Pokémon Go, una huida de lo
real/Alfonso Pinilla García es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura.
El
Mundo, 28 de julio de 2016..
Hace
tiempo que lo virtual/digital va tomando posiciones, conquistando poco a poco,
con más prisa que pausa, a lo real. Los ceros y unos del código binario que
ordenan la lengua y el pensar de la computadora van ganando terreno a lo
material, a lo factual, a aquello que se toca y está sometido a ‘los nítidos contornos
de lo creado’ (Pedro Salinas dixit).
Somos
guapísimos, valientes, imaginativos, amables, tiernos, solidarios en Facebook,
en Twiter, en el Whatsapp. Inmediatamente nos felicitamos cumpleaños, nos
deseamos lo mejor para siempre, con esa euforia de atrezzo propia de los
borrachos invadidos por un ataque de falsa amistad en medio del bar. De igual
manera, cuando un teclado nos esconde y la pantalla se convierte en cortina,
casi muro, que nos separa del mundo real, revelamos a veces la peor cara de nuestra
personalidad. Insultos y amenazas también llenan las redes, convirtiendo
internet en cloaca y sumidero. Todo ello convive en el mismo espacio y al mismo
tiempo, convirtiendo la era digital en un caleidoscopio fugaz y contradictorio.
Huimos
de lo real, donde no somos ni tan solidarios, ni tan valientes, ni tan amables.
Emprendemos una huida hacia el espacio profundo de lo virtual porque, cara a
cara, el insulto se torna desagradable y hasta arriesgado. Buscamos, en fin, parapeto
seguro tras una pantalla que nos satisface deseos y colma de dicha… casi
siempre por un módico precio a fin de mes.
Creyeron
los hombres que podrían dominar a las máquinas, por el simple hecho de haberlas
creado, pero es Pinocho quien controla, cada vez más y mejor, a su Gepetto. Por
eso ateos y descreídos que nunca pisaron una iglesia entran hoy hasta la
sacristía buscando Pokémons valiosísimos; por eso vuelan las almas sobre
semáforos y pasos de cebra -da igual el coche que se aproxima, con su certeza
impepinable de ‘cuatro cilindros en V’- a la caza de un ser que no existe. Por
eso hay epitafios solemnes en tumbas absurdas que rezan: ‘murió al cobrar un
Pikachu’.
Pokémon
Go, el juego de smartphones que ya cuenta con más de 50 millones de usuarios en
todo el mundo, arrasa en bolsa. Nintendo, la empresa propietaria de Pokémon
Company, ha registrado una subida vertiginosa en sus acciones y la marca que ha
desarrollado el juego, Niantic, se consolida como buque insignia del
competitivo mundo de los videojuegos al haber lanzado al mercado, antes que
nadie, la original idea de combinar virtualidad y realidad en un instrumento
(el móvil) que es apéndice indispensable de nuestra vida, y a través del cual
planificamos nuestras vacaciones, leemos el periódico, vemos películas y nos
evadimos del mundo.
Mi
abuelo siempre me decía, al ver como devoraba los clásicos de ciencia ficción,
que ‘sólo me gustaban las cosas estrambóticas’. Siempre le di la razón, pero
con el paso de los años he constatado que mi amor por la ciencia ficción está
íntimamente relacionado con mi pasión por la Historia. La buena ciencia ficción
es, interpretada seriamente y desde sus profundidades, la Historia que vendrá.
Matrix ya está aquí, Terminator también, sin catastrofismos ni holocaustos
nucleares, pero con la demostración incontrovertible de que la virtualidad no
es juguete de la realidad, sino más bien a la inversa. Ahora lo virtual (el
Pokémon) es protagonista mientras el mundo real (la ciudad, el paso de cebra,
el semáforo en rojo) se convierte en simple decorado, ‘una pantalla más del
juego’ que debe uno superar para convertirse en experto cazador de estos seres
imaginarios. Me interesa Pokémon Go por su absoluta subversión, inversión y
tergiversación de planos epistemológicos. La primordial, determinante y
protagónica realidad física, que limita nuestra existencia, es ahora
aditamento, impedimento casi, del objetivo que nos mueve: la caza de un ser que
no existe y que se convierte en digital objeto de deseo y fuerza motriz de
acciones irracionales. Lo que antes fue primer plano ahora es segundo, y lo que
fue segundo, pasa al primero.
Ello
me lleva a la conclusión de que el ser humano es, siempre, un Quijote en
esencia (de ahí el acierto universal de Cervantes con su novela), pues necesita
pasiones para ejercitarse, pasiones aunque sea inventadas que den sentido a un
vivir carente de sentido. Pero hay razones más concretas que explican este
éxito espectacular, e imprevisto, de Pokémon Go. Las ha desgranado hace poco en
un diario digital Miguel Paniagua, profesor del máster en diseño de videojuegos
de la Universidad de la Rioja.
Afirma
Paniagua que, además de la rentable nostalgia que los Pokémon suscitan para
toda una generación -primero protagonizaron un exitoso videojuego en 1996 y
después una famosa serie de dibujos animados en 1997-, esta versión
remasterizada de los ‘monstruos de bolsillo’ (Pokémon es la contracción del
inglés Pocket Monster) acierta porque ofrece al usuario dos elementos sin los
cuales ningún producto digital funciona: la movilidad y el consumo personalizado.
Puedes llevarlo a cualquier parte y se ajusta, perfectamente, a lo que en ese
momento necesitas. El juego conecta con la señal GPS de tu móvil y te localiza.
Es capaz de saber donde te encuentras en ese instante: en el parque, en la
playa, en la montaña, en casa.
Otra
de las causas del éxito se debe al hecho de que el juego fomenta el afán
coleccionista y el sentimiento de exclusividad que muchas personas albergan.
Haber cazado a los 150 bichitos virtuales que pululan por el planeta y poseer
el más raro de todos ellos da un plus entre los amigos, ante la novia o en el
trabajo que, sin duda, satisface el ego en medio de una realidad cotidiana tan
gris a veces, tan opaca, tan difícil. Todos buscamos, aunque sea a costa de un
Pokémon cualquiera, nuestro pequeño minuto de gloria.
Y
cuando ese minuto de gloria se disfruta en equipo, mucho mejor, habida cuenta
de que el ser humano es gregario por naturaleza y enseguida se identifica con
un grupo por el que lo da todo y al que debe apasionada lealtad. También Pokémon
Go fomenta este impulso gregario que nos caracteriza, pues el jugador puede
formar parte de tres equipos -‘valor’, ‘sabiduría’ o ‘instinto’- que le sirven
de plataforma competitiva contra sus rivales. Ya dijo Ortega que la sociedad
caracterizada por la irrupción de las masas en los espacios públicos y privados
roba nuestra identidad. Dejamos de ser únicos para confundirnos en la multitud,
nos diluimos en las modas y las corrientes (Pokémon Go es pura moda), porque es
ahí donde estamos seguros, codo a codo con otros que participan de nuestro
equipo, de nuestra deriva, de nuestro movimiento hacia ninguna parte, de
nuestro correr sin freno ni destino.
Como
‘existir es resistir’, como vivir es luchar y la pugna implica esfuerzo, es más
cómodo confundirse con la masa, con la multitud, con el grupo, porque así los
esfuerzos son compartidos y menores, y el individuo deja de estar a la
intemperie de la existencia.
Si
a todo ello añadimos que este juego es accesible, sencillo y gratis, el éxito
es seguro, pues se basa en la comprensión, para la posterior rentabilización
económica, de elementos fundamentales que definen al ser humano: su deseo por
destacar y ser importante; su necesidad por sentirse a salvo en esa lucha; su
afán por almacenar y acumular, para posterior exhibición, bienes que en ese
momento y contexto considera valiosísimos (los 150 Pokémon diseñados hasta
ahora) y, por último, su existencial huida (siempre adelante) de un mundo real
que no le satisface.
Además
de todas estas causas, el éxito de Pokémon Go se explica por el contexto
cultural que nos envuelve: la posmodernidad. La inversión/tergiversación del
plano real y el virtual a la que arriba aludí es consecuencia de nuestra
desorientación a todo nivel. Parecen dar igual ocho que 80, la verdad que la
mentira. Derribadas las certidumbres, situada nuestra vida en una pura
encrucijada de senderos bifurcados, trocadas las respuestas de antaño en pura
interrogación, es lógico que un Pokémon tenga mayor rango de realidad efectiva
que un cláxon de coche advirtiendo del inminente peligro. Así las cosas, todo
es posible, hasta que Rajoy sea presidente y Pikachu su ministro de Cultura.
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