El
desconcertante golpe en Turquía/Dani
Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University’s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy and, most recently, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science.
Traducción: Esteban Flamini
Project
Syndicate, 20 de julio de 2016..
En
Turquía, los golpes militares (exitosos o no) siguen un patrón predecible.
Primero aumenta el poder de grupos políticos (por lo general, islamistas) que
los uniformados consideran contrarios a la visión secular para Turquía de Kemal
Atatürk. Crecen las tensiones, a menudo acompañadas por violencia callejera.
Entonces interviene el ejército, haciendo uso de lo que los militares
consideran su prerrogativa constitucional de restaurar el orden y los
principios seculares.
No
menos desconcertante fue la conducta casi diletante de los golpistas, que
lograron capturar al jefe del estado mayor, pero al parecer no hicieron ningún
intento realista de detener a Erdoğan o a
políticos de alta jerarquía. Dejaron a los principales canales de televisión
seguir transmitiendo durante horas, y cuando los soldados se hicieron ver en
los estudios, su incompetencia fue casi cómica.
El
golpe incluyó ataques aéreos al parlamento y sobre civiles, algo muy poco
característico del ejército turco fuera de las áreas de insurgencia kurda. Las
redes sociales se llenaron de imágenes de grupos de civiles arrastrando fuera
de los tanques y desarmando a soldados desafortunados y aparentemente
despistados; escenas que nunca pensé que vería en un país que aunque aprendió a
odiar los golpes militares, sigue amando a sus soldados.
Erdoğan
se apresuró a acusar a su exaliado y actual némesis, el predicador exiliado
Fethullah Gülen, quien lidera un numeroso movimiento islámico desde las afueras
de Filadelfia. Aunque hay motivos obvios para tomarla con pinzas, la acusación
es menos infundada de lo que parece. Se sabe de una importante presencia
gülenista en el ejército (sin la cual no se hubiera podido montar la jugada
previa del gobierno contra altos oficiales turcos, en los casos denominados
Eregenekon y Operación Martillo). De hecho, el ejército era el último bastión
que le quedaba al gülenismo en Turquía, dado que Erdoğan
ya había purgado a los simpatizantes del movimiento de la policía, la justicia
y los medios de prensa.
También
es sabido que Erdoğan planeaba alguna acción importante
contra los gülenistas en el ejército. Ya habían sido arrestados unos pocos
oficiales por fraguar pruebas en juicios anteriores, y se rumoreaba que para la
reunión del Consejo Militar Supremo el mes próximo se estaba preparando una
purga a gran escala de oficiales gülenistas.
Sin
embargo, un golpe militar sangriento no se condice con el modus operandi
tradicional del movimiento gülenista, que suele preferir maquinaciones detrás
de escena a acciones armadas o a la violencia declarada. Es posible que el
golpe haya sido un último intento desesperado para evitar la inminente pérdida
de su último bastión en Turquía. Pero quedan tantas preguntas sin responder
acerca de lo que pasó que no sería raro que en las próximas semanas esta
historia comience a tener giros inesperados.
Lo
que no es tan incierto es lo que sucederá a continuación. La intentona golpista
potenciará la bilis de Erdoğan y provocará una caza de
brujas generalizada contra el movimiento gülenista. A miles de personas les
aguardan la expulsión del ejército y otros organismos, la detención y el
enjuiciamiento, con poca consideración por la legalidad o la presunción de
inocencia. Ya hay preocupantes llamados a reinstaurar la pena de muerte para
los golpistas (una categoría que, como la experiencia reciente señala, es muy
abarcadora para Erdoğan). Una parte de la violencia
espontánea contra los soldados capturados es preanuncio de un jacobinismo que
puede poner en riesgo lo que queda de las garantías de debido proceso en
Turquía.
El
intento de golpe también es mala noticia para la economía. La reciente
reconciliación (aunque fuera solo aparente) de Erdoğan
con Rusia e Israel se debió probablemente al deseo de restaurar los flujos de
capitales y turistas extranjeros, una esperanza que ahora difícilmente se
concretará. El golpe fallido revela que las divisiones políticas del país son
más profundas de lo que hasta el más pesimista de los observadores creía. Esto
mal puede ser un entorno atractivo para inversores o visitantes.
Pero
en lo político, el golpe fallido es una bendición para Erdoğan.
Como él mismo expresó cuando todavía no se sabía si saldría victorioso, “este
levantamiento es un regalo de Dios, ya que será una razón para depurar nuestro
ejército”. Fracasado el golpe, Erdoğan queda en
circunstancias políticas favorables para hacer los cambios constitucionales que
hace tiempo trata de introducir con el objetivo de fortalecer el
presidencialismo y concentrar el poder en sus manos.
Así
que el fracaso del golpe reforzará el autoritarismo de Erdoğan
y perjudicará a la democracia turca. Pero si hubiera triunfado, el daño al
futuro democrático hubiera sido peor y con efectos a más largo plazo. Al menos
eso da algún motivo para celebrar.
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