3 jul 2017

Palabras de Ismael Bojórquez en el Woodrow Wilson Center



Palabras de Ismael Bojórquez en el Woodrow Wilson Center
Riodoce, 3 julio, 2017 por Redacción

 Buenos días, gracias a WOLA y al Instituto Wilson Center por habernos invitado a charlar con ustedes. Me hubiera gustado estar aquí por otra razón y no porque en nuestro país se está matando a los periodistas como si fuera ya una consigna del poder público y del crimen organizado. Y menos porque hace 44 días asesinaron a mi compañero Javier Valdez, uno de los fundadores de Ríodoce, un esfuerzo periodístico que, desde su nacimiento, tomó como causas la verdad, las libertades, la democracia, la justicia social, la lucha contra la corrupción, los derechos humanos…
Estamos haciendo periodismo en la cuna del narcotráfico.
En Sinaloa nacieron los más poderosos narcotraficantes de nuestro país y desde ahí han extendido sus redes criminales por todo el mundo y principalmente en la Unión Americana. Por esa razón teníamos que cubrirlo, investigar las causas de su expansión y su poder de penetración. Sobre todo por eso, porque en vez de ser reducido por los gobiernos, se ha convertido en un fenómeno cada día más profundo y más amplio, que ha corrompido todas las estructuras de la sociedad, la economía, la política, los gobiernos, la cultura, la Iglesia…
Me han preguntado mucho si nos han amenazado y siempre dije que el narcotráfico es, en sí mismo, una amenaza. Y no solo para los periodistas; también para la sociedad en su conjunto. No hay mujeres ni hombres a salvo de sus manotazos criminales. Ni las instituciones pueden sentirse libres y, por el contrario, parecen secuestradas por este imperio que lo pervierte todo.
Pero en estas condiciones y en este contexto hemos tenido que trabajar durante 15 años. Teniendo cada semana que cargar con las sombras intimidantes que emanan de los Zambada, los Caro, los Beltrán Leyva, los Guzmán, los Dámaso, los Carrillo, Cázares, los Esparragoza. Los mismos apellidos que se han apoderado de las redes de distribución de drogas en buena parte del territorio norteamericano para que las drogas lleguen puntualmente a los barrios y a las mansiones de Chicago, San Francisco, Nueva York, Washington.
No se puede hacer periodismo en Sinaloa sin tocar el tema del narcotráfico, aun con los riesgos que implica. Por eso, desde que decidimos darle cobertura, trazamos líneas editoriales con el fin de proteger nuestra integridad. En primer lugar, no confundir el trabajo periodístico con el trabajo policiaco. Sabemos que las líneas que dividen ambas disciplinas son muy delgadas y por lo tanto peligrosas. Pero así navegamos este barquito de papel durante casi tres lustros, en medio de acechanzas cotidianas, sin más protección que nuestra capacidad de percibir peligros hasta donde nos es posible, investigando, publicando, retrocediendo, esperando…
No somos enemigos de los narcotraficantes, porque el narcotráfico no es una causa para nosotros. Y siempre que hemos publicado sobre el tema es porque hemos considerado que hay un interés público.
Sobre todo hemos puesto atención a las relaciones del narcotráfico con el poder político. Eso, para nosotros, es de la mayor trascendencia, porque no puede explicarse el crecimiento del fenómeno sin el cobijo y la protección de los gobiernos. De los municipales, de los estatales, del gobierno federal a través de sus distintas dependencias, que incluyen, se ha demostrado hasta la saciedad, a instituciones como la Procuraduría General de la República, las áreas de inteligencia, el Ejército Mexicano y la propia Armada de México.
Y eso es tal vez lo que hace más peligroso el ejercicio periodístico en nuestras regiones: la narcopolítica, esa perversión criminal de los políticos que echan mano del dinero sucio del narcotráfico para escalar posiciones administrativas y de elección popular. Y que más tarde se traduce no solo en impunidad para sus tropelías y en el control de las policías para su protección, sino ahora también en el saqueo de los recursos públicos a través de contratos ilegales, porque buena parte de las ganancias son invertidas en empresas de seguridad, inmobiliarias, de la construcción, de tecnología, restaurantera…
En Sinaloa acaban de asesinar a un ex regidor de Culiacán que era cuñado de un narcotraficante y, por lo tanto, más influyente que cualquier otro en el Municipio. Y en San Diego, California, la policía aduanal detuvo la semana pasada a una ex diputada que ha sido acusada en una corte de este país por conspiración para el tráfico de drogas. Y la lista puede ser inmensa. El gobernador anterior, Mario López Valdez, pactó con el cártel de Sinaloa. Eso lo dijimos una y otra vez, pero nunca nadie, ni el gobierno federal, lo investigó.
Y entonces esa impunidad con que se desarrollan las relaciones entre las bandas del narcotráfico y la clase política hacen que los periodistas trabajemos en el desamparo, porque quienes tienen la obligación de protegernos son parte del problema.
En palabras de Javier Valdez, “los periodistas estamos rodeados”, rodeados por el crimen organizado, rodeados por gobernantes corruptos y coludidos con el hampa; y rodeados por una sociedad indiferente que no comprende todavía que la voz de un periodista honrado es su propia voz.
¿Hacia dónde voltear entonces si tenemos como vecino el mercado de las drogas más apetecible para las fauces de nuestros señores del narco?
Respecto al crimen de Javier Valdez recibimos con aprecio las expresiones de solidaridad del secretario de Estado de este país, Rex Tillerson, y también la preocupación manifestada por la embajadora Renata Jacobson. Pero necesitamos algo más de este país.
 Y no solo los periodistas; la sociedad entera demanda del gobierno norteamericano que ponga un alto al tráfico ilegal de armas a México. Y que si funcionarios de este país incurrieron en algún delito sean castigados.
Si no lo hacen por nuestros muertos —agregó—, háganlo por los suyos: por la memoria del agente aduanal Brian Terry, asesinado en diciembre de 2010 con un arma del expediente criminal llamado “Rápido y Furioso”. Y por la memoria del agente del ICE Jaime Zapata, asesinado en México  en febrero de 2011, también con un fusil que fue adquirido en el marco de esa operación frustrada.
La lucha contra la impunidad empieza en México, llevando a juicio a quienes matan a un periodista como Javier Valdez; pero hay mucho por hacer también en Los Estados Unidos, para que proyectos como el Gunrunner y operaciones como Rápido y Furioso no existan más.
Muchas gracias

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