Aliviando
a la generación Facebook/ Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee, is Chairman of US President Barack Obama’s Global Development Council. He previously served as CEO and co-Chief Investment Officer of PIMCO. He was named one of Foreign Policy’s Top 100 Global Thinkers in 2009, 2010, 2011, and 2012. He is the author, most recently, of The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse.
Project Syndicate, miércoles,
20 de julio de 2016
Una
vez más, los jóvenes se han llevado la peor parte de la situación política. El
resultado del referendo sobre el Brexit en el Reino Unido no es más que un
recordatorio de la creciente división generacional que atraviesa la afiliación
política, los niveles de ingreso y la raza.
Casi
el 75% de los votantes del Reino Unido entre 18 y 24 años votaron por
“quedarse” en la Unión Europea y el “irse” les fue impuesto por los votantes de
más edad. Y ésta es apenas una manera entre varias en las que el futuro
económico de la Generación Y, y el de sus hijos, está siendo decidido por
otros.
Yo
estoy cerca de cumplir 60 años y me preocupa que nuestra generación en el mundo
avanzado sea recordada -para nuestra vergüenza y pesar- como la que perdió el
norte en materia económica.
En
el período previo a la crisis financiera global de 2008, nos deleitamos con el
apalancamiento, y nos sentíamos cada vez con más derechos a recurrir al crédito
para vivir más allá de nuestros medios y para asumir demasiado riesgo
financiero especulativo. Dejamos de invertir en motores genuinos de
crecimiento, permitiendo que nuestra infraestructura se deteriorara, que
nuestro sistema educativo decayera y que nuestros programas de capacitación y
reestructuración laboral se erosionaran.
Permitimos
que el presupuesto fuera rehén de intereses especiales, lo que ha resultado en
una fragmentación del sistema tributario que, para sorpresa de nadie, ha
impartido al sistema económico un nuevo sesgo anti-crecimiento injusto. Y
fuimos testigos de un drástico agravamiento de la desigualdad, no sólo de
ingresos y riqueza, sino también de oportunidades.
La
crisis de 2008 debería haber sido nuestra llamada de atención económica. No lo
fue. En lugar de utilizar la crisis para catalizar el cambio, básicamente nos
dimos por vencidos y volvimos a hacer más de lo mismo.
Concretamente,
no hicimos más que intercambiar fábricas privadas de crédito y apalancamiento
por fábricas públicas. Cambiamos un sistema bancario excesivamente apalancado
por inyecciones de liquidez experimentales suministradas por autoridades
monetarias hiperactivas. En el proceso, sobrecargamos a los bancos centrales,
poniendo en riesgo su credibilidad y su autonomía política, así como su
estabilidad financiera futura.
Al
salir de la crisis, trasladamos los pasivos privados de los balances de los
bancos a los contribuyentes -los de hoy y los futuros-, pero no logramos
reparar plenamente el sector financiero rescatado. Dejamos que la desigualdad
se agravara y nos cruzamos de brazos mientras demasiados jóvenes en Europa
languidecían en el desempleo, corriendo el riesgo de una transición alarmante
de desempleo a inempleabilidad.
En
resumen, no hicimos lo suficiente como para revitalizar los motores de un
crecimiento inclusivo sustentable, debilitando al mismo tiempo la producción
potencial y amenazando el futuro desempeño económico. Y estamos agravando estos
errores en serie con una gran imposibilidad a la hora de actuar en materia de
sustentabilidad a más largo plazo, particularmente en lo que concierne al
planeta y la cohesión social.
La
economía precaria naturalmente se propagó a la política alborotada, en tanto
segmentos crecientes de la población han perdido su confianza en el
establishment político, en las elites empresariales y en la opinión de los
expertos. La fragmentación política resultante, inclusive el ascenso de
movimientos marginales y anti-establishment, ha hecho que resultara más difícil
aún diseñar respuestas más apropiadas en materia de políticas económicas.
Para
colmo de males, ahora estamos permitiendo un contragolpe regulatorio contra
innovaciones tecnológicas que afectan a industrias arraigadas e ineficientes, y
que le ofrecen a la gente un mayor control de su vida y su bienestar. Las
crecientes restricciones aplicadas a compañías como Airbnb y Uber perjudican
especialmente a los jóvenes, tanto como productores como consumidores.
Si
no cambiamos el curso pronto, las próximas generaciones enfrentarán tendencias
económicas, financieras y políticas que se retroalimentan y que las agobian con
demasiado poco crecimiento, demasiada deuda, precios de activos inflados
artificialmente y niveles alarmantes de desigualdad y polarización política
partidaria. Afortunadamente, somos conscientes del creciente problema, nos
preocupan sus consecuencias y tenemos un buen criterio respecto de cómo generar
el cambio tan necesario.
Dado
el rol de la innovación tecnológica, gran parte de la cual es liderada por los
jóvenes, hasta una reorientación pequeña de las políticas podría tener un
impacto significativo y rápido en la economía. A través de una estrategia
política más integral, podríamos transformar un círculo vicioso de
estancamiento económico, inmovilidad social y volatilidad de mercado en un
círculo virtuoso de crecimiento inclusivo, estabilidad financiera genuina y
mayor coherencia política. Lo que se necesita, en particular, es un progreso
simultáneo en reformas estructurales pro-crecimiento y una mejor gestión de la
demanda. También debemos ocuparse de los sectores excesivamente endeudados y
mejorar los marcos políticos regionales y globales.
Si
bien son altamente deseables, estos cambios sólo se materializarán si se ejerce
una mayor presión constructiva sobre los políticos. En otras palabras, son
pocos los políticos que defenderán cambios que prometen beneficios a más largo
plazo pero que suelen implicar alteraciones en el corto plazo. Y los votantes
de más edad que los respaldan se opondrán a cualquier erosión significativa de
sus derechos -recurriendo, inclusive, a políticos populistas y soluciones
peligrosamente simplistas como el Brexit cuando perciben que sus intereses
están amenazados.
Lamentablemente,
los jóvenes han sido demasiado complacientes en lo que concierne a la
participación política, en especial en cuestiones que afectan directamente su
bienestar y el de sus hijos. Sí, casi las tres cuartas partes de los votantes
jóvenes respaldaban la campaña a favor de “quedarse” en el Reino Unido. Pero
sólo una tercera parte de ellos se presentó a votar. Por el contrario, la tasa
de participación de las personas de más de 65 años superó el 80%. Sin duda, la
ausencia de jóvenes en las urnas dejó la decisión en manos de la gente de más
edad, cuyas preferencias y motivaciones difieren, aunque sea de manera
inocente.
La
Generación Y ha ganado extraordinariamente una mayor autoridad respecto de cómo
comunica, propaga, consigue y disemina información, comparte sus recursos,
interactúa con empresas y mucho más. Ahora debe aspirar a una mayor autoridad
en la elección de sus representantes políticos y en cómo obligarlos a asumir
responsabilidades. Si no lo hace, mi generación -por lo general de manera inadvertida-
seguirá endeudándose excesivamente a costa de su futuro.
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