chapo todo
el gobierno”.
Descomposición
social
Algunas
adolescentes también se integraron a la cadena del narcotráfico como
puchadoras, burras y sicarias. Comentan que en ese mundo las mujeres son
quienes sufren mayores humillaciones y violencia sexual por parte de los
distribuidores y de las autoridades que las detienen.
“Yo
estuve con un macizo, y me obligaba a ver cómo sus compañeros mataban a la
gente. Él me ponía la pistola en la cabeza para que viera cómo lo hacía;
también me obligaba a colocar droga y dinero en mi cuerpo”, cuenta una de las
entrevistadas.
Hay
un niño que ronda un tiradero y hace lo que le pidan a cambio de droga. Tiene
siete años y “ya está demasiado loco; habla solo. Su familia no lo quiere. Él
se la pasa en las calles y hace lo que sea por una fumada”, dice otra.
Las
“limpias” no sólo rompieron la tranquilidad de Los Mochis, sino que
evidenciaron la descomposición social de la ciudad, coinciden en entrevistas
por separado Viridiana Sánchez y Jesús Zubiría, directores de centros de
rehabilitación de adicciones, femenil y varonil, respectivamente.
Sánchez
y Zubiría sostienen que las metanfetaminas y el crystal, consumidas por menores
de entre siete a 12 años, son una verdadera plaga. Incluso la consiguen en
establecimientos comerciales.
“Es
muy fácil conseguirlas. Cuestan lo mismo que la cocaína: 100 pesos la dosis,
pero el crystal es más adictivo. Se dice que la primera droga que se consume es
el cigarro o la mariguana, pero ahora se los están saltando, lo cual es muy
peligroso porque el crystal puede causar daños irreversibles en dos años de
consumo diario”, dice Zubiría.
Sánchez,
cuyo modesto centro no cuenta con apoyo de ningún tipo de autoridad, resalta
que en mujeres el crecimiento del consumo está
influenciado por la narcocultura.
“Hace
cuatro años empecé con el centro. Atendíamos entre siete y 12 pacientes; ahora
son 30 y he tenido que canalizar muchas más por falta de espacio. La gran
mayoría de las jóvenes han sido víctimas de abuso sexual. Usan su cuerpo para
conseguir droga, se prostituyen. Su aspiración es ser buchonas, mujeres de un
macizo (un capo) o al menos de un puchador (vendedor).
“Muchas
se engancharon en sus trabajos, en fábricas, maquilas, empaques o en la pizca,
para rendir más. Un buen número de ellas lo hicieron para estar delgadas,
porque en Sinaloa hay una presión social hacia la mujer. Tenemos que ser bellas
para ser mujeres de un macizo”, cuenta Sánchez.
Rehabilitada
desde hace 16 años, ella ha atestiguado expresiones de niños de seis años que
“quieren ser sicarios o puchadores” y de niñas que “no saben cómo expresarlo,
pero quieren ser buchonas”.
Dice
que sus pacientes son devotas del Chapo Guzmán, ante la descomposición social
que prevalece en Los Mochis.
“Cuando
detuvieron a ese señor, les dije a las muchachas: ‘Ya detuvieron a su marido’.
Todas sueñan con ser su mujer, aunque se conforman con ser la novia del último
en la línea de su grupo”.
Mientras
las drogas sigan siendo negocio y alimenten de una manera u otra la economía de
ciudades como Los Mochis, la detención del Chapo no significa un cambio, dice
Viridiana.
Y
agrega: “La gente nomás está esperando a ver a qué hora se vuelve a salir. Si
alguno le brinca o lo matan, la gente va a querer ser como el que venga. Y las
muchachas van a querer ser sus novias”. l
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