El último dislate de Trump/Xavier Labandeira es catedrático de Economía en la Universidad de Vigo y director de Economics for Energy.
El País, Sábado, 03/Jun/2017
Donald Trump anunció ayer con gran parafernalia que EE UU se retiraba del Acuerdo de París, aunque sus decisiones de desmantelar la política climática federal trabajosamente construida por la administración Obama, y por tanto no dar cumplimiento al acuerdo, eran bien conocidas desde enero. La noticia, en cualquier caso, ha generado una gran preocupación en la comunidad internacional. En las siguientes líneas intentaré demostrar que esta decisión es en buena medida inexplicable y potencialmente muy dañina.
Trump apunta fundamentalmente a un acuerdo desventajoso para EE UU porque se enfrenta a grandes exigencias que pueden llevar a importantes pérdidas económicas. Esto es muy discutible: su país es la primera economía mundial -por tanto, con posibles- y responsable de buena parte de las emisiones históricas de gases de efecto invernadero, con un nivel de las emisiones per cápita de los más elevados del mundo y, sobre todo, sus objetivos de mitigación dentro del acuerdo son modestos y fácilmente alcanzables con actuaciones acotadas sobre su sector energético (más renovables y gas, menos carbón). Su política climática, con honrosas excepciones a nivel estatal y local, no alcanza ni de lejos la ambición y sofisticación de los paquetes que la UE ha venido definiendo durante la última década. Y gran parte de las empresas estadounidenses, no solo las más innovadoras y proactivas en este campo, son conscientes de los costes reputacionales y de pérdida de mercados a que va a llevar este movimiento. Por si fuera poco, los mineros y otros sectores similares no van a conseguir una protección adicional con la salida del acuerdo: las tecnologías renovables son cada vez más competitivas, el carbón tiene sus días contados por razones ambientales y, en cualquier caso, la mecanización a gran escala está acabando con los puestos de trabajo en esos sectores.
Y, sin embargo, el sinsentido precedente puede tener profundas implicaciones. En primer lugar, hará más difícil el cumplimiento de los objetivos de París: un incremento de 2ºC ya es difícil con EE UU plenamente integrado en el acuerdo, mucho más si no lo está. En segundo lugar, gran parte de la mitigación y adaptación en los países en desarrollo dependerá de la llegada de los fondos acordados en París para los que las aportaciones estadounidenses eran fundamentales. Por supuesto, esto va mucho más allá de la efectividad del acuerdo y demuestra el poco interés de la administración Trump por la equidad y protección de los más desfavorecidos de nuestro planeta. Por último, dada la naturaleza voluntaria del Acuerdo de París, que se retire uno de los mayores emisores y la principal economía del planeta generará obvios efectos desincentivadores para los que se queden y hará más difícil la aplicación de políticas ambiciosas en este campo (recordemos que la competitividad internacional está en el centro de las discusiones europeas en cada reforma de nuestra política climática).
Es difícil saber hacia dónde nos dirigimos y cómo deben proceder los gobiernos del resto del mundo. Desde luego no entrando en la renegociación de un acuerdo que ya permite un alto grado de flexibilidad e interacciones entre sus firmantes. Tal vez sea el momento de la templanza, de mantener y reforzar las políticas climáticas existentes y que se construirán al amparo del acuerdo, buscando su coste-efectividad en un entorno internacional convulso y, sobre todo, estableciendo un marco que facilite la movilización privada de recursos en la transición a economías bajas en carbono. Así será posible que la industria e investigación sigan avanzando para hacer cada vez menos relevante la decisión de Trump.
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