Trump, sin México no hay América Latina/Tapio Christiansen es Managing Partner de Kreab en Washington, D.C. y Robert S. Gelbard es diplomático estadounidense y exembajador de EU en Bolivia.
El Español, Jueves, 13/Abr/2017
Donald J. Trump es presidente de los Estados Unidos desde hace menos de dos meses. Aunque es muy pronto para predecir lo que esto supone para las relaciones entre el país norteamericano y la región latinoamericana, ya saltan algunas alarmas. Es mucho lo que está en juego para el futuro de las relaciones bilaterales entre América Latina y los Estados Unidos.
Desde que inició su campaña presidencial hasta la fecha, el presidente Trump apenas ha hecho mención directa a América Latina, con la excepción de México. Más aún, no parece que exista una política clara hacia la región, ni tampoco un equipo sólido de formulación de políticas públicas enfocado en América Latina dentro del Departamento de Estado de la Casa Blanca. Algunos líderes dentro de la Administración con experiencia en asuntos latinoamericanos han sido despedidos, mientras que algunas posiciones claves para las relaciones bilaterales permanecen vacías, y posiblemente se mantengan así por un buen tiempo.
En la ausencia de una infraestructura sólida para la toma de decisiones sobre la región, la política estadounidense hacia América Latina puede ser analizada desde la óptica de su política hacia México. Una política que puede generar un efecto de resonancia en toda América Latina.
Existen dos prioridades políticas en las que la Administración de Trump se ha centrado y que van a ser críticas para todo el territorio: la reforma migratoria y la renegociación comercial.
En materia migratoria, la Administración ya ha empezado a incrementar las deportaciones de mexicanos y otros grupos hispánicos de los Estados Unidos, una medida que es probable escale en los próximos meses. El efecto multiplicador de este proceso puede tener serias implicaciones en la economía y en la política de toda América Latina, no solo en Estados Unidos y México.
En términos económicos, las deportaciones masivas probablemente deriven en pérdida de empleo en Estados Unidos en industrias críticas como agricultura, procesamiento de alimentos, construcción y ocio. Las remesas hacia México y otros países latinoamericanos, una de las principales fuentes de ingreso para algunos países de la región, podrían disminuir abruptamente y la absorción de millones de nuevos trabajadores en el mercado laboral de estos países contribuirá a ejercer mayor presión en la economía de la región.
En lo político, México podría encontrarse seriamente presionado a incorporar estas nuevas oleadas de ciudadanos mexicanos, así como de ciudadanos de otras naciones latinoamericanas provenientes de Estados Unidos. En EE.UU., es muy probable que surjan protestas y aumente el activismo público. Este proceso pondrá a prueba las capacidades de ambas naciones de mantener la estabilidad.
Al mismo tiempo, México puede reaccionar a las deportaciones masivas con una variedad de políticas que podrían volverse contra los objetivos del presidente Trump. México es uno de los principales países de tránsito para aquellos migrantes provenientes de América Latina, y juega un rol vital frenando la circulación de personas que quieren entrar a los Estados Unidos. Por ejemplo, México puede elegir relajar los controles que mantiene en su frontera más al sur, lo cual posiblemente incremente el número de migrantes que día tras día anhelan cruzar la frontera de los Estados Unidos.
Adicionalmente, México puede decidir no intentar incorporar a los deportados recién llegados a su país y dejarles que retornen a los Estados Unidos como puedan. Inclusive, las medidas vigentes de México para compartir información de inteligencia con Estados Unidos sobre ciudadanos de países terceros que transitan por aeropuertos mexicanos y otros centros de transporte -establecidos después del 9/11- podrían sufrir. Estas y otras opciones son decisiones que corresponden a México, independientemente de lo que quiera Estados Unidos.
La cooperación de México, por lo tanto, es imprescindible para algunos de los intereses de Estados Unidos, y no está del todo claro que en el contexto actual México decida ser tan cooperativo como podría. De hecho, los liderazgos políticos mexicanos actuales, y los posibles candidatos presidenciales futuros en la región, podrían beneficiarse políticamente no siendo cooperativos con los Estados Unidos.
Con respecto al comercio, conviene recordar que el lema de la Administración de Trump es, obviamente, America First. La renegociación del NAFTA es una prioridad básica en este apartado. Si bien algunas discusiones y preparativos sobre este tema ya han tenido lugar, todavía no podemos saber con precisión lo que surgirá del proceso. Pero muy probablemente se hagan algunos ajustes que restrinjan la libre movilidad de bienes entre Estados Unidos y México. Esta decisión afectaría de manera directa a otras naciones latinoamericanas, pues México es un destino principal para las exportaciones de Brasil, Colombia o Chile, entre otros.
Para los consumidores estadounidenses, esto puede conllevar un aumento en los costos de una gran variedad de bienes industriales y de consumo. Para México, esto puede suponer pérdida de empleos a medida que los bienes mexicanos se vuelven menos competitivos.
Pero el equipo del presidente Trump encargado del comercio ya ha dejado claro que otorgará prioridad a los acuerdos comerciales bilaterales sobre los multilaterales. Esto puede significar una ventaja para aquellos países latinoamericanos que deseen suscribir nuevos términos comerciales con Estados Unidos, pero es probable que estos esfuerzos sean precarios y tomen tiempo en materializarse.
Además de la relación con México, hay una serie de relaciones bilaterales entre Estados Unidos y otros países latinoamericanos que podrían recibir atención y prioridad. Hasta la fecha, el presidente Trump ha sostenido reuniones con algunos líderes regionales, incluyendo el presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski y el presidente argentino Mauricio Macri. Los reportes indican que las reuniones fueron buenas, aunque hasta la fecha no hemos visto resultados tangibles. Es esperable que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos se mantengan como están, que la relación entre Estados Unidos y Venezuela continúe siendo tensa y, dependiendo del resultado de las elecciones en Ecuador, que se abra la posibilidad de renovar las relaciones con el país andino. Adicionalmente, queda por ver si el presidente Trump dará su apoyo a la paz colombiana.
En líneas generales, parece poco probable que, al menos en el corto plazo, la Administración de Trump dedique mucho tiempo y consideración en su aproximación hacia América Latina. Y, de hecho, las acciones que pueden desestabilizar a México, y al llamado Triángulo Norte de Centroamérica, pueden ocasionar el efecto contrario para el país norteamericano, pues la inestabilidad económica y política en la región puede convertirse en un problema masivo de seguridad nacional para Estados Unidos. Más allá de esto, parece haber poca disposición por parte del Gobierno de Estados Unidos, y de muchos países latinoamericanos, para conseguir un intermediario que facilite las condiciones para una relación más fluida.
Viendo hacia adelante, podrían existir algunos intentos oportunistas y beneficiosos políticamente a la hora de establecer nuevos acuerdos bilaterales, pero no serán parte de ninguna estrategia integral. El foco de Washington parece estar exclusivamente centrado en México, y pareciera que las repercusiones en la región no son de especial interés para la Administración actual. Como comentó recientemente el propio Trump: “Tendremos una buena relación con México, y si no, no”.
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