24 ene 2016

En Los Mochis, crudas historias de adicción y terror

Revista Proceso # 2047, 23 de enero de 2016..
En Los Mochis, crudas historias de adicción y terror/GLORIA LETICIA DÍAZ
 A partir de 2009, Los Mochis –la ciudad donde fue recapturado Joaquín El Chapo Guzmán el viernes 8– perdió su tranquilidad. Desde entonces, la disputa entre los seguidores del capo y los sicarios de los hermanos Beltrán por el control de la plaza tiñeron de rojo las calles, corrompieron a la policía y crearon una población de menores adictos. Proceso visitó esa centenaria ciudad donde muchos mochitenses –hombres y mujeres– ven con respeto a Guzmán Loera, El Señor, como le dicen.

 LOS MOCHIS, SIN.- Habitantes de barrios populares de esta centenaria y próspera ciudad del municipio de Ahome no ocultan su simpatía por Joaquín Guzmán Loera Guzmán, El Chapo, detenido aquí el vienes 8.
 En las calles se escuchan los acordes de los corridos inspirados en el encuentro de los actores Sean Penn y Kate del Castillo con el capo –El Señor, dicen los lugareños cuando se refieren a él.
 En las redes sociales locales se multiplican los mensajes sobre el jefe del Cártel de Sinaloa. Algunos aluden a la ayuda que le proporcionaron sus paisanos durante su huida, sobre todo la gente humilde; otros mencionan la “calma chicha” que se vive hace tres semanas.
Aquí, las simpatías por El Señor –quien se encuentra de nueva cuenta en el penal federal del Altiplano, de donde se fugó el 11 de julio del año pasado– crecen cada día. Hoy, Guzmán Loera es el preso número 3870 y lo vigilan todo el tiempo 35 personas y un perro (Proceso 2046).
Esta ciudad ha estado inmersa en la violencia durante los últimos cuatro años, pues los cárteles de los Beltrán Leyva y del Chapo Guzmán se la disputan desde entonces. Larga es la estela de muertes y desapariciones que ha dejado la guerra criminal que El Chapo iba ganando. En ese periodo se presentaron 150 denuncias por las desapariciones, en 90% de las cuales presuntamente participaron policías municipales de la zona norte de la entidad  (Proceso 2042).
 A unas horas de la zona serrana de Sinaloa, productora de mariguana y amapola, Los Mochis fue identificada en 2007 por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos como sede de empresas vinculadas a la familia de Ismael Zambada García, El Mayo, entre ellas Leche Santa Mónica –de  la firma Nueva Industria de Ganaderos de Culiacán–, e Inmobiliaria Nieblas, según informó El Universal el 6 junio de aquel año.
 La ciudad cuenta, asimismo, con agroindustrias de maíz, frijol, sorgo y hortalizas, y con las maquiladoras Calibro y Delphi. En ella residen también miembros connotados de la clase gobernante de Sinaloa.
 Ahome es gobernado por el priista Arturo Duarte García –hijo del notario público 165 del mismo nombre, cercano al gobernador Mario Valdez López–, quien vive en San Diego, California. De Los Mochis es oriundo el secretario de Gobierno, Gerardo Vargas Landeros, cuya residencia se encuentra en la colonia Las Palmas, donde también vive la madre del mandatario, Eva López.
Esa zona y las colonias aledañas fueron patrulladas por efectivos de la Marina en noviembre pasado, días después de que en la colonia Sally –donde está la alcantarilla por la que Guzmán Loera y su jefe de sicarios Iván Gastélum, El Cholo, salieron a la calle el viernes 8, poco antes de que los capturaran– fue secuestrada la señora Martha Cañedo Senes, cercana a Sofía Carlón, la esposa del gobernador.
 Cañedo Senes tenía su área de acción en Baridaguato, comenta a la reportera una fuente cercana a las investigaciones, y era custodiada por agentes ministeriales, pues había sido amenazada de muerte. La víspera de la detención del Chapo Guzmán, fue ejecutada sobre la carretera a Guasave. Su hijo Antonio Zatarin Cañedo fue secuestrado el lunes 4 en Los Mochis.
 En agosto de 2015 el diario Reforma informó que El Chapo fue detectado en la ciudad natal del gobernador el 30 de julio. Y fuentes allegadas a la Procuraduría de Justicia del estado comentaron a la reportera que en los últimos tres meses la presencia del capo fue constante en Los Mochis.
 “Estuvo aquí después de la persecución en Cosalá (en octubre de 2015). Venía cada 15 días. Incluso los policías municipales ya tenían una clave para anunciar su llegada”, comenta uno de los uniformados que pide omitir su nombre.
 No es la primera vez que narcotraficantes eligen Los Mochis para esconderse de las autoridades. En 1991, por ejemplo, fue detenido aquí Miguel Ángel Beltrán Lugo, El Ceja Güera, recuerda Gregorio Reyes Figueroa, exdirector del diario local El Debate:
 “Beltrán Lugo era señalado de narcotraficante, secuestrador, robabancos, pero un buen día de abril de 1991 bajó a Los Mochis a comprar una carriola para su hija. Sus gatilleros lo esperaron en una camioneta estacionada fuera del negocio. En ese momento pasaron por ahí unos policías municipales y los sicarios les mentaron la madre. Se armó el relajo y cuando salió El Ceja Güera, lo detuvieron junto con sus secuaces y los remitieron al penal de Culiacán.”
 Seis meses después, El Ceja Güera y una treintena de internos se fugaron. Un año después él fue recapturado en Jalisco. En 2004 fue asesinado de cinco balazos en el penal de La Palma, rebautizado como del Altiplano.
 “Las limpias”
 El 19 de octubre de 2009, iniciada la guerra entre los cárteles de los Beltrán Leyva y El Chapo Guzmán, Miguel Ángel Beltrán López, hijo del Ceja Güera, fue levantado por un grupo armado en Los Mochis mientras estaba de compras. Tres días después fue localizado su cuerpo en un canal de Angostura. Tenía 58 balazos.
 Con esa ejecución se iniciaron “las limpias”, como dicen los mochitenses. La primera etapa abarcó de 2010 a 2012 y se atribuyó a los gatilleros mazatlecos de los Beltrán Leyva; la segunda de 2012 a 2014 corrió a cargo de la gente del Chapo Guzmán.
 Las fuentes consultadas por Proceso refieren que la guerra tenía como propósito apoderarse de la plaza, no tanto para garantizar el trasiego de droga, sino por la venta de crystal en las calles. Al principio, los mazatlecos impusieron su ley a sangre y fuego. Sembraron el terror en las calles y comenzaron a realizar cobro de piso. Los secuestros y extorsiones se elevaron.
 Durante “las limpias”, la Policía Municipal jugó un papel preponderante. Primero se inclinaron por los mazatlecos; después lo hicieron por El Chapo Guzmán. Las patrullas solían detener el aforo vehicular para que pasaran los  convoyes de sicarios a reventar casas de seguridad y las narcotienditas. Por algún tiempo los propios uniformados se encargaron de “la limpia”, según testimonios recabados.
 Entre finales de 2011 y 2013 hubo por lo menos 33 policías municipales entre las víctimas. Los entrevistados aseguran que los mazatlecos pagaron al menos 10 mil pesos por la cabeza de cada uno de los oficiales.
 Como se decía que los policías apoyaban al Chapo, los mazatlecos ofrecían dinero por cada policía muerto. Plebes (jovencitos) de 15, 18 o 20 años llegaban en bicicletas o motocicletas y los mataban. Luego llamaban a los mazatlecos para informarles y cobrar, cuentan personas cercanas a familias de los ejecutados.
 Araceli Sepúlveda Sauceda, visitadora regional de la zona norte de la Comisión de Derechos Humanos de Sinaloa (CDHS), dice que la violencia entre los cárteles y la colusión de éstos con autoridades municipales se vio reflejada en el aumento de violaciones a los derechos humanos:
 “A partir de 2010 hubo cambios que no fueron privativos de Los Mochis, sino de todo el estado y del país. Se incrementaron las quejas por abusos en los municipios de la zona norte, Ahome, El Fuerte y Choix; las autoridades señaladas eran los policías municipales”.
 De 2011 a 2015, la CDHS documentó 966 quejas por abusos en los tres municipios del norte; el 72% se registraron en los primeros tres años. Asimismo, recabó 54 denuncias por desaparición forzada, cifra tres veces menor a los registros que tiene la organización de las Madres de los ­Desaparecidos de El Fuerte (151), incluidos los otros dos municipios norteños.
 La reportera entrevistó a mujeres y hombres que comenzaron a consumir crystal entre los nueve y los 14 años. Dijeron que los policías municipales se encargaron de “limpiar” la zona para El Chapo.
 “Si quieres ser sicario –comenta uno de ellos– debes seguir una regla: no consumir droga. Tienes que estar limpio. A los adictos los ponen a cavar tumbas o hacer colados para echar ahí a la gente, desaparecerla.”
 Cuando llegó El Chapo a pelear la plaza comenzó a distribuirse droga de colores: lila, verde, rosa, para distinguirla de la que vendían sus rivales, cuentan.
 “Si los policías te agarraban con grillo blanco (crystal), te preguntaban dónde lo habías comprado. Si los llevabas al sitio, remitían a los puchadores (los distribuidores de droga) a la cárcel. Ahora ya no es así. Si eres adicto y te agarran con droga blanca, te matan y te desaparecen”, puntualiza uno de los entrevistados.
 “Andaba con una amiga y su esposo y nos agarraron los policías con grillo blanco –agrega una jovencita–. A él le metieron un balazo en la cabeza y a mi amiga la agarraron de las greñas y le dijeron: ‘Ve a tu marido: le vamos a cortar la cabeza’. A mí me taparon los ojos y me llevaron a otro lado porque era menor de edad”.
 Otro comenta: “A los policías les pagan para que no digan nada. Llegan al lugar donde venden la droga, los vatos (los vendedores) les pagan y ellos se van; hasta los cuidan. Me ha tocado ver que entregan mercancía. Son puro Chapo todo el  gobierno”.
 Descomposición social
 Algunas adolescentes también se integraron a la cadena del narcotráfico como puchadoras, burras y sicarias. Comentan que en ese mundo las mujeres son quienes sufren mayores humillaciones y violencia sexual por parte de los distribuidores y de las autoridades que las detienen.
 “Yo estuve con un macizo, y me obligaba a ver cómo sus compañeros mataban a la gente. Él me ponía la pistola en la cabeza para que viera cómo lo hacía; también me obligaba a colocar droga y dinero en mi cuerpo”, cuenta una de las entrevistadas.
 Hay un niño que ronda un tiradero y hace lo que le pidan a cambio de droga. Tiene siete años y “ya está demasiado loco; habla solo. Su familia no lo quiere. Él se la pasa en las calles y hace lo que sea por una fumada”, dice otra.
 Las “limpias” no sólo rompieron la tranquilidad de Los Mochis, sino que evidenciaron la descomposición social de la ciudad, coinciden en entrevistas por separado Viridiana Sánchez y Jesús Zubiría, directores de centros de rehabilitación de adicciones, femenil y varonil, respectivamente.
 Sánchez y Zubiría sostienen que las metanfetaminas y el crystal, consumidas por menores de entre siete a 12 años, son una verdadera plaga. Incluso la consiguen en establecimientos ­comerciales.
 “Es muy fácil conseguirlas. Cuestan lo mismo que la cocaína: 100 pesos la dosis, pero el crystal es más adictivo. Se dice que la primera droga que se consume es el cigarro o la mariguana, pero ahora se los están saltando, lo cual es muy peligroso porque el crystal puede causar daños irreversibles en dos años de consumo diario”, dice Zubiría.
 Sánchez, cuyo modesto centro no cuenta con apoyo de ningún tipo de autoridad, resalta que en mujeres el crecimiento del consumo está  influenciado por la narcocultura.
 “Hace cuatro años empecé con el centro. Atendíamos entre siete y 12 pacientes; ahora son 30 y he tenido que canalizar muchas más por falta de espacio. La gran mayoría de las jóvenes han sido víctimas de abuso sexual. Usan su cuerpo para conseguir droga, se prostituyen. Su aspiración es ser buchonas, mujeres de un macizo (un capo) o al menos de un puchador (vendedor).
 “Muchas se engancharon en sus trabajos, en fábricas, maquilas, empaques o en la pizca, para rendir más. Un buen número de ellas lo hicieron para estar delgadas, porque en Sinaloa hay una presión social hacia la mujer. Tenemos que ser bellas para ser mujeres de un macizo”, cuenta Sánchez.
 Rehabilitada desde hace 16 años, ella ha atestiguado expresiones de niños de seis años que “quieren ser sicarios o puchadores” y de niñas que “no saben cómo expresarlo, pero quieren ser buchonas”.
 Dice que sus pacientes son devotas del Chapo Guzmán, ante la descomposición social que prevalece en Los Mochis.
 “Cuando detuvieron a ese señor, les dije a las muchachas: ‘Ya detuvieron a su marido’. Todas sueñan con ser su mujer, aunque se conforman con ser la novia del último en la línea de su grupo”.
 Mientras las drogas sigan siendo negocio y alimenten de una manera u otra la economía de ciudades como Los Mochis, la detención del Chapo no significa un cambio, dice Viridiana.
 Y agrega: “La gente nomás está esperando a ver a qué hora se vuelve a salir. Si alguno le brinca o lo matan, la gente va a querer ser como el que venga. Y las muchachas van a querer ser sus novias”. l

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